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Huellas N.1, Enero 2003

PRIMER PLANO

Educación ecumenica

Javier Prades

Una valiosa contribución acerca del valor del ecumenismo en la experiencia de CL. Se trata de una apertura positiva hacia todo y hacia todos, que implica la pasión por el destino de las personas y un amor a lo que de verdadero hay en cualquiera, en cuanto reflejo provisional, pero real, de Cristo

Desde su nacimiento, Comunión y Liberación ha subrayado fuertemente el “ecumenismo” como factor decisivo de una educación cristiana, tal y como don Giussani la ha concebido y propuesto a decenas de miles de jóvenes.
La actitud ecuménica de Giussani se puede hallar en todos sus escritos, desde el volumen Llevar la esperanza (Encuentro, Madrid 1998) que recoge algunos de sus primeros textos, hasta los más recientes, como por ejemplo Crear huellas en la historia del mundo (Encuentro. Madrid, 1999). Dicha actitud marca tanto los orígenes como la madurez de su pensamiento y su experiencia a lo largo de toda su producción.
Al hablar de “ecumenismo” Giussani designa en primer lugar una apertura positiva hacia todo y hacia todos, que implica la pasión por el destino de las personas, y un amor a lo que hay de verdadero en cualquiera, en cuanto reflejo provisional, pero real, de Cristo. Casi podemos identificar aquí la clave para comprender tanto su posición educativa como su compromiso en la Iglesia. «El término cristiano que expresa bien la originalidad y el desarrollo de su cultura con la totalidad de sus factores es “ecumenismo”, entendido en su derivación etimológica original de la palabra oikumene. Con él se quiere indicar que la mirada cristiana vibra por un impulso que le permite exaltar todo el bien que hay en todo aquello con lo que se encuentra, en la medida en que le hace reconocer que forma parte de ese designio cuya realización será completa en la eternidad y que nos ha sido revelado con Cristo» (cf. L. Giussani, S. Alberto, J. Prades, Crear huellas en la historia del mundo, o. c. 145). Para exaltar el bien que hay en otro, tengo que amar mi propio bien en cuanto que corresponde a la verdad de Cristo que reconozco. Dentro de esta posición se sitúan sus fecundas relaciones ecuménicas e interreligiosas, en el sentido preciso de que estos términos han ido adquiriendo en la Iglesia. En el transcurso de su vida, don Giussani ha mantenido intensas relaciones personales y de pensamiento con el mundo protestante y el mundo ortodoxo, pero también con algunos representantes importantes del judaísmo y con los monjes budistas del Monte Koya, por citar los ejemplos más conocidos.
La posición de don Giussani atestigua una reciprocidad originaria entre concepción educativa y actitud ecuménica. El ecumenismo no es una dimensión complementaria, que se añade a una concepción previa, ni es tampoco la doctrina que se ocupa de un aspecto particular de la realidad eclesial. En primer lugar, el ecumenismo es una dimensión interna del proceso permanente de educación en la fe en cuanto tal. Como enseña Juan Pablo II, la unidad «no es accesoria, sino que está en el centro mismo de su (de Cristo) obra. No equivale a un atributo secundario de la comunidad de sus discípulos. Pertenece en cambio al ser mismo de la comunidad» (Juan Pablo II, Carta Encíclica Ut unum sint, n. 9).
El hombre se educa adecuadamente cuando aprende a reconocer la realidad hasta el fondo, llegando hasta esa apertura misteriosa que suscita una espera inexorable. La realidad, como conjunto de circunstancias, actividades y relaciones, es el lugar en donde el Misterio toma la iniciativa hacia nosotros para desvelarnos su significado y pedir nuestra adhesión integral.
Una concepción semejante de la educación empuja hacia la realidad, abre a todo aquello que existe según una hipótesis en última instancia positiva, ya que a través de la realidad se establece existencialmente la relación constitutiva del Misterio con cada “yo” individual. Para llegar a ser un “yo” maduro - y el objetivo de la educación no puede ser sino éste - cada uno de nosotros debe “entrar en la realidad”, en todas sus dimensiones, hasta el punto en el que el hombre se abre y dice “Tú” al Misterio.
