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Huellas N.11, Diciembre 2020

RUTAS

Los Ángeles. Yo seré este corazón

Paola Bergamini

En Los Ángeles Habilitation House aprendes a empezar de nuevo, siempre, todos los días. Veamos qué sucede, en medio de la pandemia, en esta iniciativa sin ánimo de lucro que crea puestos de trabajo para discapacitados y veteranos de guerra. Guido Piccarolo y Nancy Albin cuentan cómo viven sus “chicos”

En la parada, Anthony mira el reloj y la hoja de papel que lleva en la mano. «Nancy ha escrito que tengo que tomar el de las 11:05h. Llega con dos minutos de retraso. ¡No voy a llegar a tiempo!». En unos instantes aparece el autobús. Se sube junto a una mujer que, mirándole, le agrede: «¿Qué pasa? ¿Quieres infectarnos a todos?». Anthony se siente perdido, vuelve a mirar en su hoja: «Recuerda, lleva siempre puesta la mascarilla». Ahora lo entiende. Del bolsillo de la chaqueta saca el dispositivo de protección. Suelta un suspiro de alivio. Tiene que cruzar Los Ángeles, pero con los asientos reducidos puede sentarse y mirar por la ventana su ciudad, tan extraña, casi paralizada con motivo de la pandemia. Al cabo de una hora llega a su destino: Harbor Regional Center. «¡Aquí estás! Muy puntual. Podemos empezar», le da la bienvenida Guido, sonriendo, tan pronto como entra en la sala de la planta baja.
«Este es el nuevo detergente que tenéis que utilizar para los escritorios. Tenéis que pasar el trapo dos veces. Nancy os enseña de nuevo cómo debéis hacerlo». Es la hora de formación de limpiadores en la organización sin ánimo de lucro Los Angeles Habilitation House. ¿Cuántas veces han repetido esa explicación tan simple a sus veinte empleados? «Nuestros “chicos” tienen autismo, síndrome de Down, retraso cognitivo y otras discapacidades de aprendizaje», dice Guido. «Cualquier cambio en su rutina de trabajo supone para ellos una complicación, les hace entrar en crisis. Tenemos que empezar siempre de nuevo, pacientemente. Desde marzo, una vez al mes, hacemos dos horas de entrenamiento. Y todos los días estamos ahí con ellos». Guido Piccarolo, italiano, llegó a Estados Unidos en 1993. En 2008, con Nancy Albin (ambos son Memores Domini), comenzaron este trabajo que crea y gestiona oportunidades de trabajo para discapacitados y veteranos de guerra.

Cuando el encierro empezó también en Estados Unidos, la mayoría de las oficinas cerraron y, por lo tanto, ya no hace falta limpiarlas. Solo los que se consideran servicios esenciales, como la Guardia Costera o la asistencia a familias necesitadas, quedaron abiertos. «Nosotros ofrecemos nuestros servicios en este tipo de oficinas. Así que pudimos seguir adelante, mientras que otras agencias se hundieron», explica Nancy. Los desinfectantes y las nuevas normas de limpieza son elementos clave para detener la propagación del virus. Por primera vez, Anthony, Stephen y los demás chicos, en el fondo unos marginados que realizan los trabajos más humildes, se han vuelto de repente fundamentales. «Somos esenciales, ¿os dais cuenta? Nuestro trabajo es esencial para avanzar», les dice Guido durante la hora de entrenamiento. Habla en plural, y podemos comprobar, a medida que esta historia continúa, lo que estos “chicos” son para él y para Nancy.
En cualquier cosa, las oficinas que quedan abiertas han tenido que reducir su horario de trabajo y, por tanto, la demanda del servicio ofrecido por LAHH también ha disminuido. Menos horas, menos facturación. Como resultado, menos salario, esa habría sido la línea normal a seguir: en Estados Unidos no hay subsidios de paro... Pero para estos chicos es la única fuente de supervivencia. De ahí la decisión que tomaron: sin deducciones, 100% de salario. «Cuando empezó la emergencia, pensábamos que nos quedaríamos sin trabajo», cuenta Nancy. «La realidad ha superado nuestros pensamientos. Nos brinda una nueva oportunidad. Así que el criterio con el que nos hemos movido ha sido: lo que hemos recibido ha sido mucho, así que damos mucho».

En abril, cuatro empleados, debido a situaciones familiares y enfermedades varias, tuvieron que permanecer en casa durante un tiempo. ¿Qué hacer? Nancy y Guido se enfundan el uniforme, agarran los productos de limpieza y los trapos, y los reemplazan. «Frente a lo inesperado, o entras en pánico o lo ves como un signo del Señor, de su compañía. Así no estás solo y te sientes más libre ante las circunstancias. Y también, digamos, más creativo. Siempre pienso que si el Señor nos ha traído hasta aquí, nos dará a entender cómo movernos. Si tuviéramos que cerrar, lo digo sin sombra de fatalismo, es porque algo mejor nos espera. Solo tienes que abrir bien los ojos para ver».
En 2018 John Walker, empresario, creador de un innovador sistema de limpieza, pide a Guido y Nancy que lleguen un día antes del evento que organiza todos los años para empresas de limpieza. Nada comercial, una noche de gala repleta de premios para los empleados que han destacado por su trabajo, para los que limpiaban de una manera especial. Les dice: «Vosotros sois los únicos que entendéis las palabras que repito cada vez que entrego las medallas: “Gracias porque todos los días, limpiando, nos permitís hacer nuestro trabajo”. Sois los más pequeños numéricamente, pero habéis entendido el corazón de esta iniciativa. Por eso os pido que ayudéis a mi esposa en las próximas ediciones». Nancy y Guido no sabían que estaba enfermo: unos meses más tarde llegó la noticia de su muerte. En lugar de flores, había pedido que se hicieran donaciones para LAHH.

