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Huellas N.11, Diciembre 2020

BREVES

Cartas

Por fin, soy hija
Conocí CL cuando todavía era misionera de un movimiento laico católico. Por un problema en mis rodillas ya no podía ir a las reuniones presenciales porque me era muy difícil subir y bajar de los autobuses. Una amiga muy querida, que estaba en ese momento haciendo en Honduras su misión con Puntos Corazón me llamó y uno de los consejos que me dio fue leer un libro de don Giussani. Así contacté con Alex, que lleva años en CL, para que me entregara los libros. Él me invitó a una asamblea y comencé a ir a sus reuniones. Alex vivía cerca de mi casa y me ayudaba con el transporte, de esa manera mis rodillas no se veían comprometidas. La verdad, no entendía nada al principio. Tenía muy metido en la cabeza el lenguaje de otro movimiento y me preguntaba a mí misma cosas como: ¿y a qué hora hablarán de los pecados capitales, de la Doctrina Social de la Iglesia, de un noviazgo en santidad, etc? CL no me convencía del todo, pero me parecía cada vez más interesante todo lo que hablaban, cómo actuaban y las lecturas semanales. Para mí era extraño sentir que mis respuestas no eran suficientes para sus preguntas, a pesar de que yo había recibido formación semanal en varios temas de la Iglesia durante cuatro años. Me costaba demasiado unir toda la teoría que había aprendido y memorizado, con mi experiencia, con mi vida. Sin embargo, seguía cerrada a la propuesta de CL, pensando que apenas estuviera bien de mis rodillas volvería allá. Nada más lejos de la realidad. Poco a poco, comencé a dividirme, iba a las actividades de ambos grupos, sentía que en ambos aprendía algo. Todo iba bien, hasta que las fechas de las reuniones comenzaron a chocar, debía decidir si ir a uno o a otro. La realidad me estaba mostrando que era el momento de tomar una decisión, para la cual no me sentía preparada. Tuve dos viajes fuera del país que demoraron mi decisión. Cuando volví iniciaba la pandemia en Ecuador y por primera vez decidí tomarme en serio la propuesta de CL. Leía responsablemente los textos y me conectaba siempre que podía a todas las llamadas. Y a medida que hacía este camino, sentía la certeza en mi corazón. Era CL. Los rostros y las experiencias de mis amigos de CL eran reales, incluso en la manera que tenían de no ocultar sus debilidades, su humanidad. Algo que no suele pasar. Mis nuevos amigos me mostraban cómo vivir la realidad, siendo sinceros consigo mismos y con los demás. Viviendo sin filtros. Finalmente, en los primeros meses de la cuarentena, hablé con mi encargado del otro movimiento para retirarme formalmente. Digo “formalmente” porque sentía que desde hacía meses en mi corazón ya me había retirado. Lo hice feliz, en paz, tranquila, incluso sin resentimientos. Algunos amigos misioneros, cuando dejaban el grupo, lo hacían resentidos o con rencor. Me sentía feliz de que ese no fuera mi caso. Y ahora que hemos meditado el tema del carisma me pregunto: ¿cómo es que mi segunda opción pasó a ser la primera sin que yo lo esperara ni buscara? Sin presiones, decido libremente. Venía de una experiencia en la que había cierta exasperación por convertir a todos al catolicismo porque debíamos rendir cuentas con Dios Padre por cada persona que había puesto en nuestro camino. Por eso, las personas de este movimiento me mostraban su interés en que yo permaneciera junto a ellos. Llego a CL y nadie me persigue ni me interroga sobre por qué no leo o por qué no asisto a todo. ¿Cómo decido quedarme en un movimiento donde su objetivo no es que me quede con ellos? ¿Será que ahora yo soy la primera interesada en quedarse en CL? Quiero decir lo del ciego de nacimiento, «antes no veía y ahora veo»; y más que querer decir, sé que puedo decir «antes no era libre y ahora soy libre» (o al menos trato de serlo) y en esto reconozco que aquí acontece Cristo para mí. Antes no era fiel a mí misma, era fiel a lo que me decían que tenía que hacer. Por una vida llena de prácticas espirituales diarias que se tenían que hacer sí o sí, aunque la realidad mostrara algo distinto. Por una vida donde cumplía con todos los requisitos para ser discípula, pero no tenía idea de cómo ser hija. Antes no era fiel a los hechos, era fiel a una doctrina. Antes buscaba almas que salvar, ahora busco amigos. Y entendí que el buen amigo es el que te remite al Único que salva.
Anita Belén, Quito (Ecuador)


