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Huellas N.1, Enero 2009

CULTURA - 30 años de Encuentro

Un mascarón de proa en la sociedad

a cargo de Carlo Dignola

Desde el compromiso social y político en los años sesenta al compromiso con la vida y el mundo que floreció a raíz del encuentro con don Giussani, José Miguel Oriol cuenta la historia de la Editorial que va pareja al nacimiento de CL en España.
El descubrimiento de Cristo como una presencia real cambió el curso de su vida, dando paso a una apertura y una amistad con autores de todo el espectro cultural español


Decía don Giussani que el primer signo inequívoco de que un grupo humano cobra vida es que se empieza a cantar. Es verdad, porque cuando nace una vida enseguida se expresa. En este sentido, también el nacimiento de una empresa editorial es una señal significativa, quizás como una suerte de orquesta que acompaña el canto, un conjunto de instrumentos que sostienen la voz humana. De hecho en España, la fundación de Ediciones Encuentro va unida al nacimiento de Comunión y Liberación.
Fue en 1978 y se acaba de celebrar su treinta aniversario. Una conmemoración grande para nuestros amigos de Madrid y alrededores, pero también una ocasión propicia para dar a conocer su historia y los frutos que ha generado. Una historia compleja y vigorosa, cuyo fundador es José Miguel Oriol, el presidente de esta editorial, muy influyente hoy en el panorama cultural ibérico y latinoamericano. Ya lo contó Giancarlo Cesana en el último Meeting de Rímini: «En cuanto me conoció se puso a hablar de cambio y de revolución. Para nosotros entonces España era un país un poco subdesarrollado…».
Oriol llegó incluso a estar en la cárcel, por oponerse al régimen franquista. Trabajaba en ZYX, “editorial del pueblo”, un movimiento –no sólo una empresa– surgido del ámbito de la Acción Católica obrera, posicionado decididamente a la izquierda: el nombre, para el que habían tomado las tres últimas letras del alfabeto en lugar de las primeras y las habían dado la vuelta, ya lo decía todo. «Es necesario recordar –explica Oriol– que la España franquista era un Estado confesional. Las leyes fundamentales del régimen decían inspirarse explícitamente en la Doctrina Social de la Iglesia. Había capellanes por todas partes, desde los sindicatos a los ferrocarriles: la Iglesia era como la “capellana” del Estado. Cuando éramos jóvenes esta situación se nos presentó en contradicción con la realidad social en la que cada uno de nosotros estaba comprometido, impulsados también por el ideal recibido precisamente en la escuela católica. Tanto Carras (Jesús Carrascosa, el amigo de antaño de Oriol que es hoy uno de los responsables de CL; ndr) como yo estudiamos en los jesuitas. Íbamos a las parroquias de la periferia, a chabolas paupérrimas, a enseñar a los inmigrantes –entonces, españoles provenientes de las zonas más subdesarrolladas de España– y, más tarde, también fuimos a vivir con ellos: lo compartíamos todo. Jóvenes cristianos con la sensibilidad de principios de los ’60, animados también por el Concilio, nos enfrentábamos a una situación de injusticia vinculada a un factor de represión política…».

Vamos, que lo natural era estar de parte de la “contestación”.
Era natural percibir una fuerte contradicción entre un formalismo público católico y una realidad social en la que todo estaba prohibido y perseguido, hasta las más mínimas formas de democracia. Y eso que la Iglesia, bajo el franquismo, a diferencia de lo que hoy en día sostiene gran parte de la historiografía española, siempre fue un espacio de libertad: nosotros, en el colegio de los jesuitas, leíamos a Sartre y a Camus, guiados por nuestros profesores. En las Congregaciones marianas conocíamos a personajes relevantes que ciertamente no apoyaban el régimen. Y leíamos los textos del Concilio Vaticano II que eran casi como panfletos que denunciaban nuestra situación. Pero, para muchos, la fe por entonces era una adhesión intelectual a los dogmas y a determinadas costumbres, a reglas. En cualquier caso, algo externo, que no tenía nada que ver con el contexto vital, eso sí, cristiano, en el que habíamos crecido. Y al final se produjo la crisis.

