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Huellas N.6, Junio 2007

IGLESIA - Brasil / Benedicto XVI

El manifiesto de Aparecida

Alver Metalli

El discurso inaugural de Benedicto XVI en la V Conferencia sienta las bases para una renovación de la Iglesia en América Latina, situando en el plano del conocimiento la naturaleza de la crisis del catolicismo. Conocimiento de quién es Cristo para el hombre y de la novedad humana que introduce en el mundo. Sin tal conocimiento «toda la realidad se convierte en un enigma indescifrable»

En dos ocasiones utilizó Benedicto XVI la palabra renovación en su discurso inaugural de la V Conferencia: para indicar que los fieles de América Latina esperan una renovación y para alentar a los obispos en este sentido. Después empleó otros términos: “revitalización”, “nuevos caminos”, “nuevo impulso”. Sin embargo, “renovación” es la palabra más apropiada para leer el discurso del Papa: su intervención –tanto en contenidos como en amplitud– sentó las bases para una renovación de la Iglesia en América Latina.

Una afirmación perentoria
El camino elegido por el Papa para introducirse en la problemática a examinar en Aparecida no ha sido analítico ni problemático. Ya las consideraciones iniciales parten de la afirmación de que los pueblos de América Latina han «conocido y acogido a Cristo», «la respuesta deseada en el corazón de las culturas», aquello que les da «la identidad última». Así lo expresó: «La fe en Dios ha animado la vida y la cultura de estos pueblos durante más de cinco siglos. Del encuentro de esa fe con las etnias originarias ha nacido la rica cultura cristiana de este Continente expresada en el arte, la música, la literatura y, sobre todo, en las tradiciones religiosas y en la idiosincrasia de sus gentes, unidas por una misma historia y un mismo credo, y formando una gran sintonía en la diversidad de culturas y de lenguas».
Se trata de una afirmación hecha de modo perentorio, ni limitada ni oscurecida por autocríticas sobre la violencia que en ciertos momentos acompañó a la conquista1. Previsibles fueron las críticas a tan intencional omisión, que llegaron tanto del ámbito eclesial como del político2. Es de notar que el Papa, en la audiencia general posterior a su regreso a Roma, volvió sobre el tema de la primera evangelización, esta vez afirmando que «el recuerdo de un pasado glorioso no puede ignorar las sombras que acompañaron la obra de la evangelización del continente latinoamericano», agregando inmediatamente que «el recuerdo de los sufrimientos infligidos por los colonizadores no debe impedir tomar conciencia de la maravillosa obra cumplida por la gracia divina entre aquellas poblaciones». También en este caso, la puntualización –oportuna después de la omisión de Aparecida– pone el acento sobre la novedad introducida por el cristianismo en el devenir histórico del continente más que sobre la coerción por la que estuvo acompañada. Se sabe que el documento final redactado por la comisión presidida por el cardenal argentino Jorge Bergoglio, contiene –a petición de distintos episcopados– una explícita mención a la situación de los indígenas y de los afro-americanos. El texto fue entregado al Papa quien, según fuentes vaticanas, redactará el mensaje conclusivo de la V Conferencia durante el verano.

Una debilidad en la trasmisión de la fe
Si renovación fue la palabra clave de la intervención del Papa, evidentemente existe una realidad que necesita ser renovada. Hay algo cansado, frágil, debilitado y dudoso –son todas palabras empleadas por Benedicto XVI en el discurso de apertura– en el catolicismo latinoamericano. El Papa no usó el término crisis, pero no está fuera de lugar si se entiende en su acepción más precisa de algo que no es seguro, de una cuestión irresuelta, de algo que sigue siendo problemático. En su discurso inaugural –y por tanto desde la percepción que tiene de América Latina– el Papa habló, de hecho, a un catolicismo en crisis. Que por eso debe ser reasegurado, revitalizado, puesto nuevamente en movimiento. La palabra “crisis” fue utilizada explícitamente, y en singular sintonía, por el cardenal hondureño Oscar Rodríguez de Madariaga y el cardenal argentino Jorge Bergoglio. El primero, refiriéndose a «la educación a la fe»; el segundo, a la «transmisión generacional de la fe en el pueblo cristiano».

