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Huellas N.08, Septiembre 2019

BREVES

Cartas

A cargo de Carmen Giussani

Kenia, Carmen, Fabio, Pilar, Marta, Cristina, Lolo, Eleonora.

Querida Carmina...
«Por los frutos se conoce el árbol». Esta advertencia del Señor enfoca mi memoria sobre tu vida, y la ilumina. Tu fecundidad en obras, amistad y relaciones, vínculos que la muerte no puede romper, está a la vista de todos. Por la amistad que me concediste, quiero dar gracias a Dios por tu vocación, ahora plenamente cumplida. Andando los caminos de esta vida con tu paso seguro e infatigable, has disfrutado de la “alegría de la maternidad": con tus hijos, con los nietos, los amigos, los colegas de trabajo, los compañeros de aventuras creativas y tantas personas necesitadas de ese bien escaso que es una compañía verdadera. Tu maternidad es el fruto que creció con tu respuesta paciente, tenaz y cotidiana a tu vocación personal. Aquel que te llamó desde el seno materno y te llevó a Él en las tardes agostadas del pueblo, cuando «todo es Dios»; Aquel que te infundió el deseo ardiente de una vida laboriosa y útil para el bien de todos; Aquel que te eligió para formar una familia, piedra angular de la Iglesia y de una sociedad habitable, te llevó también al desierto donde Él habla al oído de los que ama. Nos conocimos cuando eras una joven madre de 33 años, con dos hijos, y yo una chica de 25. Un hilo nos unió enseguida, debido a tu estima por una vida consagrada a Cristo. Estima inteligente, que sabía ver y sabía desear lo que ahora gozas. Así, junto a la “alegría de la maternidad", el Señor te concedió también “la gloria de la virginidad" que consiste en saber amar gratuitamente, aun con toda nuestra imperfección. Con la mirada fija en Aquel que inició y perfecciona nuestra amistad, adiós, querida compañera de camino.
Carmen Giussani

Llamada a la vida, en cada instante
Este verano ha sido uno de los más difíciles de mi vida y, sin embargo, hoy, al inicio del nuevo curso puedo decir que se me ha dado todo. Hace dos meses, una operación “sencilla" de corazón se complicó y pasé diez días en coma inducido, seguidos de otros veinte ingresada en el hospital. Fueron días difíciles y llenos de preguntas, pero en ellos descubrí muchas cosas.
Me descubrí dentro de un pueblo, que es la Iglesia de Cristo y que se puso en marcha, se puso en el camino de la oración y la petición por mí, pobre, pequeña e incapaz Kenia. ¡Cuánta gente ha rezado por mí! Os doy las gracias de corazón. Pero ¿qué puede hacer que un pueblo se ponga en marcha de tal manera? Tengo claro que no es mi simpatía ni las cosas que he conseguido lo que han generado algo así. Solo hay Uno que puede movernos ante un dolor así, ante el drama de la vida, el sufrimiento o la muerte de una persona joven, ¿quién si no Él puede llenarnos de esperanza? Solo Cristo.
He descubierto también mi valor como criatura del Señor, pues el valor de una persona no depende de cuánto tiene, de cuánto hace, ni siquiera de cuánto es querido ni de cuántos amigos le acompañan. El valor de una persona, mi valor, es en sí mismo, porque el Señor me ha pensado y me ha dejado aquí, viva. ¡Qué preferencia! ¡Qué regalo! Me sorprendo cada día mirando las cosas que antes eran “normales" y dando gracias con alegría. Como el cantar (¡qué haría yo sin poder cantar!), o los días en que no podía andar en el hospital y tuvieron que enseñarme de nuevo. ¡Aprender a caminar! Me doy cuenta de cuántas cosas daba por hecho, cuántas cosas no valoro del día y a día y que son un regalo. Pasé los últimos días del verano en mi casa de la playa con unos amigos. Ha sido un espectáculo.
Se nos ha regalado una unidad impresionante, impensable fuera de la relación con el Señor, cuidada mediante el rezo de los Laudes, la Misa, el silencio... Decía un amigo: «Me ha abrumado descubrir cómo de intensa puede ser la relación con el Señor. En todo. No hay un segundo de la vida en que el Señor no nos llame. Dios nos espera, nos quiere, quiere todo de nosotros en cada momento. Lo hemos podido constatar por la intensidad de esos días. Si esto es verdad, nuestra vida debe cambiar por completo». ¿Con el Señor en el centro la vida cambia? ¿Cómo puede llegar a ser cotidiana la belleza de estos días? Tengo ganas de volver a la “vida normal" para seguir viviendo con esa intensidad y esas preguntas.
Kenia, Madrid

