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Huellas N.2, Febrero 2007

CL - Don Giussani (1922–2005)

¡Sin medias tintas!

Umberto dall’Orto

Proponemos algunos pasajes de un extenso ensayo del padre Umberto Dell’Orto, publicado en la revista La Scuola Católica y dedicado a «El clérigo Luigi Giussani (1933-1945). Testimonios archivísticos e indicaciones historiográficas», fruto de un paciente y valioso trabajo de investigación en los archivos del Seminario de Venegono.
En estas páginas, la entrada en el Seminario, el nacimiento del Studium Christi y la relación con los superiores. Escribe Dell’Orto: «“Sin medias tintas”: es la expresión más acertada para describir el estilo de la personalidad, la propuesta educativa, las palabras y las opciones de don Giussani. Permaneció fiel al propósito que hizo cuando tenía 22 años».
Hablando de él en la homilía del funeral, el entonces cardenal Joseph Ratzinger dijo: «Siendo todavía un chaval creó con otros jóvenes una comunidad que se llamaba Studium Christi. Su programa consistía en no hablar de otra cosa más que de Cristo». Estas páginas iluminan la verdad de estas palabras


Desio, 12 de agosto de 1933
«Desio, 12 de agosto de 1933 - Reverendísimo Sr. Rector. Un jovencito de Desio muy bien preparado, de nombre Giussani Luigi de Beniamino, aspira a entrar como seminarista en S. Pietro M. Cuenta once años y ha aprobado el Examen de Estado con muy buenas calificaciones. A día de hoy, la familia se encuentra con dificultades para costear los estudios ya que el padre, que es tallista de madera, lleva un año sin encontrar trabajo. ¿Acaso podría Usted facilitarle una beca de las que el llorado arcipreste Missaglia dejó con legado testamentario en favor de los seminaristas de Desio, o bien una de las de Su Santidad Pío XI? Según lo que he podido comprobar la familia del ya mencionado joven Giussani Luigi podría, más adelante, con el trabajo del padre, costear los estudios. No pudiendo tener el acta del Examen de Estado incluyo en esta mía el acta del graduado escolar. Con viva esperanza de obtener una respuesta favorable, me despido con deferencia, Sac. Erminio Rovagnati, preboste».

La entrada en el Seminario
Una decena de días después de redactarse esta solicitud, se prepararon otros documentos para el acceso de Giussani al Seminario. Ante todo, con fecha 23 de agosto, fue escrita por mano del joven Luigi una «cálida instancia» dirigida al arzobispo Schuster «para que se digne recibirle en el Seminario de S. Pietro M. a fin de cursar la I clase del ginnasio» (correspondiente, en el ordenamiento escolar de la época, a los 11 años de edad; ndt.). Luego, fechadas el mismo día, he aquí las dos cartas, firmadas por el arcipreste de Desio, que declaraban, por una parte, que el candidato había recibido el Bautismo y la Confirmación y, por otra, que siempre «ha frecuentado el oratorio local (el centro para jóvenes de las parroquias ambrosianas; ndt.), los Santos Sacramentos, y ha dado señales de verdadera vocación eclesiástica». Al día siguiente, papá Beniamino o mamá Angelina pasaron por los despachos del ayuntamiento para obtener la partida de nacimiento y los certificados de vacunación y sana constitución física de su hijo (estos últimos atestados fueron concedidos por aquel a quien aún hoy recuerdan los ancianos de Desio como el dutur Mario, o sea, el doctor Brambilla Antonio Mario, ya jefe de servicio del hospital de la ciudad). El 25 agosto de 1933, en el Regio Colegio Zucchi de Monza se emitió el atestado del Examen de Estado para la admisión a la sucesiva fase de estudios, con las siguientes notas: 7 en italiano, cultura general y educación física; 8 en aritmética y dibujo. Monseñor Rovagnati había dicho bien, pues, al hablar de «muy buenas notas». Dichas notas confirmaban los nueve «bueno» y los cinco «laudable» que aparecían en el documento que el mismo sacerdote había enviado al Seminario, es decir, el certificado de estudio relativo al curso escolar 1932-1933, a cargo del director de la escuela primaria de Desio, Barbieri, y del maestro de V de Primaria, Fossataro1.
Custodiados en el archivo Histórico del Seminario de Venegono, los testimonios hasta aquí señalados son los primeros de una serie que, después de una atenta búsqueda, he agrupado en cinco tipologías referidas: a la escuela, a la conducta, a esa experiencia conocida con el nombre de Studium Christi, a la vida comunitaria y a dos cartas de circunstancia, escritas en los últimos años de formación en el Seminario. Estas tipologías forman los cinco apartados de este artículo. Con ello no sólo daré a conocer una parte del material archivístico, sino que ofreceré, además, unas indicaciones historiográficas para ulteriores búsquedas y estudios. En vista de tal perspectiva, he comparado los datos en mi posesión con los tres capítulos que Massimo Camisasca, en su libro sobre los orígenes de Comunión y Liberación, dedica al periodo de seminarista de Luigi Giussani2. Estas páginas, que son hasta ahora la reconstrucción más amplia dedicada al período tomado aquí en examen, me han ayudado a entender los testimonios que he hallado en el archivo. (...)

