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Huellas N.9, Octubre 1999

LA THUILE

Responsable, es decir, mendigo

Giancarlo Cesana

"Nadie es capaz de responder a aquello a lo que está llamado. Por eso está Dios".
Un compromiso útil para el trabajo y la familia.
El yo que pertenece percibe el movimiento como algo propio



Dos testimonios son algo sencillo porque basta con contar cómo es uno, y son algo difícil porque hace falta contarlo. Sea como sea, para deciros cómo es mi posición actual, parto de un hecho que me sucedió hace casi diez años.
Estábamos en una reunión de responsables del movimiento. Don Giussani, de sopetón, me propuso asumir una responsabilidad general en los asuntos del movimiento (no una responsabilidad "última" sino "general", esto es, una colaboración más estrecha con él. He sido el primero de la lista: aquí, a mi lado, está Carras, que fue el siguiente). Levantando la cabeza sorprendido, me crucé con la mirada de don Giussani, que me preguntaba: "¿Puedes?". En ese momento no respondí nada, porque tenía pudor de responder, en el sentido de que decir que sí me parecía una presunción. Pero, después de unos momentos de silencio, me repitió nerviosamente la pregunta: "¿Quieres?", yo le dije que sí.
He pensado muchas veces en el motivo de este sí, con el que, ciertamente, tenía que ver el hecho de que quiero bien a don Gius; reconocía que era necesario para mi vida lo que él proponía y lo estimaba, y además la provocación que supone una pregunta de esa clase, despertaba en mí el "cowboy". Echarse atrás habría sido una canallada. Y así, me lancé.
Yo era entonces, y soy todavía, un laico. Lo digo en dos sentidos, ambos me los señaló don Giussani. En uno de los últimos Consejos de presidencia, mirando a los presentes en el consejo, dijo: "Fíjate, aquí hay católicos y laicos... como tú". Antes, muchas veces me había explicado, a mí y a otros, que el laico es alguien del pueblo, esto es, no tiene otra instrucción ni autoridad que la que le viene de la experiencia.
Un año después, le hice a don Giussani la pregunta que antes habría sonado un poco hipócrita: "¿Pero tú crees que soy verdaderamente capaz de hacer lo que me pides?". Esta es la típica pregunta que generalmente se hace para que le digan a uno: "Sí, sí eres capaz". Él, en cambio, me respondió con tres observaciones. La primera: "Nadie es capaz de responder a aquello a lo que está llamado. Por eso está Dios".
La segunda, impresionante: "Mira, este compromiso tuyo te será útil para el trabajo y la familia". Normalmente, en cambio, pensamos que un compromiso fuerte con el movimiento saca del compromiso con el trabajo y con la familia. Y, para terminar, la tercera observación: "El movimiento debe llegar a ser algo tuyo". Después, se para, me mira, y me dice: "¿Entiendes esto?... ¿Lo entiendes?" Le contesté: "Sí", en el sentido de que entendía que él pensaba que no sentía el movimiento como algo mío.

La utilidad de un compromiso
La primera observación la entendí en el acto. Durante estos años me he preguntado qué significaban las otras dos.
En cuanto a la utilidad que el compromiso con el movimiento tiene para mi trabajo, esto ha sido realmente notable. La implicación de la que he sido objeto ha permitido que la presencia en mi vida de la finalidad y el reclamo a la tarea se hayan impuesto con evidencia. Hoy estos dos puntos están mucho más vivos en mi conciencia.
Por una parte, se me ha hecho imposible sentir que mi posición en el trabajo, que es de prestigio (trabajo en la Universidad, soy profesor e investigador, y explico siempre a los universitarios: "Mirad, que cuando estáis delante de un profesor universitario, de un catedrático, debéis siempre tener presente que no es tonto, si lo fuera no habría llegado a catedrático"), podría definir mi vida, como les pasa a muchos de mis colegas. Antes bien, me ha quedado mucho más claro, más visiblemente claro - sin ninguna acrimonia, sino con una gran piedad por mí mismo y por los otros - el aspecto risible del gran orgullo universitario, porque el trabajo - también el del universitario - es como enjuagar los platos, es una aproximación infinitesimal al destino. Cuando el objetivo es claro se entiende lo que dice Jesús: "Sin mí sois siervos inútiles". Pero se entiende también que en el Hecho sucedido entre nosotros, en nuestra historia, el trabajo se vuelve una construcción, sin decaer en el ansia ni tener miedo de la fatiga. La construcción no está exenta de fatiga, pero la fatiga es un problema a afrontar, no una objeción.
Por otra parte, se me ha hecho evidente, de un modo especial, la tarea misionera. Al contrario que otros, sobre todo en la universidad, nunca he tenido el problema de decir que soy cristiano y de CL, porque donde enseño, en los pasillos, hace algunos años, circulaban mis fotografías con los artículos - raramente a mi favor - sobre el Meeting de Rímini o el Movimiento Popular*. Por lo cual, cuando entro en clase, soy de CL, lo saben todos, y lo que debo demostrar es que "aun siendo de CL" soy un hombre capaz de trabajar y de afrontar la realidad. La misión es un amor al mundo, cuyo principio es la afirmación de la propia pertenencia.
Y este es un aspecto de aventura en la vida, de desafío, de responsabilidad que me fascina.
La utilidad del movimiento para la familia, para las relaciones afectivamente más intensas y cotidianas, tiene que ver con el hecho de que el movimiento debe ser mío.

