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Huellas N.6, Junio 2007

CULTURA - Eduardo Chillida (1924-2002)

Un instante antes de que suceda.
La búsqueda

a cargo de Diego Giordani

Tras la visita al Museo Chillida-Leku, hemos querido preguntar a Etsuro Sotoo acerca del escultor vasco y de su analogía con Antoni Gaudí

El silencio del Chillida-Leku, su espacio sembrado de “presencias” y el día extraordinariamente luminoso propiciaron nuestra atención. Casi todos nos acercábamos a la vida y la obra del escultor vasco por primera vez, y fue un privilegio hacerlo en compañía de Etsuro, que nos lo fue descubriendo con la mirada antes que con las palabras. Conversamos con él para profundizar en alguna de sus observaciones.

¿Cuándo conociste a Chillida?
Conocía a Chillida desde mis estudios de Bellas Artes en Kioto. Desde entonces tenía el deseo de conocerle personalmente o, por lo menos, de ver y “tocar” sus obras, pues en Japón sólo disponía de fotos que había visto en una exposición. Después, tuve la suerte de empezar a trabajar como escultor en la Sagrada Familia y desde Barcelona intenté contactar con él. Cuando se organizó la exposición de MAEC, me acerqué a verla y fui a la inauguración con el objetivo de saludar a Eduardo Chillida. La verdad es que la mayoría de los artistas de escultura abstracta son –diría– ídolos; en cambio, él me atendió como si yo fuera un gran artista, un personaje famoso, cuando era un simple estudiante. Me trató incluso como uno que estaba esperando algo de mí, con respeto total hacia mí, con ese respeto con el que trató toda la realidad a lo largo de su vida. En esta foto puedes ver la mirada de un hombre que busca, un hombre atento, humilde. Uno que se ponía a tu lado, que intentaba estar a tu lado de verdad.

¿Qué te llamó la atención de él?
De él me llamó la atención que era como su obra: estaba lleno, como un trozo de hierro macizo, sin decoración. Normalmente, lo que atrae de sus esculturas de hierro es en primer lugar una forma, en línea recta o curvada, moderna, simplificada. Pero, para mí, lo más importante es que sus formas son macizas, que están llenas de metal; su peso es incalculable. 30 toneladas, 50 toneladas era un peso normal para Chillida. Es decir, son pesos que las personas no pueden mover; suponen siempre una problema difícil de superar si no se afronta bien la empresa; aunque se tengan máquinas para transportarlas, siempre es dificilísimo moverlas.
La pieza maciza tiene un peso dentro que no se ve; así es el mundo: tiene una superficie, pero lo importante es lo que tiene dentro, que no se ve. El hierro macizo, forzado, curvado, dice todo esto; no se ve dentro, pero está ahí.

Durante la visita al Museo Chillida-Leku comentaste que había un paralelo entre dos autores aparentemente tan distantes como Chillida y Gaudí. ¿Puedes explicarlo?
Lo que salta a la vista es que los dos vivieron y trabajaron buscando la verdad. El paralelo entre las formas no es importante. Lo es, como vimos en la grabación que muestra cómo trabajaba Chillida, el que ambos fueran artesanos, trabajadores. En el vídeo se ve que él se pone al lado de los trabajadores de la forja, al mismo nivel, sugiriendo, observando, empujando el hierro incandescente con los obreros, en total igualdad con ellos, llevándoles a ser artistas también ellos. Olvida totalmente el estar orgulloso de su obra como si fuera cosa solo suya.
El paralelo entre los dos artistas, más que en la obra, se da en la forma de trabajar. Ambos trabajaban codo a codo con sus colaboradores hasta llegar a la mejor obra posible. No soy yo, artista, quien hace la obra, sino que me pongo contigo, porque ambos sabemos que un instante antes de que suceda la forma que buscamos, no sabemos nada, somos como todos los demás. Compartían una actitud de total humildad, y los dos luchaban por conseguir la obra, entregados totalmente a la tarea de conseguir la obra. Cuando Gaudí por la tarde se marchaba de la obra, se despedía diciendo: «Señores, mañana lo haremos mejor»; no exactamente con estas palabras, pero este ciertamente era su espíritu a la hora de trabajar. Viendo las obras de Chillida, comprendo que él trabajaba de la misma manera, luchando día a día.

