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Huellas N.6, Junio 1999

PICCININI

Una amistad eterna

Giancarlo Cesana

Veinticinco años de historia juntos. Siguiendo a don Giussani y compartiendo toda la vida. "Las cargas de la vida eran muchas, pero él siempre era el primero en asumirlas, sin vivir a costa de nadie"


La primera vez que vi a Enzo fue hace más de veinticinco años. No me acuerdo de lo que me dijo. Pero sí me acuerdo del tono. Yo era ya uno de los responsables de CL en la universidad a nivel nacional; él era el responsable de la incipiente comunidad de Modena. Tenía sus propias ideas; no pedía consejo: sugería lo que había que hacer. Me acuerdo como si fuera hoy; era un tipo duro. Después no le vi más: probablemente estaba ocupado en las mil iniciativas de la comunidad de Reggio Emilia (y eran verdaderamente mil). Le volví a ver algún año después. Me habían invitado a Bolonia, en donde había una de las comunidades universitarias de Comunión y Liberación más grandes. Estaban un poco bloqueados por cuestiones culturales; tenían un enorme complejo de inferioridad respecto a la modernidad, respecto a la ideología marxista en especial. La verdad es que no tenía una gran audiencia, por lo que, al acordarme de aquel tipo duro que me habían dicho que había empezado a trabajar en Bolonia, fui a buscarle y le invité a participar en el grupo de los responsables. Se resistió un poco. Los Católicos Populares, los de CL, y otros, implicados en la política universitaria, habían hecho un panfleto contra él por una cuestión de exámenes de cirugía. Me contó que les había respondido públicamente y que le costaba participar en la diaconía universitaria de CL. Pero vino. Se sentaba siempre al fondo. Al final de las asambleas, que eran más bien obtusas, yo le pedía que interviniera. Yo valoraba lo que decía y acababa la reunión sin ningún éxito. Salíamos juntos, íbamos hasta el último bar de la calle Strada Maggiore donde bebíamos algo; después, nos íbamos - me acuerdo de tanta niebla - yo hacia Milán y él a Modena o a Reggio, donde la noche acababa de empezar. Nadie nos invitaba a cenar, por inmadurez y porque evidentemente no era el caso. Él tenía un Peugeot Diesel de la más baja cilindrada y el más económico, con el que ya machacaba los millones de kilómetros que se haría más tarde.
Después, de modo imprevisto, surgió la amistad, gracias a Giandomenica de Rávenna y a una cena en el apartamento de Elena Ugolini. Yo propuse pasar el testigo: que el responsable de la comunidad universitaria de Bolonia fuese Enzo Piccinini. Don Giussani aceptó de buen grado. Empezó un gran periodo que dura hasta hoy. Enzo lo conoció. Tenía dotes fantásticas que yo no tenía: ímpetu, inmediatez, prestancia física. Me entusiasmé con él y con el grupo de Bolonia. Una vez me llamó por teléfono. Había habido un terremoto en Irpinia y ya había partido para allá, con las cajas de medicinas en el coche, los aparejos y todo lo demás. Estaba presente. Tenía una idea "fija": la base, el pueblo, la gente. Me acuerdo del Meeting de Rímini cuando vino el Papa. La participación fue masiva, dentro y, sobre todo, fuera del salón principal, con la gente apretada por todas partes. Enzo quería estar con el pueblo. Yo estaba con los dirigentes; me acuerdo de él haciendo cola para comer mientras yo estaba en el restaurante de los VIP (bueno, ¡es un decir!). Me decía discretamente: "Yo estoy con la base". Era una persona que cautivaba, donde iba "arrastraba" a miles de chicos, signo de que lo que decía no sólo entusiasmaba sino que era convincente.
Hablábamos de todo. Prácticamente nos hemos visto todas las semanas durante veinte años en Milán o en Bolonia. Era un anfitrión fantástico: le gustaba comer bien y no me dejaba pagar nunca. Un día sí y otro no me llamaba por teléfono, muchas veces después de medianoche, y me preguntaba: "¿Cómo estás?". Yo no sabía qué decirle en ese momento porque pensaba que todo iba como la noche anterior, pero después hablábamos: había y hay siempre algo que marcha o que no marcha. Lo que siempre me impresionó de Enzo fue su deseo de confrontarse. Tenía unas dotes personales magníficas, sin embargo deseaba ser corregido. Esto es un signo de pertenencia, de servicio a Otro. Discutíamos de todo, a veces ásperamente, pero teníamos la certeza de la paternidad de don Giussani, por lo que estaba claro, muy claro, que el último juicio no era nuestro. No se puede entender a Piccinini y su vida, sin su relación personal, intensa, con Giussani. Esto lo entendieron los universitarios que oyeron su testimonio en los últimos Ejercicios (publicado en el Cuaderno anexo a este número de Huellas; ndr). "Arrastraba" y este verbo era una de sus expresiones favoritas en el sentido de que las cargas de la vida eran muchas, pero él siempre era el primero en asumirlas, sin vivir a costa de nadie.
Era un amigo y ¡Dios sabe cuánto! Teníamos más o menos la misma edad; nuestros hijos, a los que les daba cierta vergüenza hacer de líderes, estudiando en la universidad. Precisamente por esto, por edad y por historia común, sin otras pretensiones, nos sentíamos padres de los chicos de la universidad... No podía ser un juego. Hablábamos de la familia, del trabajo, del movimiento que no estaba fuera, sino dentro. El problema no era hacer, sino ser. Muchas personas lloraban en el funeral y no eran "de los nuestros". Enzo "era un encuentro" para todos: pacientes, profesores, gente corriente, americanos, franceses, ingleses y quién sabe cuántos otros. Una entrega total, como ha dicho don Giussani, no sólo y no tanto como compromiso, sino como mentalidad e inteligencia. De vez en cuando quedábamos solos para comer o cenar y nos confrontábamos sobre la vida, no en términos definitivos (¡Habría sido un error! Estaba claro el sentido de la autoridad, quién era el punto de comparación), sino para aclarar cosas. La última vez nos vimos en Piacenza. Fuimos a un restaurante donde la dueña era una gran fan de Enzo, comimos dos primeros típicos y bebimos grappa, hablamos de "nosotros", sin dejar nada fuera; después nos fuimos, cada uno por el camino asignado. Después nos volvimos a ver con más gente, siempre para discutir y tratar de comprender. Ahora Enzo ha ido hacia delante, muy por delante, como solía hacer... Y yo sigo corriendo, esperando.