Históricamente, el acontecimiento singular de Jesucristo tiene la pretensión de revelar de forma definitiva, dentro del tiempo y del espacio, este Misterio bueno del que todo proviene. Aquel que ha conocido a Jesús de Nazaret reconoce la extraordinaria correspondencia entre sus gestos y palabras y las exigencias originales del corazón humano (cf. Mc 7,37; Mt 7,29). La pertenencia a Cristo se convierte en la condición para poder entrar en la realidad hasta sus límites más recónditos, aunque sea dentro de la enigmática dimensión creatural marcada por las trágicas consecuencias que el desorden del pecado ha introducido en el mundo, en primer lugar el sufrimiento y la muerte.
El ecumenismo nace, por tanto, de la pertenencia al acontecimiento singular de Cristo, en cuanto que él es la verdad de la vida y de la historia. El Verbo se hizo carne y, de esta forma, la verdad se hizo presencia humana dentro de la historia y permanece en el presente. Cuando se tiene conciencia clara de la verdad suprema que es el rostro de Cristo, al mirar todo aquello con lo que nos encontramos se revela algo bueno. Afirma don Giussani: «El ecumenismo no es, entonces, una tolerancia genérica que deja al otro todavía como un extraño, sino que es un amor a la verdad que está presente, aunque fuera un solo fragmento, en quienquiera que sea. Cada vez que el cristiano conoce una nueva realidad la aborda positivamente, porque en ella hay siempre algún reflejo de Cristo, algún reflejo de verdad» (cf. L. Giussani, S. Alberto, J. Prades, Crear huellas en la historia del mundo, o.c., 145).
La categoría en la que don Giussani sintetiza la pertenencia a Cristo como fundamento de la realidad y la propuesta libre de la verdad que se ha encontrado a todos los hombres es la del “testimonio”.
De esta forma el testimonio de la verdad no violenta la libertad del hombre sino que la suscita. Sólo frente a la provocación de la realidad, en sus condiciones concretas, se pone en movimiento el dinamismo humano de la razón y la libertad. La condición para que emerja el hombre y para el desarrollo de su humanidad es una relación intensa con la realidad, y en particular con la realidad humana. Cuando una persona se encuentra frente a una humanidad que posee una riqueza de sugerencias de significado y de afectos, le resulta más fácil ser ella misma. Por el contrario, el hombre que no tiene una relación así con la realidad se encontrará viviendo su humanidad en condiciones menos ventajosas.
El testimonio es el método que, con las debidas distinciones, guía esencialmente tanto la misión como el ecumenismo. El diálogo ecuménico (e interreligioso) en sentido estricto requiere ciertamente el respeto de las condiciones en las que se desarrollan los encuentros y la cooperación a distintos niveles. En todos estos niveles hay algo que permanece siempre como determinante, y es el ensimismamiento, por obra del Espíritu Santo, con el corazón de Cristo, abierto a todo y a todos. Nada queda excluido del abrazo positivo de aquel que ha conocido a Cristo. «Si hay una milésima de verdad en algo, la afirmo. Nace así una aproximación “crítica” a la realidad conforme a lo que dice san Pablo: “valoradlo todo y quedaos con lo que vale” (1Ts 5,21), la belleza, la verdad, lo que corresponde al criterio original de nuestro corazón (cf. L. Giussani, S. Alberto, J. Prades, Crear huellas en la historia del mundo, o. c., 146). El acontecimiento de Cristo es la verdadera fuente de la actitud crítica, ya que ésta no significa descubrir los límites de las cosas, sino captar su valor. Esta es la plenitud del ecumenismo.
(Se ha publicado un texto más amplio sobre este mismo problema en el volumen del Consejo Pontificio para los Laicos Ecumenismo y diálogo interreligioso: la contribución de los fieles laicos).