Epifenómenos y raíces
Los epifenómenos de tal crisis son distintos; la pérdida de fieles a favor de las iglesias pentecostales es el más llamativo. La situación varía según las distintas áreas geográficas del continente. La expansión pentecostal es más virulenta en Brasil, pero lo es menos en la América Latina de lengua española, donde la extensa ola de los movimientos evangélicos ha alcanzado su ápice y comienza a estancarse. En general, no hay estudios fiables sobre las dimensiones del fenómeno, y aquellos que comúnmente se repiten con cierta indolencia se apoyan en fuentes de dudoso valor estadístico. Una investigación reciente, realizada por una fundación de reconocido prestigio3, evidencia un cese en la pérdida de católicos en el trienio 2003-2006, observado en Brasil sobre los mismos niveles del trienio anterior, 2000-20034. Una estabilización, como se puede apreciar; no todavía una inversión de la tendencia.
En el discurso pronunciado ante la conferencia plenaria de obispos, Benedicto XVI habló una sola vez de sectas. Esta única referencia, contrastante con las alarmas que se ponen de relieve en todos los documentos de los episcopados, no se debe al hecho de que el Pontífice no considere grave el problema, sino a que las sectas vienen a poner de manifiesto un problema primordial; ellas son, en definitiva, un fenómeno secundario. Es interesante resaltar –como resulta de la investigación de la Fundación Vargas– que las múltiples denominaciones evangélicas reclutan gente y se expanden, sobre todo, en los sectores medio-bajos e indigentes de la sociedad, justamente allí donde los residuos del “hedonismo” toman cuerpo de un modo incontrastable. Las así llamadas sectas parecen ser, en definitiva, una manifestación dependiente, no primaria, una reacción contra la amenaza de la droga, de la pornografía, de una sexualidad comercializada. Las personas que se acercan a “Deje de sufrir”5 se oponen a estas cosas, y lo dicen abiertamente.
El crecimiento de los movimientos evangélicos no es el único indicador de la crisis del catolicismo latinoamericano señalado por el Papa, que en su intervención habló de «cierto debilitamiento de la vida cristiana en el conjunto de la sociedad y de la propia pertenencia a la Iglesia católica debido al secularismo, al hedonismo, al indiferentismo...», modernos ismos que configuran una situación nueva que pone en juego el «desarrollo armónico de la sociedad y de la identidad católica de sus pueblos». El Papa registra luego «la notable ausencia» de los católicos –tanto más notable tratándose de un «continente de bautizados»– en el campo político, pero también en el ámbito universitario y en el de los medios de comunicación. El desarrollo de la Conferencia dedicó a los medios de comunicación masiva un número importante de intervenciones –algunas específicas–, y el documento final entregado al Papa recoge el reclamo a dedicar más atención a tales instrumentos.

La naturaleza de la crisis
En su intervención, Benedicto XVI sitúa en el plano del conocimiento la naturaleza de la crisis del catolicismo y en ese nivel la aborda. Conocimiento de quién es Cristo para el hombre y de la novedad humana introducida en el mundo con la revelación, conocimiento de lo que realmente “nos transmite” su persona y la fe en Él. En su intervención, Benedicto XVI ofreció una detallada respuesta a la pregunta sobre cómo puede ser conocido Dios-Cristo, ya que sin tal conocimiento «toda la realidad se convierte en un enigma indescifrable; no hay camino y, al no haber camino, no hay vida ni verdad». Por eso el conocimiento ilumina la realidad. A un determinado conocimiento corresponde un determinado conocimiento de la realidad. De donde Benedicto XVI hace derivar una específica relación con ella.
Sobre esta impostación de fondo apoyó el posterior reclamo a las «estructuras justas» y a la búsqueda del «consenso moral» para realizarlas, concepto este último que evoca el debate del Pontífice con Habermas sobre un terreno común de vínculos, legitimaciones, reconocimientos, garantías, que cristianismo e ilustración pueden fundar6. La solución delineada es de fuerte laicidad en la relación de la Iglesia con el poder político e instituciones derivadas, y establece, para una realidad eclesial, el primado de una acción educativa y social sobre una acción inmediatamente política y de gobierno7.
Es notable el severo juicio que el Papa da sobre el marxismo y sobre el capitalismo en su versión occidental, puestos en un mismo plano como otros tantos «errores destructivos». El equilibrio en el aunar las dos falsas respuestas tiene el efecto de una condena severa de la segunda, dado que el marxismo y los regímenes del socialismo real a los que ha dado vida, prácticamente han desaparecido de la historia contemporánea8.

