IMPRIME [-] CERRAR [x]

Huellas N.10, Noviembre 2007

IGLESIA - Paolo Pezzi

Alexis II: diálogo y colaboración

Giovanna Parravicini

El sábado 27 de octubre la catedral de la Inmaculada Concepción de Moscú recibía llena de alegría a su nuevo pastor, don Paolo Pezzi, albergando a una multitud de fieles rusos, amigos italianos, autoridades civiles, representantes del cuerpo diplomático y de las otras confesiones y religiones. El nuevo arzobispo era consagrado por el obispo saliente de la diócesis, monseñor Tadeusz Kondrusiewicz, junto al nuncio apostólico en la Federación Rusa, monseñor Antonio Mennini y monseñor Joseph Werth, obispo de Novosibirsk. También participaron en la consagración episcopal los otros obispos de Rusia, monseñor Klimowicz y Pickel, el ordinario de Astana (Kazakistán), monseñor Tomasz Peta y monseñor Giuliano Frigeni, obispo de la diócesis de Parintins, en Brasil. Entre los muchos mensajes de felicitación recibidos, el cordial mensaje enviado por el patriarca ortodoxo ruso Alexis II subrayó la que es seguramente una función no secundaria de la minúscula comunidad católica de Rusia: ser testigos en aquel país de la belleza de la tradición católica, en constante diálogo y colaboración con la Iglesia ortodoxa, aquí mayoritaria, para realizar el «intercambio de dones» en función de la unidad «de los suyos», tan ardientemente deseada por Cristo. En la catedral abarrotada, a pesar de las dificultades lingüísticas y de la duración de la celebración, se respiró realmente la comunión de la oración, del corazón, la sobornost que Julián Carrón, en su saludo final, indicaba como un tesoro de la Iglesia de Oriente, que todos nosotros cristianos estamos llamados a redescubrir. Una comunión en la que estaba presente con evidencia la sonrisa de don Giussani, como don Pezzi no pudo ocultar parafraseando a Péguy: «Se está riendo allá en lo alto, para sí mismo y también abiertamente». Se vivió una gran sencillez, una esencialidad profunda, que el recién elegido arzobispo Paolo sintetizaba para sí y para cada uno: «“Sígueme”. Creo que lo que se me pide se puede resumir así: seguir respondiendo al Misterio de Dios tal como Él llama mi vida». Con esta sencillez y gran autoridad concluía su discurso dirigiéndose con las palabras de Eliot al pueblo que desde ese momento el Señor le confiaba: «Hay trabajo para todos, ¡cada uno a su trabajo!».