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Huellas N.4, Abril 1999

FRATERNIDAD

En la playa de la historia

San Carlos Massimo Camisasca

El reconocimiento pontificio de la Fraternidad Sacerdotal de San Carlos Borromeo confirma la aprobación de la autenticidad eclesial del carisma de Comunión y Liberación. A continuación, una reflexión del Superior general


Cada nuevo fruto que da el jardín de Dios que es la historia de la Iglesia nace por una gratuidad absoluta. Sería un error pretender medir su realidad únicamente a partir de las razones de que hoy disponemos. En efecto, las razones profundas por las que Dios quiere una nueva comunidad se manifestarán sólo en la historia futura, al igual que sucede en la vida de todo hombre. Por otro lado es ciertamente razonable procurar responder a la pregunta: ¿por qué una nueva comunidad? ¿Qué tiene que decir? ¿Qué aporta al gran concierto de la Iglesia? Descubrimos entonces que todo nuevo nacimiento representa, según las proporciones que Él decide, una respuesta de Cristo mismo a las particulares condiciones históricas que la humanidad atraviesa.
Nadie puede negar que hoy más que nunca es necesario descubrir la fe como acontecimiento que atañe a la vida del hombre. Si el pueblo cristiano ha impregnado ciertos siglos de fe viva - hasta marcar el curso de la historia - y ha cruzado otros presa del olvido dándola por descontado, hoy vivimos un tiempo en el que este pueblo se enfrenta con dos alternativas. La primera es la de un fundamentalismo que pretende afirmar la fe negando la razón y que acaba por destruir la posibilidad misma de concebir al hombre y a Dios. La posibilidad de concebir al hombre porque éste es sed y ansia de respuesta a la pregunta racional acerca del sentido de la vida y de la realidad; y la posibilidad de concebir a Dios, porque el hombre siente una repulsión original hacia un Dios que se levante sobre las cenizas de las preguntas propias de su razón. En los últimos Ejercicios de la Fraternidad, don Giussani ha profundizado agudamente en ello: «La fe es racional, en cuanto florece en el límite extremo de la dinámica racional como una flor de gracia a la que el hombre se adhiere con su libertad» (Luigi Giussani, El milagro del cambio, Ejercicios de la Fraternidad de Comunión y Liberación, Suplemento de la Revista Huellas-Litterae Communionis (N 8-98), Cuaderno 1, 1998).

La pretensión del poder
El otro ataque radical dirigido contra la vida del pueblo cristiano es la pretensión universal del poder, de un imperio que no aparenta tener ni capital ni responsables visibles y que, sin embargo, determina la vida de los hombres y de los individuos, “creando” las zonas del bienestar y del hambre, de la paz y de la guerra, de la vida y de la muerte. Esto se pone de manifiesto en la capacidad de penetración de los medios de comunicación, en la influencia que ejercen las redes informáticas y telemáticas que, cuando no se utilizan en función del bien del hombre, tienden a reducir sensiblemente el espacio mismo de la libertad. Quiero poner un ejemplo. Quien quiere vivir la misión hoy tiene que enfrentarse con gravísimas dificultades a la hora de anunciar a Cristo: casi de repente, en un pequeño espacio de veinte o treinta años, las mismas palabras utilizadas ayer, han perdido el significado que tenían, han dejado de indicar la experiencia que señalaban antes. Y esta es una señal de cómo el poder ha invadido las conciencias. En un reciente libro-entrevista, La sal de la tierra, el cardenal Ratzinger observa que crece el peligro de una dictadura de la opinión y que quien no se resigna se ve aislado y marginado. Por consiguiente, nos movemos en un contexto marcado por un deterioro del tejido popular que forma una ciudad, un país y que es propio también - de manera constitutiva - de la Iglesia.
Algunos observadores muy justamente apuntan a la actual crisis de las democracias. Se trata de una crisis radical, ya que la democracia nace de la responsabilidad de personas conscientes de ser la voz de un pueblo. Pero hoy se ha dado la vuelta a la pirámide: en el vértice encontramos oligarquías ocultas de ámbito mundial. Ratzinger concluye su análisis con las siguientes palabras: «Presumiblemente, una futura eventual dictadura anticristiana será mucho más sutil que las que hasta ahora hemos conocido. Aparentemente se mostrará abierta a las religiones, pero a condición de que no se toque su modelo de conducta y de pensamiento» (Joseph Ratzinger, La sal de la tierra, Palabra, Madrid 1997).

