Historia de Mark Danner, funcionario estadounidense que, gracias a la relación con sus amigos, fue descubriendo una nueva manera de abordar su trabajo
Los últimos meses de 2002 y los primeros de 2003 fueron, por diversos motivos, una época terrible en Washington, llena de tensiones y luchas soterradas cuyas motivaciones sólo ahora, años más tarde, se empiezan a vislumbrar. Todo el aparato del gobierno norteamericano estaba implicado en la recogida de información y en los preparativos necesarios para afrontar la guerra de Iraq que se perfilaba en el horizonte. En aquellos meses se produjeron enfrentamientos memorables al más alto nivel entre la Casa Blanca, el Pentágono, el Departamento de Estado y la CIA. La lógica de la diplomacia chocaba a diario con la de las armas, con el telón de fondo de un EEUU inquieta y que, tras la experiencia del 11 de Septiembre de 2001, estaba dispuesto a todo con tal de acabar con el terrorismo a escala planetaria.
El estado de ánimo en la cúspide de la administración Bush repercutía inevitablemente en los niveles inferiores, en los despachos donde se decide cada día la política exterior o la seguridad interna de EEUU. La tensión cotidiana era palpable. Una realidad que afectaba también en aquellos meses a Mark Danner, funcionario que tenía entre manos un proyecto delicado, al frente de un equipo en el Departamento de Estado.
Una posición difícil
El trabajo le había llevado primero a discrepar y más tarde a enfrentarse abiertamente a otro equipo del gobierno. Como resultado de ello Mark se encontraba en una posición cada vez más compromentida, en un sector clave de la administración y con los nervios de todos a flor de piel. «Al principio quise afrontar el problema solo –dice– sin comentar nada con mis amigos de CL. Había entrado en el juego de todos los demás, consideraba a los otros, el equipo que estaba al otro lado de la barricada, como el enemigo absoluto, al que había que neutralizar». Mirando a su propio pasado y reflexionando sobre las diferentes opciones que se pueden tomar en la vida, por aquel entonces Mark se dio cuenta de que tanto en el trabajo como cuando tuvo que tomar decisiones más importantes, que afectaban a su familia, el instinto de decidir solo, sin llegar verdaderamente a confrontarlo con nadie, había prevalecido muchas veces.
En el caso de Danner, no se trataba exactamente de una falta de estima hacia CL. Es más, el encuentro había cambiado profundamente su vida.
Criado en una familia marcada por la figura del padre, profesor de estudios islámicos que había acabado en la órbita devastadora de una organización del islam más fanático, Mark pasó su juventud buscando cómo orientarse entre la multiplicidad de culturas y religiones que le rodeaban. Fiel al cristianismo de su madre, pero atraído por el mundo árabe, en particular por la realidad atormentada del Líbano de los años ochenta, acabó por dirigir sus estudios hacia Oriente Medio, pasando incluso largas temporadas entre Israel y Egipto.
Su preparación académica y el conocimiento profundo de la realidad árabe le convirtieron en un candidato ideal para la diplomacia norteamericana y Mark ingresó en el Departamento de Estado, primero en el extranjero y más tarde en Washington.
Ayudarse a juzgar
Entretanto se produjo el encuentro con CL que supuso un nuevo inicio para él. Mark fue descubriendo una manera de abordar la realidad capaz de juzgar, por ejemplo, ideologías como la del partido Baaz o la de los Hermanos Musulmanes.
Pero era necesario dar un paso más. «Me di cuenta –afirma Mark– de que todas las decisiones que tenían que ver con mi profesión, incluyendo la de dejar el servicio diplomático en el extranjero y volver a EEUU, las había tomado solo, sin hablarlo con ninguno de mis amigos. La objeción era: “¿Cómo van a entender lo que hago, los entresijos políticos de mi trabajo?”»
Ante la situación cada vez más difícil de finales del 2002, Mark decidió arriesgar hasta el fondo. Un día les dijo a algunos amigos –gente cuyo trabajo estaba a años luz de del gobierno, pero que compartía con él el camino de fe–: «¡Estoy en un apuro!».
«Cuando por fin me decidí a hablar con aquellos que me habían cambiado la vida –recuerda hoy Mark– comprendí que las cosas no son siempre blancas o negras, como me lo parecían a mí en aquella época de enfrentamiento abierto. Es posible abrirse, escuchar las demás opiniones, tener una amistad y afrontar las cosas juntos. Fui capaz de perdonar y fui perdonado».
De allí nació un sorprendente caso de colaboración entre equipos rivales en el seno del gobierno estadounidense, que trajo la bonanza y sorprendió a todos, también por la creatividad que surgió en el plano profesional. Una semilla de esperanza plantada allí donde el poder parece decidido a acallar una mirada humana hacia el trabajo cotidiano.