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Huellas N.4, Abril 2007

PRE-MEETING - La verdad es el destino para el que estamos hechos

Razón, exigencia de infinito

Giorgio Vittadini

Con ocasión de la presentación en Roma de la obra La razón, exigencia de infinito el pasado 29 de marzo de 2007, publicamos algunos pasajes de la introducción. Esta obra cuya edición ha llevado a cabo la Fundación para la Subsidiariedad compendia los temas afrontados durante la edición del Meeting de 2006, ofreciendo las intervenciones de Magdi Allam, Giulio Andreotti, George Atkinson, Franco Bassani, Giovanni Bazoli, Stephen Beckwith, Piero Benvenuti, Pier Luigi Bersani, Enrico Berti, Marco Bona Castellotti, Aldo Bonomi, Francesco Botturi, Giancarlo Cesana, Valentina Colombo, Pier Francesco Guarguaglini, Giorgio Israel, Morcecai-Mark Mac Low, Franco Marini, padre Sergio Massalongo, Edward Nelson, Giovanni Maria Pavarin, Edmund Pellegrino, Javier Prades, Alberto Quadrio Curzio, Massimo Robberto, Eugenia Roccella, cardenal Christoph Schönborn, Said Shoaib, Giorgio Vittadini, Wael Farouq, John Waters, Joseph H. H. Weiler.
«Inquietud, insatisfacción, deseo, imposibilidad de aquietarse en las metas alcanzadas: estas son las palabras que definen al hombre y la ley más verdadera de su racionalidad. El hombre percibe un ansia continua de búsqueda que vaya cada vez más allá, siempre más allá de lo ya alcanzado». Estas palabras, contenidas en el mensaje inaugural del Papa al Meeting de Rímini de 2006, introducen el significado de la presente obra, que contiene contribuciones revisadas de algunos ponentes de la semana riminesa.
En ellas emerge un hilo conductor en torno al tema de la razón, entendida según la apertura indicada en el título: La razón es exigencia de infinito y culmina en el presentimiento y el anhelo de que este infinito se manifieste.
No se trata de una obra destinada a expertos en el tema, que sin embargo encontrarán en ella elementos de juicio preciosos para su ámbito de estudio, sino que se dirige a un público más vasto. Un uso de la razón como apertura al infinito, antes que medida de todas las cosas, es una cuestión fundamental para el hombre de hoy, sea cual sea su credo, profesión o interés particular.

Razón y conocimiento
La idea de que la razón implica una exigencia de infinito no es nueva: ha sido sostenida por grandes pensadores y científicos que han marcado el mundo entero, como Einstein, que afirmó que «aquel que no admite el misterio insondable no puede ser ni siquiera científico». Ella constituye también el hilo conductor de gran parte de los estudios de don Giussani, autor de un texto del que está tomada la frase que da título al Meeting de 2006. Es célebre lo que escribió Pascal, filósofo y matemático francés del siglo XVII: «El último paso de la razón consiste en reconocer que existe una infinidad de cosas que la superan: ella no es más que una cosa débil si no llega a reconocer esto».
Sin embargo, lo que ha vuelto a sacar a escena el tema de la razón ha sido la conferencia de Benedicto XVI en Ratisbona sobre el nexo entre la concepción antropológica propia del judaísmo y del cristianismo y el logos de la filosofía griega. El Papa denuncia en Ratisbona el nacimiento de una filosofía cientifista, según la cual «sólo el tipo de certeza que deriva de la sinergia entre matemática y método empírico puede considerarse científica. Todo lo que pretenda ser ciencia ha de atenerse a este criterio. También las ciencias humanas, como la historia, la psicología, la sociología y la filosofía, han tratado de aproximarse a este canon de valor científico». De aquí deriva una reducción de la concepción del hombre: «si la ciencia en su conjunto es sólo esto, entonces el hombre mismo sufriría una reducción, pues los interrogantes propiamente humanos, es decir, de dónde viene y a dónde va, los interrogantes de la religión y de la ética, no pueden encontrar lugar en el espacio de la razón común descrita por la “ciencia” entendida de este modo y tienen que desplazarse al ámbito de lo subjetivo».



