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Huellas N.10, Noviembre 2007

SOCIEDAD - Birmania

De dónde nace la rebelión de los monjes

Piero Gheddo

Mientras crece la miseria, el gobierno aplasta al pueblo. Un régimen que desde hace cuarenta años pretende eliminar a Dios «porque el hombre es el único ser supremo». Un experto, misionero del PIME (Pontificio Istituto Missioni Estere), explica cuáles son las raíces de la tragedia que asola este país de Oriente, mientras la prensa internacional vuelve al silencio

Por primera vez, desde hace veinte años, se habla en la prensa internacional de Birmania (o Myanmar), país prácticamente olvidado por la prensa y la opinión pública del resto del mundo. Desde 1962 se encuentra oprimido por una dictadura militar-socialista (más bien comunista), que aplasta al pueblo, pero que no supone ninguna amenaza para Occidente. Desde mediados del pasado mes de agosto, a causa del incremento súbito del precio de la gasolina y el gasóleo que frenó bruscamente la microeconomía, el pueblo tomó la calle y, en septiembre, los monjes budistas se sumaron a las protestas llenando la ciudad con sus túnicas color azafrán. Durante los primeros días los militares no reaccionaron, pero pronto se desencadenó una dura represión con el fin de eliminar el molesto espectáculo que todas las televisiones del mundo han retransmitido.

«Mueren como moscas»
Desde 1988 no se producía en Birmania una rebelión popular a escala nacional, iniciada entonces por la protesta de los estudiantes debida al cierre de muchas escuelas superiores y universidades. Como es bien sabido, la junta militar se vio obligada por las presiones internacionales a conceder cierta libertad a la oposición. En 1990 se celebraron elecciones “libres”, de las que salió triunfadora la Liga para la Democracia de Aung San Suu Kyi, mientras que el Partido Socialista Birmano de los militares obtuvo el 10% de los votos. Pocos años después todo seguía igual que antes: Suu Kyi no llegó a gobernar, sus diputados acabaron en prisión o huyeron al extranjero. Se produjeron algunos miles de muertos y muchos de los arrestados en aquellas manifestaciones acabaron condenados a trabajos forzados. En una visita a Birmania en 1993, pude ver hileras de hombres encadenados en parejas por los pies, vigilados por militares que les apuntaban con su fusil, construyendo la carretera en la frontera de Tailandia (la frontera de Tachileik). Una escena espeluznante que mi acompañante comentaba así: «Mueren como moscas, viven en cabañas de paja, con escasa comida, a merced del calor y del frío de las montañas y sin asistencia médica; la mayoría son gente de ciudad, no están acostumbrados a los trabajos pesados ni a vivir en la selva». Se teme que esta última rebelión, con los monjes al frente, acabará de igual manera, a pesar de las presiones internacionales, que no conducen a nada por el simple hecho de que Birmania desde 1990 cuenta con un potente protector, la China comunista, que hoy trata de tener una salida al Océano Indico. Un testigo ocular me escribía hace aproximadamente un año: «Los militares están obligando a los campesinos a cultivar opio para su propio beneficio y están haciendo de Birmania el primer exportador del mundo… Hoy China provee a los militares de armas a cambio de maderas preciosas, minerales, gas y petróleo; construyen carreteras y nos inundan con sus productos».

