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Huellas N.1, Enero 2002

EVANGELIOS

Y nació de Santa María Virgen

José Miguel García

Las fechas de Navidad son propicias para estrenos de películas en las que se ensalza el “espíritu navideño” o tertulias que giran alrededor de la bondad de las reuniones familiares o artículos en los que se abordan cuestiones relacionadas con la religión cristiana y el nacimiento de Jesús.

Así, El País Semanal del 23 de diciembre publicó un artículo de Juan Arias con el título «¿Cuándo nació Jesús?». En un estilo superficial y desenfadado se aborda el acontecimiento que dio origen a la Navidad, como el mismo nombre indica: la natividad, el nacimiento de Jesús de Nazaret.

El articulista, para quien este Jesús no merece más que el título de profeta judío, recoge informaciones de distinto tipo con las que cocina un guiso bastante indigesto, pues produce gases de sospecha y pesadez de escepticismo sobre el valor histórico de los acontecimientos que celebran los cristianos durante estas fechas. Pero según el parecer del articulista estos efectos dañinos no son preocupantes, pues la Navidad «es más que una celebración religiosa; es un paradigma, una metáfora de un momento de mayor intimidad familiar, de arquetipos antiguos, de sueños de fraternidad perdida», o simplemente una fiesta «que evoca la solidaridad, la ayuda a los pobres, la unión de las familias y la búsqueda de la paz interior y exterior».

La información sobre el nacimiento e infancia de Jesús nos ha llegado solamente a través de dos evangelistas: Mateo y Lucas. Estos relatos están escritos en griego, pero lleno de anomalías de redacción o de sentido. Esta peculiaridad nos obliga a pensar que el griego no fue su lengua original, pues es inconcebible que un hombre que redactó directamente en griego dejase escritos pasajes de uno o varios versículos, e incluso de capítulos enteros, en un griego oscuro, que se resiste a toda traducción e interpretación, o que es claro en su significado pero con un sentido que resulta totalmente incomprensible e inaceptable. En realidad estamos ante una traducción bastante literal de relatos escritos originalmente en arameo (Mateo) o hebreo (Lucas). Las primeras narraciones del nacimiento y la infancia de Jesús, por lo tanto, fueron escritas en una lengua semítica, es decir, por y para cristianos provenientes del judaísmo que habitaban en Palestina. Esto quiere decir que la información que nos transmiten es de primera mano y de un valor histórico innegable. Una información que, al estar difundida entre aquellos que habían sido contemporáneos de los hechos narrados, estaba sometida a la comprobación permanente de hombres capaces de desmentir informaciones falsas o legendarias.

El contenido principal de estos relatos evangélicos es la manifestación de la naturaleza divina del niño que nacerá de María, virgen, y de su misión salvadora. La divinidad de Jesús de Nazaret no es algo que los católicos hayan reconocido varios siglos después de su nacimiento, como J. Arias sugiere varias veces en su artículo, sino un dato afirmado desde el mismo inicio de la Iglesia. Y el hecho de que todos ellos fueran judíos, plantea inevitablemente esta pregunta: ¿cómo es posible que monoteístas férreos hayan “divinizado” a un hombre? Es necesario recordar que ninguna religión como el judaísmo ha establecido una diferencia tan clara y radical entre Dios y la criatura humana. Pues bien, según estos relatos muestran, la afirmación de la divinidad de Jesús existe desde los primeros años de la Iglesia palestinense, es decir, en ámbito judío. Un posible influjo de las religiones helenistas, como han sugerido los estudiosos de la Historia de la religiones, es insostenible. La afirmación de la verdad de la divinidad de Jesús de Nazaret no es el resultado de una reflexión o de una invención, sino el fruto de una revelación. Fue revelada a María por el ángel antes del nacimiento de Jesús, como los relatos evangélicos de la infancia afirman.

