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Huellas N.1, Enero 2009

BREVES

Cartas

a cargo de María Rosa de Cárdenas

A fuerza de no entender…
Al final de este verano le hablaba a mi marido de la preciosa amistad que había surgido con Mónica, una mamá que conocí en la guardería de mi hija, y con Giovanni, un cámara que conocí a través del Centro Cultural. Mi marido me dijo: «¿A qué esperas? Invítales a la Escuela de comunidad». En seguida les envié un sms a los dos: «¿Quieres venir a la Escuela de comunidad?». Me respondieron inmediatamente: «Iré con mucho gusto. Además, ¿por qué no me has invitado antes?». Bien, comienzan a venir los dos, regularmente, cada jueves. Mónica me dice que es difícil, no entiende mucho. La última vez me dijo que su experiencia es como la que describe don Giussani: no entiendes, no entiendes… y a fuerza de no entender te das cuenta, sin embargo, de que hay algo. Me sorprende el deseo que tiene Mónica de partir de su experiencia. Dice de nuestro pequeño grupo que nunca había encontrado a nadie que se tomase tan en serio su propia vida. Le cuenta a su marido, cuando vuelve a casa por la noche, lo que ha oído, y es una ocasión nueva de relación con él. Giovanni, en cambio, es un tipo más “desordenado”. Por su trabajo tiene que pasar todas las noches fuera y debe encontrar un sustituto para poder venir cada vez a Escuela de comunidad. No siempre lo consigue y todos los jueves lo intenta porque quiere estar con nosotros. Él último día llega con cicatrices en la cara y en las manos: «Me atropellaron y me desperté en el hospital, he estado allí cuatro días, apenas me han dado el alta y ya quería veros». Le digo: «Si quieres, puedes hacer alguna pregunta, preguntar lo que no entiendas…». Me contesta: «Toda mi forma de pensar, mi vida, mis hábitos, mi forma de mirar a los demás, todo es distinto de lo que escribe don Giussani y que vosotros mostráis con vuestra vida. Date cuenta de que para mí supone un gran esfuerzo recibir esta inmensa novedad que ha entrado en mi vida». Me vinieron a la cabeza las palabras de Julián en la asamblea: «Obedecer significa seguir la correspondencia que se ha experimentado; el problema es que esto resulta vertiginoso; aceptar la correspondencia supone un desafío». Ahora yo sigo a estos dos nuevos amigos porque a través de ellos Cristo alcanza mi vida. Y su presencia llena de esperanza mis días.
Lauriana, Bologna (Italia)

La amistad nace de la obediencia
Querido Julián: Vivo en Heraclion, en la isla de Creta, con mi marido Diego y Victoria, mi hija de dieciséis meses. Vinimos a vivir aquí en septiembre del 2007. La carta que has escrito con ocasión de tu participación en el Sínodo de los Obispos ha sido para nosotros una provocación que nos ha obligado a juzgar el tiempo que llevamos viviendo en Grecia. La soledad y el esfuerzo para hacernos a un lugar nuevo, con algunos aspectos hostiles, hicieron emerger toda nuestra pobreza. Durante meses hemos vivido del recuerdo nostálgico de la compañía que habíamos dejado en Milán, censurando el poderoso deseo de reconocer a Cristo obrando. Por gracia de Dios, nuestra niña ha sido y es el punto de la realidad donde la fidelidad de Su presencia se hace patente. Hemos empezado a hacer seriamente el trabajo de la Escuela de comunidad y a preguntarnos qué significaba para nosotros pertenecer al movimiento y a la Iglesia, aquí y ahora. En abril, conocimos en la parroquia a Nicoletta, de Viterbo, casada con un médico griego, que vive en la isla desde los ocho años. La abordamos porque vimos que llevaba un número atrasado de Huellas en el asiento trasero del coche. Desde entonces cada semana nos juntamos a hacer Escuela de la comunidad. Nuestra familiaridad ha crecido con el tiempo y es paradójico lo verdaderas que resultan las palabras de don Giussani: somos el ejemplo de que la amistad nace de la obediencia, y no al contrario. Tenemos distinta edad, distintos temperamentos e historias diferentes, pero nos estamos haciendo amigos porque seguimos el mismo carisma y deseamos compartir nuestro camino hacia la felicidad. Durante el mes de agosto, han venido dos jóvenes curas polacos a nuestra parroquia. También con ellos está naciendo una amistad, a pesar de las dificultades para comunicarnos. Aunque no sabían nada de CL, han aceptado nuestra invitación a leer juntos la Escuela. Te damos gracias por lo que escribiste en tu carta, porque hemos entendido que nuestros intentos de compartir la paternidad de don Giussani con estos curas no nacen de un esfuerzo o de un interés asociativo, sino de la misma pertenencia a la Iglesia. Tus palabras han liberado nuestros corazones y nos han llamado a tomar en serio el sí que dimos en el origen. La realidad sigue siendo dura y no conseguimos evitar del todo la tentación de la queja. A pesar de ello, ofreciendo a Dios nuestra vida y la compañía que está naciendo aquí, empezamos a experimentar una verdadera satisfacción.
Chiara, Heraklion (Creta)

