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Huellas N.5, Mayo 1999

GUERRA

La guerra vista desde EEUU

Rodolfo Casadei

¿Qué errores de valoración han empujado a EEUU a atacar a la Federación Yugoslava? ¿Y cuáles podrían ser las consecuencias de una resolución que consideran irracional no sólo el Papa, sino muchas personas en todo el mundo?


«Es intolerable pensar en una América tan potente que se considere la responsable de los grandes acontecimientos históricos en todos los lugares del globo, más allá de sus posibilidades de conocimiento y de capacidad operativa. Para una nación potente no hay nada más peligroso que la tentación de ocultar los límites del propio poder. Sería nuestra ruina el considerarnos los señores de la historia contemporánea». Las palabras de Reinhold Niebuhr sobre los “límites del poder americano”, escritas hace casi medio siglo por el máximo teólogo protestante estadounidense, suenan dramáticamente actuales en estos días de fin de milenio que coinciden con una iniciativa militar de la OTAN sin precedentes bajo el liderazgo americano en los Balcanes. En Corea (cuando escribía Niebuhr), en el Golfo y en Somalia, EEUU intervino bajo el mandato de la OTAN; en Vietnam y en Bosnia, a petición de los gobiernos locales, muy frágiles; a veces han violado la soberanía de algunos países (Libia, Granada, Panamá, Irak, Afganistán, Sudán), pero siempre con objetivos limitados o para represalias puntuales. La campaña aérea contra la República Federal Yugoslava en la que EEUU ha implicado a la OTAN representa un hecho absolutamente inédito por varios motivos: constituye una injerencia, sin autorización de la ONU, en los asuntos internos de un Estado; convierte a la OTAN, alianza militar regional de naturaleza defensiva, en un instrumento de peace inforcement (imposición de la paz) en un área geográfica que no es la suya; representa objetivamente una acción de respaldo de una guerrilla separatista. Nunca Estados Unidos había sido tan osado: nunca se había movido con tan poca cobertura formal, nunca había adulterado de manera tan manifiesta la naturaleza de la OTAN, nunca había dado un apoyo tan abierto y contundente a una lucha armada secesionista.

Consenso nada unánime
Las reacciones europeas a la intervención de la OTAN en Serbia y Kosovo son bien conocidas. Una parte de la clase política y de la opinión pública ha abrazado la justificación político-humanitaria de la operación, es decir, “impedir” el genocidio o la limpieza étnica contra los kosovares de origen albanés y pacificar los Balcanes derrocando al presidente Milosevic. Otra parte, extremadamente heterogénea desde el punto de vista político, cultural y religioso, ha denunciado la mala conciencia de una intervención militar que está obteniendo los efectos contrarios de los que se pretendían (centenares de miles de kosovares están siendo expulsados y casi seguramente masacrados; los Balcanes están al borde de una explosión general) y acusan a Estados Unidos de perseguir furtivamente un objetivo secreto: debilitar y dividir a Europa para reafirmar su hegemonía mundial.
Lo que muchos europeos ignoran (y los pocos que lo saben no hacen nada para ponerlo de manifiesto) es que la intervención de la OTAN en Kosovo no goza en absoluto de consenso unánime en EEUU, donde la aparentemente granítica unidad de opinión pública y mundo político en torno a las decisiones del presidente Clinton es sólo producto de un reflejo patriótico similar al que ha llevado a los serbios a cerrar filas en torno a Milosevic, a pesar del desprecio que muchos de ellos alimentan hacia él. Quienes han planteado dudas y han expresado críticas no son sólo aislacionistas de la extrema derecha republicana, como Pat Buchanan, o intelectuales de extrema izquierda, como Noam Chomsky. Desde el Senado hasta el New York Times o el Washington Post, desde Henry Kissinger a Edward Luttwac, es el corazón mismo del establishment USA por boca de sus integrantes más insospechados el que ha expresado su rechazo por el modo en que se ha decidido la guerra y su grave preocupación por las imponderables perspectivas que se abren. Hay que recordar que el respaldo total del Congreso a la política de Clinton sólo llegó tras el inicio de los bombardeos. En efecto, el Senado votó a favor de la intervención prevista en la tarde del 23 de marzo por sólo 58 votos favorables contra 41 contrarios. Al día siguiente, en cambio, una vez comenzada la acción, la Cámara votó casi con unanimidad (424 contra 1).