¿Qué fue el Studium Christi?
Al hablar del nacimiento del Studium Christi en el Seminario, durante los años del liceo, los acentos de don Giussani se tiñen de particular emoción. En esa amistad entre chavales está el germen de una historia que, con el paso del tiempo, se dilataría alcanzando decenas y decenas de países en el mundo y cambiaría la vida de miles de personas3. A cerca de esta experiencia, que Massimo Camisasca presenta como fundamental en la formación y en la misión posterior de don Luigi Giussani, he localizado dos testimonios. El primero se encuentra en la nota en comportamiento que el rector Giovanni Colombo al final del II curso de liceo (1939-40) puso a Guido De Ponti, uno de los grandes amigos de Giussani: «Sueña grandes cosas, vastas y nuevas formas de apostolado; en las cámaras corridas (la gran habitación que servía de dormitorio común, ndt) funda un círculo “Christus” para el estudio y la imitación de la persona del Redentor»4.
El segundo testimonio sobre Studium Christi se encuentra en un documento mucho más amplio. Se trata de una carta que tuvo una historia tortuosa5. El 15 de marzo de 1943, los clérigos de II de Teología Rubén Enrico Manfredini y Luigi Giussani le escribieron a un compañero suyo de curso, Michele Elli. Manfredini y Giussani vivían ambos en Venegono, el primero en la comunidad de teología, el segundo, como sabemos, en la del liceo como prefecto. También Elli era prefecto, pero en Anzano al Parque (Como), adonde se trasladó, con motivo de los bombardeos, alojándose en el Colegio Villoresi de Monza. Ahora bien, enviada desde Venegono, la carta, antes de llegar a su destino, acabó en manos del vicerrector, Giovanni Premoli. Echado un vistazo, Premoli la devolvió a Venegono, al rector mayor, monseñor Francesco Petazzi, «porque resulta un tanto extraña por algunas expresiones». La valoración del vicerrector es acertada, como se puede constatar en primera persona, leyendo el texto que transcribo, acompañado por algunas notas que intentan arrojar luz sobre personas y circunstancias implicadas. En primer lugar, he aquí [un pasaje de] la parte escrita por Manfredini: «¡El Reino! – Querido Michele, quizás hayas pensado mal de mí, pero la culpa es de Gius, puedes estar seguro; a ese chico se le da muy bien trasnochar: sácale una vez de la rutina (vulgo!) cotidiana y puede ser preocupante. Te exhorto en primer lugar a calibrar tus palabras, porque la epístola anterior, que nos encontramos en una vulgar ventana de Teología con todo el resto del correo6 resultaba demasiado clara; de esto te contará mejor Gius que ese día me pareció realmente preocupado y se fue corriendo a ver al padre Galbiati7 para recibir instrucciones en el caso de que se nos pidieran aclaraciones. [...] Te pido por favor unas oraciones: el Reino es Reino de los cielos y nosotros, solos, con todo lo que podemos hacer, no podemos ni siquiera llegar a tocar sus umbrales. Gius se ha hecho un poco más humano y tratable; me parece que nos entendemos mejor: se progresa, es lógico. Dejo, saludándote, el cálamo a él. Manfredini: a 15 de marzo de 1943. Salúdame al padre Cervini8, al Padre9, etc.: también a los chicos, que, a pesar de todo, he seguido, en ese pobre mes, con muy buena voluntad»10.
Y he aquí, palabra por palabra, cuanto salió del cálamo de Giussani:
«¡Maranathà! Michele, me he puesto contentísimo leyéndolo: hace un mes que me lo repito en la comunión espiritual. De todas formas, perdóname si por mi culpa has tenido que esperar tanto: probablemente no será la última que te hago. Pero te aseguro que estoy hasta el cuello de trabajo: en 4 días (las SS. Cuarenta Horas) he leído pocas páginas de moral. Por tanto lo que leo es todo en tiempo robado (minuto a minuto) a las conversaciones con mis “hombres”11. “Tú ahora estás en la vida, no en el estudio” me dijo el padre Enrico12. Fides tiene artículos maravillosos. He comprado el Gonella13: procuraré hacerlo también con otros. ¿Y Möhler? ¡Qué hombre!, ¿eh? A propósito de la carta: se ve que los familiares de Viganò14 la entregaron fuera de la saca, al cartero, con lo que llegó a manos de Monseñor. El padre Galbiati me tranquilizó: ya lo ha hablado con Monseñor15. De hecho, no fui llamado a palacio. Es mejor, de todas formas, que la pongas en la saca del correo: diciendo naturalmente que me la entreguen a mí. Luego yo se la mostraré al Sr. Rector o al Sr. Vicerrector. En cualquier caso sirve para abreviar la cosa. Si no pudieras hacerlo, no pasa nada: creo que en el fondo Monseñor estará contento. ¿Te enteraste de lo de De Ponti? Veremos qué pasa (dale las vueltas que quieras, Studium X.). Se ve que... ese es nuestro destino. ¡Viva nosotros, hermano!; ¡por Él! Te encomiendo que reces algunas Avemarías el 25 de este mes: también por mis Caballeros (el padre Ronchi16 será elegido Asistente del Reparto). Con cariño fraterno. Viva el Rey. Con mucho afecto, Acólito, Luigi Giussani». (...)