Profesora en un máster
Trabajo en una empresa multinacional y desde que empezó la emergencia Covid no hemos parado nunca. Hemos experimentado muchas y distintas formas de trabajar: teletrabajo, reuniones por zoom, momentos presenciales, trabajo individual. Hace unas semanas me llamaron desde recursos humanos: me comunicaban que me habían seleccionado para dar clase en un máster formativo interno. Ante mi asombro, la responsable me dijo que a la empresa le había llamado la atención mi disponibilidad, flexibilidad y positividad en este momento tan difícil que ha puesto en crisis a muchos de mis compañeros de trabajo. Por eso querían que contribuyera en formar al personal de la empresa. Esta situación me ha impulsado a profundizar en la pertenencia al movimiento, siendo fiel a determinadas formas. En mi parroquia hay un sacerdote de CL que desde el comienzo de la pandemia empezó a rezar los Laudes online y, por la noche, el Rosario. Yo, además de la Escuela de comunidad, empecé a ser fiel a estos dos gestos sencillos. El otro día tuve un coloquio de tres horas con el responsable del máster. Al final me repetía que le llamaba la atención mi estabilidad y solidez. Entonces pensé que quería ser sincera hasta el fondo para decirle quién soy. Así que le expliqué que mi solidez depende del hecho de que mi baricentro no está en mi capacidad sino que está fuera de mí. Le dije que soy cristiana, que pertenezco al movimiento, le hable de la Escuela de comunidad, de la oración, de mis amigos, de mi familia, de mi concepción de la vida. Con gran sorpresa me dijo que él, a pesar de no compartir mis creencias, se sentía confirmado por mi relato en la decisión tomada por la empresa de que diera clase en el máster, porque hoy la empresa necesita personas motivadas y con valores fuertes en su vida.
Carta firmada


Profesora en un máster
Trabajo en una empresa multinacional y desde que empezó la emergencia Covid no hemos parado nunca. Hemos experimentado muchas y distintas formas de trabajar: teletrabajo, reuniones por zoom, momentos presenciales, trabajo individual. Hace unas semanas me llamaron desde recursos humanos: me comunicaban que me habían seleccionado para dar clase en un máster formativo interno. Ante mi asombro, la responsable me dijo que a la empresa
le había llamado la atención mi disponibilidad, flexibilidad y positividad en este momento tan difícil que ha puesto en crisis a muchos de mis compañeros de trabajo. Por eso querían que contribuyera en formar al personal de la empresa. Esta situación
me ha impulsado a profundizar en la pertenencia al movimiento, siendo fiel a determinadas formas. En mi parroquia hay un sacerdote de CL que desde el comienzo de la pandemia empezó a rezar los Laudes online y, por la noche, el Rosario. Yo, además de la Escuela de comunidad, empecé a ser fiel a estos dos gestos sencillos. El otro día tuve un coloquio de tres horas con el responsable del máster. Al final me repetía que le llamaba la atención mi estabilidad y solidez.
Entonces pensé que quería ser sincera hasta el fondo para decirle quién soy. Así que le expliqué que mi solidez depende del hecho de que mi baricentro no está en mi capacidad sino que está fuera de mí. Le dije que soy cristiana, que pertenezco al movimiento, le hablé de la Escuela de comunidad, de la oración, de mis amigos, de mi familia, de mi concepción de la vida. Con gran sorpresa me dijo que él, a pesar de no compartir mis creencias, se sentía confirmado por mi relato en la decisión tomada por la empresa de que diera clase en el máster, porque hoy la empresa necesita personas motivadas y con valores fuertes en su vida.
Carta firmada


«Nos espera un regalo bonito, ¿verdad?»
Conocí el movimiento hace unos años. Llevaba un tiempo leyendo los textos de don Giussani, sentía curiosidad por su carisma y por las provocaciones que enseguida lanzó a mi vida adulta. Luego unas amigas me invitaron a participar en los Ejercicios espirituales para jóvenes trabajadores. Debo decir que en aquel período pasaba por un momento de agitación profunda, ligada a lutos importantes y preocupaciones laborales que sin duda acentuaron mi fragilidad. Buscaba respuestas. Las esperaba con gran tensión. Durante los Ejercicios recibí como regalo una gran paz. Una paz que fue el eco de una pregunta fuerte, clara y muy sencilla: «Yo estoy aquí para ti. Y tú, ¿aceptas mi amor?». Mi marido se quedó en casa con nuestros tres hijos. Sabía que para mí sería un encuentro fundamental y de alguna manera se lo había contado a los niños, diciéndole que «mamá volvería cambiada después de estos días». Nada más volver a casa, el más pequeño se me acercó y me dijo en voz baja si podíamos ir a comprar un regalo, algo ligado a eventos excepcionales. Me extrañó y le pregunté de dónde le venía la idea. Él, muy serio, me confirmó que «papá dijo que volverías cambiada… Entonces, nos espera un regalo bonito, ¿verdad?». Me salió una sonrisa conmovida que sigue viva con el paso del tiempo. A la vuelta de los Ejercicios, sentí el deseo de comenzar un camino más profundo y completo, y me apunté a una de las Escuelas de comunidad de mi ciudad. Paulatinamente, se ha convertido en un momento fundamental para discernir mejor los textos y las provocaciones del movimiento. Es más, estos encuentros se han revelado y se confirman como un punto de referencia, de amistad, de compañía y de comunión. En estos momentos difíciles ligados a la pandemia, ha crecido mi deseo de adherirme a la Fraternidad. La compañía de tantos amigos, aunque a menudo a distancia, me ha confirmado en esa mirada buena que siento como esencial para mi vida. Simplemente ya no puedo prescindir de esta pertenencia que siento en el corazón.
Laura, Varese


