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Huellas N.3, Marzo 2007

CULTURA

Lectura

a cargo de Elena Alonso Serrano

Joseph Ratzinger
El espíritu de la liturgia: una introducción
Cristiandad
pp. 256 – E 16,00


«Lo que es divino, es sin esfuerzo», escribe Esquilo. Lo que es divino es sin esfuerzo; es don, y esto es especialmente válido para la liturgia, en la que «es Dios mismo quien actúa, quien lleva a cabo lo esencial». El cardenal habla de los símbolos y recuerda la importancia que tenía para los antiguos cristianos la oración dirigida hacia Oriente. Hubo un tiempo en el que los altares de las iglesias se orientaban al este (y no hacia el “muro”, como se creía): «Podemos dirigirnos hacia Oriente, hacia el Dios que viene, y hablar con Él sólo porque Él ha comenzado a hablarnos, sólo porque Él se ha revelado a nosotros mostrándonos su rostro. Es Dios quien ha descendido, y no nosotros quienes debemos esforzarnos por subir. El sol que nace es el símbolo del Dios que ha entrado en la historia e indica tanto la dimensión de la creación como la escatológica».
Tras el Concilio, el término “sacrificio” referido a la Misa ha caído en desuso y se ha preferido hablar de “cena”. Hoy día, diversos teólogos y liturgistas consideran la idea del sacrificio ofrecido a Dios, que se vincula con la tradición de las religiones más antiguas, como “mágica”. A ello respondía el antiguo Prefecto de la Congregación de la fe con estas palabras: «Es un gesto de esperanza y de deseo, de renovación y de expiación, que el cristianismo ha renovado. Dios no tiene necesidad de la sangre de nuestros bueyes o nuestros corderos, no necesita víctimas. Es ridículo que nosotros pensemos que podemos hacerle un regalo a Dios. Y el sacrificio no puede ser un gesto de destrucción: Dios no quiere hacer sufrir. Entonces, ¿qué es el sacrificio? El único don que Dios espera es nuestra libertad, lo único que todavía no es suyo, que no le pertenece. El único sacrifico verdadero es el nuestro, la transformación de mi ser y del mundo en amor. Sólo así entramos en el corazón del Nuevo Testamento, porque la muerte de Cristo no es una destrucción o una glorificación del sufrimiento, sino un gesto extremo de amor con el que Jesús se dona y nos atrae con sus brazos hacia el Padre, haciendo posible que pronunciemos nuestro sí libre al Padre. Cristo en la cruz tiene los brazos abiertos para atraer a todos al Padre y de esa manera el sacrificio se vuelve verdadero».
Algunos párrafos de gran belleza del libro abordan esta cuestión: «Durante la solemne plegaria eucarística sucede de veras que la actio umana (tal como ha sido celebrada hasta ahora por los sacerdotes de las distintas religiones) pasa a un segundo plano y deja espacio a la actio divina, a la acción de Dios... Esta acción de Dios, que se lleva a cabo a través de un discurso humano, es la verdadera “acción” que toda la creación aguarda: los elementos de la tierra son trans-sustanciados, arrancados por así decirlo de su anclaje de criaturas, reasumidos en el fundamento más profundo de su ser y transformados en el cuerpo y la sangre del Señor. (...) Quien comprende esto comprende fácilmente que ya no se trata de mirar al sacerdote o de quedarse sólo en mirarle, sino de mirar juntos al Señor y de salir a su encuentro. La aparición casi teatral de actores diversos a la que hoy solemos asistir, sobre todo en el momento de las ofrendas, pasa de forma simplista al lado de lo esencial. Si las acciones externas singulares (que ya de por sí son muchas y se ven acrecentadas en número) se convierten en lo esencial de la liturgia, y ésta se degrada en un genérico actuar; entonces permanece desconocido el verdadero teodrama de la liturgia, que queda así reducido a parodia. La verdadera educación litúrgica no puede consistir en el aprendizaje y el ejercicio de actividades externas, sino en la introducción a la actio esencial que realiza la liturgia, en la introducción a la potencia transformadora de Dios, quien a través del evento litúrgico quiere transformarnos a nosotros mismos y al mundo».
La liturgia cristiana invita a continuar el acto de culto en la vida: «Esto no es un moralismo, no es que nos esforcemos para hacer algo, sino que es la apertura al camino escatológico de la liturgia, acentuándola como punto de partida para caminar hacia su fin, hacia el futuro. La Palabra hecha carne se ofrece a nosotros en Su cuerpo y en Su sangre, corporalmente, en la nueva corporeidad del Resucitado, que es verdadera corporeidad, y que por tanto se nos dona en los signos materiales del pan y del vino. Ello significa que somos interpelados directamente por el Logos justamente en nuestro cuerpo, en nuestra existencia corpórea de todos los días. Precisamente porque la verdadera “acción” litúrgica es actuación de Dios, la liturgia de la fe va siempre más allá del acto cultual llegando a impregnar la cotidianidad, que, a su vez, debe volverse “litúrgica”, un servicio para el cambio del mundo».
Comenzar a adentrarse en el espíritu de la liturgia con la guía autorizada de Ratzinger nos lleva enseguida a percibir con cuánto y cuál respeto y atención deberíamos acercarnos los cristianos al gran tesoro de la tradición litúrgica. Ayuda a distinguir lo que es esencial de lo que no lo es. Ayuda a reconocer la acción de Dios que sale a nuestro encuentro y nos toca incluso en medio de cantos inadecuados, prolijas explicaciones e innovaciones creativas que a veces complican las celebraciones litúrgicas.
(Andrea Tornielli)