Este año, debido al Covid, el evento no se puede celebrar. Pero Guido y Nancy querían honrar a sus chicos. A todos. Ahora más que nunca. Nada podía pararlos.
9 de septiembre. A media mañana, el estacionamiento del Harbor Regional Center está extrañamente abarrotado de gente. Más de un centenar de personas han dejado la oficina en pleno horario de trabajo y espera la ceremonia de agradecimiento a los chicos de la LAHH por el trabajo que han realizado. La idea se le ocurrió a Nancy; al no poder hacerlo en la sede del centro debido a la falta de espacio, pensó en el aparcamiento, e invitó a los empleados. Todos los chicos estaban allí en fila, emocionados. No se lo esperaban y mucho menos esperaban tanto público. Realmente impensable para la mentalidad americana: ¡tomarse un descanso por los limpiadores!
Cuando todo el mundo había llegado, Guido explicó: «Estamos aquí para deciros “gracias” por el trabajo que habéis hecho. La palabra “gracias” proviene de “gracia” que se traduce en inglés como bless, “bendito”. Deciros “gracias” significa deciros que sois un bien para mí, para Nancy, para todos. Y ahora la ceremonia de premiación. Empecemos con David. ¡Vamos!». A cada chaval se le hizo entrega de una placa, un folleto con su historia personal y luego... gran ovación en pie de los presentes. Como si fuera la fiesta de graduación de sus hijos. Al final de la ceremonia, helado para todos, traído con un camión que llegó hasta allí para la ocasión. Otra idea “creativa”. Con un cucurucho en la mano, el director administrativo de una de las empresas de limpieza se acerca a Nancy y le pregunta: «¿Pero vosotros quiénes sois?». «Nancy y Guido. Los que siempre has visto. Lo hemos hecho simplemente por ellos. Tenemos la gracia de estar con estas personas que acompañan nuestra vida. De ahí nuestra alegría».
Uno a uno, los chicos, en su mayoría afroamericanos, pasan a saludar. Son los días de las violentas protestas raciales que caldearon Estados Unidos. Pero allí solo había un grupo de hombres felices, que no están unidos por la raza o porque son “diferentes”, sino por el bien recibido a través del trabajo. «Menos mal que no pudimos hacerlo en la oficina. La gente ha visto una realidad que aprecia la vida por lo que es, una esperanza concreta. Pero sin la pregunta del director administrativo, tal vez no me habría dado cuenta. Me hizo levantar la mirada», dice Nancy. «Nos sorprende todo lo que está sucediendo, en nosotros y a nuestro alrededor», añade Guido. «Pero, ¿cómo es posible esta mirada nueva? Porque hay uno, Julián Carrón, que nos mira así y nos empuja a mirar a Otro. Su mirada es lo que nos hace ver cómo el Señor está presente en la vida cotidiana, en cada detalle concreto».

Steven, Brandon, Michael y los demás se irán en cuanto sea posible. La idea básica, de hecho, es enseñar un trabajo y una forma de estar en el trabajo. Les acompañan hasta que encuentran un nuevo empleo. Así ha sido para los 120 chavales que han pasado por LAHH. «Pero nunca los dejamos. Seguimos siempre en contacto», dice Guido. Lo mismo ocurre con los veteranos de guerra. Actualmente, cinco veteranos trabajan en San Diego, en el Hospital de la Marina, con funciones administrativas. Por lo que vieron o hicieron en la guerra llevan heridas incurables. «A través del trabajo, les ayudamos a convivir con el dolor, el miedo, el mal que sufren», explica Nancy.

Elizabeth, que estuvo con la marina en Iraq, estuvo con ellos de 2013 a 2015. Tres años para recuperar la autoestima y creer en sus habilidades. Finalmente, le llegó la posibilidad de un nuevo empleo. Después de seis meses, invitó a Guido y Nancy a cenar. «Me han dicho que te aprecian mucho, que trabajas bien», le dijo Guido. «Sí. Pero os echo mucho de menos a los dos. En estos días me preguntaba: ¿por qué siento esta nostalgia? Después de todo, siguen siendo mis amigos, nos vemos. Luego me di cuenta de que echo de menos vuestro corazón». «¿Y dónde está hoy ese corazón?», pregunta Nancy. «Nadie me mira como me mirabais vosotros. Pero hoy soy yo la que puede tener ese mismo corazón. Seré ese corazón allí, en mi trabajo».
En otoño, Nancy y Guido se quedaron un mes en Italia, por algunos proyectos que quieren implementar con sus chavales. «Hace un año empezamos a pensar en un taller de pasta fresca, pero el Covid lo ha parado todo. Ahora esperamos retomar el proyecto. A la pasta se sumó la idea de producir aceite de oliva... en Los Ángeles. Ya veremos qué nos pondrá delante la realidad. A nosotros nos toca secundarla».