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Huellas N.5, Mayo 1999

FRATERNIDAD

Pertenecer a un padre

Fernando de Haro

Siempre hay unas coordenadas. La antena instalada en la agrupación escolar de San Fernando, con cuarenta y ocho grados e inclinación Oeste, recibe del satélite Panamsat la señal que llega de Rímini. Los ejercicios de la Fraternidad para la comunidad española pueden comenzar


Es viernes 23 de abril y ya han pasado las nueve de la noche. Rostros de cansancio por una semana intensa o por un largo viaje. El amplio y espacioso hall de un gran colegio, fundado a finales de los años 60 sirve para reunir a 700 madrileños y a 100 más llegados de diecisiete provincias. El número de los que hace no muchos años ocupaban cinco filas de un avión, con el que viajaban hasta Italia para seguir en vivo los ejercicios, ha crecido.

Un pueblo en silencio
Y hemos crecido cada uno con las necesidades y las alegrías de los otros, y con las ochocientas formas diferentes en las que la misma certeza sencilla se ha desplegado. Poca efusividad hueca y muchos saludos, o incluso simples miradas, con la estima por los amigos que engrandecen lo que la mezquindad hace pequeño. El hall será durante dos días y medio un hervidero. El Happening universitario está cerca y el trabajo que hay por delante grande, la ocasión buena para concretar iniciativas en proyecto o para saber de los que están lejos. Pero ahora llega el silencio. Este pueblo en silencio - el padre que después de años dijo sí y quiso aprender de sus hijos, el recién incorporado al trabajo con la firme resolución de la fidelidad, el “clásico” del movimiento al que el tiempo no le ha borrado la sencillez de la frente, el que estrena compañeros sin saber que son para siempre - , este pueblo en silencio, o lo que es lo mismo, este pueblo pidiendo con gestos sin palabras, convierte al Misterio en algo físico. «Aquel que está entre nosotros...».

Una Fraternidad
Comienza el trabajo. Don Pino presenta la gran cuestión, la pertenencia. El recuerdo del juicio del Papa sobre la guerra en Yugoslavia resuena especialmente en nuestro país donde el Gobierno y la élite cultural han secundado sin fisuras la posición de la OTAN. Julián Carrón recuerda que no es necesario censurar nada, ni siquiera aquello que no nos atrevemos a confesarnos a nosotros mismos. Después de un breve descanso, la mañana comienza con frescura. Por suerte la guardería está lista. Con la cabeza algo más despejada que el día anterior, hay ocasión para darse cuenta del trabajo de la secretaría, de la gente de orden y del coro y agradecerlo. Otra vez el silencio al que los laudes dan forma y palabra. Las imágenes que llegan a través de la pantalla, por una vez, no nos separan de la realidad. Los planos generales nos muestran el recinto ferial de Rímini repleto. La unidad de conciencia provocada por lo que está sucediendo rompe la ficción y ambigüedad que acompaña siempre a las retransmisiones.

Ante un padre
Don Giussani comienza a hablar. «No intentéis comprenderlo todo, escuchad», había dicho don Pino. No es posible abarcar lo que se nos dice. Las lecciones son densas. Pero algo queda meridianamente claro: el atractivo de un hombre para el que cada gesto, cada movimiento de la conciencia, es de Otro. El modo que tiene de entenderse así mismo - «es como si el Misterio hubiera dicho: “Quiero ser reconocido por la nada”» - cambia en ese instante la percepción de tu propia mano que toma apuntes. Después vuelve el silencio y el esfuerzo de un pueblo que quiere comprender, que trabaja para ensimismarse con un carisma aunque no le resulte fácil lo que oye. Prades, de todos modos, con sus síntesis germánicas de las lecciones enciende algunos faros. Y José Miguel García, en su homilía, explica con humor lo que está pasando: la perplejidad es la misma que provoca un deslumbramiento a quien sale de una cueva. El trabajo por grupos de la tarde vuelve a poner de manifiesto el camino hecho durante los últimos años. Menos abstractos, más humildes, más confiados, más deseosos de entender.

La fecundidad
El ambiente del domingo por la mañana es festivo. El hall, antes del silencio, hierve aún más, si es posible, que en los días anteriores. Don Gius responde a las preguntas seleccionadas con una viveza que acrecienta el deseo. Se despide recordándonos el pasaje en el que Jesús se encuentra con la mujer que lleva a su hijo a enterrar. «Mujer, no llores...». Nos desea un corazón capaz de conmoverse así y nos pide paternidad. Paternidad es la suya estos dos días. «Mujer, no llores»... porque eres mío. Llegan los avisos. El primero la misión y luego tres hojas más de instrumentos culturales y de caridad que ha fraguado en obras. Cada una de estas líneas, fechas, lugares y nombres de estas tres hojas ha sido posible porque alguno ha comprendido que la pertenencia genera libertad.