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Huellas N.1, Enero 2005

PRIMER PLANO Moscú

Casa Botkin. Un nuevo inicio a la sombra del Kremlin

Giovanna Parravicini

El excepcional mensaje de felicitación del Patriarca Alexis II y el telegrama del Papa con motivo de la inauguración de la nueva sede de la Biblioteca del Espíritu, el pasado 19 de noviembre en Moscú. Un lugar de encuentro, de amistad y de diálogo que implica a católicos y ortodoxos, unidos para testimoniar que «Cristo es todo en todos»

Podría parecer que estábamos en el Meeting de Rímini la noche antes de la apertura, si no fuese porque tras las ventanas caía una densa nevada, precisamente la primera de la temporada, que bloqueaba el tráfico y hacía todavía más caótica la situación. En los salones de “casa Botkin” –un edificio histórico de casi 400m2 en una calle muy céntrica de Moscú– que albergarán la sala de exposiciones y conferencias del centro cultural “Biblioteca del Espíritu”, la librería y un pequeño bar, un ejército de amigos trabajaba frenéticamente para hacer un milagro: limpiar los suelos todavía llenos de restos de la obra, quitar el polvo a las estanterías y sillas, montar las lámparas y colgar los expositores... para poder recibir a los invitados a la ceremonia de inauguración oficial del Centro, prevista para el día siguiente por la mañana, el 19 de noviembre. Sabíamos que no habría puerta de entrada –no estaba terminada todavía– pero seguíamos esperando que milagrosamente, a lo largo de la noche, los obreros consiguieran terminar los baños, que por el momento eran solo un agujero negro. Como compensación, lucían espléndidos los estucos decimonónicos de los techos, que nos hablaban de la historia de esta casa, de estas salas por las que pasaron ilustres hombres de cultura, entre los que estuvo Lev Tolstoj, y que habían sido recuperados y restaurados por Elena y Alexandra, dos amigas romanas que trabajaron espléndidamente implicando también a los operarios locales.

Durante una comida en Gudo...
La idea de la Biblioteca del Espíritu se le había ocurrido a don Giussani durante una comida en Gudo hace muchos años, cuando le había sugerido al padre Scalfi, dado el nuevo clima de libertad instaurado en Rusia, que creara un lugar de debate libre y de encuentro, como «las librerías Feltrinelli de antaño». Después, de forma milagrosa, llegaron los amigos, Jean-François, Viktor, Flo, Tanja y muchos otros más, con los que la idea se ha podido realizar paso a paso, partiendo de cero, a veces casi sin darnos cuenta de la envergadura de lo que estaba sucediendo. Y sin embargo siempre con una percepción, que nos llena de agradecimiento cada vez que caemos en la cuenta: que hemos sido llamados juntos, dentro de una amistad grande como el mundo, a abrazar a todo el mundo. Y, sabiamente, Viktor nos ha reclamado a esto más de una vez cuando el nerviosismo por hacer las cosas o por las responsabilidades a afrontar amenazaba con crear división: «pero, si perdemos nuestra amistad, ¿para qué servirá esta obra?».
Si hay algo que siempre nos han enseñado don Giussani y el padre Scalfi, desde los primeros pasos de esta obra, es a estimar a todo el que conocíamos, a valorar la vida de la Iglesia que teníamos delante, porque es el rostro de Otro, del Misterio. Así ha nacido, esta es la génesis del ecumenismo que hemos aprendido sin ser teólogos. También la Biblioteca del Espíritu nació en 1993 con esta característica, como una sinergia de personas que quieren ayudarse a testimoniar que «Cristo es todo en todos», y se reconocen juntos, ortodoxos y católicos, dentro de una unidad más grande.

