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Huellas N.6, Junio 2007

IGLESIA - Brasil / Benedicto XVI

Los movimientos eclesiales y las nuevas comunidades en América Latina

Filippo Santoro

Publicamos un extracto de la intervención sobre la realidad de los movimientos del obispo de Petrópolis en la V Conferencia General del Episcopado Latinoamericano

A lo largo de los siglos el Espíritu Santo ha suscitado diversas respuestas apropiadas para cada tiempo. Los movimientos eclesiales son una manifestación de la rica y plural fecundidad del mismo Espíritu, y son «¡expresión de la perenne juventud de la Iglesia!», como ha dicho el Papa aquí en Aparecida1. (...)
Nos interesa decir tres cosas que tocan los aspectos más elementales de la vida cristiana:
1. Existencialmente cómo nace y vive el discípulo;
2. La necesidad de una pedagogía y de un método educativo de la fe;
3. La misión como comunicación a todos de una fascinación irresistible.
1. Sobre el tema central de esta conferencia, “Discípulos y Misioneros de Jesucristo para que en Él nuestros Pueblos tengan Vida”, nos parece importante destacar que, antes de la preocupación por formar a los discípulos, es conveniente indicar cómo nace un discípulo. El Papa, aquí en la explanada de este santuario mariano, nos dijo que la Iglesia «crece mucho más por “atracción”: como Cristo “atrae todo hacia sí”, con la fuerza de su amor, que culminó en el sacrificio de la Cruz»2. El discípulo nace por una atracción, por el poder del Espíritu que irrumpe y transforma la vida de las personas generando el Pueblo de Dios. El Espíritu de Jesucristo Resucitado, a través de sus carismas, manifestado en el testimonio de personas tocadas por el Misterio, crea el sujeto nuevo de la nueva evangelización, el discípulo.
Integran nuestros movimientos muchas personas que habían abandonado la Iglesia, para quienes la vida cristiana significaba poco o nada. Todos ellos tuvieron un encuentro y comenzaron a interesarse por Jesucristo y por la vida de la Iglesia.
La realidad de los movimientos muestra hoy, en forma concreta, la dimensión del discipulado, que, desde una adhesión amorosa a la Persona del Señor Jesús, se adentra en sus enseñanzas, recorriéndolo como Camino, buscando adherirse a la Verdad cuya belleza fascina al ser humano hambriento de autenticidad y de sentido, aspirando a vivir su Vida, dando así gloria a Dios. Sus integrantes aspiran a tomar en serio su vocación a la santidad, y miran a la Virgen María para adentrarse al ritmo de sus latidos en la apasionante aventura de seguir a su Hijo, entregándose al designio amoroso del Padre. Muchos que ven ese testimonio existencial se asombran y dirigen sus mentes y corazones a Jesús, y fascinados por la Luz que de Él emana lo siguen con un entusiasmo y ardor que se hace cada vez más intenso y comunicativo.

2. Para crecer en el discipulado hasta hacerse misionero es necesario un método. La doctrina es importante, pero no es suficiente, se hacen necesarios caminos pedagógicos probados, que conduzcan al encuentro con el Señor que responde a las preguntas de la razón y al deseo de felicidad. Nos adherimos al acontecimiento de Cristo por la experiencia, mediante algo que corresponde a la estructura de nuestra humanidad. Los movimientos constituyen una rica experiencia de pertenencia y de vida de comunidad en la pluralidad de la Iglesia. Esta experiencia de familia de Dios está a la disposición y al servicio de la Iglesia toda.
Este proceso se desarrolla a través de un itinerario educativo, que comporta la catequesis, la oración, la meditación asidua de la Palabra de Dios, los sacramentos, la adoración Eucarística, la caridad, la solidaridad, la cultura y la misión. En esta experiencia vital el discípulo se sabe acogido, se deja transformar y se descubre impulsado al apostolado de anunciar a Jesús y colaborar en la transformación del mundo según el Plan de Dios. Sin un método no hay discípulo, pues sólo educa quien se deja educar.
3. El misionero es un discípulo que comunica la belleza, el entusiasmo, el ardor, la audacia de la vida nueva en Cristo que recibió como don. Para los movimientos, la misión, antes que ser un conjunto de iniciativas, es el anuncio y la comunicación de esa vida, ese darse a sí mismo en cada circunstancia. Nosotros fuimos tocados por el encuentro impactante con una persona, un misionero, que nos comunicó algo diferente como irradiación ardorosa del Espíritu Santo, que suscita la fascinación por la Persona de Jesús.
Hoy frecuentemente se afirma: «Cristo sí, Iglesia no». Los movimientos ofrecen un espacio de encuentro vital con Cristo y su Iglesia. El testimonio y el anuncio acontecen en todos los ambientes personales, sociales, culturales y eclesiales. La acción del Espíritu enciende el corazón; bajo su impulso, la vida se vuelca en obras de evangelización y promoción humana. En la realidad latinoamericana no existe movimiento eclesial que no tenga un intenso compromiso social desde el Evangelio, particularmente con los más pobres y desprotegidos.
Conscientes del don recibido y la responsabilidad que conlleva, y con la humildad de hijos e hijas de la Iglesia, los integrantes de los movimientos eclesiales y nuevas comunidades que peregrinan en América Latina y el Caribe vibran de entusiasmo por participar, bajo la guía de los Pastores de las Iglesias locales, en la gran misión evangelizadora del Continente. Desea anunciar más a Jesús y sus enseñanzas y construir una sociedad más justa y reconciliada, aprendida en la escuela de María y siguiendo sus huellas de primera y más perfecta discípula y misionera.

Notas
1 Benedicto XVI, Oración del Santo Rosario en el Santuario de Aparecida, 12 de mayo de 2007.
2 Benedicto XVI, Homilía en la Misa de inauguración de la V Conferencia General del Episcopado Latinoamericano¸ Aparecida, 13 de mayo de 2007.