Los años sesenta fueron un período de fuerte radicalización ideológica.
Creo que nosotros, en cierto modo, nos salvamos por habernos encontrado con grandes militantes que se habían convertido al cristianismo siendo adultos, tras la Guerra Civil: obreros, socialistas, antiguos anarquistas, comunistas conversos… Gente que defendía al pueblo real, no al imaginario. Personalidades comprometidas en la promoción integral del hombre, que nos ayudaron a no caer demasiado en la fascinación por el marxismo. Cuando llegó el ’68, ya circulaban por nuestra cabeza y en nuestro corazón muchos anticuerpos que nos mantuvieron alejados de la deriva izquierdosa, comunista y nihilista de bastante mundo intelectual universitario. Del ’70 al ’75, con el franquismo en declive, fueron en España años de orgía ideológica, de “ilusionismo” revolucionario. Tiempos de confusión creciente incluso entre las filas de los católicos.

¿Dónde conoció a los primeros de CL?
En la feria de Frankfurt, en 1970. Jaca Book, esa editorial de nombre medio inglés medio brasileño, publicaba la teología que había hecho el Concilio –todavía poco valorada en España–: De Lubac, von Balthasar, Guardini o Ratzinger. Y su postura antropológica era decididamente fascinante. Sin embargo lo primero que llamó mi atención, más allá de la empresa intelectual, fue la continuidad de discurso que había entre los libros y las personas: era evidente que entre ellos había una gran unidad de experiencia. Hablaban de “certeza identitaria” pero esto inmediatamente se ponía de manifiesto en su relación conmigo. La primera vez que hablé con Sante Bagnoli, en los primeros veinte minutos de conversación percibí un reconocimiento de fondo, que venía “desde antiguo”; ¡y eso que acabábamos de conocernos!

En cambio, vuestro grupo, en España, no estaba tan unido.
Ya nos habíamos distanciado, personal y políticamente. La gestión de ZYX era completamente asamblearia, cada uno de los libros y títulos de las colecciones se decidía por votación. Muchos no compartieron mi acercamiento a Jaca Book ni a CL. En el ’74 la organización militante que se había formado en torno a ZYX se fragmentó. Fue para mí un momento difícil, pero dos meses después, en octubre, Bagnoli y sus amigos dieron el paso decisivo: «Vente a Milán –me dijeron–, para que conozcas nuestra realidad». Durante un par de meses visité familias, comunidades y universitarios. Me alojaba en uno de los primeros pisos del CLU donde se discutía de todo, y yo no paraba de hacer preguntas. Hasta que un día Bagnoli dijo: «Esta noche vamos a cenar con el viejo».

Giussani
Él tenía 52 años en ese momento: ¡y yo ahora tengo 63! El 22 de diciembre fuimos a verle y tras cuatro horas en las que hablamos de todo y yo fui respondiendo a sus insistentes preguntas sobre todos los pasajes críticos, todas las dudas, todas las relaciones, desde la familia al compromiso en la universidad, pasando por el frente antifranquista y por el movimiento obrero católico, en un determinado momento, Giussani dijo: «Un instante, un instante, un instante antes está Cristo». «¿A qué se refiere?, le pregunté. ¿“Antes” en importancia? ¿O en el sentido de mayor relevancia, como precedencia: uno se compromete con Cristo antes y con los pobres después?». Y Giussani me dice: «No, no: un instante antes estaba siempre Él, actuando en tu vida». En ese momento comprendí que hablaba de una presencia real, que atravesaba todos mis pecados, la ruptura con mi familia, el reencuentro con ella, la cárcel, todo… Comprendí que, a través incluso de mis errores, la presencia de Cristo siempre había guiado, mirado y cuidado mi vida. Allí comenzó todo: Encuentro y CL a la vez.