Citas útiles
«La búsqueda y experiencia de la verdad en la que ella [la Iglesia] nos introduce dibuja en el tiempo la auténtica estatura del hombre, sediento desde siempre y constantemente de realidad, de ser» (L. Giussani, Porqué la Iglesia).
«El hombre, por su naturaleza, busca la verdad; su búsqueda tiende hacia una verdad ulterior que pueda explicar el sentido de la vida» (Juan Pablo II, Fides et ratio).
«Dos cosas son las que el hombre principalmente desea: en primer lugar el conocimiento de la verdad que es propio de su naturaleza. En segundo lugar la permanencia en el ser, propiedad ésta común a ambas cosas» (Santo Tomás, Comentario al Evangelio según san Juan).
«¿Qué desea el hombre con mayor vigor que la verdad?» (San Agustín, Tratados sobre el Evangelio según san Juan).
«Ese ser único que es el hombre, en la profundidad de su existencia es interceptado por la verdad misma» (J. Ratzinger, Fe, verdad y tolerancia).
«Dios es la verdad última a la que toda razón tiende naturalmente, impulsada por el deseo de recorrer a fondo el camino que se le ha asignado» (Benedicto XVI, Discurso a los Universitarios, Pontificia Universidad Lateranense, 21 de octubre de 2006).
«El destino, es decir, el ideal, es lo más presente que existe. Lo que eres en este momento tiene consistencia por el ideal, tiene consistencia por el destino» (L. Giussani, Los jóvenes y el ideal. El desafío de la realidad).
«Quien vive para la verdad tiende hacia una forma de conocimiento que se inflama cada vez más de amor por lo que conoce» (Fides et ratio).
«Para el que tiene necesidad de amar el deseo de verdad pertenece a la naturaleza misma del hombre. Por eso la cuestión de la verdad no puede ser evitada en la educación de las nuevas generaciones: planteando la pregunta en torno a la verdad ampliamos el horizonte de la racionalidad» (Fides et ratio)
«La mentira es no reconocer la verdad» (L. Giussani).



50 años de Rusia Cristiana
G.P.
Cuando en septiembre de 1957 el padre Scalfi llegó a Milán, no tenía las ideas claras sobre el trabajo que le esperaba: el coloso soviético parecía muy sólido, y entrar en relación con los creyentes (si es que todavía existían, en vista de la masiva propaganda antirreligiosa y las arrogantes declaraciones de Krusciov) era prácticamente imposible. La Iglesia oficial tenía permiso únicamente para comparecer en eventos internacionales como portaestandarte de la ideología dominante. Sin embargo el padre Scalfi era bien consciente de la belleza y de la riqueza de la vida de fe de la Iglesia rusa, de la unidad entre los cristianos que se da antes que cualquier división, de la gracia que es poder conocer de cerca de los mártires y llegar hasta su testimonio.
A partir de esta conciencia el padre Scalfi creó, en el arco de cincuenta años, múltiples instrumentos: en primer lugar la revista, que hoy se llama La Nueva Europa, y además libros, ayudas, folletos para dar a conocer la persecución, pero más aún la libertad de cuantos querían vivir «sin mentira» a pesar de las gravosas condiciones impuestas por el régimen. A partir de los años de la perestrojka, Russia Cristiana asumió también un rostro “ruso”, a través del centro cultural Biblioteca del Espíritu, creado en Moscú junto con un grupo de ortodoxos para promover instrumentos (publicaciones, conferencias, mesas redondas, exposiciones...) que puedan contribuir al nacimiento, dentro de la sociedad rusa moderna, de lugares de diálogo, de experiencia común de verdad y de libertad.