Hijo de su hijo
Querido Julián: Mi padre está gravemente enfermo del hígado. Esta situación va adelante desde hace años, y hasta hace un mes era como una losa que llevaba encima, una tumba. Volviendo a casa en Chieti, en Abruzzo, la semana después de la asamblea contigo, miré a mi padre de un modo nuevo y totalmente diferente. Él había estado peor de lo habitual y tuve miedo de perderlo. Miraba a mi madre llorar, y hablando con ella, surgió una conversación sobre el hecho de que hay algo más poderoso que la muerte y que la muerte no es la última palabra. Ahora doy gracias porque Él está. Le he propuesto a mi padre que rezase con mi madre antes de acostarse. Le dije: «Desde que empecé a rezar, estoy cambiando; empieza tú también con mamá y cuando vuelva me cuentas». Él, conmovido al otro lado del teléfono, me dijo simplemente: «Sí». Mi madre me telefoneó hace unos días y me dijo que ahora han empezado a rezar también por la mañana y que a veces miran juntos el amanecer. Mis padres no son de CL y no me preocupa que lo sean. Mi deseo es que vean lo que he encontrado yo y que tomen en serio su deseo.
Paolo, Cesena (Italia)

Una mayor conciencia
Querido Julián: Somos un grupo de la Fraternidad de la parroquia de San Pancracio y queremos darte gracias por la carta que has escrito tras tu participación en el Sínodo de los Obispos. Desde hace años colaboramos con nuestro párroco, el padre Giorgio, tratando de hacer de nuestra pequeña parroquia un lugar vivo. Un lugar donde se pueda experimentar la grandeza del carisma que nos ha alcanzado y asumir con gusto todos los desafíos de la vida. Hace pocos días concluyó la visita pastoral de nuestro obispo y lo que has escrito en la carta nos ha hecho recibir su visita como un soplo de novedad. La presencia del obispo nos ha provocado a una nueva responsabilidad. Le recibimos como un don de Dios para nuestra vida cotidiana y hemos tratado de vivir esta semana poniendo en juego todo lo que somos. El afecto y la gratitud por el movimiento nos han llevado a entregar en manos del obispo todo lo que vivimos. Sin presumir de nada, le hemos mostrado simplemente nuestras caras, nuestras familias, nuestras casas, nuestras escuelas, nuestro trabajo, nuestros enfermos, nuestra parroquia… Hoy podemos decir que la visita pastoral ha significado para nosotros lo mismo que para ti el Sínodo: la ocasión de una toma de conciencia mayor de nuestra responsabilidad para la Iglesia y el mundo.
La fraternidad de San Pancracio, Rávena (Italia)