La gratitud por el Seminario
La gratitud por el Seminario y por sus sacerdotes, que tan claramente expresó cuando era seminarista, permaneció como una dimensión constante en don Luigi Giussani. Son muchos los testimonios que nos ha dejado al respecto17 y que constan también en las paginas del libro de Camisasca. Por mi parte, quiero reflejar la solidez de este sentimiento, que permaneció intacto no obstante las recíprocas incomprensiones y los choques que Giussani tuvo, entre finales de los Sesenta y los primeros años Setenta, tanto con el arzobispo de entonces (su antiguo rector en el liceo), el cardenal Giovanni Colombo, como con los superiores del Seminario. De ese período es una breve carta que recuperé en una copia del volumen que contiene, retocada, su tesis de laurea licenciatura18. En esta carta, dirigida a un antiguo profesor suyo, se alude a las tensiones de aquellos años: «Reverendísimo Monseñor, me permito dejarle una copia del volumen que la bondad de mis Superiores ha permitido que fuera publicado. Le agradezco mucho la benevolencia que de nuevo me manifestó el otro día. No dude de que mi recuerdo siempre es tan fiel como casi hace treinta años. ¡Si no fuera así, en mis condiciones, qué podría haber ocurrido! Doy gracias al Señor».
Volviendo a las dos cartas escritas por el clérigo Giussani, hay otros dos pasajes que leer. Ante todo, la parte central de la primera: «Porque yo [el Seminario] lo siento más cerca de mí, casi, que mi propia querida familia: en él, en efecto, después de ella, se concretaron para mí las mismas santísimas personas de Dios y de la Iglesia, se me hicieron presentes y sensibles con su amor y su obra educadora». Si comparamos estas palabras con las que pronunció el cardenal Ratzinger en la homilía del funeral de don Giussani, nos sobrecoge la afinidad límpida que existe entre unas y otras: «Comprendió así que el cristianismo no es un sistema intelectual, un conjunto de dogmas, un moralismo, sino un encuentro, una historia de amor, un acontecimiento»19. Entre las palabras de la carta y las de la homilía transcurren más de 60 años. Ahora bien, durante todos estos años, el modo –aprendido en Seminario y, antes y sin solución de continuidad, en familia– de entender y de vivir la relación con Dios y la Iglesia, es decir, el cristianismo, permaneció sustancialmente inalterado en don Giussani. Hemos identificado así una segunda dimensión permanente en él.
Tras haber leído y comprendido la parte central de la primera carta, hacemos el mismo ejercicio con la segunda parte de la carta del 7 de julio de 1944, escrita a monseñor Petazzi con ocasión del subdiaconado: «El recuerdo del Acto –anhelado y bendito– que me hizo para siempre Unum –también jurídicamente– con mi Señor Jesús jamás irá separado del pensamiento de Su Figura de Padre venerado, y del estímulo potente de algunas palabras, que usted me dijo hace bastantes semanas, pero que se quedaron grabadas clara y vigorosamente en mi alma y que he puesto como sello de los propósitos de mis S.S. Ejercicios: “Recuerda: ¡sin medias tintas!”. Es la gracia que cada día pido y pediré a Jesús Sacramentado y a la Virgen. Qué se conviertan en un eterno programa».
«¡Sin medias tintas!»: esta es la expresión más acertada para describir el estilo de la personalidad, de la propuesta educativa, de las palabras y de las opciones de don Giussani. Permaneció fiel al propósito que hizo cuando tenía 22 años, casi al final de su formación en el Seminario. (...)
(El texto integral en italiano está publicado en el n.1 - año CXXXIV, enero-marzo de 2006, pp. 45-71, de la Revista teológica del Seminario Arzobispal de Milán. La numeración de las notas no corresponde a la del texto original)