Aunque sea virtual…
«La modalidad extrema con la que podemos quedar impactados por la permanencia de Cristo en la historia es aquella por la que el Espíritu Santo, el Espíritu de Cristo nos hace encontrar a alguien siguiendo al cual la fe se aclara más fácilmente, se acrecienta la adhesión afectiva a la fe y la voluntad de difundir el reino de Cristo [de comunicarlo] se hace más consciente y más fácilmente creativa». Difícil, pues perdí a dos tíos y además tengo una tía que ha pasado más de diez días en una UCI (Unidad de Cuidados Intensivos) a causa del Covid. En casa seguimos confinados, yo salgo una vez a la semana a trabajar en la oficina y los otros días teletrabajo; asimismo, Stalin, mi esposo, teletrabaja la mayor parte de la semana y sale esporádicamente para hacer trabajo de campo. Salimos poco por mi mamá y nuestra hija de un año, María Clara. Leyendo la Escuela de comunidad y retomando la cita de don Giussani antes citada, me preguntaba: ¿quién sino este carisma me hace vivir tan intensamente este tiempo de pandemia? Por un lado siento dolor por ver a mi hija crecer sin poder jugar con otros niños y tener que ver de lejos a sus abuelos —ya que si ella contrajera el virus pondríamos en riesgo a mi mamá— y por otro añoro las cenas con los amigos. Pero tomar en serio este dolor ha hecho vibrar en mí esa voluntad/deseo de difundir el reino de Cristo (de comunicarlo) que se hace más consciente y más fácilmente creativa, subrayando la palabra creativa, porque la pandemia cambió la forma de nuestros encuentros pero no el deseo de ver acontecer a Cristo en el día a día. Esta nueva realidad me obliga a pensar opciones seguras para poder ver y compartir la vida con los amigos, conservando el distanciamiento social, y entonces nacen nuevos encuentros bellos, donde esos metros de distancia me dan un afecto más grande hacia los demás, tanto que incluso mi mamá ha puesto a disposición su casa (que queda al lado de la nuestra) para poder hospedar a familiares y amigos. Cristo vence el sentimentalismo y se hace carne dentro de esta compañía, donde puedo juzgar las alegrías, los momentos difíciles, las tristezas. Fue muy bello ver en la última escuela de comunidad de Carrón cómo gracias a herramientas digitales Cristo vence y pasa a través de ellas, pues, aunque sea virtual, son rostros con los que Cristo se me hace presente.
Kerly, Portoviejo (Ecuador)


Obediencia y amistad, en partes iguales
No son pocas las ocasiones en que, inesperadamente, mientras organizamos EncuentroMadrid, nos encontramos, casi sin quererlo, haciendo nuestro el lema que hemos escogido para cada edición. Y este año ha vuelto a suceder. Mucho antes de que la pandemia irrumpiera en nuestras vidas, habíamos escogido como lema la pregunta "¿En quién podemos confiar?" para la edición 2020 de EM. Y cuando a finales de abril pasado decidimos ponernos de nuevo manos a la obra para retomar la preparación de EM20 que habíamos suspendido durante las primeras semanas del confinamiento, todos consideramos que mantener este lema era absolutamente pertinente
a las circunstancias por las que estábamos pasando. Desde entonces, se fueron sucediendo semanas de intenso trabajo, llenas de imprevistos e incertidumbres, que nos obligaron a ir tomando decisiones sobre el formato de EM. Así mientras que en julio estábamos convencidos de que se podría llevar a cabo con una asistencia reducida de público- para salvar, de algún modo, el aspecto profundamente humano de EM-, a mediados de septiembre resultó evidente, siguiendo también las indicaciones de quienes habían participado en el Meeting de Rímini, de que lo más adecuado era hacerlo todo en un estudio. Y, a los pocos días, las nuevas restricciones y confinamientos nos llevaron a trasladar las fechas de octubre a noviembre. Entretanto, se ha ido tejiendo una relación de confianza de unos en otros, más fuerte si cabe que en anteriores ediciones, pues ninguno sabíamos con seguridad qué forma final tendría EM. Esta confianza, sin la cual no hubiese sido posible EM, es una mezcla a partes iguales de obediencia y amistad. De obediencia, porque la confianza requiere dar crédito o, mejor dicho, tener fe en los demás y en lo que hacen y proponen. Y de amistad porque la confianza sólo se da en una relación de proximidad, de afecto hacia aquellos con los que vives y, en este caso, construyes una obra. Y, de este modo, los primeros en verificar, en acto y no como meros espectadores, la pertinencia del lema de este año hemos sido, con sorpresa y agradecimiento, nosotros mismos.
Rafa Gerez


