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Huellas N.06, Junio 2020

PRIMER PLANO

¿En qué punto estamos?

Luca Fiore

Una renovación profunda. Un «sentido visceral de la vocación». El poeta y escritor neoyorquino Paul Mariani cuenta lo que está descubriendo y cuál es el centro de su despertar de lo humano

«Es un libro que da en el blanco. El despertar de nuestra humanidad. ¡Boom! Eso es justo lo que me está pasando a mí». Paul Mariani nació en Nueva York en 1940 de padres italianos. Es profesor emérito en el Boston College, donde ha dado clase de Poesía y Literatura. Como crítico, ha escrito algunas biografías importantes de autores americanos como William Carlos Williams, Hart Crane (en la que se basó una película con James Franco) y Gerard Manley Hopkins. La última, sobre Wallace Stevens, fue finalista en el National Book Award. Este año se ha publicado su octavo libro de poesía, Ordinary Time.
Ahora está jubilado y vive en la campiña de Massachusetts, donde el drama americano del coronavirus entra por la pantalla del televisor. Con los años ha podido conocer la obra de don Giussani y dice que «sus textos y los de Carrón han contribuido mucho a mi vida de escritor católico». Han pasado poco más de dos horas desde que ha recibido el libro El despertar de lo humano cuando responde a nuestras preguntas. «Leerlo ha sido un auténtico consuelo».

¿Qué le ha llamado la atención?
Mi mujer y yo vivimos fuera de la ciudad y estamos bastante a salvo. Tenemos un hijo jesuita que está en Nueva York, en el Bronx, y allí la situación es bien distinta. Nos preocupa, pero él nos dice que todo va bien. Un amigo mío que estaba en una residencia para veteranos de guerra fue de los primeros en morir por Covid. Ahí entendí que el virus también puede pillarte en casa. Sabemos que a nuestra edad estamos entre las personas con más riesgo. Enciendes la televisión y no puedes evitar escuchar los informativos sobre contagios y muertes. Sin embargo, hay gente que sigue pensando –y no sé cómo puede hacerlo– que todo es una farsa, como si el virus fuera algo inventado. ¡Pero es real! Carrón ante todo nos dice que debemos darnos cuenta del impacto que la realidad provoca en nosotros. Pero añade: la realidad siempre ha estado ahí, solo que no nos dábamos cuenta. Vivíamos nuestras vidas, veíamos la televisión, tomábamos un buen vino, todo fluía como siempre. Luego, en un momento dado, algo entra y lo cambia todo. Y ni siquiera se puede ir a la iglesia. Yo soy afortunado y tengo tiempo para reflexionar, puedo concentrarme en lo que está pasando y en lo que sucede en mí.

¿Y qué le sucede?
Mi mujer y yo hemos vuelto a preguntarnos: ¿en qué punto estamos? ¿Cuál es el verdadero significado de nuestra vida? Creo que esto es “el despertar de lo humano”. Y resulta inevitable pensar en Cristo.

¿En qué sentido?
Es un poco como si Él se hubiera vuelto hacia mí y me estuviera mirando. El despertar de mi humanidad solo puede tener un centro religioso. Es esa mirada que vuelve una y otra vez.

¿Ha descubierto algo de sí mismo en este “tiempo vertiginoso”?
Una cosa que he entendido es que quiero seguir escribiendo poesía. Han empezado a perseguirme mis antepasados italianos, que son de Compiano, provincia de Parma. Mi corazón vuelve allí y se pregunta: ¿quiénes son estos fantasmas? ¿Qué realidad me encuentro volviendo allí? Sigo reflexionando sobre lo que se suele llamar “el poeta-filósofo”. ¿Cómo pueden hablar entre sí los dos lenguajes, el de la filosofía (últimamente mi mujer y yo leemos mucho a Kierkegaard) y el de la poesía? Yo creo que pueden hacerlo. ¿Y qué les diría a mis queridos antepasados de Compiano si me encontrara con ellos? Lo cierto es que no lo sé. Pero sin duda sería algo que fuera más allá del lenguaje. Debería ir más allá para que hubiera un encuentro. La imagen que suelo utilizar es la de la danza, la música. Podría ser una música no audible, pero una música real.

Resulta difícil imaginarlo.
Cuando leo a los místicos, veo que a veces el lenguaje se detiene, no puede ir más allá porque es lo único que tenemos. Y para un escritor eso es frustrante. Pero hay una experiencia real. ¿Cómo la comunicamos? Creo que eso es parte de lo que Carrón está intentando hacer. Hablar de esa realidad más profunda, eso que Hegel llamaría el “ideal”, va hacia la interacción del contacto. ¿Contacto con qué? ¿Con quién? Aquí vuelve de nuevo Cristo. Dice san Pedro: «Señor, ¿a quién vamos a acudir? Solo tú…». Toda mi vida he dado clase y he utilizado el lenguaje durante medio siglo. Cuanto más envejezco, más real me resulta esta incapacidad del lenguaje. Importa el ser. No tanto el lenguaje, no tanto un discurso. Miras el cielo estrellado y te das cuenta de que hay algo que no tiene fin. Puedes acercarte, pero cuanto más te acercas, más percibes un más allá. La paradoja es que ese sentido de trascendencia convive con la percepción de que ese algo completamente distinto ya está aquí. No tenemos más que abrirnos a eso. Y esto me fascina de Comunión y Liberación. “Comunión” es algo a lo que va mi corazón. A eso me refiero cuando pienso en esa danza con las personas con las que me gustaría danzar, con las que me gustaría cantar.

Es una danza difícil de bailar ahora que nos imponen una distancia.
Sí, pero siento hambre de eso. Echo tremendamente en falta no poder abrazar a mis nietos ni a mis hijos. Soy italiano y siento esa necesidad, por su bien y por el mío. Cuando podamos salir, saldré y abrazaré a todos por la calle. Ahora que nos lo han quitado entendemos mejor su sentido. Claro que sigue muriendo muchísima gente, y hay un sentido de muerte, de sepultura.
Cuando salgamos tendremos un sentido renovado de la vida. Pero tengo más ganas que antes de estar con la gente, charlar, reír, partir el pan con ellos.

¿También para usted, incluso en una circunstancia así, la vida es “vocación”?
Sí, no es como cuando en fin de año te marcas una serie de propósitos y al cabo de una semana ya se te han olvidado. Ese sentido de vocación, de renovación profunda, es visceral. Me gustaría llegar a eso. Es como si hubieras muerto y, de repente, a los tres días resucitaras como Lázaro. ¿Qué harías entonces? No podrías hacer otra cosa que testimoniar lo que te ha pasado. Con el paso de los años, cada vez he intentado más hacer eso: testimoniar la fe, la bondad y un último sentido de optimismo. Porque no importa lo que nos pase, Cristo siempre está aquí con nosotros. En la pintura medieval, Cristo está ahí mirándote. El Cristo crucificado y luego el Cristo resucitado, que nos dice: «vayamos a desayunar juntos a la playa del lago de Galilea». Para mí, ahora se trata de seguir adelante, compartir ese pan que Él nos da, compartir lo que eres. Tengo casi ochenta años y no quiero que esto se desvanezca. Quiero que se mantenga mientras tenga fuerzas. Quiero irme, como decimos aquí, con las botas puestas.