Resultados opuestos
Las objeciones no nacen solamente de la obvia constatación de que la acción militar hasta el momento ha producido resultados opuestos a los que se habían alegado. Estrategas y diplomáticos, que nunca han creído en la primacía de los motivos humanitarios e idealistas para la guerra, son críticos y están preocupados por razones eminentemente políticas y estratégicas. El compendio más completo de estos argumentos lo ha expuesto Henry Kissinger en Newsweek: «La administración, utilizando símbolos de gran resonancia entre la opinión pública, ha propuesto tres tipos de argumentación. La más convincente es que el calvario de Kosovo es tan intolerable para nuestra sensibilidad moral que, para ponerle término, tendremos que usar la fuerza, incluso faltando la consideración tradicional del interés nacional. Pero puesto que esto deja sin respuesta la pregunta de por qué no intervenimos en África oriental, en Sri Lanka, en Kurdistán, en Cachemira y en Afganistán - por citar solamente algunos lugares en los que el número de víctimas ha sido infinitamente superior al de Kosovo -, el presidente ha evocado analogías históricas o amenazas actuales que nos dejan enormemente perplejos: Slobodan Milosevic no es Hitler, sino un criminal serbio. Ni Milosevic ni ningún otro líder balcánico tienen capacidad de amenazar el equilibrio internacional, como el presidente insistentemente sostiene. Comprendo los motivos humanitarios para la intervención, pero esto no exime a las democracias de la obligación de proponer una solución aceptable. El acuerdo de Rambouillet no satisface estas exigencias. Dirigir las negociaciones basándose en acuerdos redactados exclusivamente en las cancillerías extranjeras y tratar de imponerlos con la amenaza de bombardeos sólo ha exacerbado la crisis en Kosovo. (...) Dado que la guerra continúa, la administración debe redefinir sus objetivos. La OTAN no puede sobrevivir si ahora abandona la campaña sin haber logrado su objetivo”.

Una guerra nacida como “test”
Entre las muchas razones de perplejidad, lo que hace que Kissinger y, por ejemplo, los analistas del autorizadísimo Centro de Estudios Estratégicos e Internacionales de Washington sean más contrarios es precisamente el riesgo de disolución de la OTAN. La paradoja estratégica de la intervención militar en Serbia es justamente ésta: una guerra nacida, según el embajador Sergio Romano, como “test” de la “validez del proyecto americano de transformar una alianza defensiva en una organización para la seguridad colectiva” y como instrumento que permite a Estados Unidos “preservar la OTAN de modo que garantice su presencia en Europa y garantice que Europa no tendrá nunca una política militar propia”, está poniendo en peligro la misma existencia de la OTAN y el liderazgo americano sobre Europa. Por esto el presidente Clinton y la Secretaria de Estado Albright se ven sometidos a un creciente aluvión de críticas: su miscalculation (creer que Milosevic cedería con las primeras bombas, creer que se pueden ganar las guerras sin perder un solo hombre en operaciones terrestres) corre el riesgo de dañar a Estados Unidos más de lo imaginable.
La pregunta sobre cómo ha sido esto posible surge naturalmente. La respuesta más perspicaz hasta el momento la ha dado un observador italiano, el editorialista de La Stampa Pierluigi Battista: «Existe una razón antropológico-cultural de los gobernantes del mundo actuales, desde Clinton y Tony Blair, hasta los líderes socialistas, todos crecidos en el clima cultural del 68, por la que los comportamientos políticos deben parecer inspirados por motivos de bondad, moverse siempre en defensa de derechos vulnerados. Convencidos de que hacen el bien, están weberianamente lejanos de la ética de la responsabilidad y no ven los devastadores efectos de su elección: 60.000 refugiados antes de los bombardeos, un millón después. El idealismo (...) no se resigna al fin de las ideologías y quiere sustituirlas con la universalización de la ética, con los valores absolutos. La ética de los principios absolutos marca el fin del realismo, excluye cualquier cálculo racional entre costes y beneficios. No es que la política deba separarse de la moral, pero la coincidencia entre ética y política es peligrosa, porque puede producir un virus mundial que fomente la delirante idea de liberar al mundo del mal. Lo que no sólo no es culturalmente aceptable, sino políticamente desestabilizante. La última microetnia que se sintiese oprimida podría apelar a la OTAN y embarcarla en un conflicto infinito».
El peligro que se cierne es precisamente el que define Battista: no tanto una conspiración, todavía por demostrar, de América contra Europa, cuanto una mezcla fatal de presunción imperial (la denunciada ya en 1952 por Niebuhr) e idealpolitik sesentayochesca que sustituye lo real por lo virtual. Esta mezcla cultural, eminentemente antirrealista y por tanto irracional, no es capaz de examinar la realidad en su conjunto, sino que absolutiza un aspecto y toma sus iniciativas basándose en el prejuicio correspondiente. Las consecuencias corren el riesgo de ser catastróficas, para América y para Europa.