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Huellas N.8, Septiembre 1999

MEETING

Presente, como hace dos mil años

Crescenzio Sepe

La encarnación de Jesús de Nazaret, única razón para festejar el 2000. El Jubileo existe sólo por esto. La intervención del Secretario General, S.E. monseñor Sepe



Jubileo y Meeting: dos acontecimientos estrechamente ligados porque tienen la misma temática y la misma fina-lidad, es decir, presentar a Cristo como el Misterio encarnado y revelado, pre-sentar al hombre de hoy, que sigue buscando con tanto esfuerzo y a veces con difi-cultad, su propia identidad.
Jubileo que conmemora después de dos mil años el nacimiento de Cristo. Pero Cristo, después de dos mil años, ¿qué puede decirle al hombre de hoy? ¿Está Cristo todavía vivo? ¿Qué conmemoramos? ¿Un recuerdo histórico, algo de lo que hacemos memoria, sin tener nada concreto entre la manos? ¿Es una conmemoración de un Carlo Magno que tantas huellas significativas ha dejado en la historia? El Jubileo marca un momento privilegiado de la vida de la Iglesia porque se fundamenta en ese Misterio, aún vivo y presente, que es la Encarnación de Cristo, que continúa sin interrupción en la historia y que sigue dando vida hoy y siempre. El paso de los creyentes hacia el tercer Milenio no se resiente, de hecho, del cansancio que dos mil años de historia podrían suponer. El Papa, en la bula de convocatoria, Incarnationis Misterium, publicada el pasado noviembre, escribía que los cristianos, nosotros los cristianos, nos sentimos animados por la conciencia de llevar al mundo la luz verdadera: Cristo Señor. La Iglesia, después de dos mil años anunciando a Jesús, abre a cada ser humano la posibilidad de ser divinizado para que de esta manera pueda ser más hombre. Nosotros, herederos de dos mil años de historia, conmemoramos y recordamos a Cristo, porque este Cristo sigue naciendo, este Cristo está todavía vivo y presente en la Iglesia y en el mundo. Este Cristo sigue siendo el Señor de la historia y sigue vivificando las almas de los hombres. No es un desconocido, no es alguien del pasado, no es algo oscuro; es un presente, es una Presencia con la cual vivo cada día, ante la cual me abro en cada momento, con la cual marco el paso de mi historia personal. Yo camino porque conmigo hay un compañero que me da valor, que me indica el camino; es más, que dice: yo soy el camino, yo soy la vía y caminando por esta vía encontrarás tu vida. Y al encontrar tu vida encuentras la verdad sobre ti mismo y sobre Dios.

Acompañar a la Iglesia
Por tanto, el Jubileo es el deseo de profundizar en nuestra fe, de poner en juego nuestra vida, nosotros que heredamos la historia de una Iglesia de dos mil años para poder proyectarnos hacia el Tercer Milenio. El Jubileo significa voluntad decidida de buscar nuestra identidad de cristianos y de hombres. El Jubileo es el esfuerzo que hacemos todos nosotros de acompañar a la Iglesia del mundo entero a atravesar el umbral de esta esperanza de un mundo más justo, más sano, más verdadero y por tanto, más cristiano. Es la misma Iglesia la que nos invita, es el deseo mismo de nuestro ser cristiano el que nos empuja a convertirnos, a purificarnos. Es la exigencia que tenemos todos de madurar continuamente en nuestra fe, de hacer presente a Cristo en nuestra vida, en nuestra sociedad. Y la Iglesia no tiene miedo de declarar ante el mundo entero que, después de dos mil años, ella misma quiere pedir perdón por las culpas de sus hijos; no de la Iglesia, que es Pura, Santa e Inmaculada puesto que es esposa de Cristo. Pero los hombres de la Iglesia son débiles y se equivocan y, entonces, nosotros nos arrodillamos con el Papa para decir: «Señor, perdónanos». Pero es la Iglesia misma la que quiere glorificar Su Santidad, enumerando a los muchos centenares y millares, tal vez millones, solamente en este siglo, de mártires que han dado testimonio de Cristo y de la verdad que él nos ha enseñado.
Es necesario que cada uno de nosotros se detenga por un momento y se pregunte: ¿De dónde vengo? ¿A dónde voy? ¿Qué tengo ante mis ojos? ¿Qué se presenta ante mi vida? ¿Lo desconocido que está vacío y produce miedo, desesperación y, a veces, hasta el suiúidio? ¿Soy yo un objeto lanzado al vacío existencial, perdido en un infinito sin sentido, sujeto como las hojas a las variaciones del tiempo, de las costumbres, del espacio? ¿Soy un desconocido incognoscible e incomprensible, o bien ante los espacios infinitos de mi alma se abre algo sobrenatural y misterioso, al tiempo que real, pues ha sido desplegado y revelado por el Hombre-Verbo que se ha hecho uno de nosotros? El Misterio insondable, pero verdadero, se encarna en mi persona y suscita esta maravilla del encuentro personal con Cristo vivo que conmueve, que llena, da fuerza, da sentido, da significado y lanza a la totalidad de la historia y de la gracia y por tanto, provoca en mi estupor, alegría, plenitud de aspiración.

