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Huellas N.8, Septiembre 2007

CL - Claudio Chieffo (1945-2007)

Historia de un encuentro

David Horowitz

Verano de 1999. Alguien me dijo que había una persona que tenía muchas ganas de conocerme. Un cantante. «Bueno, dije, vamos a conocerle...». Se presentó este hombre, guitarra en mano, y enseguida me cantó una canción suya, Come la rosa. Ciertamente no es un guitarrista de primera, pensé, pero algo me impresionó en seguida. Fue como un reconocimiento súbito, una sintonía del corazón, profunda, una correspondencia inesperada e improbable (un cantautor autodidacta de Forlí y un profesional de la música, judío y neoyorkino), pero fascinante y atractiva. Me hizo reír en esa ocasión cuando, después de haberme preguntado de dónde venía mi familia, me dijo que el apellido Chieffo venía justamente de la misma ciudad, Kiev: «¡A lo mejor hasta somos parientes lejanos!». El deseo de trabajar juntos fue consecuencia directa de la amistad que empezó a florecer. Si dedicas tiempo y energía a la amistad descubres que da muchos frutos.
Empezamos a tocar juntos, fui a Italia un par de veces, y luego Claudio vino a Nueva York a grabar Come la rosa. He tocado y grabado con mucha gente, pero Claudio era distinto. Claudio era profundamente “musical”, como decimos nosotros, tenía ese don. Su música, sus canciones, eran algo natural, y, al igual que su amor por Dios y por la gente, formaban parte de su naturaleza. Me invadió una gran tristeza cuando supe de su enfermedad. Mi reacción inmediata fue la de un sentimiento de injusticia. «This is not fair...» (¡No es justo!; ndr). Fue mi reacción, no la suya. Aunque luchó con todas sus fuerzas, no le oí ni una sola vez lamentarse de su condición.
Cuando mi mujer Jan y yo fuimos a visitarle el verano pasado, pensamos que le quedaría poco tiempo de vida. Claudio luchó todo lo que pudo; después se entregó. Durante toda su enfermedad compartimos esperanzas y momentos de desaliento. Martino nos mantenía al día sobre su estado de salud. Desde hacía tiempo habíamos fijado fecha en el calendario para volver al Meeting, llevar nuestra música y a nuestros amigos de Nueva York, pero cuando comprendí que tal vez Claudio quizás no llegaría a la cita de Rímini dejé todo y me fui a verle. Y estoy agradecido por haberlo hecho.
¿Qué hice? Estuve allí, no había nada que pudiera hacer salvo estar, estar con mi amigo Claudio. Él lo sabía. Cuando llegué, saliendo por un instante del estado comatoso en el que se hallaba, me murmuró en inglés: «How are you?», ¿cómo estás? Su amigo y pianista Flavio había llevado un teclado a la habitación del hospital y de vez en cuando tocaba para él. Improvisaciones, canciones suyas, músicas mías... Marta me pidió que tocara el último día.
Claudio era un hombre completamente animado por su fe católica, pero esto no fue nunca un obstáculo para nuestra amistad. Todo lo contrario. Cuando crees debes seguir tu fe con todo tu corazón y con toda tu persona. Vivió así Claudio, y por ello nos hicimos amigos. Era un poeta y su poesía culminaba en su música.
¡Gracias, Claudio!