Años después, los discípulos alcanzaron este conocimiento de labios de su Maestro; conocimiento corroborado por la asombrosa correspondencia que ellos experimentaban estando con Él. Aquel hombre respondía de un modo insospechado a los anhelos y exigencias del corazón humano. Gracias a los evangelios de Mateo y Lucas, sabemos que Jesús nació en tiempos del rey Herodes, en Belén de Judá, de donde era originario José. Allí se trasladaron María y José desde Nazaret con ocasión de un censo que tuvo lugar algunos años antes del de Quirino, gobernador de Siria. Estando alojados en la casa de la familia de José, María dio a luz a su hijo, y lo recostó en el pesebre, porque no había un lugar mejor en toda la estancia. Y aquel niño envuelto en pañales fue adorado por los pastores como su Salvador y Señor, ya que gracias al anuncio del ángel pudieron conocer quién era el hijo de María. Un nacimiento que es calificado por el ángel como maravilloso, pues verdaderamente es portento que amedrenta al hombre considerar que el Señor de todo el universo haya aparecido niño vestido en pañales y puesto en un pesebre.

La Iglesia católica celebra en estos días un acontecimiento histórico que sucedió en un lugar y fechas concretos. No estamos ante “la elaboración de un mito” o una creencia inventada con el fin de «aplicar a la nueva religión los mitos de las religiones más antiguas». Dejando aparte la fijación posterior de la fecha del nacimiento de Jesús, en la que intervino fundamentalmente el deseo de reconocer a Jesús como el verdadero Sol que ilumina a todo hombre, algo que ya tenemos afirmado en el Benedictus, los cristianos siempre han celebrado el nacimiento de Jesús como el gesto más insospechado de la misericordia divina, del amor inaudito del Creador por su criatura. Ciertamente «el Misterio entró en la historia del hombre con una historia idéntica a la de cualquier hombre: de forma imperceptible, sin que nadie pudiera observarlo o registrarlo. En un momento determinado se presentó y, para quien se encontró con él, fue el instante más grande de su vida y de toda la historia» (L. Giussani). Así también para nosotros.

Proponemos aquí la traducción del texto hebreo que J. M. García Pérez-M. Herranz Marco leen tras el relato griego del nacimiento de Jesús, que tenemos en el capítulo segundo del evangelio de san Lucas, atendiendo a todas las anomalías lingüísticas .
1 En aquellos días llegó un edicto de César Augusto de que hiciesen su empadronamiento todas las ciudades.


2 Este es un empadronamiento primero, que se hizo antes de ser gobernador de Siria Quirino.

3 Y así marchaban todos a inscribirse, cada uno a su propia ciudad. 4 Pero José subió incluso de Galilea, de la ciudad de Nazaret, a Judea, a la ciudad de David, que se llama Belén, por ser él de la casa y familia de David, 5 para empadronarse con María su esposa, a pesar de que estaba encinta. 6 Estando allí, se cumplieron los días de su parto, 7 y dio a luz a su hijo, el primogénito, y lo envolvió en pañales y lo reclinó en el pesebre, porque no tenían mejor lugar en la estancia. 8 Y sus pastores estaban en la misma tierra velando y guardando la vigilias de la noche sobre su rebaño. 9 Se les presentó un ángel del Señor, y la gloria del Señor les envolvía con su luz, quedando ellos sobrecogidos de gran temor. 10 Díjoles el ángel: «No temáis, os anuncio una gran alegría, que será para todos los pueblos: 11que ha nacido de vosotros hoy, como Salvador, esto es, como Mesías, vuestro Señor en la ciudad de David. 12Y esto será para vosotros lo portentoso: lo encontraréis (a vuestro Señor) niño envuelto en pañales y puesto en el pesebre». 13 Al instante se juntó con el ángel una multitud del ejército celestial alabando a Dios, y diciendo: 14 «Gloria, por medio de los cielos, tiene Dios, y con la tierra, paz por medio del Hombre de su complacencia».