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Huellas N.1, Enero 2004

PRIMER PLANO Si se diera una educación del pueblo, todos vivirían mejor

Parsi. Cambiar la ONU para salvar la ONU

a cargo de Maurizio Grippa

Después de Yugoslavia, Somalia e Iraq, algunos lo consideran un organismo que hay que abolir y otros lo defienden como el único garante de la legalidad internacional La Iglesia siempre ha sostenido su papel fundamental Hablamos con Emanuele Parsi, profesor de Relaciones Internacionales

La dramática situación internacional parece dominada por la presencia-ausencia de un convidado de piedra, las Naciones Unidas. Para el ala más radical de la Administración norteamericana, igual que para muchos “neoconservadores” europeos, simplemente habría que eliminar la ONU: por su incapacidad de decisión política, por sus fracasos sobre el terreno y, sobre todo, porque su función se reduce, de hecho, a la cobertura ideológica del pacifismo antiamericano. En cambio, para los que la apoyan, la ONU es el único garante de la legalidad internacional, además de la única organización autorizada para recurrir a la fuerza. Desde su nacimiento, la Iglesia ha mostrado un gran respeto por la ONU. En 1965 Pablo VI afirmó que «representa el camino obligado de la civilización moderna y de la paz mundial». Y don Giussani aludió hace unas semanas a la «educación del corazón de la gente» como «horizonte de acción de la ONU». Abordamos estas cuestiones con Vittorio Emanuele Parsi, profesor de Relaciones Internacionales de la Universidad Católica de Milán y editorialista de Avvenire. Parsi no milita en ninguno de los dos frentes, subraya la necesidad del realismo y de buscar puntos de encuentro entre las diferentes posiciones. Ha dedicado gran parte de su último libro, La alianza inevitable. Europa y EEUU después de Iraq, al problema de «cambiar la ONU para salvar la ONU».

Profesor Parsi, ¿para qué sirve la ONU hoy día?
Si la ONU se entiende como el organismo que puede mantener la paz mundial, no sirve para nada. Si se entiende como gobierno del mundo, tampoco sirve y no es deseable que sirva para esto. Si se entiende como Tribunal constitucional del mundo, tampoco sirve. En cambio, si se entiende como una organización que da forma institucional al consenso de los diferentes países cuando éste existe, o bien atenúa el conflicto cuando no existe acuerdo, entonces todavía la ONU desempeña un papel fundamental. No podemos asumir la posición de los que dicen “eliminémosla”. Y tampoco la de quienes sostienen que sólo tienen valor sus agencias especializadas: Fao, Unicef, etcétera. En mi libro recuerdo que cada día millones de personas en el mundo viven, comen y escapan de masacres porque los funcionarios de la ONU se ocupan de ellos.

Se dice que la ONU ha sido sólo un velo para ocultar la Realpolitik de la Guerra Fría...
No es cierto. No hay que olvidar que en 1944 la Administración Roosevelt estaba todavía convencida de que el sistema soviético podría encauzarse hacia la democracia. Existía entonces la esperanza de un gobierno mundial compartido por un grupo de potencias que deseaban la paz y la gestión del proceso de descolonización. Para Roosevelt, la ONU es la forma compartida de la hegemonía americana; la fuerza de EEUU siempre se ha concebido dentro de la ONU. Con Yalta este proyecto se interrumpe, pero la ONU sigue funcionando, y bastante bien, como lugar en donde se atenúan los conflictos. Decir que la ONU nunca funcionó durante la Guerra Fría es mentira. Ha funcionado muy bien como lugar al que desviar los conflictos. Porque su ingeniería institucional encarnaba una doble lógica: la Asamblea General realizaba el principio de igualdad entre los Estados y el Consejo de Seguridad representaba fielmente la distribución de la fuerza en el sistema internacional. Esta aparente separación –en realidad era la utilización de dos principios diferentes situados armónicamente en un único sistema– permitía que no se produjera nunca una ostensible distancia entre las razones de la fuerza y las razones del derecho.