Salir a la luz
La actividad cultural, la editorial, la difusión de textos cristianos en Rusia y en los territorios de la ex Unión Soviética (en 2003 hemos festejado en Roma, en un encuentro con el Papa, el libro un millón distribuido), son todos gestos e iniciativas inventados poco a poco, que se inscriben en este espíritu y que nos asombran a nosotros en primer lugar, porque ¡es tan grande la diferencia entre lo que parecería posible hacer con nuestras fuerzas y lo que en cambio sucede! Hace dos años nos dijimos que era necesario salir a la luz, pasar del pequeño apartamento de la periferia atestado de libros en el que desarrollábamos nuestra actividad, a una visibilidad pública, con los escaparates hacia la calle para que la gente pudiese conocer nuestra propuesta con mayor facilidad. Así es como comenzó la aventura de la nueva sede, como una apuesta con la Providencia. Y no es casualidad que en una gran metrópoli como Moscú hayamos encontrado nuestra sede en una calle que ha recuperado desde hace poco su antiguo nombre, Pokrovka, o bien “Protección de la Madre de Dios”.
También la fecha de apertura fue una apuesta, a raíz de una seductora propuesta del cardenal Paul Poupard: «Si inauguráis en torno al 20 de noviembre, yo mismo iré a cortar la cinta, porque tengo que estar en Moscú por esas fechas». En la desesperada lucha contra el tiempo, los problemas y la falta de fondos que hemos afrontado en los meses siguientes, hemos tocado muchas veces el milagro de una Presencia que nos sorprendía justamente porque estaba y nos hacía experimentar el gusto por continuar. Por poner solo un ejemplo: pocos días antes de la apertura, cansados, nerviosos, un poco deprimidos porque se habían producido algunas deserciones entre los “invitados ilustres”, recibimos (casi por casualidad) un fax con la afectuosa carta del patriarca ortodoxo Alexis II en el que bendecía nuestra iniciativa y deseaba al renovado Centro cultural una colaboración cada vez más fructífera con el Patriarcado de Moscú. Un don totalmente gratuito, que nos ha dado alas y nos ha hecho tocar con la mano que estábamos sirviendo a la obra de Otro.

El día de la inauguración
La mañana del gran día las salas de la Biblioteca rebosaban de invitados: amigos antiguos y nuevos, personas que conocimos hace veinte años, en la época de la disidencia, y otros conocidos en los últimos tiempos; representantes de las autoridades civiles y religiosas, diplomáticos, prelados ortodoxos y católicos, estudiosos y exponentes del mundo universitario y académico, familias y amigos del movimiento. Sin contar a un grupo de cincuenta amigos que, guiados por don Pino y por Fulvia, habían venido desde Italia para celebrar el acontecimiento con nosotros y traernos un trocito del corazón de don Giussani y del padre Scalfi. Un prestigioso coleccionista de iconos, Viktor Bondarenko (el calendario 2005 de Russia Cristiana presenta precisamente su colección), nos “prestó” para poder exponer con motivo de la inauguración cuatro espléndidas piezas del siglo XV. También se exhibía una muestra fotográfica, ofrecida por el Meeting de Rímini: “Preparados, listos... ¡vida!”, dedicada a los orígenes del universo.
Los saludos y las intervenciones que se sucedieron durante la mañana culminaron con la lectura del mensaje del patriarca Alexis II y del telegrama del Papa, traído por el cardenal Poupard, que por su parte subrayó que el Centro está llamado por su misma naturaleza a ser un acto de fe, es decir, de confianza en la fecundidad de la fe; de esperanza, para fecundar y acompañar a la realidad hasta su plena transfiguración; y de caridad, que es la fuerza a través de la cual se realizan las promesas de Dios en la historia.

Redescubrir las raíces cristianas
Por la tarde, un encuentro titulado “Oriente y Occidente, intercambio de dones” quiso ofrecer un ejemplo de las líneas programáticas que se propone la futura actividad cultural del Centro. El Cardenal Poupard habló de la cultura y de la necesidad de redescubrir las raíces cristianas de Europa, y los demás relatores examinaron más de cerca aspectos concretos de este redescubrimiento: Vladimir Legojda, director de una interesante revista ortodoxa para jóvenes, habló de los nuevos desafíos planteados a la sociedad por el secularismo y la historiadora Ol’ga Vasil’eva examinó las relaciones entre católicos y ortodoxos en el periodo del Concilio Vaticano II. Adriano dell’Asta (Universidad Católica de Milán) puso de relieve la contribución de la filosofía religiosa rusa a comienzos del siglo XX y una bizantinóloga de la Universidad Estatal de Moscú, Ol’ga Popova, mostró la unidad artística del mundo cristiano en el primer milenio, trazando un recorrido ideal desde Rávena y Constantinopla hasta Kiev.

La ingenua osadía de los amigos
Y por la noche, una gran fiesta: Claudio Chieffo nos ofreció un espléndido concierto que entusiasmó y conmovió a todos, rusos e italianos, por la belleza y la verdad que brotaban de su testimonio. Al oírle cantar y cantar con él revivimos la experiencia del pueblo al que pertenecemos, y del que se sintieron parte todos, incluso los amigos recientes o los universitarios invitados por primera vez. Un pueblo que da sus primeros pasos, movido por el «atrevimiento ingenuo» que le confiere la amistad con quien se sigue.