Provocación para el hombre
He querido anteponer esta representación - si bien esquemática y sumaria - del telón de fondo de nuestro tiempo a la descripción del rostro y de las preocupaciones fundamentales de la Fraternidad de San Carlos porque estoy convencido de que la respuesta a la pregunta planteada - ¿qué podemos aportar a la historia del pueblo de Dios? ¿Por qué ha querido el Espíritu Santo esta Fraternidad? - sólo puede nacer de la auténtica conciencia de la tarea histórica y puntual que Dios confía a su Iglesia. La única respuesta, la más profunda que me atrevo a dar, es ésta: la ha querido - como ha querido el movimiento del que nace, como ha querido tantas comunidades nuevas que forman el atractivo rostro de la Iglesia - para que el pueblo cristiano siga siendo una provocación para el hombre en las condiciones culturales y sociales actuales.
Creo que la Iglesia debe tomar conciencia de que puede sobrevenir una época de martirio, de exclusión o, al menos, de reducción. He aquí por qué el Espíritu dona a su Iglesia los movimientos en este momento histórico. Lo recordó el Papa en la plaza de San Pedro en mayo pasado, ante todos los movimientos que se habían reunido para escucharlo: «Ellos [los movimientos] son, vosotros sois, la respuesta providencial» (Juan Pablo II, 30 de mayo de 1998).
Confortado por estas palabras, que a todos nos han conmovido, veo el don de nuestra comunidad como un pequeño grano de arena en la playa de la historia, en la inmensa descendencia que Dios prometió a Abrahán. l

Un ambiente de gracia para la salvación del mundo
Algunos pasajes de la homilía del cardenal Angelo Sodano en la Santa Misa celebrada por la Fraternidad Sacerdotal de los Misioneros de San Carlos Borromeo. Roma, 20 de marzo de 1999

En esta solemne circunstancia mi deseo es que la Fraternidad sacerdotal sea siempre un ambiente de gracia, como lo era la casa de Marta y María, santificada por la presencia de Cristo, testimonio de un inmenso amor al Señor, como el de María que cubre de perfume los pies de Jesús, enjugándolos con sus cabellos. Un amor total y generoso, que suscitó las iras de algunos discípulos demasiado calculadores (Mt 26,8). Que este amor ardiente a Cristo sea siempre el secreto de vuestra vida. En realidad, a todos nosotros se dirige la apremiante llamada de Cristo a sus discípulos en la Última Cena: «Permaneced en mi amor», «Manete in dilectione mea» (Jn 15,9). Este amor personal y profundo a Cristo fue el secreto de la vida de los santos y la fuerza misteriosa que ha sostenido a los mártires. Sea también así hoy para todos nosotros que recordamos el acontecimiento del apóstol Pablo: «Ya podría yo hablar las lenguas de los hombres y de los ángeles; si no tengo amor, no soy más que un metal que resuena o unos platillos que aturden» (1Cor 13,1). También hoy, en las luchas de la vida un profundo amor a Cristo centuplicará nuestras fuerzas para ser fieles a nuestra vocación, porque el amor, como leemos en el Cantar de los Cantares, es fuerte como la muerte, «fortis est ut mors dilectio» (Cant 8,6).

