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Huellas N.1, Enero 2002

BREVES

Cartas

a cargo de María Pérez

ROMA
Obediencia y afecto colegial

Juan Pablo II acaba de nombrar patricarca de Venecia Monseñor Angelo Scola. Publicamos el texto de la carta que Monseñor Scola, nada más conocer la noticia de su nombramiento, ha enviado al Cardenal Marco Cè, su predecesor en la sede de San Marcos
Eminencia Reverendísima, me urge expresarle mi saludo más afectuoso a Usted, y a través de Usted a toda la Iglesia de Venecia.
La decisión del Santo Padre de nombrarme patriarca de Venecia me llena de conmoción. Al temor comprensible ante una tarea tan ardua se une, sin embargo, la serenidad que nace de la obediencia a la voluntad del sSucesor de Pedro. A ella le confío también mis límites.
En la Epifanía del Señor resplandece la fascinación por la humanidad que Jesucristo ofrece a todos en plenitud. Para que la libertad de cada hombre pueda vivirla cotidianamente a través de los afectos y del trabajo, la comunión cristiana le ofrece una amistad fiel.
La fecunda tradición de la Iglesia que está en Venecia da testimonio de un tejido inigualable de bellezas naturales, artísticas y culturales, ennoblecidas por la fisonomía laboriosa de un pueblo que hoy se encuentra ante desafíos emblemáticos para todo el país. A partir de este extraordinario mosaico de recursos emerge la figura de la misión eclesial: el hombre, todo hombre «es el primer y fundamental camino de la Iglesia, camino trazado por Cristo mismo, camino que inmutablemente pasa a través del misterio de la Encarnación y de la Redención» (cf. Redemptor hominis 14).
Eminencia, le ruego que me haga presente ante todos los que viven en nuestra diócesis, a la que usted se ha dedicado sin descanso a lo largo de una parte tan significativao de su existencia.
Comunique a todos, tanto a los bautizados - practicantes o no -, como a los hombres de otras religiones, o a los que se consideran no creyentes, mi deseo de testimoniar junto con los sacerdotes, los religiosos y religiosas, y todos los laicos, en especial las familias cristianas, que la fe en Cristo «hace realmente libres» (cf. Jn 8,36). Dígales que la adhesión consciente a la santa Madre Iglesia abre de par en par al encuentro respetuoso y constructivo con todos y con todo. En efecto, la verdad que Jesús nos enseña no teme ninguna diferencia: más aún, el cristiano, al creer en el Misterio del Dios Uno y Trino, es bien consciente de que sobre la diferencia se puede edificar la paz plena, aceptando el sacrificio necesario.
Le ruego que manifieste a todos mi cercanía, de manera particular a los niños, a los ancianos, a los enfermos y a los que se encuentran en la indigencia material y espiritual.
Cuento con las oraciones de todo el pueblo para el que invoco la protección de María y la intercesión de san Marcos. Me encomiendo a san Pío X, al beato Juan XXIII y a Juan Pablo I que en la historia reciente han hecho ilustre el nombre de Venecia en el mundo entero.
Eminencia, quisiera que hoy su bendición a todos los hijos de la diócesis «común a Oriente y a Occidente» incluyera también la mía.
Con profundo afecto colegial,
Mons. Angelo Scola