Rompisteis entonces con ZYX.
Intentamos durante un par de años hacer una colección específica siguiendo lo que publicaba Jaca Book, pero nos resultó imposible: las propuestas culturales divergían. Por eso tuvo que nacer Encuentro: sin dinero, pero con mucha pasión. En septiembre del ‘77 comenzamos a hacer las primeras Escuelas de comunidad y cinco meses más tarde, el 30 de mayo de 1978, despegamos con la nueva editorial, la primera en España de inspiración cristiana dirigida por laicos. Los primeros libros que publicamos fueron Huellas de Experiencia Cristiana, de Giussani, y además von Balthasar, Berdiaev, Péguy y Dalmasso.

¿Por qué elegisteis precisamente el nombre de “Encuentro”?
Lo discutimos mucho. Otra propuesta era llamarla “Compartir”; pero comprendimos que el núcleo de la cuestión era precisamente esto: los encuentros, el encuentro con el otro. El encuentro con Giussani.

En los años siguientes, don Giussani comenzó a volar a Madrid para estar con “el movimiento español”: pero lo cierto es que al principio sólo estabais Carras y tú, con vuestras respectivas mujeres…
Y los primeros alumnos del colegio de Carras. Giussani le dijo enseguida a Carras: «El próximo año podrías dar clase». Y así pasamos de cuatro a quince; comenzó este grupito que poco a poco fue creciendo. Giussani venía varias veces al año a España, se quedaba dos o tres días, pero no sólo para hablarnos a nosotros; le organizábamos siempre algún encuentro público, sobre la Iglesia, sobre la crisis post-conciliar, invitábamos a párrocos, a viejos amigos de Acción Católica y también a gente no cristiana.

Para vosotros la editorial no ha sido sólo una actividad intelectual: el libro ha sido un importante compañero de camino.
Una manera de comprender la realidad y de afrontarla críticamente. Precisamente gracias a los libros de Encuentro conocimos a sacerdotes como Julián Carrón, José Miguel García o Javier Calavia, con el actual arzobispo de Granada, Javier Martínez, a la cabeza. Una amiga de Julián se hizo con nuestro primer catálogo y alguno de ellos empezó a preguntarse: «¿Pero quiénes son estos?». Se dieron cuenta de que teníamos la misma sensibilidad cultural, que nos gustaban los mismos autores, desde Lewis a Bernanos. Se estableció un diálogo que se prolongó durante siete años, prácticamente hasta 1985, cuando su movimiento, Nueva Tierra, decidió unirse a CL.

¿Qué autores habéis publicado en estos treinta años?
Los grandes clásicos cristianos contemporáneos: no sólo teología, sino también la gran literatura que a menudo hoy se olvida, incluso en las escuelas católicas: desde Zinoviev a Milosz, Lagerkvist, Daniel Rops, Chesterton, la fabulosa trilogía de Lewis, Eliot, Ibsen, Mounier, Péguy, Flannery O’Connor y Potok. Títulos históricos importantes sobre la evangelización de América o sobre la España del siglo XIX y del siglo XX, un capítulo todavía controvertido y mal comprendido, incluso dentro del mundo católico. Y además, un filón que durante treinta años ha sido una carencia en el mundo católico: la filosofía. Hoy hay un importante florecimiento filosófico neocristiano, desde EEUU hasta Inglaterra, pasando por Francia e Italia.

Un editor tiene que tener identidad. Sin embargo, publicar significa dejar que otros hablen.
La edición, si surge de una personalidad cristiana, católica, significa apertura a todo lo que de verdadero hay en cualquier postura humana. Hemos publicado muchos textos de judíos, de protestantes e incluso de ateos muy conocidos en España, gente que hasta hace pocos años era muy aplaudida por la izquierda y ahora está cada vez más cercana a nosotros, cada vez más amiga, cada vez más sorprendida por el tipo de experiencia y de apertura cultural que representamos. Somos un mascarón de proa para ellos: personalidades que siguen siendo libres y que son muy críticas con la política de Zapatero, con ese estatalismo soft que avanza por todas partes, con este circo de actores y de bailarinas que viven a costa del Estado. Ellos reconocen hoy, siendo incluso filósofos materialistas, que el último bastión para la defensa de la razón se llama Iglesia Católica.