¿Qué importancia atribuyes a Chillida en la escultura contemporánea?
Al igual que en la época de Gaudí todo el mundo buscaba algo nuevo –nuevo respecto a lo que se conocía aquí en Europa; y de hecho encontraron unos grabados japoneses que les resultaron nuevos, aunque en Japón tenían trescientos años, y los incorporaron a su Art Nouvou–, también en la época de Chillida se buscaba algo nuevo. Como en el arte oriental se quiso quitar la envoltura, buscar la esencia, “el hueso” de cada cosa. De la misma manera Chillida busca la esencia, que coincide en todas las culturas y, sobre todo, en el espíritu ZEN (budismo). Esto fue el estilo y la forma de Chillida.
Además, me atrae su trabajo como búsqueda de lo que es universal, de la verdad; y no solo quitando lo que sobra, sino buscando la perfección de cada obra, que no se rebaja en nada. También en filosofía, si quieres llegar a la verdad, a una forma esencial, vas cortando con el cuchillo lo superfluo, quitas lo que sobra, eliminas escorias. Esta es la gran aventura. Yo valoro mucho el hecho de que Chillida es un gran viajero, que no se detiene ante la dificultad del trabajo, del proceso creativo, o ante la dificultad económica.
Chillida y Gaudí tenían una idea clara de hacia dónde ir, no de a dónde llegar; querían ir hacia donde no hay puente ni camino; y entonces tienes que buscar, inventar la manera de llegar. Como eran muy valientes, no renunciaron por la dificultad y llegaron. En cambio, hoy si no hay caminos conocidos nadie se atreve a ir; automáticamente la empresa se declara imposible. Gaudí y Chillida se atrevían.
En el arte moderno hoy se piensa que si hay medios para hacer algo, entonces se hace; como si el arte dependiera de la técnica, de las máquinas que tengas. Vendemos demasiado arte barato. A Chillida no le importaba “el tiempo necesario”, como a Gaudi; no calculaban el precio. Como decía Beethoven: «No trabajes con una persona que siempre está pensando en lo que cobra». Nuestra fuerza, nuestra belleza, es buscar caminos para dar forma a lo que llevamos dentro superando las dificultades, tanto en el arte como en la vida.

¿Qué ha significado para ti visitar por primera vez el Museo Chillida-Leku?
Sobre todo haber podido tocar las esculturas, que no se pueden dañar ni golpeándolas con mis manos, sentir el peso de la materia y ver que no tiene ninguna imperfección de superficie. Parece que este hierro esté tratado como si fuera cristal, como una auténtico material frágil, con total respeto. Para los trabajadores de la forja resulta muy difícil en un primer momento, porque para ellos este es material bruto, no significa nada. Pero Chillida les transmitía su mirada, su modo de tratar la materia llevaba a los trabajadores al respeto de ese material puro. Estando cerca y tocando estas obras de hierro lo descubrí y me sorprendí, porque esto va mucho más allá del arte y llega al corazón de Chillida; me parece haber tocado con mano “el amor de Chillida”.

¿Qué te ha sugerido el Peine de los vientos de la bahía de San Sebastián?
Esta famosa obra, que he visto a menudo, me resulta siempre nueva porque las circunstancias ambientales son muy distintas, cambian siempre: tiempo, viento, luz. Una buena obra no molesta a quien mira un paisaje, sino que invita a pensar: «¿Por qué antes no había aquí lo que ahora está? ¿Por qué no existía antes?». Es una gran obra, que lleva allí treinta años, y todas las veces que la miras te da fuerza y te hace pensar. Esos hierros son como manos, las manos de Chillida, manos que llevan sangre de él, que están intentando coger el viento y no pueden; quieren aferrar la felicidad, la pura naturaleza, pero no pueden; son una mezcla de esperanza y de rabia. Materializan “el limite del hombre”. Y allí están los Peines como seres vivos. Viven y vivirán: son “la fe y la esperanza de Chillida”.