Alguien a quien seguir
Hola Julián: Te escribo desde una cama donde estoy obligado a permanecer acostado sobre el lado izquierdo para que mi pulmón pegado a las costillas pueda volver a su sitio. En este momento, mis amigos de la universidad te estarán escuchando en Rímini y, pensando en lo que me estoy perdiendo allí, me surge una tristeza en el corazón que no sentía desde años atrás. Hacía tiempo que no pedía de forma tan vehemente el significado de las cosas, el porqué de lo que me sucede. Estoy leyendo mucho durante estos días, ya que no puedo hacer otra cosa, y también pienso mucho. Me doy cuenta una vez más de lo poco que sé amar a la chica que quiero: escucho música clásica (precisamente yo, que he crecido escuchando punk) y me conmuevo porque expresa la misma urgencia que siento yo ahora. Miro por la ventana y pienso en todos los planes que había hecho: los Ejercicios espirituales en Rímini, ir a ver a mi hermano en Madrid, un par de semanas en África ayudando al padre de un amigo que es médico, el Perú del que tanto me habla Dado, el esquí… El estar quieto es sin duda el sacrificio más grande que se me pueda pedir. Sin embargo, en el fondo del corazón siento una gratitud inmensa por mi vida. Y es esto precisamente lo que me conmueve: reconocer, dentro del sacrificio y la fatiga, una petición incesante de sentido. Aunque no sepa amar hasta el fondo hay alguien que me ama a mí. Y doy gracias a la Virgen, a la que confío estas relaciones tan queridas. Porque aunque no entienda la música clásica, la escucho y me hace llorar. Y aunque siete personas en casa hagan un escándalo tremendo, no podía imaginar una familia tan hermosa. Y tantas otras cosas. Es increíble cómo lo que vivo hace que mi orgullo ceda ante una gratitud inmensa. Porque no consigo hacer otra cosa mas que pedirlo todo; y si me operan tendré que pedir también que me echen una mano hasta para ir al baño. Es grande la vida y es hermoso descubrir como, poco a poco, tanto en la fatiga y el dolor como a través de los afectos más queridos, se hace transparente “algo” que es más de lo que sucede. Cuando el jueves por la mañana los médicos me dijeron que debía quedarme en el hospital, tras un momento de desaliento, pensé: «La vida no me ha traicionado jamás, ¿por qué debería empezar a hacerlo precisamente ahora que se está volviendo tan fascinante?». Porque vivir realmente me está gustando. Y así asumo esta situación como un reto: «Veamos si este problema de salud me hace gustar menos de las cosas o, al contrario, sirve para que las comprenda y las ame». Qué interesante es que puedas crecer aceptando un desafío, incluso si estás tumbado y con un agujero en el pulmón. Te escribo porque hoy quisiera estar allí contigo mirándote y sentir cómo me ayudas una vez más a afrontar lo que me toca. Te escribo porque veo que me acompañas en esta gustosa urgencia del vivir. Porque, al mirarte a ti y a unos pocos más, uno cae en la cuenta de que esta petición que ahora siento tan fuertemente y que no quiero dejar encuentra una respuesta. Esto me libera. Alguien a quien seguir.
Giacomo, Novate Milanese (Italia)

Sentirse en casa
Querido Julián: Soy una chica de Irán, musulmana, y vivo aquí en Italia desde hace ya diez años. Como soy de carácter extrovertido y social, nunca me ha costado integrarme en distintos ambientes sociales y hacer amistades, pero a pesar de todo, siempre había algo que me hacía sufrir mucho. Lo que me hacía daño era que no podía mostrar aquello con lo que me he criado y que determina mi vida, mi fe. Cada vez que se hablaba de religión, yo les explicaba a todos, sin miedo a los prejuicios, que era fuertemente creyente, y las reacciones de los chicos y chicas de mi edad me dejaban muy perpleja. Quería compartir con ellos mi fe y lo que significa para mi día a día. Debo esta sensibilidad en gran parte a mis padres, que siempre me han sido cercanos y me lo han enseñado. Durante un largo tiempo fueron mis “únicos amigos”. ¡Después conocí a los chicos de CL en la universidad! Un don del Señor, estoy más que convencida de ello. Finalmente había conocido chicos que como yo descubrían la fe en su vida cotidiana rezando, por ejemplo, antes de comer o yendo a Escuela de comunidad una vez por semana. A la vuelta de las vacaciones, Susi me presentó a Max, Gabri, Luca, Mónica, Elisa, Maria Chiara y a Benni. Poco a poco he conocido a otros chicos que, cada uno de manera distinta, me han llamado la atención. En el transcurso de un año he experimentado una increíble transformación que me ha llevado a madurar mucho. He aprendido a enjuiciar el “disgusto” que sentía por mis amigos y los que me eran queridos cuando los veía cerrar los ojos ante hechos que testimoniaban claramente la presencia de Dios. Estos chicos cristianos me han acogido con una gran cordialidad a pesar de mi diferencia. En su compañía, querido Julián, me siento en casa.
Mina, Génova (Italia)

Latina (Italia)
Tener ganas de Dios

Desde hace unos meses unas veinte personas que no pertenecen a CL se encuentran en su parroquia todas las semanas para leer el libro de don Giussani ¿Se puede vivir así? Una de ellas escribe.