Notas
1 Toda la documentación para el acceso al Seminario se encuentra en el Archivo Histórico del Seminario de Venegono: Z-IV-7, fasc. 2, carpeta «Giussani Luigi». En las notas sucesivas, dejando de mencionar el Archivo Histórico del Seminario de Venegono, se señalará tan sólo la posición archivística de los documentos.
2 M. Camisasca, Comunión y Liberación, Los orígenes (1954-1968), Encuentro, Madrid 2001, pp. 53-90.
3 M. Camisasca, Comunión y Liberación, Los orígenes, p 68.
4 H-IV-12, fasc. 2, carpeta «De Ponti Guido», hoja con los juicios de los Rectores.
5 La documentación analizada se encuentra en ORDENADOS en 1945, carpeta «Luigi Giussani», carta del padre Premoli a mons. Petazzi, s. d., y carta de Manfredini a Giussani y de Giussani a él, 15 de marzo de 1943.
6 Véase nota 13.
7 El padre Enrico Galbiati, profesor de Sagrada Escritura, de Griego bíblico y de Teología oriental, que tuvo el papel de mediador entre los superiores del Seminario y el grupo coordinado por Giussani y Manfredini.
8 El padre Cervini, vicerrector, junto con el padre Premoli, del Colegio Villoresi.
9 El director espiritual del Colegio era el P. Angelo Cermenati, que de 1937 a 1941 fue vicerrector en el liceo de Venegono, por lo tanto muy bien conocido por Manfredini y Giussani.
10 En efecto, Manfredini fue prefecto en el Colegio de Monza en el mes de agosto de 1942 (carta de Manfredini a mons. Petazzi del 19 de agosto de 1942, en ORDENADOS en 1945, fasc. 2, carpeta «Manfredini Rubén».
11 Se alude probablemente a los seminaristas del liceo con los cuales, como sabemos por los juicios del rector Colombo, trabajaba activamente.
12 Véase nota 7.
13 Se hace referencia probablemente al libro de G. Gonnella, Presupuestos de un orden internacional. Notas sobre los mensajes de Pío XII, Ed. Civitas Gentium, Ciudad del Vaticano 1942: nada más publicarse fue traducido a numerosos idiomas (véase G. Campanini, en la voz «Gonnella, Guido», en Dizionario storico del movimento cattolico. Aggiornamento 1980-95, Marietti 1820, Génova 1997, 335-339: 338).
14 Ese año Viganò Gianfranco, originario de Meda, cursaba V curso de gimnasio en Venegono (tenía 13 años). Giuseppe Elli, también oriundo de Meda, entregó a los padres de Viganò la carta, que no llegó directamente a los destinatarios sino a manos del rector mayor, monseñor Petazzi.
15 El rector mayor, monseñor Petazzi.
16 El padre Ugo Ronchi, entonces vicerrector en el liceo.
17 Véase, por ejemplo, la afirmación: «Milagro fue todo el largo y precioso camino de educación en mi seminario» (citado en Massimo Camisasca, Comunión y Liberación, Los orígenes, p. 75, n. 66).
18 L. Giussani, Teologia protestante americana, Editrice La Scuola Cattolica, Venegono lnf. 1969. La carta tiene fecha de 20 de julio de 1969 y va dirigida a un antiguo profesor del Seminario que no he podido identificar con precisión. Me inclino a pensar que pueda tratarse de monseñor Carlo Colombo, porque el libro que la incluye tiene la siguiente dedicatoria de Giussani: «A mi primer maestro con la devoción de entonces. Don Giussani» (carta y página con dedicatoria han sido insertadas por mí en ORDENADOS 1945, fasc. 2, carpeta «Luigi Giussani»).
19 Citado en Avvenire, 25 de febrero de 2005, p.8.



