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Huellas N.01, Enero 2020

PRIMER PLANO

Un hombre que no tiene miedo

Alessandra Stoppa

Francisco visto desde una Iglesia pequeña y lejana. Joseph Mitsuaki Takami, guía de los obispos japoneses, relata desde Nagasaki el vínculo que le une al Papa

Mientras iba en coche con el Papa, le escuchaba y lo miraba, volvían a mi cabeza las palabras de Juan Pablo II: “¡No tengáis miedo! Abrid de par en par las puertas a Cristo". Pensé en ello porque tenía delante un hombre que no tiene miedo». Joseph Mitsuaki Takami es presidente de la Conferencia episcopal japonesa y arzobispo de Nagasaki, ciudad donde ha nacido y crecido. En él conviven las dos ánimas de la memoria de esta ciudad. Cuando el 9 de agosto de 1945 cayó la bomba atómica sobre Nagasaki, estaba en el vientre de su madre, que estaba trabajando en un arrozal. Es uno de los descendientes de los “cristianos ocultos". Su familia pertenece a la historia extraordinaria de aquellos hombres y mujeres que durante dos siglos y medio custodiaron la fe en Cristo como el tesoro de su vida. El Pontífice siguió estando presente en el corazón de aquella gente, generación tras generación. No sabían nada de él, pero sabían que tenían un padre en Roma, porque se lo habían enseñado sus antepasados.

¿Qué valor tiene hoy para usted el encuentro con el Papa?
El mismo valor que tenía para ellos. Como descendiente de los “cristianos ocultos" y como obispo, el encuentro con el Papa me ha confirmado en el vínculo esencial con él.

¿Esencial en qué sentido?
Somos pequeños y estamos muy lejos geográficamente. Para nosotros es imprescindible este vínculo con la Iglesia de Roma, lo es todo, es el fundamento de la fe y de la unidad con la Iglesia católica universal. En particular, ha sido para mí una inmensa felicidad poder estar a su lado, gozar de su cercanía. He podido conocerle mejor. He visto la atención impresionante que presta a cada persona y a la realidad concreta, incluso a los detalles más peque-ños. Estaba muy cansado y había dormido poco; nosotros le pedimos mucho y él lo aceptó todo. Luego me habló personalmente y me ayudó mucho.

¿Qué fue lo que más le llamó la atención de la visita?
La gente. Cuando vi todas aquellas personas en la misa en el estadio de béisbol, me conmoví. Algunos lloraban de alegría por poder ver físicamente y escuchar por primera vez al Papa. Su presencia ha confirmado nuestra fe. Tenemos mucha necesidad de ello, y también de un empuje para la evangelización, porque aquí la fe se ha transmitido de padres a hijos, lo cual es muy importante, pero es como si no fuera posible hacerlo de otra manera, si no pudiéramos salir del ámbito familiar para anunciar el cristianismo en nuestra sociedad.

"Protege toda vida” era el lema del viaje apostólico, que quería abordar los muchos problemas de la sociedad japonesa, desde las calamidades naturales al aborto, la pena de muerte, la marginación, el número creciente de suicidios, sobre todo entre los jóvenes. Con la Conferencia episcopal tratan de poner en el centro la sacralidad y la dignidad de la persona, como por ejemplo con el documento The Reverence of Life sobre el valor de la vida. ¿Qué ayuda ha supuesto en este sentido la visita del Papa?
Su presencia ha afianzado nuestra esperanza. Al final de la misa, al darle las gracias, le pedí: «Por favor, siga guiándonos. Para que la humanidad pueda respetar profundamente su dignidad y encontrar la felicidad verdadera». Vivimos en una sociedad muy materialista, la gente se contenta con el bienestar material, no parece buscar nada más. Estoy seguro de que tiene sed, pero esa necesidad sale a la luz solo cuando la vida les pone a prueba duramente, por una enfermedad o una dificultad grave. Fue muy importante que el Papa tuviera un encuentro con los jóvenes. Habló de manera muy sencilla y ellos estaban felices de poder entenderle. Y sobre todo me dijeron que él los entiende bien a ellos, que comprende su sufrimiento. Es lo que más les ha impactado. Así me lo dijeron. Es lo que más les impactó. Lloraban porque se sentían comprendidos.

En primera persona y como guía de los obispos, desde hace años usted lucha en contra de las armas nucleares. Ha sido también uno de los mensajes centrales de la visita del Papa, que dijo que habría que insertar este rechazo en el catecismo, porque no solo el uso sino también la tenencia de armas nucleares es un hecho inmoral...
Durante un traslado en coche, Francisco me dijo: «Muchas veces hemos apelado al desarme nuclear y no hemos obtenido respuesta. Pero no tenemos que cansarnos de hacerlo. Debemos seguir pidiendo y alzando nuestra voz». Me llama la atención su manera de vivir a ras de la realidad. Quiere comprender y conocer en primera persona. Y no tiene miedo. Vive en primera persona lo que dice a todos, es decir, que la palabra más fuerte y clara que la Iglesia puede ofrecer a esta sociedad es un testimonio humilde y cotidiano. Una Iglesia mártir, como la japonesa, por su ADN puede hablar con mayor libertad. Y debe hacerlo.

¿Qué significa para usted ser descendiente de los "cristianos ocultos”?
Hablamos de decenas de miles de personas, misioneros, religiosos y laicos, que murieron por la fe cuando el cristianismo era perseguido. Para mí, ellos son una invitación a dar testimonio con la vida. Un antepasado mío fue un samurái convertido que se fue en delegación a Roma en 1613. Cuando volvió al norte de Japón, de donde había salido, no pudo desembarcar porque las autoridades le denegaron el permiso, pero logró hacerlo en Nagasaki. De él desciende mi familia. De él y de muchos otros que, en silencio, han transmitido la fe en mi país. El mundo no lo sabía. Hasta que regresaron los misioneros y, el 17 de marzo de 1865, algunos cristianos del barrio de Urakami fueron a ver al padre Petitjean, un misionero francés que estaba construyendo la iglesia de Oura, en una colina cerca del puerto, y le dijeron: «Nosotros tenemos el mismo corazón que vosotros». Luego añadió: «En donde vivimos nosotros, hay más de 1.300 personas que tienen este mismo corazón». Esta historia es increíble. Pero, gracias a Dios, es un hecho real. Ha sucedido.