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Huellas N.1, Enero 2006

SOCIEDAD Tiempo de educar

Apuntes de método. Introducir en la realidad dando clase

Luigi Giussani

Proponemos las notas de una conversación entre don Giussani y un grupo de profesores que tuvo lugar el 27 de enero de 1987, tomadas por uno de los presentes. Un ejemplo de riesgo educativo en acto. Indicaciones de método para profesores, aunque no sólo

El objetivo de este encuentro es empezar a contestar a la pregunta: ¿cómo procuramos que los chicos aprendan mediante nuestra disciplina, en lugar de contentarnos tan sólo con que piensen de una determinada manera?

Pensar y conocer
A menudo los términos “pensar” y “conocer” se consideran sinónimos. Pero es preciso distinguirlos. En efecto, el pensamiento puede prescindir de la realidad y constituirse en ideología.
El conocimiento, en cambio, coincide con la experiencia total del objeto. Sólo el conocimiento puede producir cultura, puesto que la cultura se constituye a partir de la relación que el hombre establece con la realidad que le rodea. Precisamente en este sentido Juan Pablo II afirma que la cultura se convierte en educación, es decir, en una introducción a la realidad.
Esta concepción de la cultura ofrece una solución para el debatido problema de la autonomía de la cultura. La cultura es autónoma en cuanto que prescinde de la ideología, o sea, del pensamiento desvinculado de la realidad, y no en cuanto que prescinde de la verdad, o sea, de la realidad, de la totalidad de la realidad.
La cultura no consiste en el análisis del detalle, sino en reflexionar sobre el detalle a la luz de la totalidad. La cultura entonces, a bien ver, es expresión del sentido religioso, es el sentido religioso en acción, y la educación supone el reconocimiento por parte del joven de su propio sentido religioso.

La didáctica
La educación –en el sentido de ayudar a conocer– implica en el plano didáctico dos factores relativos al contenido que se quiere dar a conocer:

1. seriedad en el empleo de la razón y, por lo tanto, uso escrupuloso de los métodos adecuados a la realidad que se quiere conocer, tal como enseñó ya Aristóteles: el método, en efecto, es la plantilla interpretativa que me permite relacionarme de manera adecuada con la realidad, con cada realidad particular;

2. tensión constante hacia la totalidad, tensión por reconducir el detalle a la totalidad, a leer el detalle a la luz de la totalidad.

Una relación auténtica
Pero esto no basta. La instrucción se torna educación si se traduce en una relación auténtica. Tenemos que preguntarnos: “en mi materia, ¿cómo ayudo a mis alumnos a conocer y a experimentar lo que digo, es decir, en qué medida incrementa lo que enseño la conciencia que los estudiantes tienen de sí mismos?”

Se impone un empeño firme en tres direcciones:

1. hacer entender bien lo que digo, asumiendo como punto de partida el mundo, las categorías del alumno;

2. mostrar la conexión entre lo que afirmo y la totalidad;

3. mostrar concretamente qué tiene que ver lo que digo con ellos, con su experiencia personal. Este último punto es esencial, ya que la cultura es un modo de vivir, no un modo de pensar.

La unidad entre los profesores
Una enseñanza tan intensa ciertamente no puede ser impartida por un conjunto de profesores que no se coordinan entre sí. La cuestión decisiva es la unidad entre los profesores. Nos cuesta llegar a esta unidad; se queda siempre en una buena intención por esa deformación profesional que nos caracteriza que es el individualismo. Ahora bien, yo creo que la unidad nace de la posibilidad de comprobar una hipótesis común. Esta hipótesis, sin lesionar el principio de la libertad de enseñanza, tiene que ser también didáctica. El diálogo entre nosotros debe llegar a formular un juicio sobre la didáctica, la nuestra y la de nuestros colegas. Evidentemente, no por falta de respeto, sino justo por el crédito mutuo que debe sustentar la relación entre docentes.

En una escuela católica
En particular, por lo que concierne a una escuela católica, la fe común en Cristo favorece la confianza entre colegas, lo cual permite la recíproca comparación en el plano didáctico con la hipótesis compartida, o sea con la fe. Por otra parte, la fe bien puede ser el fundamento último de la unidad didáctica si, como el Papa ha subrayado en su reciente discurso a los científicos, «todas las ciencias se basan en la fe, en primer lugar porque el método de la fe está en la base de cualquier método de conocimiento».
El crédito mutuo se deriva, pues, de lo que nos une y nos ha puesto juntos para hacer un colegio. El verdadero crédito nace de la pertenencia común a algo más grande, que en el pasado encuentro llamamos la “estructura” de la escuela, es decir, la unidad entre los profesores y con la Iglesia universal. No se da, en efecto, crédito si no se reconoce la autoridad.

Llevar al chico a descubrir algo que tiene que ver con él mismo
Existencialmente este crédito se expresa en una alegría, en una pasión por la enseñanza, en un reconocimiento de que nuestra profesión es la más bonita del mundo, porque nos obliga a cambiar y, por lo tanto, puede producir un cambio también en la vida del chico que tengo delante.
Creo que nuestro problema crucial es interrogarnos sobre cómo ayudamos en nuestras materias concretas a “conocer”, es decir, cómo llevamos al chico a descubrir algo que tiene que ver con él mismo.