IMPRIME [-] CERRAR [x]

Huellas N.8, Septiembre 1999

MEETING

Crear, construir con libertad

a cargo de Luigi Amicone

Publicamos la entrevista que don Giussani ha concedido al semanario italiano Tempi con ocasión de la clausura del Meeting: «La capacidad que Cristo tiene de iluminar la realidad entera hasta en sus detalles más recónditos es fuente de un estupor excepcional para el hombre sincero. Da lugar a un conocimiento de las cosas y a un afecto en las relaciones que de otra forma no sería posible»


Don Giussani, sus amigos han celebrado los veinte años del Meeting con una participación de personalidades nacionales e internacionales de relevancia extraordinaria. Ha habido una impresionante afluencia de público y los mismos medios de comunicación, periódicos y televisión han dedicado un espacio sin precedentes a la feria de Rímini. ¿Cuál es, en su opinión, la razón de este éxito?
Mis amigos idearon el Meeting como un intento de demostrar a través de los hechos que Cristo es un acontecimiento excepcional y sin parangón en toda la historia del mundo. La capacidad que Cristo tiene de iluminar la realidad entera hasta en sus detalles más recónditos es fuente de un estupor excepcional para el hombre sincero. Da lugar a un conocimiento de las cosas y a un afecto en las relaciones que de otra forma no sería posible.
Con su sencillez original mis amigos han conseguido dar forma a esa pertenencia que hace humana la vida. De este modo en el corazón de todos ellos se ilumina lo que Cristo significa para su vida y para el mundo.
Esto se ha podido dar sólo por su fidelidad a esa experiencia elemental que Dios pone en todo hombre capacitándole para una apertura original hacia el conocimiento: «Si no os hacéis como niños, no entraréis en el Reino de los cielos», es decir, en el reino de la realidad; no entraréis en el reino de Dios, en la realidad verdadera de las cosas.
La realidad llega a hacerse evidente por la sencillez original. Ésta es la condición necesaria para que el conocimiento de la realidad se confirme enseguida como un hecho cierto, en sí mismo imborrable. Creo que ésta es precisamente la gran condición para que se dé la certeza que el hombre debe tener en el presente, que es donde puede encontrar seguridad y amor. De esta forma, mis amigos han vivido su fe en Cristo como un hecho racional: la fe como única y verdadera justicia, como fuente de positividad para la vida de todos. Durante veinte años, se ha llevado a cabo el Meeting sensibilizando a toda la sociedad acerca de los problemas más candentes tanto personales como comunitarios.
El crecimiento del éxito del Meeting parece ahora confirmar la hipótesis que lo impulsó al comienzo. Se entiende, entonces, por qué los medios de comunicación han despertado por fin y han mostrado la racionalidad que caracteriza su historia: se han dado cuenta de por qué un evento como el Meeting consigue implicar a miles de personas en una sociedad como la de hoy y comienza a tener una resonancia en el mundo. Se trata de un éxito que todos mis amigos perciben como favorecido por Dios.
Su movimiento está ya extendido por todo el mundo y el acento singular de su propuesta lo ha recogido incluso ese monumento al pensamiento laico americano que es el semanario New Republic, que ha hablado del nacimiento de CL en Estados Unidos. ¿Qué impresión le produce ver el movimiento desembarcar en el corazón del nuevo Imperio, que aparentemente está guiado por principios y seducciones tan distantes y, con frecuencia, en contraste con la sensibilidad católica y la tradición judeo-cristiana europea?
El camino cristiano es posible en cualquier lugar donde vive el hombre, en todo el mundo. Cristo es la respuesta para todos los hombres y la difusión de nuestra experiencia no es obra nuestra, sino que se da con nuestra colaboración (de hecho «en Cristo todo se convierte sorprendentemente en un don divino», mientras que quien no cree a menudo percibe todo como “casualidad”). Quien participa en la experiencia cristiana entra en una positividad sorprendente. El afán del hombre tiene como un destino de tristeza, una impronta de soledad que domina sobre la posibilidad de conocer de un modo diferente la vida. Por otra parte, la misma concepción cristiana del hombre registra una ruptura: la herida del mal en la condición humana. Y sin embargo, en todo momento el Misterio vive su paternidad hacia el camino defectuoso del hombre, que pretende encontrar por sí solo el significado de las cosas. Las cosas, de hecho, no las ha creado él y el corazón del hombre permanece inquieto llegue donde llegue en su pretensión de afirmar la realidad, si no la vive con la sencillez de un niño. Sólo de esta manera, el hombre puede reconocer su incapacidad y a la vez tener seguridad en su intento de conocer, ser fiel y amar.
Nosotros «desembarcamos en el corazón del nuevo Impero», que es América, con el deseo de dar testimonio ante todos de que su vida pertenece a Otro igual que la nuestra. Así el diálogo apasionado es cada vez más en un ejemplo persuasivo de amor a la libertad: por eso el encuentro con muchos judíos es una profecía de lo que dice san Pablo cuando afirma que Jesucristo asegura, como último acontecimiento de la historia, la unidad entre judíos y cristianos.
Usted ha subrayado algo que parece una contradicción al afirmar de sí mismo y del carisma de su movimiento: «Laico, es decir, cristiano». ¿Nos puede aclarar la naturaleza de esta pretensión suya y sus consecuencias prácticas?
Para mí el significado cristiano del término “laico” comprende a todos los hombres en la medida en que se comprometen, en el trabajo del mundo, a tomar conciencia de su propio destino. A los cristianos el destino se les ha manifestado definitivamente y tiene un nombre histórico: Jesús de Nazaret, el Cristo.
En este sentido pueden ser denominados laicos todos los cristianos: no existe diferencia, según esto, entre la figura de Juan Pablo II y la de Clinton. La única diferencia que hay entre los laicos, es decir, entre todos los hombres, reside en la vocación que históricamente Dios asigna a cada uno. El laico cristiano es aquel que dedica toda su vida, todas sus relaciones, todo su trabajo, su vida y su muerte, «a la alabanza y gloria de Cristo», reconocido como significado de la existencia y de la historia. Como cualquier laico, de cualquier ideología, raza, época y lugar, puede ser santo o demoníaco: un pecador, es decir alguien que reconoce la insuficiencia de su humanidad ante Dios y ante los hombres, o bien alguien que se siente el dueño total de sí mismo, medida de todas las cosas, autónomo ante cualquier problema (aunque no consigo entender esta última posición, ya que todo es caduco y pierde sentido con la muerte). En esta alternativa la primera opción es evidentemente racional e invita a buscar y a adherirse a lo que es verdadero, bueno y bello. La segunda opción es una mentira continua con uno mismo, consciente o no.