Un amplio campo de acción
Una parte considerable de la intervención del Papa apuntó a la cuestión de la contribución de los cristianos y de la Iglesia, a la justicia9. Benedicto XVI eligió un documento muy querido por el catolicismo social latinoamericano para hablar del compromiso para suprimir las desigualdades sociales y la enorme diferencia en el acceso a los bienes que distingue a las sociedades latinoamericanas: la Populorum progresio, de Pablo VI. Y lo hizo refiriéndose a un pasaje del documento entre los más citados desde la época de Medellín y Puebla10.
Benedicto XVI nombró los movimientos eclesiales en tres momentos de su discurso. Una vez, situándolos en compañía de asociaciones, organizaciones laicales, etc.; dos veces, aisladamente: primero para decir que frente a la notable ausencia de una presencia cristiana en el ámbito político, en las comunicaciones, en las universidades, los movimientos tienen un amplio campo de acción, y luego, refiriéndose a los jóvenes –«la mayoría de la población de América Latina»–, para suscitar en ellos «una curiosidad radical acerca del sentido de la vida». Indudablemente, el Papa considera los movimientos realidades adecuadas a los tiempos actuales y a la profundidad de la crisis del catolicismo latinoamericano.

Una opción implícita en la fe cristológica
La expresión «opción preferencial por los pobres», que recorría innumerables veces los documentos de las conferencias anteriores, aparece en un solo momento de la introducción a la V Conferencia, señalando que «está implícita en la fe cristológica en aquel Dios que se hizo pobre por nosotros, para enriquecernos con su pobreza». Reafirmarla en el documento final fue el reclamo más repetido en el curso de los trabajos, tanto en las relaciones de los presidentes de las conferencias episcopales del continente como en las intervenciones individuales que se presentaron en las salas, junto con la constatación de que las condiciones generales de la región se han deteriorado (informe de Venezuela), la indigencia ha aumentado (Ecuador), el proceso de empobrecimiento ha crecido (Guatemala). El documento final refuerza la opción por los pobres como elección de la Iglesia en cuanto tal, sin ulteriores adjetivaciones.
La teología de la liberación en ningún momento fue nombrada directamente por el Papa. Hay que señalar que no hubo, en Aparecida, una manifestación alternativa, una contra-conferencia de los teólogos de la liberación y grupos afines, como pasó en 1992 durante la IV Conferencia en Santo Domingo. En los días de la V Conferencia, un conspicuo número de profesores, teólogos, investigadores y párrocos que se cuentan dentro de esta orientación teológica, se pusieron a disposición de los obispos en un hotel de la ciudad de Aparecida, y allí fueron consultados por ellos. «Para nosotros, con esta conferencia terminan 27 años de destierro interno dentro de la Iglesia», ha comentado significativamente el chileno Sergio Torres, agregando que la misma opción preferencial por los pobres se ha vuelto “cristológica” con Benedicto XVI, es decir, «de la Iglesia y del creyente en cuanto tal»11.