«Toma las llaves de casa»
Hace poco más de un año que Miguel, un amigo de nuestra Fraternidad, en Córdoba, descansa en el Padre. La potencia de vida de los santos atraviesa la aparente distancia que nos produce la muerte y atraviesa también la fragilidad de nuestra memoria, de modo que, no solo no recordamos menos a los amigos que ya no están con nosotros, sino que les tenemos todavía más presentes. Miguel murió el día de la Divina Misericordia, con todos los amigos de nuestra comunidad rezando el rosario en la capilla del hospital. Fue todo un acontecimiento. Solo esta afirmación es ya de un atrevimiento impensable, pero es que fue así. ¿Cómo es posible que una muerte se convierta en un acontecimiento? ¿Cómo es posible que la aparente ausencia de Miguel haya generado en su mujer, Ana, la experiencia que está viviendo, que dura en el tiempo y que va a más, y que es un auténtico espectáculo? Me venía de nuevo la pregunta: ¿Hay algo que resista el embate del tiempo? Sí, y es necesario reconocerlo. De nuevo compruebo que solo lo que Él genera, lo que su “Presencia presente" hace suceder resiste en el tiempo. Con esa Presencia se tiene una relación de la que nada nos puede separar, al contrario, si lo pedimos, la realidad la potencia y hace más verdadera, tanto con las alegrías como con los dolores, las heridas y las tristezas. Durante dos meses, de forma inesperada, nos hemos visto sin casa en la que estar.
Entre lo imprevisto de la situación y que ha coincidido con época de verano ha sido muy difícil, al principio imposible, conseguir alquiler o varios días seguidos de “airbnb". Ha sido increíble cómo varios amigos nos han ofrecido vivir con ellos, o bien su casa sin estar ellos. La casa de Ana, la mujer de Miguel, ha sido una de ellas. «Toma las llaves de casa, eran las de Miguel», me dijo Ana. Su acogida, su mirada, su disponibilidad, su confianza, su “modo" de hacer las cosas me han hecho exclamar “¡es el Señor!". Percibí claramente que nos abría su casa junto con Miguel, que también lo hacía Miguel. Pero podría continuar con mil gestos de gratuidad de amigos nuestros durante el verano, por ejemplo, nuestro hijo ha podido estudiar durante el verano gracias a que una amiga le ha dejado su casa estando ella fuera, nuestra hija también ha contado con una casa, y así, muchos otros hechos. Además de todo esto, en medio de un verano desordenado y agotador, en las vacaciones de Garós, junto a muchos amigos, me ha vuelto a suceder algo grandísimo. Ana me decía que todos los días pide a don Giussani no separarse del camino y la experiencia que está haciendo, del movimiento, de Él y yo pido lo mismo. Es como una conmoción inefable ante Otro en la que uno quisiera permanecer siempre. No separarme de Él coincide con no separarme de lo que Él hace suceder delante de mí, en Ana y en muchos otros amigos. Es como un dar prioridad, decidir que predomine, mirar sin parar, hacer memoria, tener presente. de una u otra forma todo lo que Él y su Madre hacen suceder entre nosotros y en mi vida. Hacer memoria es no separarse del amor de Cristo. Estoy llena de agradecimiento y deseo que el mundo entero, empezando por mis hijos, familia, alumnos, pacientes, padres. pueda encontrar lo que a nosotros nos ha encontrado, porque solo Él es el que resiste el paso del tiempo y da plenitud a la vida. hasta la eternidad.
Carmen, Córdoba

Diez años después
Hace diez años estuve viviendo en Italia para estudiar diseño de muebles y carpintería, en el pueblo de Lissone, en la Brianza. Al final de aquel año, por primera vez, hice la experiencia del “pre-pre" y el pre-Meeting con el equipo de carpintería, luego en el Meeting como voluntario de la muestra del Padre Aldo Trento sobre las Reducciones Jesuíticas en el Paraguay. Este año volví a Italia a reencontrar viejos amigos al cabo de diez años. Entonces yo era más joven y todo me parecía bien. Hoy, sin embargo, es diferente. Lo último que quería hacer era trabajar para el Meeting, porque hace unos años me alejé de CL y de la Iglesia. Por ende, este fue un pre-Meeting bastante dramático, con muchas preguntas en la cabeza y muy preocupado por cómo vivir esos días; con un sabor un poco amargo al inicio. Y mi madre estaba al tanto y me animaba a hacerlo igual, que como fuera el encuentro sucedería siempre. Y esto ya lo aprendí y constaté muchas veces. Entonces me abandoné a la aventura. En el segundo o tercer día de pre-Meeting conocí a Rosi y Mauro que se sentaron a mi lado; yo almorzaba solo. Me preguntaron quién era y de dónde venía. Respondí: soy Fabio, de Asunción. Se sorprendieron y me dijeron: «Si no hubiéramos intercambiado palabras, nos habríamos perdido este encuentro, porque el Meeting, al final, lo hacen los encuentros. Así, cada día se dieron otros tantos intercambios de palabras, anécdotas y experiencias con tantos otros, que me remitían a Aquel que cumple, que no defrauda. Los muros a mi alrededor se desmoronaban poco a poco y con ellos aquella amargura, frente a tanta atención de cada uno con quien me cruzaba.
Días después, en la homilía de una peregrinación a la Virgen, el sacerdote dijo: «Tenemos nostalgia de que Cristo se haga contemporáneo nuestro. Y a la mañana siguiente, siempre en la misa, antes de ir a trabajar, el salmo recitó: «Su amor es para siempre». Estoy feliz, consciente de que no hice nada para “merecerme" tantos re-encuentros. Solo he dicho sí.
Fabio, Asunción (Paraguay)