Una nueva institución
Queridos amigos, no sólo os habéis comprometido a seguir a Cristo personalmente, sino que habéis querido entrar en una sociedad de vida apostólica y, por tanto, en una de las maravillosas expresiones de la vitalidad misionera de la Iglesia de Cristo, siempre vivificada por su Santo Espíritu. Es una obra que brota del tronco fecundo del árbol suscitado en la santa Iglesia de Dios por el querido y venerado monseñor Giussani, al que se dirige en este momento nuestro saludo fraterno y nuestra profunda gratitud. A diferencia de quien entra a formar parte de una Orden monástica o de una Congregación religiosa, vosotros estáis insertos en la veta característica de los Institutos, que ven en el apostolado el sostén de nuestra vida (C.J.C., Cánones 731-746), mientras que las Congregaciones religiosas tienen como característica la vida en común o bien la profesión pública de los tres votos de castidad, pobreza y obediencia. El Anuario pontificio de 1999 nos habla de la existencia de 30 sociedades de vida apostólica reconocidas por la Santa Sede y, por tanto, de derecho pontificio. Van desde los Oratorianos de San Felipe Neri a los Lazaristas de San Vicente de Paúl, de los Sulpicianistas a los Palotinos, de la Sociedad de los Padres Blancos a la de Maryknoll, hasta llegar al Sodalicio de vida cristiana aparecido recientemente en Lima, Perú. A esta cadena apostólica se une ahora un eslabón precioso: el de vuestra Fraternidad. (...)
El apóstol Juan nos describe la Ciudad Santa de Dios en el último capítulo del Apocalipsis y nos la presenta como una fuente de vida para toda la humanidad, como indica el ángel del Señor. En el capítulo 22 del Apocalipsis leemos textualmente: «El ángel del Señor me mostró a mí, Juan, el río de agua viva, luciente como el cristal, que salía del trono de Dios y del Cordero. A mitad de la calle de la ciudad, a ambos lados del río, crecía un árbol de la vida; da doce cosechas, una cada mes del año, y las hojas del árbol sirven de medicina a las naciones» (Ap 22,1-2).
Deseo que vuestra Sociedad de vida apostólica, que ahora llega a su plena madurez, extraiga siempre del Señor y derrame después sobre el mundo este torrente de gracia. Tal es mi deseo: que vuestra Fraternidad sea el árbol de vida que el apóstol Juan vio alzarse sobre el corazón del mundo. ¡Que vuestro árbol dé doce cosechas al año, como la planta del Apocalipsis! ¡Que sus hojas sirvan de medicina a las naciones!
Como toda realidad eclesial, vuestra Fraternidad contribuirá así a la salvación del mundo.

El Decreto de reconocimiento pontificio
La Fraternidad Sacerdotal de los Misioneros de San Carlos Borromeo, fundada por el reverendo monseñor Massimo Camisasca, con Casa General en la diócesis de Roma, fue declarada Sociedad de vida apostólica de derecho diocesano el 19 de marzo de 1989. La Fraternidad tiene como fin la evangelización y la educación de la fe a través del ejercicio del ministerio sacerdotal, sobre todo en aquellos ambientes y en aquellos países en los que se manifestaba de modo más evidente la descristianización de la sociedad y la necesidad para la Iglesia de una nueva evangelización y de una nueva implantatio Ecclesiae.
Al estar la Fraternidad muy desarrollada y presente en varias diócesis, S. E. el cardenal Camillo Ruini, vicario general de Su Santidad para la diócesis de Roma, apoyado en las cartas de recomendación de los restantes obispos diocesanos interesados, ha solicitado que la Fraternidad Sacerdotal de los Misioneros de San Carlos Borromeo sea reconocida como Sociedad de vida apostólica de derecho pontificio.
Su Santidad el Papa Juan Pablo II, previo parecer favorable de la Congregación para los Institutos de vida consagrada y las Sociedades de vida apostólica, se ha dignado dar su consentimiento a la mencionada súplica.
Así pues, la propia Congregación, con el presente Decreto, declara a la «Fraternidad Sacerdotal de los misioneros de San Carlos Borromeo» Sociedad de vida apostólica de derecho pontificio y establece que sea reconocida como tal por todos.

Vaticano, 19 de marzo de 1999
Cardenal Eduardo Martínez Somalo, Prefecto
Piergiorgio Silvano Nesti, C.P., Secretario