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Huellas N.1, Enero 2007

CL - Ejercicios de los universitarios

La respuesta a la confusión del yo

Luca Pezzi

Seis mil universitarios, procedentes de todo el mundo, participaron del 8 al 10 de diciembre en los Ejercicios espirituales en Rímini. El lema: «¿De qué le sirve al hombre ganar el mundo entero, si se pierde a sí mismo?»

«¿Quándo se celebran los próximos Ejercicios del CLU?». Pregunta Josh, un amigo australiano que conocí precisamente en los Ejercicios de 2005. Por aquel entonces no pertenecía al movimiento. Pero algo había cambiado. En el mail que me escribió decía que vendría a Italia el 29 de noviembre, justo para poder venir a los Ejercicios. Un día antes de que comenzaran nos vimos en la Estación Central de Milán. Me reconoce y lo primero que me dice es: «Llevo esperando un año volver con vosotros a Rímini». «Tiene que haber visto algo grande –me digo a mí mismo– para venir desde Australia a Rímini corriendo con todos los gastos». Desde ese momento mi participación en los Ejercicios dio un giro de 180º. Su brusca intrusión en la quietud del “pre-Rímini” me obligó a decir por qué iba allí, por qué sigo yendo: «Pido poder aprender la sencillez de la que tanto se habla. Esa razón ensanchada y cierta de la presencia de Cristo en todo lo que sucede». «Sí, pero ¿cómo se hace?».

Viernes por la tarde
Son las nueve de la noche. Las largas colas de autocares atascan la calle que une el viejo pabellón con los diferentes barrios de Rímini. Somos más de seis mil. Vengo de una boda y llego con antelación. Es 8 de diciembre, fiesta de la Inmaculada Concepción. «¿De qué le sirve al hombre ganar el mundo entero, si se pierde a sí mismo?», es el lema de este año. Un nudo en el estómago. «Participamos en este gesto – empieza Carrón– gente de Albania, Australia, Lituania, Alemania, EEUU, Francia…» La lista se alarga, cubre toda Europa y llega hasta mi amigo australiano. «Esto demuestra la necesidad urgente que nos une», la necesidad de tener certeza. «Si tuviéramos que definir cuál es la situación en la que nos encontramos, la palabra exacta sería: confusión». Sorprendido, me froto los ojos y digo: «¿Cómo lo sabe? ¿Cómo puede saber que no sé cómo apañármelas entre los exámenes, las mil cosas que no marchan, el dinero, el piso, el estudio, la chica de la que estoy enamorado? ¿Cómo puede saberlo?» No me da tiempo ni de pensar en ello y escucho: «¿Qué es lo que resiste ante la confusión? Esta confusión no puede eliminar la exigencia de felicidad que llevamos dentro». Sigue describiéndome. Miro alrededor y sólo veo rostros atentos: probablemente todos viven esta situación. En este momento las preguntas me asaltan: «¿Qué me impide encontrar una respuesta ante esta confusión? ¿Cómo puedo vivir sin que las circunstancias me angustien? ¿Cómo puedo no ahogarme?» .«Es suficiente un instante de simpatía para recomenzar –continua Carrón– Dios no fracasa. O mejor: al principio fracasa siempre, deja que exista la libertad del hombre, y ésta continuamente dice “no”. Pero la fantasía de Dios, la fuerza creadora de su amor es más grande que el “no” humano. Con cada “no” humano aparece una nueva dimensión de su amor, y él encuentra un nuevo camino, más grande, para realizar su “sí” al hombre, a la historia y a la creación». Son palabras de Benedicto XVI.

Sábado y domingo
Son las siete y media, suena el despertador del hotel. Ducha, desayuno y carrera hacia los autocares. En diez minutos ya estamos en el aparcamiento. Entro en el salón, con todas las preguntas a flor de piel. La confusión de la vida permanece. Julián cita a Italo Calvino: «El infierno ya está aquí. Sólo hay dos modos para no sufrir. El primero resulta sencillo para muchos: aceptar el infierno y convertirse en parte de él hasta el punto de no verlo. El segundo es arriesgado y exige una atención y aprendizaje continuos: buscar y saber reconocer quién y qué cosas, en medio del infierno, no son infierno, hacer que duren y darles espacio». ¿Cómo es posible –me pregunto– que una persona que vino por casualidad a los Ejercicios del año pasado y de la cual no hemos vuelto a saber nada, reaparezca en el último minuto para volver? «El problema de la fe no tiene que ver con lo que no vemos, sino que es la relación con lo que vemos». Josh, el australiano, está justo delante de mí. La fe es un fenómeno de conocimiento, «comienza así, me encuentro delante de un hecho, un hecho excepcional». Ante mis ojos tengo un testimonio claro: Carrón. Es un hecho que sucede y que te obliga a preguntar: «¿Quién eres Tú?», una pregunta que nos arrastra hasta plantearnos el significado de lo que vemos. Exactamente igual que para el ciego de nacimiento, recuerda Carrón; reconoce un hecho: un hombre le ha devuelto la vista. Antes no veía y ahora ve. Y vuelvo a sobresaltarme en la silla. Estoy en el último curso de la carrera. Es natural pensar: «¿Qué sucederá después? ¿Seré periodista o profesor? ¿Qué será de mí?». Escucho: «Cuando conocemos a una persona que será importante para nuestra vida, podemos decir al instante “es él, es ella”, pero sólo la convivencia le permite entrar en nuestras vidas. Es una persuasión que sucede lentamente. Por eso la certeza es un camino». Cuando elegí la universidad fue así. Tenía mucho interés por la escritura y pasión por la literatura; pero sólo después de años de estudio, de clases y exámenes, he podido verificar poco a poco la correspondencia entre aquella intuición inicial y lo que deseaba. Y esto es lo interesante. El camino que nos lleva a la certeza no tiene nada que ver con la capacidad; ésta genera sólo ansiedad cuando nos creemos los directores de orquesta de nuestra vida. En la síntesis, las palabras de C.S. Lewis nos ofrecen un método a seguir: podéis equivocaros continuamente, pero no iréis demasiado lejos sin que «aparezca el aviso justo. Podéis engañaros a vosotros mismos, pero la experiencia no está tratando de engañaros. Si uno interroga honestamente al universo, éste responde con la verdad».