Incluso el mal afamado derecho de veto ha desarrollado una función positiva...
Era una alternativa válida al enfrentamiento armado. Cuando una superpotencia presentaba el derecho de veto era también una invitación a “moderar el conflicto”. Hay que decir que, después de la Guerra Fría, el Consejo de Seguridad no entra en crisis cuando los rusos amenazan con el veto sobre la intervención en Kosovo. Ese veto no hacer saltar la ONU y, sin embargo, el conflicto entre Rusia y Estados Unidos era real. En cambio, sobre la guerra en Iraq se corre el riesgo de que la ONU se rompa en pedazos porque la amenaza de veto no llega de Rusia, sino de un aliado menor de Estados Unidos: Francia. Esto sí que rompe el mecanismo. Porque, si Rusia pone el veto, se reduce el conflicto; en cambio, si lo hace Francia, es como echar gasolina al fuego. En el primer caso, son dos gigantes que renuncian a dispararse discutiendo, en el otro caso se trata de una hormiga que no puede hacer nada, pero que utiliza un instrumento burocrático para improvisar una solución que casi destroza la ONU.

¿Qué hace falta para volver a dar utilidad a la ONU?
Hay que reformarla haciéndola más conforme a la verdadera distribución del poder. No se puede usar la ONU continuamente como una camisa de fuerza que se le pone a América, porque al final se quita la camisa; y, si Estados Unidos se sale de la ONU, será un desastre para todos. A la vez, hay que extender el Consejo de Seguridad a algunos nuevos miembros permanentes, pero sin derecho a veto. El problema hoy es que el Consejo de Seguridad es –o se considera– como “el gobierno de los blancos”. La ONU nació de la asociación de una cuarentena de Estados del “viejo mundo”, mientras que los demás eran todavía colonias. ¿Dónde está hoy el espacio de representatividad de ese centenar de ex colonias? ¿En la Asamblea General, que no cuenta nada? ¿Podemos pensar en ampliar los poderes de la Asamblea General transformándola en un Parlamento? Sí, si queremos hacerle daño a la ONU. En cambio, si queremos dar verdaderamente representatividad a este mundo, debemos dejar entrar a nuevos miembros: la India, Sudáfrica, Brasil y, alguien que nadie dice nunca, Egipto. Porque un Egipto “defendido” por occidente con grandes dosis de inversiones no sólo económicas, sino también sociales y políticas, puede ser la clave para vencer el fundamentalismo. Mientras que un Egipto débil es el principio de una confrontación total.

La Iglesia ha defendido siempre el papel de la ONU y lo ha hecho también con ocasión de la crisis de Iraq. ¿Podría cambiar en el futuro esta posición?
La Iglesia siempre ha apoyado la ONU porque costó muchísimo, en términos humanos y políticos, instituirla después de la 2ª Guerra Mundial. Además, es el culmen del esfuerzo por dar forma jurídica a la política internacional que fue el sueño del siglo XX. El límite reside en el hecho de que la cultura católica está con demasiada frecuencia vinculada a una visión apologética del mundo, concibe el mundo poblado de buenos sentimientos y de buenas personas. Además, a veces, predomina una actitud hiperconservadora, que lleva a considerar a la ONU como intocable. En cambio, es evidente que hay que reformarla, y la posguerra iraquí es probablemente una gran ocasión para hacerlo. Creo que la Iglesia ha intuido la importancia de esto. También los americanos se están dando cuenta de que la ONU no es sólo una camisa de fuerza. Cuando consigues estar dentro, administrar el consenso, es también un gran recurso.

Usted es politólogo, un científico de la política. ¿Cómo juzgar el reclamo a la “educación del corazón” como perspectiva de trabajo también en las relaciones entre las naciones?
Creo que, en este caso, las palabras son la parte propositiva de una visión que no va en detrimento de la conciencia de la situación real. Otras veces, el problema de las buenas palabras es que acaban por sustituir al análisis de la realidad. Hoy, desgraciadamente, tenemos sólo estrategia militar o pacifismo y falta esta parte propositiva, educativa. Sin embargo, sería un ejemplo de subsidiariedad extravagante delegar en la ONU, en el vértice de la organización política mundial, una tarea tan importante como la educación. La cultura y la sociedad deben asumir la tarea de la educación de los hombres. Hay que construir la paz, ciertamente, pero no a través de un supergobierno de la ONU. Sería una pesadilla orweliana.