Notas
1 «…el anuncio de Jesús y de su Evangelio no supuso, en ningún momento, una alienación de las culturas precolombinas, ni fue una imposición de una cultura extraña».
2 Para Leonardo Boff, la tesis «de la primera evangelización como encuentro de culturas y no una imposición o alienación, no se sostiene históricamente» (La Nación, Argentina). Análogas fueron las críticas del presidente de Venezuela, Hugo Chávez, y de su par boliviano, Evo Morales. Sobre estas mismas líneas se manifestaron las principales organizaciones indigenistas de América Latina.
3 Fundación Getulio Vargas, investigación del Centro para las Políticas sociales “A Economia das Religioes: Mudancas Recentes”.
4 Los resultados que surgen de la investigación refuerzan algunas convicciones comúnmente aceptadas y corrigen otras. Confirman el fuerte crecimiento de los evangélicos, que constituían el 9% de la población de Brasil en 1991 y hoy llegan al 23%, lo cual, traducido en números indica que los pertenecientes a la galaxia de los movimientos evangélicos brasileños superan los 40 millones de personas. De la investigación de la Fundación Vargas, también se colige que los miembros de estos movimientos pertenecen a los sectores más humildes de la sociedad brasileña: el salario de una familia pentecostal es menor en un 30% al de una familia católica. Pero, a pesar de ser más pobres, los evangélicos pagan –es otro dato proporcionado por la encuesta– más diezmos a la iglesia de pertenencia.
5 “Deje de sufrir”, es el eslogan de la potente “Iglesia Universal del Reino de Dios” de origen brasileño, una de las más agresivas del variado mundo pentecostal.
6 El diálogo se llevó a cabo en la Academia Católica de Mónaco, el 19 de enero de 2004 y tenía como objeto los «Fundamentos morales pre-políticos del Estado liberal, derivados de las fuentes de la razón y de la fe».
7 «Sólo siendo independiente puede enseñar los grandes criterios y los valores inderogables, orientar las conciencias y ofrecer una opción de vida que va más allá del ámbito político. Formar las conciencias, ser abogada de la justicia y de la verdad, educar en las virtudes individuales y políticas, es la vocación fundamental de la Iglesia en este sector. Y los laicos católicos deben ser conscientes de su responsabilidad en la vida pública; deben estar presentes en la formación de los consensos necesarios y en la oposición contra las injusticias».
8 «Tanto el capitalismo como el marxismo prometieron encontrar el camino para la creación de estructuras justas y afirmaron que éstas, una vez establecidas, funcionarían por sí mismas; afirmaron que no sólo no habrían tenido necesidad de una precedente moralidad individual, sino que ellas fomentarían la moralidad común. Y esta promesa ideológica se ha demostrado que es falsa. Los hechos lo ponen de manifiesto. El sistema marxista, donde ha gobernado, no sólo ha dejado una triste herencia de destrucciones económicas y ecológicas, sino también una dolorosa opresión de las almas. Y lo mismo vemos también en occidente, donde crece constantemente la distancia entre pobres y ricos y se produce una inquietante degradación de la dignidad personal con la droga, el alcohol y los sutiles espejismos de felicidad».
9 «Este trabajo político no es competencia inmediata de la Iglesia. El respeto de una sana laicidad –incluso con la pluralidad de las posiciones políticas– es esencial en la tradición cristiana. Si la Iglesia comenzara a transformarse directamente en sujeto político, no haría más por los pobres y por la justicia, sino que haría menos, porque perdería su independencia y su autoridad moral, identificándose con una única vía política y con posiciones parciales opinables. La Iglesia es abogada de la justicia y de los pobres, precisamente al no identificarse con los políticos ni con los intereses de partido».
10 «Los pueblos latinoamericanos y caribeños tienen derecho a una vida plena, propia de los hijos de Dios, con unas condiciones más humanas: libres de las amenazas del hambre y de toda forma de violencia. Para estos pueblos, sus Pastores han de fomentar una cultura de la vida que permita, como decía mi predecesor Pablo VI, “pasar de la miseria a la posesión de lo necesario, a la adquisición de la cultura… a la cooperación en el bien común… hasta el reconocimiento, por parte del hombre, de los valores supremos y de Dios, que de ellos es la fuente y el fin” (Populorum progressio, 21)».
11 Entrevista a Sergio Torres, de Silvina Premat: “Terminó el destierro de la Iglesia”, La Nación, 22 de mayo de 2007.