Invasión china
Los chinos ya están en Birmania, “colonizan” algunas regiones tribales de frontera que son autónomas. Visité una en 2002; su capital, Mong Lar, estaba invadida por los chinos: carteles chinos, taxis chinos, moneda china, restaurantes chinos, obras chinas que modernizan la ciudad con edificios nunca vistos en aquella zona y canalizaciones que aseguran el suministro de electricidad y de agua corriente. Es fácilmente comprensible por qué China y Rusia se oponen a las sanciones decretadas por la ONU. Aparte de los intereses económicos y estratégicos de estas dos potencias, no se puede perder de vista el hecho, nunca mencionado, de que el golpe de Estado que el 2 de marzo de 1962 llevó al poder a las fuerzas armadas, no fue obra sólo de “militares”, sino de militares “socialistas”, en la práctica “comunistas”, inspirados en los modelos de desarrollo de la Rusia estalinista y de la China maoísta. Lo cual se hizo patente ese mismo año, al poner en marcha el Lanzin, es decir, la “vía birmana al socialismo”, un socialismo “inspirado en el budismo”, aunque de budista no tiene absolutamente nada. En el “programa” del Lanzin, entre las ideas básicas para una sociedad nueva, se puede leer: «En el lugar de dios [con minúscula] hay que poner al hombre, que es el ser supremo… La filosofía de nuestro partido es una doctrina puramente terrenal y humanista. No se trata de una religión… La historia de la humanidad no es sólo una historia de naciones y de guerras, sino de lucha de clases. El socialismo pretende poner fin a esta explotación del hombre por el hombre. El ideal del socialismo es una sociedad próspera, rica, basada en la justicia. No hay lugar para la caridad. Haremos cualquier cosa, con los métodos adecuados, para erradicar actos y obras de falsa caridad y asistencia social. El Estado se ocupa de todo. Cuando haya recursos económicos suficientes será exclusivamente responsabilidad del Estado alimentar y educar a los hijos de los trabajadores. La actividad de empresas sociales fundadas en el Derecho a la propiedad privada es contra natura y sólo desemboca en antagonismo social. La propiedad de los medios de producción debe ser social… Sólo puede considerarse que una acción es recta, moral, cuando sirve a los intereses de los trabajadores. Para un hombre, trabajar toda la vida con espíritu de fraternidad por el bienestar de sus conciudadanos y por el de la humanidad es el “Programa de las Bienaventuranzas” de la Sociedad de la Unión Birmana».
Basándose en estos principios, uno de los primeros decretos del gobierno fue la abolición del budismo como “religión de Estado”, cosa que venía siendo desde la independencia, en 1948. Luego el gobierno nacionalizó la banca, la industria, las pequeñas y medianas empresas artesanales, los comercios, la propiedad de la tierra, la prensa escrita, la radio, los hoteles y restaurantes, etc. Por último, el 13 de marzo de 1964 se ocuparon las escuelas y los centros sanitarios privados (junto con sus tierras y medios de transporte; a los propietarios sólo les dejaron las deudas), gran parte de ellas católicas y protestantes (sobre todo baptistas y anglicanas). En 1966 el régimen expulsó a todos los misioneros que habían entrado en Birmania a partir de 1964, entre ellos treinta sacerdotes del PIME, mientras que otros treinta, que habían llegado anteriormente, pudieron quedarse. Después, poco a poco el gobierno se fue dando cuenta de que iba a generar demasiado descontento en el pueblo y permitió las religiones; hasta tal punto de que los budistas llegaron a reconciliarse con ellos y apoyaron a la junta militar, que al menos aseguraba estabilidad a un país que había vivido en guerra civil durante los 14 años de gobierno democrático (1948–1962). El cambio se produjo en 1988; desde entonces hasta hoy los budistas se encuentran en la oposición.
Hay que explicar por qué el budismo, que predica el distanciamiento de las cosas mundanas, la renuncia como ascesis, la aceptación pasiva para asegurarse una reencarnación más feliz, se opone hoy al gobierno. Podría decirse que el resurgir del budismo en el mundo moderno (me refiero sobre todo al “camino estrecho”, el hinayana, que es el que se practica en Sri Lanka, Birmania, Tailandia, Camboya y Laos) data de finales del s. XIX, con el nacimiento del nacionalismo en estos países que entonces eran colonias (excepto Tailandia). La identidad nacional la conformaban la lengua, la historia y naturalmente la religión y la cultura budistas, muy arraigadas en estos pueblos. Este movimiento condujo a los bonzos, a los monjes y a los fieles laicos a entender que su religión, siguiendo los principios doctrinales antiguos y la tradición histórica, no sobreviviría en el mundo moderno, que da importancia a la escuela, a la política, a la organización popular y al bienestar social. Todos los nacionalismos en Asia se inspiran en la religión del pueblo; baste pensar en lo que ha sido Pakistán, o en lo que sucede hoy en Sri Lanka, donde hay una guerra civil entre la mayoría singalesa budista y la minoría tamil hindú.

¿Qué dijo Buda?
La renovación del budismo presenta diferentes aspectos: modernización de las escuelas y monasterios, fundación de centros de estudio y universidades budistas, aparición de asociaciones de laicos, fundación de muchas obras sociales para el pueblo (a imitación de las misiones cristianas), que antes no existían en absoluto. He tenido la ocasión de visitar la universidad budista de Kandy, en Sri Lanka, y allí me he dado cuenta de la complejidad del budismo, empezando por la dificultad para establecer cuales son los textos de Buda. El obispo de Kandy (que estudió en esa universidad) me decía que hoy los textos de la tradición atribuidos a Buda, que se conservan en diferentes lenguas (sobre todo sánscrito y pali) y que constituyen las Sagradas Escrituras del budismo, ocupan 11 veces el espacio de toda la Biblia (con sus 72 libros canónicos). Los estudios críticos, emprendidos por investigadores ingleses y alemanes hace poco más de un siglo, permanecen apenas esbozados en el mare mágnum de esta literatura (que también se encuentra en singalés, birmano, tailandés, camboyano, vietnamita, etc.). Todavía no puede afirmarse científicamente qué es lo que dijo Buda. ¡Lo mismo vale, aunque en menor medida, para lo que dijo Mahoma y el Corán!

El alma del pueblo
Todo lo cual no impide que el budismo popular no sólo sobreviva, sino que experimente una segunda juventud y se convierta, cada vez más, en el alma del pueblo, también como única fuerza de oposición, puesto que prácticamente se han eliminado todas las demás. Esta irrupción masiva de los monjes budistas contra el gobierno el pasado mes de septiembre, es un claro índice de que la situación ha llegado a extremos insoportables.
¿Qué están haciendo los gobiernos de Occidente? La única amenaza eficaz de boicot espontáneo sería no participar en las Olimpiadas de Pekín en 2008, pero todavía no han surgido propuestas ni debates serios en este sentido, ni siquiera en los países europeos, donde abundan los demócratas, los pacifistas y los grupos dispuestos a movilizarse en defensa de muchos “supuestos derechos” del hombre. ¿Cuál es el motivo?