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Huellas N.3, Marzo 1999

ESCENARIOS

Nuestro hermano Truman

Emma Neri

El sueño de eliminar el “gen” del pecado original de la sociedad en el programa de la World Future Society. La tecnología más avanzada al servicio de la creación del tipo humano no criminal. No es sólo ciencia-ficción


Una mala noticia y una buena para los malvados de todo el mundo (es decir, nosotros). Comenzamos por la mala: llega desde América un sólido y radical ataque a la violencia y al mal tout court, llevado a cabo con las armas de las tecnologías más avanzadas y de la ingeniería genética. Lo anuncia con evidente satisfacción, desde las autorizadas columnas virtuales de la página web de la Rai “Mediamente” y de “Repubblica.it”, Gene Stephens, científico, criminólogo y escritor, miembro de la World Future Society y simpatizante de la Police Futurist International, que reúne a estudiosos y oficiales de policía de todo el mundo. «Las modernas tecnologías anticrimen presentes hoy en el mercado o en vías de desarrollo - dice Stephens - harán posible un control capilar cada vez más exacto de la criminalidad y de la violencia. A través de la ingeniería genética podremos llegar, con la manipulación de los genes, a crear el tipo humano no criminal y a tener una sociedad enteramente libre de la violencia».

El mundo nuevo
Son muchos los métodos que están estudiando los mejores para eliminar a los peores. Un pequeño programa de exterminio que, en comparación, hacen parecer benévolos los escenarios futuristas de películas como Blade Runner y similares. Tomemos como ejemplo los inhibidores: ya existe el del alcohol, y se comercializará dentro de poco. Si se usa antes de beber, será imposible emborracharse; si se toma después, anula inmediatamente los efectos de la bebida. El sistema se puede utilizar para la cocaína, la heroína y cualquier otra droga. El programa enunciado por el profesor permite entrever malos tiempos incluso para un sábado de copas con los amigos: «Se trata de instrumentos - anuncia Stephens - que obligarán al individuo a la sobriedad».
La sobriedad forzada no es, no obstante, el peor de los desastres anunciados. Por ejemplo, hay nuevos sistemas de vigilancia, por ahora experimentados sólo en el cine de nuestro hermano Truman, quien asegura no haberse divertido del todo. Van desde el global positioning system, basado en satélites que permiten seguir cualquier posible desplazamiento del sujeto bajo control, hasta los computer ubiqui, en los que microordenadores situados en las ropas, en los objetos de la casa, del automóvil y de la oficina, ofrecen «la documentación completa de la vida de una persona, desde que se levanta por la mañana hasta que se acuesta e, incluso, mientras duerme, para escuchar sus eventuales palabras durante el sueño». Un control análogo se podrá llevar a cabo a través del ADN, que se está difundiendo en los Estados Unidos como un instrumento de identificación a modo de código de barras y - asevera Stephens - será omnipresente dentro de los próximos cinco o diez años. «Es un instrumento - declara - ampliamente contemplado en el área de la tutela de la ley».