También es posible para mí
Durante la última edición de EncuentroMadrid, se representó una obra de teatro sobre la vida de Etty Hillesum, joven judía neerlandesa que mantuvo un diario durante la Segunda Guerra Mundial y murió en Auschwitz junto con toda su familia. Publicamos un mensaje que llegó a la actriz y productora de la obra.
Quiero ordenar algunas palabras pero no lo consigo, no sé qué agradecerte o más bien qué no agradecerte. «Lo que viene está bien, incluso la muerte». Ayer des-ordenaste todos mis posibles intentos de apuntalar mi parcelita ante este tsunami que es la realidad actual. La que comienza ansiosa, volcando su deseo en todo, encuentra el cumplimiento en la carne de la realidad y descubre un rostro Bello ahí. Si yo tengo deseo, significa que también es posible para mí lo que tú contaste, representaste, ¡viviste! anoche. No te conozco, pero ahora tengo dos amigas nuevas hacia el Destino. Cuando YouTube se detuvo yo me fui a mi cuarto de la mano de Etty y Carla con Javier Monsalve. ¡De hecho, sin pensarlo, a la par de vuestra desnudez libre y confiada, me dejé la manta y las zapatillas de casa en la sala donde lo vi! Gracias, juntos, deseando, hambrientos, contándonos y recordándonos que «lo que viene está bien».
¡Abrazo con lágrimas (no de tristeza o emoción, sino de libertad, de un respiro muy confiado)!
Antonio


Cántame algo que me hable de la vida
A principios de verano me llama Rafa para preguntarme si quiero colaborar en la preparación de un concierto para el EncuentroMadrid. Con el Covid, un espectáculo en vivo y en directo no podía ser, así que él vio en esto una oportunidad: organicemos un concierto online, invitemos a participar a amigos de otros países para organizar una velada de cantos ¡que se pueda ver en todo el mundo! Hay gente a la que decirle que no es como decir que no al significado de tu vida. Por esto le contesté a Rafa que sí, y como yo, acabamos participando más de 200 personas, de 13 países, en un concierto de 15 canciones, a cada cual más bonita. A lo largo del verano fueron llegando los vídeos de las canciones. Todas querían aportar algo de luz y de esperanza en este momento marcado por el virus y otras dificultades. Una habla de la belleza de un río, en otra se cuestiona quién mueve el mar y enciende las estrellas del cielo, otra expresa el deseo enorme de sentirse en casa como en la niñez, otra habla de la promesa que despierta el enamorarse, otra del gusto al trabajar… Y todas ellas, de fondo, venían a decir que nuestra vida es preciosa y está en buenas manos. Timoneiro, una canción llena de alegría, canta: yo no soy quien navega, quien me lleva es el mar (...) el timón de mi vida solo Dios lo sabe llevar. En octubre me quedé sin trabajo y se reabrió la pregunta al Señor: ¿qué quieres de mí? Un día me sorprendí en el coche cantando (rezando) la canción que prepararon los amigos de EEUU: I want Jesus to walk with me. ¡Qué compañía tan grande! ¡Antes de darme cuenta el Señor me daba las palabras y la música que yo necesitaba para vivir bien ese momento! ¡El carisma de Comunión y Liberación está vivo! Porque me cambia a mí y cambia a mucha gente haciendo que el corazón vuelva a latir con fuerza y lo desee todo. La noche del concierto, con todas las canciones grabadas, nos preguntábamos si al darle a play iba a faltar lo que un concierto tiene de evento, de nuevo y de irrepetible. Y sucedió. Me fui a dormir con el corazón lleno de tanta belleza. ¡No me faltaba nada! ¡Qué alegría y agradecimiento! De esto aprendo que el Señor pide un sí que en apariencia es pequeño. Hay como un hueco vacío en nuestro sí, que es el espacio donde Él puede entrar. Es todo lo que Dios necesita para cambiarnos. Y su pago es la alegría desbordante y el deseo de decirle que sí siempre.
Lourdes, Madrid