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Huellas N.1, Enero 2003

PRIMER PLANO

Mi amigo David

a cargo de Jonah Lynch

Judío uno, seminarista el otro, unidos por la pasión por la música y el diálogo sobre Dios y el sentido de la vida. La correspondencia que mantuvieron, hasta aquel trágico 31 de julio en Jerusalén


David era un joven francés, nacido en París de madre católica y padre judío, ambos no practicantes. Nos conocimos hace seis años en la universidad McGill de Montreal, a donde había ido por un año para estudiar Letras. Enseguida se convirtió en mi mejor amigo. Nos unió en primer lugar el amor común por la música y después la búsqueda profunda de Dios. Nos preguntábamos cómo se podía creer en un Dios bueno, omnipotente, en un mundo tan lleno de mal. La lectura de Los hermanos Karamazov había sacudido hasta sus cimientos mi educación católica, mientras que David, por sus vicisitudes personales, había llegado a ser agnóstico. Decía: «Yo no admito la existencia de Dios por falta de datos». En 1997 yo redescubrí la fe a través del encuentro con John Zucchi, un profesor de la McGill, que me propuso la experiencia de CL. Esto me conduciría enseguida al seminario de la Fraternidad de San Carlos en Roma. David había vuelto a Francia y nuestras conversaciones continuaron, igual de intensas, esta vez por carta. David se acercaba gradualmente a la tradición judía. Fue precisamente la fascinación por ese mundo lo que le llevó finalmente a Jerusalén. Allí la explosión de una bomba palestina en una cafetería de la Universidad judía acabó con su vida el 31 de julio del año pasado. En recuerdo suyo quiero ofreceros algunos pasajes de las cartas que nos escribimos en los dos últimos años. Son el testimonio de la pureza con la que David buscaba la verdad. Esta pasión por la verdad, aun habiendo recorrido dos itinerarios distintos, caracterizados por opiniones a menudo contrastantes, se convirtió en profundo diálogo en nuestra amistad.

París, diciembre de 2000
Te doy las gracias por lo que me has escrito acerca de la oración. Creo que tienes razón cuando dices que es la expresión de la alegría por el descubrimiento del otro, o bien el grito que viene de esa “sensación gris” que a veces nos invade (aunque esta “sensación gris”, este estado de ofuscamiento, no puede ser un pretexto para actuar con otro hombre sin reconocer y respetar su alteridad - en teoría, porque en la práctica la olvidamos siempre; por esto necesitamos la Misericordia). Me parece que la oración establece más bien un vínculo horizontal, o mejor, la intrusión de la dimensión vertical cambia la horizontal [...]. Espero que todo haya ido bien en la operación de don Massimo. O no comprendo la pertinencia de la oración en un caso concreto, o bien no sé rezar profundamente de esta forma. Pero mi espera, mi esperanza profunda, os la puedo ofrecer.
David

París, marzo de 2001
Estaba releyendo tus cartas ayer por la noche y he encontrado citada esta bella frase: «Una comunidad existe sólo en donde se espera juntos - también un hombre y una mujer que se aman verdaderamente tienen este presentimiento indeleble». La espera de un acontecimiento - de algo que nos lleva a abrirnos - ¿es tal vez la irrupción concreta de Dios de en nuestra carne cotidiana?
David

París, mayo de 2001
No había comprendido, hasta que estuviste en Montreal, el alcance del compromiso que has asumido. He confundido el que seas seminarista con el hecho de que estés en Roma... parecía más lógico considerarte un simple estudiante de teología. Ahora comprendo que ya no estamos en el mismo camino y esto, egoístamente, me hiere a veces. Pero, más en serio, el fastidio que experimento nace de la idea que tengo acerca de la naturaleza de tu compromiso. Como me dijiste una vez, Dios no actúa en ti si no es a través de Cristo. Entonces surge la cuestión eterna: Cristo, ¿es el Mesías o no? Una respuesta negativa significa el caos o la ciénaga relativista.
David

París, 8 de febrero de 2002
Y ahora la gran noticia: ¡me han concedido una beca para ir a Jerusalén! Estudiaré filosofía, textos bíblicos y exégesis... Obviamente este proyecto horroriza a mi madre (también a mi padre, pero él es más callado) y sería un hipócrita si dijese que a mi no me asusta. Pero creo que es la elección justa.
David

Roma, 29 de mayo de 2002
Me acompañas en todo momento: cada vez que oigo nombrar Jerusalén pienso en ti... No es la primera vez que la religión es motivo de disputa entre nosotros, pero quizá la dificultad presente es más radical, porque hasta hace poco mi posición no era tan sólida, tan total. Yo vivo para anunciar a Cristo, para vivir a Cristo, para amar a Cristo. ¿Eres capaz de comprender qué quiere decir esto? El problema es que esto tiene que ver contigo: no me es posible poner nuestra amistad a un lado y mi fe a otro. ¿Implica esto violencia? No creo, pero no comprendo de qué forma esto puede suceder entre nosotros. (...) Yo puedo dejar de argumentar de oídas y tú puedes ver lo que acepto cuanto digo: «Creo en la Iglesia» y aceptarlo o rechazarlo con razones. Creo que el meollo del problema es este: yo creo que el amor y la verdad son una sola cosa y que en nuestra relación, si uno de ellos falta, el otro se secará.
Jonah

Jerusalén, apunte encontrado entre los efectos personales de David
Puesta de sol en Jerusalén: un mar de edificios de piedra blanca bajo el cielo rojo, más arriba los muros de la ciudad vieja; debajo, el desierto de Judea. La arquitectura es como el lenguaje de la Biblia: esto está aquí, aquello allá, y el vínculo está solo sugerido. ¡Justo lo contrario que en el latín clásico!
Sobre el prado la gente rezaba cantando en voz baja. Después la lectura del libro de Jeremías, 8,13-9,24. Las palabras duras de la Biblia chocan caprichosamente con la atmósfera serena. «Esperábamos la paz, y no hubo bien alguno; el tiempo de la cura, y se presenta el miedo. Desde Dan se deja oír el resuello de sus caballos. Al relincho sonoro de sus corceles tembló la tierra toda. Vendrán y comerán el país y sus bienes, la ciudad y sus habitantes ». Los helicópteros de reconocimiento sobre la ciudad me recuerdan lo que la gente llama aquí la “situación”. De repente tengo miedo...

Montreal, 8 de agosto
Queridos amigos: dos semanas después de su llegada a Israel, me llegó la noticia de la muerte de David. Fui con algunos amigos del Movimiento de Montreal al santuario de san José para rezar juntos el rosario. ¡Qué dolor y qué paz al mismo tiempo esa oración de los misterios gozosos por el alma de un difunto! Ese día llamé también por teléfono a mi superior, don Massimo Camisasca, que me dijo: «Ahora ya no existe un muro entre vosotros». Después, ante mi temor, añadió: «Su búsqueda de Dios era tan pura que difícilmente puedo creer que haya rechazado a Dios estando delante de Él». Mi primera reacción ante la noticia fue este pensamiento: «Ahora él sabe la verdad». La paz que experimento me dice que nuestra amistad no ha desaparecido en la nada. No había en mí rebelión, ni odio, ni violencia, solo dolor que purifica. Creí desde el primer instante en la positividad de todo. La vida no es una tragedia. Desde Montreal fui en avión hasta París, donde participé en el funeral. Pasé mucho tiempo con la madre de David, tratando de acompañarla en ese abismo de dolor. También toqué mucho. Me pedían continuamente que tocara su violín. Había algunas canciones que siempre tocábamos juntos.