Haz lo que debas
El hecho es que la investigación - explica Stephens - se basa en la convicción bastante difundida de que «los criminales son sólo personas despreciables. Y estos dispositivos de control se han desarrollado para desembarazarnos de estas personas despreciables, esto es, del único obstáculo para la creación de un mundo maravilloso». Veamos, pues, el mundo maravilloso que nos espera. Dado que «la mayor parte de los criminales, al menos los violentos, lo son en el período de tiempo que va entre los 15 y los 45 años», se está estudiando la posibilidad de «obligar a una persona a envejecer artificialmente..., porque en ese momento no constituiría ya un problema social». Además de envejecerlos, a los criminales se les podrá congelar o recluir en prisiones espaciales, ubicadas en asteroides, o submarinas, donde podrían cultivar algas. Pero tal vez no sean necesarios sistemas tan vulgares. Quizá el hecho de vivir en la época de la inteligencia artificial quiera decir algo. La vigilancia electrónica, por ejemplo, ya se utiliza de manera parcial en los Estados Unidos para controlar, a través de monitores, a quienes están en libertad condicional acogidos a programas de rehabilitación. De momento - recuerda Stephens - se emplean pulseras en muñecas o tobillos, pero en el futuro podremos instalarlas bajo la forma de implantes orgánicos, del mismo modo que es posible implantar sistemas de control de natalidad. «Se ha llevado a cabo una experiencia de este género con una mujer que había abandonado a su hijo recién nacido en un cubo de basura, porque no podía mantenerlo. No se consideró útil encarcelar a la madre y, al mismo tiempo, era necesario evitar que tuviera un nuevo embarazo. La mujer aceptó un implante anticonceptivo durante cinco años, lo que le ha permitido evitar la prisión y vivir bajo vigilancia en la comunidad».
Aún más eficaz en el control de personas inscritas en programas de rehabilitación es la implantación de sistemas de electroshock. «Si no siguieran el recorrido previsto, al trabajo o a la escuela y después derechos a casa - explica el profesor -, si se salieran de los espacios que se les han asignado, recibirían automáticamente un electroshock que les obligaría a regresar al territorio previsto». Igual que la microcarga inserta en el cuello de Jena Plissken en 1997. Fuga de Nueva York. Pero el profesor Stephens ha aprendido muy poco del cine, cuando afirma con la mayor seriedad: «Tenemos aquí una situación que salvaguarda la elección libre: no sufrirás el electroshock, si sigues las reglas». La lista es larga: comprende el condicionamiento subliminal que, «efectuado a través de un complejo sistema de luces, imágenes y sonidos, empuja a mucha gente a hacer lo que se quiere»; o su variante orgánica, que repite un mensaje en el nivel cerebral: «Haz lo que debes, haz lo que se te dice, obedece las leyes, sé un buen ciudadano». «Sin piedad humana» comentaría Jena (y nosotros con él). Stephens, en cambio, se pregunta: «Pero, ¿cuándo podremos utilizar esta tecnología? ¿Con el primer crimen violento?, ¿o con el segundo?, ¿o bien si un sujeto tiene propensión a la violencia?, ¿o simplemente resolver de una vez por todas la cuestión aplicándola a la población entera?».

Libres libres
Seremos libres por fin, libres para no pensar: una vez corregida la realidad, la telepatía se ocupará de la prevención, haciendo «ilegal el solo pensamiento de actividad criminal». Y libres para no pecar. La ingeniería genética asumirá la tarea de la cura definitiva y radical del mal: «Podemos clonar un gen, sustituirlo, alterarlo, cancelarlo, insertarlo, crear una persona con todas las características que queramos. Y entonces podremos identificar el “tipo humano no criminal”, crearlo y reproducirlo genéticamente».
Y ahora, por fin, la buena noticia: la intimidad se salvará. «Si lo quisiéramos realmente - declara el profesor-policía -, podríamos tener una sociedad completamente libre de la violencia». Pero hay un problema: «Estas tecnologías comportan serios riesgos. Considero que el problema principal es la pérdida de la intimidad. No podremos tener intimidad en un mundo en el que se pueda ver a través de las paredes, cuando se pueda tener un registro de todo lo que digas, en el que tienen la posibilidad de leerte la mente o de penetrar en tu implante cerebral computerizado: deberíamos renunciar a toda intimidad». Dado que no se puede controlar el mundo sin dañar la intimidad, se trata de «ver qué tienen los individuos en común, cuáles son sus problemas de relación y, después, resolverlos confiándose a los servicios sociales, a la policía y a los miembros mismos de la comunidad, presuponiendo que no son malvados».
Nuestros mejores deseos al profesor y a sus amigos de la World Future Society (30.000 socios en 80 países del mundo), que se apasionan con las ilusiones de la Nueva Era, y un consejo final para los malos. A la espera de la inminente clonación, que sustituirá el «gen» del pecado original por los buenos oficios de las asistentes sociales, releamos la normativa sobre la intimidad. Ya no se sabe.