La mirada fija en el Misterio
Esto es vuestro Meeting, vuestro carisma, esto es también el Jubileo, porque no queremos un Dios sin nombre, puesto que sabemos que existe el nombre personal de Dios que es Padre, Hijo y Espíritu Santo, tal y como nos lo ha revelado Jesús. Queremos mirar al Misterio para hacerlo entrar en nuestra vida cotidiana, para iluminar lo que nos sucede cada día, para sentirnos protagonistas personales de la historia, que va más allá de nuestra persona y de las fronteras humanas. Escribía Giussani: «qué intensidad de vida y qué promesa para la vida del que comprende en cada instante la relación de todo con el origen»; cada instante tiene una relación definitiva con el Misterio y por eso nada se pierde, existimos para esto y esta es nuestra felicidad. Este encuentro con Cristo es un fuerte reclamo, para los hombres que nos encaminamos hacia el Tercer Milenio, al realismo cristiano, que es la nota característica del carisma de Giussani y que constituye el motor que mueve a tantos hombres y mujeres que basan su ser cristiano y su apostolado en este carisma. Todo esto entra perfectamente dentro de la espiritualidad de este Jubileo. Conocer a Cristo, presencia viva y vivificante, para encontrarlo y amarlo con todas las fuerzas del alma. Entusiasmarse ante su presencia para comunicar al mundo la alegría de este encuentro que genera salvación y plenitud de vida. La Iglesia se apresura a atravesar el Tercer Milenio con la mirada fija en el Misterio de la Encarnación del Hijo de Dios, como afirma el Santo Padre en la bula de convocatoria.
En este sentido, deseo personalmente que de este Meeting surjan nuevos misioneros de la Encarnación de Cristo, al cual proclamamos ante todo el mundo durante el Gran Jubileo del 2000, sobre todo a los que están alejados, a los que no ven, a los que no sienten; proclamamos con alegría y con coraje que Cristo es el Señor que vino, viene y vendrá a dar la vida al mundo.

Introducción

LUIGI NEGRI

La sucesión de los Jubileos en la tradición de la Iglesia señala una de las fuerzas propulsoras y dinámicas de la historia de la Iglesia misma. Son momentos en los que ésta retoma la conciencia de su identidad, es decir, de su ser totalmente de Cristo y para Cristo, y desde esta conciencia renovada, se lanza a nuevas formas de responsabilidad misionera.
Creo que éste es el hilo conductor de los Jubileos, desde el primero de 1300, convocado por Bonifacio VIII, hasta el último. También durante las épocas de mayor prueba (baste como ejemplo el Jubileo de 1525, convocado por Clemente VII en uno de los momentos más terribles de la historia de la Iglesia: el gran cisma de Occidente). El Jubileo del 2000 se presenta como un acontecimiento excepcional porque está ligado a un intenso y extraordinario testimonio de enseñanza, el de Juan Pablo II; pero debemos admitir que ha llegado hasta nosotros gravemente distorsionado por la ideología dominante.
Tenemos aquí, esta mañana, y le agradecemos su presencia, a Su Excelencia monseñor Crescenzio Sepe, obispo titular de Grado y Secretario General del Gran Jubileo del 2000 y por tanto, la persona que encarna en su tarea las intenciones profundas con las que Juan Pablo II ha pensado y querido este Jubileo. Creo que su intervención tiene, sobre todo, el valor de un testimonio; de ella, Excelencia, querríamos aprender lo que es un Jubileo y especialmente el Jubileo de Juan Pablo II. Y en segundo lugar, qué responsabilidad podemos asumir para el crecimiento de nuestra vida cotidiana y para la aportación que creemos que podemos hacer a la Iglesia al comienzo del Tercer Milenio.
Gracias.