Querido padre Giuseppe: Estos días son muy difíciles para mí. Tras la sorpresa del principio, saber que existe una realidad tan grande con la que relacionarme me complace y me asusta al mismo tiempo, porque siento que mi conciencia debe responder de todo lo que no ha querido ver hasta ahora. Pero es bueno levantarse por la mañana y tener ganas de Dios. Hasta hace tres meses era una persona distinta. Tenía todo, pero me había perdido a mí misma porque no había nada que me tocase verdaderamente, todo se quedaba en la superficie. Necesitaba el trabajo –hasta quince horas al día–, estar en medio de la gente, tenía necesidad del ruido, de volver a casa por la noche cuando todos dormían ya, tan cansada que me hacía la ilusión de que amaba la vida porque conseguía llenar cada minuto del día. Esas dificultades con la familia que habían nacido con la adolescencia se habían vuelto enormes muros; el diálogo se había reducido a lo mínimo necesario y durante el resto del tiempo sólo había silencio y rabia. ¡Ay de quedarme sola conmigo misma! Cuando sucedía, me asaltaba esa soledad que viene de dentro. Créeme, han pasado pocos meses desde que he iniciado el recorrido de la fe que ya conoces y me parece que han pasado años. Sólo entonces he entendido que puedo curarme partiendo de lo que tengo, porque verdaderamente lo tengo todo. Paso más tiempo con mi familia. Recuperar un diálogo muerto y sepultado es difícil, pero no imposible. Mis padres siguen siendo ellos mismos y son maravillosos tal como son. Es cómo miro las cosas lo que tiene que cambiar. Tengo nuevos amigos que me demuestran con su propia vida que es posible vivir buscando algo, y que ese algo debe ser la verdad.
Palma

Desde Siberia
Dares y tomares

El padre Giampiero Carusso, de la Fraternidad Sacerdotal de San Carlos Borromeo, vive en Novosibirsk, Siberia. Visita regularmente tres cárceles, una de ellas en Tagucin, a noventa kilómetros de la capital.

En la sala “club” de la cárcel, me espera fielmente cada mes Sergei, el mismo que en nuestro primer encuentro, al despedirse, me dijo al oído: «Padre, le espero, vuelva pronto». Siempre le acompaña Andrei. Andrei es muy callado y siempre está atento. Le gusta escucharnos discutir a Sergei y a mí, a veces animadamente. Tiene 35 años, la expresión de un niño y ojos profundos y melancólicos que te desgarran el corazón cuando se encuentran con los tuyos. «¿Cómo se puede no estar triste y melancólico aquí dentro?», me dijo hace tiempo. «Ni siquiera tengo fe en la que sostenerme». «Mira Andrei –le dije– que el deseo de felicidad que tú experimentas aquí dentro es el mismo que tengo yo, que estoy en libertad». La cuestión es si existe un objeto capaz de responder tanto a mi deseo como al tuyo. Y dice: «¿Tú has encontrado ese objeto?» «¿Tú que crees?», le contesté. «Viendo tu sonrisa diría que sí». «Así es –le dije– de otra manera no podría estar frente a ti, frente a vosotros». «¿Hay algo que pueda hacer por ti? ¿Necesitas algo?», le pregunto unos minutos antes de que me hagan la señal de que ya es hora de irse. «No se preocupe, padre, no necesito nada». Ese mismo día, mientras iba en el tren que me lleva de Tagucin a Novosibirsk, recibo una llamada de Andrei. Me dice que le avergonzaba responder a mi pregunta delante de los demás, que me escribiría una carta. Aquí está.
Giampiero

