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Huellas N.03, Marzo 2020

BREVES

La historia.

Noventa segundos

Un minuto y medio, ni un segundo más. Hay que aprender a ser sintéticos cuando se habla de marketing: pocos conceptos, claros y que se vendan bien. Este era el ejercicio de oratoria del máster de Management de una universidad de Madrid. Yoselin debe elegir un tema para su discurso de noventa segundos. Empieza a pensar un poco y acuden a su mente tres amigos que le han hablado del mismo tema, uno tras otro. ¿Por qué no abordar eso?
Yoselin se pone a trabajar para prepararlo. Unos días después está en el aula, delante de la profesora y de sus compañeros. Cuando aparece la diapositiva con el título, empieza a ver caras perplejas. “Tristeza". «¿Qué significa para vosotros esta palabra?», pregunta Yoselin. Dos de ellos responden: «un sentimiento que no me gusta», «algo que conviene hacer desaparecer cuanto antes». Ella empieza a contar. Habla de tres mensajes que le llegaron con pocos días de diferencia. «La tristeza es mi mejor amiga». Luego: «La tristeza nunca me miente». El último era una cita de santo Tomás: «La tristeza es deseo de un bien ausente». Habla del deseo que todos tenemos de «algo que nos colme», de un corazón que siempre pide más y de cómo nos vemos empujados a huir de ella y «taparla», a «no tomarla en serio», porque «nos pone ante una desproporción entre lo que deseamos y lo que conseguimos». ¿Y qué tiene que ver con la economía? Lo explica justo después: «Nos pasamos la vida comprando cosas que llenen esa tristeza, cada vez más deprisa. Si queremos ser empresarios, no basta con producir algo que intente disiparla: tenemos que tomarla en serio. La nuestra, y la de nuestra gente».
Silencio. La lección continúa con otros discursos. Nada más acabar, el aula empieza a vaciarse. La profesora se le acerca: «Quédate un momento, quiero hablar contigo».
Cuando se quedan solas, la mira a los ojos: «¿Pero tú quién eres? Llevo años haciendo estos ejercicios y nunca me había conmovido. Hay algo en ti». Empieza un diálogo. Yoselin le habla de sí misma, de sus amigos, de cuánto la ayudan a tomárselo todo en serio. Y la profesora también le habla de «su» tristeza: sus fatigas, la enfermedad de su padre... Al despedirse, solo le pide una cosa: «No faltes a la próxima clase». Yoselin sale y en el pasillo se encuentra con un compañero del máster esperándola: «Oye, ¿podemos pasar un poco de tiempo juntos? Quiero entender cómo puedes vivir así». Ella le mira y sonríe. Solo le dice cuatro palabras: «¿Quieres venir a la caritativa?». La respuesta es un «sí» al vuelo, decidido. «Ni siquiera quiso que le explicara de qué se trataba», dirá Yoselin a un amigo: «Tanto él como la profesora vieron algo más, algo que va más allá de mí misma y de lo que digo.». En noventa segundos.