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Huellas N.10, Noviembre 2020

RUTAS

«Ven, sube»

Paolo Perego

«Cuando vuelves ya no eres el mismo. Tu mirada sobre la vida cambia». La experiencia de coronar la cima y de la escalada, sus maestros, sus preguntas. Michele Cucchi habla de sus “tatuajes en la memoria”. Nos encontramos con uno de los protagonistas de la expedición al K2, a la que estaba dedicada una exposición en el último Meeting de Rímini

«¡Estamos en la cima!». Un grito a 8.609 metros sobre el nivel del mar, sin aliento por la altura y el cansancio, con la emoción que rompe la voz y llena los ojos de lágrimas. Es la tarde del 25 de julio de 2014. La expedición para celebrar los sesenta años desde el estreno italiano en el K2 (el de Lacedelli, Compagnoni, Desio y Bonatti para entendernos), para corresponder al servicio de los sherpas del Himalaya en el Karakorum en 1954 y con la intención de ayudar a sus descendientes, los guías locales, esta vez va etiquetada como “Pakistán”, organizada por EvK2Cnr, “asociación para la investigación científica a gran altura”, que opera desde hace 25 años entre Bérgamo y el Himalaya. «¡Estamos en la cima!». La voz es de Michele Cucchi, alpinista italiano de Alagna Valsesia, vertiente piamontesa del Monte Rosa. Más de uno noventa, lo llaman “Largo”. Lo vimos como protagonista en las imágenes e historias de la exposición del Meeting 2020, dedicada a la empresa de hace seis años (quienes no la hayan visto lo pueden hacer en la web del Meeting): paneles virtuales preparados para la edición especial de la cita de Rímini, con videos, entrevistas y fotografías que resaltan la humanidad y la amistad cada vez más profunda entre quienes compartieron esa experiencia, desde la decisión de confiar el liderazgo de la expedición a los paquistaníes a la vida durante las semanas de ascenso, hasta aquel grito de Michele en la cumbre. Y esa conmoción que embargó a muchos “visitantes” de la exposición y que no podía ser fruto solo de la emoción por un gran logro deportivo. ¿Qué había detrás? ¿Qué aprendieron del K2?
Con estas preguntas en mente, nos encontramos frente a un café, en “su casa”, debajo del Monte Rosa, donde vive y trabaja, en la mesa de un bar entre los soportales y las casas de los walser de Pedemonte, construidas por este pueblo germánico que en el siglo XV cruzó los Alpes y se instaló en estos valles. Acaba de regresar, hace unos días, de una misión en el glaciar del Monte Lys para acompañar a algunos investigadores a tomar muestras de rocas del subsuelo.
«La montaña te consume, te marca». Pero te hace fuerte, tenaz, dice mientras explica que las paredes de esas casas están hechas de alerce y tienen hasta quinientos años. Troncos gruesos y oscuros, que contrastan con el cielo despejado y los picos nevados de arriba. Y con los ojos brillantes, Michele relata aquellos días de 2014.
¿Cómo puede ser? ¿Cómo puedes seguir conmoviéndote por “una hermosa vista” contemplada cinco años atrás? Tenemos que volver a la infancia de Michele para explicarlo. «Son pocas las personas que tienen el privilegio de ver y vivir experiencias similares. Y si vives la vida de una cierta manera determinada, desde cierta perspectiva… Mi sueño siempre ha sido: “quiero vivir en la montaña”». Una vida dura y que, ciertamente, no te hace rico. «He luchado siempre por vivir, por sobrevivir, pero después de treinta y cinco años puedo decir que lo he logrado, aunque nunca pensé que lo conseguiría. Pero el camino de la vida me ha llevado hasta el Himalaya». Cuenta poco de sí mismo. Que de pequeño aprendió a leer con los libros de Bonatti y Desio. Se crio a base de pan, picos, crestas y nieve. El segundo de cinco hijos, «mi padre, un gran amante de la montaña, tenía una tienda de alimentación en Abbiategrasso, provincia de Milán. Todos los fines de semana o los festivos huíamos al pueblo de Macugnaga, a los pies del Monte Rosa». Cuando Michele tenía 15 años llegó el punto de inflexión. «El negocio iba mal, y nos mudamos de la provincia de Milán a la Alta Valsesia, la tierra natal de mi madre, una walser».