Hola, padre Giampiero. Todos los que han venido aquí a predicarnos la palabra de Dios, han hablado mucho de sí mismos, de sus buenas acciones, han cantado, pero ninguno de ellos nos ha preguntado jamás si necesitábamos algo. En cambio, tu pregunta, tan sencilla, dirigida a mí, me ha sorprendido. No sabía cómo comportarme frente a tus palabras. Te escribo para darte gracias por la atención y el interés que me has mostrado. No es fácil encontrar en estos tiempos un interés tan sincero como el que tú tienes por mí. Y sobre todo, viniendo de un extraño. Doy gracias a Dios porque vivimos juntos en este mundo. ¡Y creo que Él estará de acuerdo en que vivamos otros 50 años! ¡Bien, amigo mío, te saludo! Te doy un fuerte apretón de manos. Con cariño.
Andrei

Tira y afloja sobre el concepto de “razón”
En estos tiempos está bien difundido el miedo acerca de la así llamada “marginación” del cristianismo por parte de la cultura occidental. El último ejemplo es la polémica surgida a raíz de la eliminación de algunas palabras asociadas al cristianismo en un diccionario de inglés para niños editado por Oxford University Press. Las palabras eliminadas incluyen abadía, altar, obispo, capilla, convento, parroquia, banco (de la iglesia), salmo, púlpito, santo, pecado, diablo y vicario. La reacción entre los cristianos ha sido la indignación, ante lo que constituye la enésima ofensa a Cristo. Pero resulta que del diccionario no han sido eliminados sólo algunos términos religiosos: también han sido excluidas palabras que describen el mundo de la naturaleza, tales como “musgo” o “helecho”. Y quién sabe si Cristo no se habrá sentido más insultado por esto que por la eliminación del concepto de “convento”… Vineeta Gupta, responsable de los diccionarios infantiles de Oxford University Press, ha tratado de justificar tales modificaciones hablando con el Daily Telegraph: «Si tenemos en cuenta las versiones precedentes de los diccionarios, encontramos en ellas muchos ejemplares de flores», ha dicho. «Eso se debía a que muchos niños vivían en ambientes semi-rurales y observaban el transcurso de las estaciones. Hoy ese panorama ha cambiado. Nos hemos hecho mucho más multiculturales. La gente ya no frecuenta las iglesias como antaño. Y nuestro conocimiento de la religión se da dentro de un horizonte multicultural. Por esa razón, palabras como “Pentecostés” ya no son actuales». Normalmente este tipo de polémicas son ocasiones premeditadas para la autopublicitación. Sin embargo, sandeces de este tipo representan una grave provocación pera muchos de los que siguen a Cristo. Su reacción inmediata es, frecuentemente, una especie de temor, como si temiesen que sus propios hijos, poco a poco, fueran a ser privados del conocimiento de Cristo como del de la naturaleza. No hay duda de que los responsables de tales provocaciones alimentan una cierta hostilidad hacia el cristianismo. Pero quizás tales polémicas sean sintomáticas de algo diferente respecto a lo que los cristianos piensan. Después de todo, el nombre de Cristo resuena en nuestra cultura desde mucho tiempo antes que el de la Oxford University Press. Y lo mismo se puede decir de la naturaleza, de la que, por otra parte, se habla desde hace todavía más… Quien defiende este tipo de cambios propone una determinada interpretación de la razón para justificar sus acciones. Pero el carisma de don Giussani nos enseña que la razón va mucho más allá de la definición que nos brindan los diccionarios modernos. Por eso, puede que estas provocaciones expresen algo más: el miedo de una generación que, habiendo crecido embebida de un falso concepto de razón, ahora –casi al final de ese recorrido– tiene que justificar de alguna manera la anti-religiosidad que ha profesado desde siempre frente al misterio infinito que la espera. En nuestra cultura estamos asistiendo a una especie de tira y afloja. Y el verdadero significado de estas polémicas es como la cuerda que media entre los dos contrincantes. ¿Deben los cristianos combatir tales estupideces? ¿Desaparecerá el mundo de la naturaleza porque no se mencione en un diccionario? Es probable que Cristo se sonría sólo de pensarlo. Y que prorrumpa en una sonora carcajada pensando que a los niños ingleses no se les vaya a permitir conocer la palabra “obispo”.
John Waters, Dublín (Irlanda)