RATZINGER
De la introducción del cardenal Joseph Ratzinger al libro Comunión y Liberación. Los orígenes (1954-1968), de Massimo Camisasca

Los capítulos sobre la formación teológica de Giussani son fascinantes. Ya en el liceo, y aún más en la escuela de teología del seminario de Venegono, encuentra grandes maestros y desarrolla sus dotes para la amistad. A los catorce años, nace en él la pasión por las poesías de Giacomo Leopardi. En la poesía A su dama le conmueve el deseo de una felicidad infinita. La belleza, como una hoja afilada, le hiende hasta abrir en él una herida metafísica. En una cultura declaradamente antimetafísica, la nostalgia del infinito se vuelve sensible; y aquí se asoma, velado, Cristo, con mayor emoción, con más realismo que en los tratados teológicos o en los libros de piedad. La belleza como esplendor de la verdad se abre camino en el pensamiento y en la sensibilidad del joven hasta llegar a convertirse en uno de los factores centrales de su itinerario de fe. ¿Quién puede eludir el recuerdo de su padre, para el cual «la música era más importante que el pan»? En la poesía A su dama, se le mostró inesperadamente la figura de Cristo, que de repente se había colado a hurtadillas como su amo –el amo de la nostalgia por la felicidad infinita– en el corazón del joven lector. Y con esto llegamos al verdadero centro íntimo de la vida de Giussani: el encuentro con la persona de Cristo. Se trata una vez más de una profunda conmoción existencial que se remonta a los años del instituto. Durante aquel período, Giussani, Manfredini y Guido De Ponti, un compañero de clase muerto prematuramente, habían formado un círculo de amigos llamado Studium Christi. Aquellos jóvenes se entregaron al misterio de Cristo con tal decisión que llegaron a no querer hablar de otra cosa –hablar de otra cosa era algo intolerable–; al final, monseñor Giovanni Colombo, que después sería arzobispo de Milán, optó por disolver el grupo: «Lo que hacéis es muy hermoso, pero divide a la clase y no debéis continuar».
Lo que en el primer entusiasmo del descubrimiento adolescente había superado su justa medida, encontró después fundamento y forma adecuados durante sus estudios de teología en Venegono, bajo la influencia de los grandes maestros que enseñaban allí por aquel entonces (C. Figini, C. Colombo, G. Corti, F. Petazzi). La escuela de Venegono había superado la teología escolástica de las formulaciones sistemáticas abstractas que, estructurada sustancialmente como comentario a los axiomas, hacía aparecer la fe cristiana como un sistema de pensamiento; ahora, en cambio, la base de la reflexión la sustentaban las categorías de acontecimiento y encuentro. La fe cristiana no tiene su origen en evidencias teoréticas, sino en un acontecimiento: la historia de Jesucristo. Este acontecimiento se hace encuentro y en el encuentro se desvela la verdad. Así, por un lado, resulta central la categoría de historia y con ella la idea de persona, y por otro, la racionalidad, cuyo significado es completamente distinto al que le atribuye el racionalismo y, como una auténtica novedad, se convierte en una de las determinaciones esenciales de la fe. A su vez, la racionalidad viene iluminada a través de la experiencia de la belleza, que representa una forma de manifestación de la verdad más alta que el pensamiento desnudo. A Cristo no se le mira en sentido historicista –sólo a partir del pasado o en el pasado–, sino que se le conoce por la experiencia de su presencia en la Iglesia, donde Él se prolonga a sí mismo a través de los tiempos.