Hacia el fondo de la cuestión
Esto se me hizo agudamente claro después de algunas discusiones bastante intensas con mi esposa, que es una mujer de fe, en el sentido de que es una mujer confiada: a los hijos, a la familia, al movimiento, a la Iglesia, y por tanto, a Dios. Es, quiero decir, una mujer que obedece y por lo tanto, paradójicamente, no "se somete" a nadie y no bromea. En un cierto momento me hizo una pregunta: "Pero tú, cuando estás conmigo, cuando hablas con los otros que vienen a preguntarte qué deben hacer, que decisión deben tomar, etc. (¡Vittadini dice que parezco un consultorio!), cuando le dices a alguien esto sí o esto no, ¿tú, dónde estás? ¿Estás con la preocupación de decir algo justo o estás conmigo?".
Porque esta es la cuestión. Formo parte de una generación ideológica. La ideología es un intento de interpretar la realidad para poseerla, dando un paso atrás, o sea, sin una implicación última, sin arriesgarse personalmente en esa circunstancia. Mientras, por el contrario, el problema es que cuando estás delante de alguien, es necesario estar con él. Lo he visto también recientemente. Ha venido una pareja a hablarme de sus problemas, serios, de una decisión de trabajo y de vida. La respuesta que yo puedo darles y la decisión que ellos, responsablemente, tomen no puede reducirse a un problema de exactitud en la interpretación. Responder y decidir, ante todo, es posible sólo si se comparte la tensión al destino, y es por eso que los otros se vuelven míos, al igual que se vuelven mías las preguntas que tienen. Aun cuando la interpretación es justa y la decisión intenta tener en cuenta todo, no basta. La amistad no es un equilibrio hábil, sino la experiencia por la cual la pregunta del otro es mía, mía, me pone en juego a mí.
Y que el movimiento sea mío, lo entiendo cada vez más no porque sea mi organización, la preocupación por un proyecto, su desarrollo, sino porque es mío el destino de las personas con las que estoy implicado; es mío no porque lo decida yo: es mío porque es mío, porque la gloria humana de Cristo, como ha dicho don Giussani, mendiga mi humanidad.
Piccinini solía decir que si no te la juegas, si ante una provocación no te arriesgas, no comprendes. Esta observación es muy justa. Quizá más que decir "si no te la juegas", es mejor decir "si no la acoges, si no la tomas para ti, si no la sientes como tuya, como una ocasión para ti". Si no se acepta este reto, no se comprende nada de lo que se tiene delante y de lo que sucede.
Me acuerdo que cuando era joven tenía una idea tan ideológica de la medicina que no era capaz, ni siquiera, de saber quién era bueno o no como médico (¡ya estaba licenciado!). Ahora comprendo qué significa que el movimiento debe llegar a ser mío: entiendo que ya es mío, que la cuestión se me plantea de tal modo que ya es mío... con la petición (la plegaria) de que sea cada vez más mío.

*El Movimiento Popular fue una asociación de carácter social y político nacida en los años setenta por iniciativa de algunas personas del ámbito de CL.