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Huellas N.2, Febrero 2009

VIDA - Eluana Englaro

La petición de un ateo

La entrevista de Fabio Cutri a ENZO JANNACCI, médico y cantante italiano, publicada en el Corriere della sera el 6 de febrero de 2009

«Necesitaríamos una caricia del Nazareno», dice en un determinado momento, y no es para nada una frase que deja caer así como así. En la voz de Jannacci no hay ni rastro de la ironía que hace inconfundibles sus canciones desde hace cincuenta años. Frente a Eluana y a quien está en sus condiciones –«personas sólo vivas en apariencia, ¡pero vivas!– Enzo Jannacci, «ateo laico muy imprudente», invoca a Cristo porque él, como médico, sólo siente su impotencia: «Jamás desconectaría una máquina y jamás suspendería la alimentación a un paciente: interrumpir una vida es algo delirante y cruel».

¿Ese discurso vale también para alguien que ha pasado diecisiete años en estado vegetativo?
Son muchos años, lo sé, pero para nosotros tienen un valor, y no sabemos nada de cómo los vive una persona en coma vegetativo. Nadie puede entrar en su sueño misterioso y decirnos qué pasa allí verdaderamente, por eso no es justo medirlo con el tiempo de nuestros relojes. Por ello, siempre vale la pena esperar: cuando llegue el momento, si llega, las células del paciente morirán por sí solas. Y aparte, no podemos olvidarnos de que la medicina es algo maravilloso, capaz de hacer progresos extraordinarios e inesperados.

Pero una vez que el cerebro ya no reacciona, ¿esperar no es ya inútil?
¿Inútil? ¿Cerebro muerto? ¡Cuidado!, se utilizan estas expresiones demasiado a la ligera. Si se tratase de mi hijo me bastaría un solo parpadeo para hacerme sentir que está vivo. Ya no soportaría la idea de tener que separarme de él.

¿Son consideraciones de un padre o de un médico?
Como médico razono exactamente así: la vida es siempre importante, no sólo cuando es atractiva y emocionante, sino también cuando se presenta débil e indefensa. La existencia es un espacio que se nos regala y que debemos llenar de sentido, siempre y en cualquier caso. La decisión de interrumpir una vida en un hospital no es como hacer una traqueotomía.

¿Qué le gustaría decirle a Beppino Englaro?
Hay que acompañar a ese padre todo lo que podamos.

¿No cree que puede haber situaciones en las que una persona tenga el derecho de anticipar su propia muerte?
Sí, cuando el paciente sufre terriblemente y la medicina no es capaz de aliviar su dolor. Pero ni aún en ese caso quisiera ser yo el que tuviera que “desenchufar”: soy un cobarde y sé que hay médicos que se consideran más valientes que yo.

¿Cómo reaccionaría ante un enfermo que ya no considera digna su existencia?
Trataría de convencerle de que la dignidad de su vida no depende de su estado de salud, sino del coraje con el que afronta su destino. Y después les diría a su familia y amigos que el que encuentra únicamente soledad a su alrededor, se rinde antes. Hablo por experiencia propia: conozco a chavales maravillosos que son capaces de vivir, de querer y de hacerse querer aunque estén destinados a hacerse viejos postrados en una cama o en una silla de ruedas.

¿Hace cuarenta años pensaba usted así?
A finales de los sesenta fui a EEUU para especializarme en cardiología. En el departamento me reprochaban: «Usted se enamora de los pacientes, les va a ver demasiado a menudo y se interesa por cosas que no tienen nada que ver con el tratamiento: los médicos son sólo técnicos, para el resto ya están los psicólogos y los curas». Decidieron enviarme a trabajar a reanimación, «así puede tomarles todo el cariño que quiera». Y fíjate, estar donde la vida se ha reducido a un hilo sutil es dramático, pero puede enseñarle bastantes cosas a un médico. Además, hay otra cosa.

¿Cuál?
En estos últimos años la figura de Cristo se ha vuelto fundamental para mí: pensar en cómo murió en la cruz me impide plantearme la sola idea de ayudar a alguien a morir. Si el Nazareno volviese, nos daría de bofetadas a todos. Nos lo mereceríamos, y cómo; pero también ¡necesitaríamos tanto una caricia suya!