ESPAÑA
Unos días con la Belleza

Durante el puente de diciembre mi marido y yo estuvimos unos días en Francia acompañando al grupo Psalterium que celebraba un concierto en el pueblo de Montaut en la región del Perigord, al este de Burdeos. Estos días han dejado huella en mí y no quería que, una vez más, la pereza y la premura de los requerimientos cotidianos dejaran pasar la ocasión de poner lo que hemos vivido ante los ojos de todos. He podido constatar lo que es llevar adelante una obra, con todo lo que conlleva, que crea “huellas en la historia del mundo”. Convivimos con ellos en la “trastienda” de Psalterium para comprobar que sólo el amor a la Belleza, más aún, la Belleza hecha carne, cercana y tangible, permite trabajar, ensayar, sacrificarse, superar roces y reticencias. En fin, las mil limitaciones que nos acosan a todos. Psalterium tiene muchos años, posiblemente más que ninguna otra obra del movimiento en España. A lo largo de estos años los he escuchado muchas veces y me parecía algo “natural” que su música me conmoviera. Después de estos días me doy cuenta de que no es “obvio”, aunque es cierto que escuchando percibo una belleza que corresponde totalmente. Pero no es algo mecánico, es algo excepcional, como excepcional es ver a alguien que dice: “yo”, porque se sabe amado y responde libremente a ese amor construyendo una obra que da gloria a Dios. Ese amor a la Belleza encarnada, al lugar en que se expresa, da una tenacidad, una infatigable alegría, que superan toda prueba y son evidentes para quienes les ven. Hemos visto el trabajo que hay detrás de Psalterium; y parte de ese trabajo son sus mujeres y maridos, cuyo papel es menos vistoso, pero igualmente útil y cargado de significado. El día del concierto constataba una vez más que la música expresa una unidad que es más que una mera concordancia de gustos y temperamentos “medievales”. Expresa la unidad en torno a un Ideal y en esa tensión cada nota llega a decir “Cristo”.
Clara, Villanueva de la Cañada

Honduras
Instrumentos en mis manos

Con motivo de la difusión de Huellas (recibo cada mes diez ejemplares para repartir), ayer fuimos a un locutor de Radio Católica y le entregamos unas cuantas revistas. El caso es que nos ha invitado a su programa del viernes para hablar de CL. Es una ocasión privilegiada. Desde que lo he sabido no hago más que pensar qué tengo que decir, qué les puedo decir. Desde luego quiero que nos conozcan, y quizá el mejor método sea decir qué es la Escuela de la comunidad y cuándo la hacemos. Además también hay la posibilidad de hacer un programa de radio semanal, nos darían un espacio. Para ello se me ha ocurrido que lo más útil es educarnos en la música, como expresión de la belleza que hemos encontrado, y lo más idoneo es la colección de Spirito Gentile. Lo que me sorprende es que yo no he hecho nada, sólo trato de responder a lo que me va saliendo al encuentro. Es verdad, no se trata de planificar nada. Se trata de mirar y pedir.
José

Una memoria que no es añoranza
El saludo de monseñor Luigi Giussani tras concedérsele el título de ciudadano honorario “Corona Turrita”. Desio, 14 de octubre de 2001
Me siento humillado por no poder estar presente en este encuentro, pero el Señor me pide también este sacrificio. Os doy las gracias por el inesperado gesto de amistad que habéis tenido para conmigo, que nací en Desio y aquí crecí, en un ambiente acogedor, en mi casa.
La memoria guarda recuerdos indelebles de una historia a la que debo todo lo que soy, por el cariño de quien me quiso, dándome la vida y trayéndome a este mundo que, para mí, de pequeño, comenzaba en las calles y las casas de mi pueblo, para luego ampliarse hasta el infinito (aunque esto lo he comprendido sólo de mayor). Cuántas veces he recordado esa mañana de primavera en la que iba a misa con mi pobre madre, con el cielo sereno y la única estrella que seguía brillando.
Mientras yo miraba fijamente aquella última estrella, mi madre exclamó: «¡Qué hermoso es el mundo y qué grande es Dios!». Aquel fue para mí realmente el amanecer de un día que todavía no ha terminado.
El presente de un hombre es el desarrollo de una historia, que conserva a lo largo del tiempo lo válido y abandona lo que no sirve para el camino.
Por eso todos los años pasados en Desio siguen conmigo, como una gran dote con la que el Señor me quiso lanzar a la aventura de la vida. Sin mi pobre madre, que en el invierno me sentaba sobre sus rodillas y me leía las parábolas del Evangelio, quizá no habría conocido el cristianismo sino como algo relativo al pasado. Pero en ella, en el tono de su voz y en sus historias, la vida de Jesús se convertía para mí en algo presente.
Así que expreso toda mi gratitud a quienes, con esta ocasión, me han ofrecido la posibilidad de revivir una memoria que no es añoranza, sino seguridad de que no se pierde nada de lo humano, como nos recuerda la gran Ada Negri en su poesía Mi Juventud: «No te he perdido. Te has quedado, en el fondo/ de mi ser. Eres tú, pero eres otra:/ sin fronda ni flor, sin la risa brillante/ que tenías en el tiempo que no vuelve,/ sin aquel canto. Otra eres, más bella».
Gracias