Aquí comienza la apuesta de Cucchi por ese sueño ligado a la montaña. «Siempre he tenido muchos. Y todavía tengo un cajón lleno de sueños». No estamos hablando de utopías o ideales inalcanzables, sino de algo que tiene que ver con la felicidad. «¿Quién no busca la felicidad? Es un motivo para vivir, trabajar, gastar tiempo y energías. Quizás el problema es que nos conformamos con poco. No tenemos sueños, “grandes” deseos. Visiones a largo plazo. Y al final ese poco no nos satisface». Un buen trabajo, ir de compras los sábados, jugar un partido los domingos, un buen coche. «Llenamos nuestra vida de cosas materiales y cosas que hacer, gestionar, perseguir. ¿Pero qué es lo que la llena realmente?».
Hay mucha gente que «no tienen sueños, conozco muchos que viven así». Van de la familia a la escuela, de la economía a las opciones de vida «sin ser capaces de prescindir de un retorno inmediato». Hasta en la política. «¿Qué opciones estamos tomando? ¿Cómo miramos el futuro?».
Sin embargo, te encuentras con personas diferentes, “visionarias”, que tienen proyectos e ideales. «Y te quedas extasiado, vas detrás de ellos». Señala a un hombre que acaba de aparcar a unos metros de distancia. Se saludan. «Mira, él es uno de ellos. Guía de montaña como yo. Ha dado la vuelta al mundo, subió incluso al Himalaya. Y me enseñó mucho, es un maestro. Y ahora no deja de enseñar a otros todo lo que ha aprendido en su vida».
En unas semanas, Michele partirá de misión humanitaria a Pakistán, para llevar alimentos a las poblaciones que viven en las montañas. Habla de sus encuentros con estas personas en los últimos años, durante muchos viajes, sobre la posibilidad de estar con ellos y hacerse amigos. Su economía se basa en el turismo y las expediciones. Ahora, con el confinamiento, corren el riesgo de pasar hambre durante el invierno. «Ir a un lugar y conocer a la gente que vive allí es un plus, una experiencia de vida que me enriquece. Mi hogar está aquí, pero si vas allí con esas personas y las conoces de verdad, siempre te cuesta volver». No porque no quieras, sino porque te entra la morriña, como cuando eras un niño, en esas primeras horas de viaje cuando terminaban las vacaciones. «Y cuando vuelves ya no eres el mismo de antes. Haces las mismas cosas, pero lo ves todo desde otro punto de vista. Conocer al otro te cambia. Al regresar después del K2 me pasó lo mismo. Lo que viví, conviviendo codo con codo con los montañeros paquistaníes y los amigos italianos, y luego subir juntos, hasta coronar la cima… cambió mi visión de la vida y también me hizo releer mi historia».

En palabras de Cucchi, regresan aún las imágenes de 2014 y la misma emoción. «Creo que aquello me abrió una puerta». Coronar el K2 iba más allá de sus sueños. «Estaba más allá de lo posible, cuando me convertí en guía de montaña. Luego me fui a Pakistán, para un curso de formación... “Vaya, el K2 está por aquí, en alguna parte...”». Como durante el ascenso a la montaña –le señalas–, cuando hasta el último campamento, el “cuatro”, a 7.600 metros, sigues sin ver la cima. «Pero está ahí, lo sabes. Y tienes que andar el camino, paso a paso. Me lo sabía todo para subir al K2: la historia, el “cuello de botella”, la “chimenea house”. Luego llegó la pregunta de Agostino Da Pollenza, montañero y presidente de EV-K2-CNR (Centro Nacional de Investigación, ndt.): "Largo, ¿por qué no vienes tú también?". Ni siquiera lo conocía pero… “Sí”». Y llegó el día de la subida. La idea inicial era no subir a la cima, parar antes. Pero «las condiciones eran perfectas, me sentía genial. Todo decía: “Ven, sube”».
Y luego esa puerta que se abrió... ¿Qué es? «Es algo muy personal, de lo que más cuesta hablar». En el fondo, te lo esperas de alguien que lleva la montaña, el granito y la dureza de la roca esculpidos en su rostro. Pero... «Mira, frente a muchos hechos de la vida, lo que pasa es que te surgen ciertos interrogantes». No menciona ninguna respuesta. «Hay momentos que he vivido que yo llamo especiales. Puedo contar cinco, seis. Pocos, cortos. Y sé que soy un privilegiado. En la cumbre del K2 ese día, o el cielo estrellado de la mañana del ataque a la cumbre. Son tatuajes en la memoria. O esa mañana, con mi primo, en Chimborazo, Ecuador, abrir la tienda de campaña y ver las estrellas tan brillantes que dibujan sombras en el suelo: “¿pero cómo es posible todo esto?”». Todas esas imágenes están en sus ojos mientras habla. Y esas sensaciones sobrecogedoras. ¿Dios? ¿Te refieres a eso? Él calla. Luego, mirándote a los ojos: «Vaya... ¿Pero cómo puede ser tan hermoso?».
Debemos buscar esos momentos. «Yo sigo haciéndolo. Tengo muchos sueños y busco personas que los tengan. Y entiendo cada vez más que hay otras puertas que abrir, otras experiencias que vivir. Por supuesto, se necesita un equilibrio, está la familia, están los problemas de la vida cotidiana. Y no puedes dejar de ser feliz. Quiero ser lo más feliz que pueda».

Michele habla a menudo de su historia con los jóvenes, cuando se encuentra con ellos en la escuela, por ejemplo. Habla de ese sueño que comenzó a los quince años, que volvía a aparecer todos los días «y que no terminó en el K2». Ahora les toca a ellos, dice: «No puedes dejar de comunicar tu experiencia, lo mismo que otros te la comunicaron a ti». No es la transmisión de una técnica: «Estoy hablando de maestros, y podría contar hasta diez en mi vida, personas que no solo tienen autoridad, sino que tienen consistencia, que tienen “ser”». Así resume la fascinación que te envuelve y te provoca a ponerte en primera línea. «Cada uno según sus inclinaciones y deseos. Subir al K2 o jugar al fútbol, pero al más alto nivel. Para eso, tienes que levantar la cabeza».
Como ha hecho él, levantando su cabeza hacia las montañas. Como no deja de hacerlo. «La belleza te hace moverte», decía Da Pollenza en un vídeo de la exposición del Meeting. La maleta siempre está lista. No se necesita mucho, lo esencial. «Sería fantástico poder abrir una escuela de montaña en Pakistán, también para ayudar a esos pueblos a permanecer en su tierra. Allí no tienen nada, y poder ofrecer la posibilidad de una vida diferente, como les pasó a algunos después de la expedición de 2014, es un deseo que tengo. Es parte de ese sueño, de lo que hay detrás de esa puerta que se ha abierto. Cambió su vida y cambió la mía».