Lo más correspondiente
Este verano estuve tres semanas en Calcuta. Yo soy una que me entrego en las cosas, y me fui a Calcuta preguntándome qué había para mí en la entrega, en algo menos amable que la amistad, la satisfacción del trabajo bien hecho... ¿Esta entrega pertenece a mi carácter o es algo más? Lo que yo viví en mis carnes es que partiéndome el lomo por tareas que al día siguiente había que repetir, que se hacían antes de mí y después de mí se harán sin echarme de menos, yo estaba feliz. Podía decir que estaba siendo más yo que nunca, que la gratuidad y el servicio a los demás era lo más correspondiente a mi vida. Esto convivía con una necesidad de empezar el día con la Eucaristía y terminarlo con la adoración, que es la propuesta de las misioneras allí. No podía explicar el porqué ni ponerle las palabras concretas a esta necesidad hasta que tuve que estar ingresada en el hospital unos días y, sin haberlo pedido, vino una misionera de la caridad a traerme la Comunión. El mayor acto de caridad que vi en Calcuta fue hacia mí porque la mayor caridad es Cristo. La hermana me trajo lo mejor que me podía traer. Atada a un gotero y preferida. No vino con la solución a mi riñón, vino con Quien me salva la vida. Entonces entendí. Mi necesidad de estar cerca de Cristo sacramentado, aun estando feliz haciendo cosas, no en el mismo momento de la misa o la adoración, sino en la casa de trabajo, en la relación con los voluntarios y con las enfermas, es porque “la vida es para darla" pero desde Cristo y por Cristo. Me puedo poner delante de la necesidad del otro, de mi misma nada en un hospital solo si mi entrega no se sustenta en el hacer, sino en un Amor más grande del que partir y al que volver y que se ha entregado por mí antes... mucho antes de que a mí se me ocurriera siquiera ninguna pregunta sobre la gratuidad.
Pilar, Valencia

Las vacaciones y la vecina de casa
No soy una persona a la que le guste hablar, pero en una Escuela de comunidad no pude resistirme. Me entristecía advertir en algunas intervenciones la idea de que comprobar que «Cristo es verdaderamente la respuesta a la vida» fuera posible solo en el ámbito del movimiento, de modo que nuestra vida sigue teniendo muchos altibajos. Para mí la verificación consiste en ver si lo que vivo responde a lo que deseo. Como dice la Escuela de comunidad, si me permite desafiar cualquier duda, inseguridad o miedo. Conté que un día comenté con mi marido que quizás convenía que echáramos cuentas, para ver si podíamos permitirnos irnos de vacaciones con la comunidad y, eventualmente,
si necesitábamos una ayuda. Acabamos discutiendo porque, según él, yo exagero. Yo insistí, porque mi deseo era ir de vacaciones a la montaña con nuestros amigos, pero aún más estar ante la realidad tal y como es, porque sé que Quien me la da nunca me ha defraudado. Con cierta dificultad, hacemos las cuentas y vemos juntos la ayuda que podemos pedir para poder ir. Dos días después de esta discusión, me llama una vecina de casa. Es una mujer que tiene tres niñas, dos del marido, y una, la más pequeña, del compañero con el que vive ahora. Las niñas juegan de vez en cuando con mis hijos y así tuve ocasión de hablar con ella. Me contó sus problemas con el marido, las dificultades con su compañero, en fin, surgió una confianza sorprendente. Me llama y me dice: «Tengo un problema. Llevo toda la mañana pensando en ello y solo se me ocurre hablar contigo». La invito a tomar café. Al comienzo, le da vueltas, así que le pregunto directamente qué ha pasado. Rompe a llorar, y me dice que su compañero no ha podido entregarle un dinero que ella esperaba y que no sabe cómo saldar un pago antes de la hora de comer. No dudé ni un minuto. Tomé el sobre en el que había apartado el dinero para las vacaciones y se lo di. Porque para mí, ella que me pide ayuda, el deseo de ir a las vacaciones del movimiento y hacer cuentas con nuestro presupuesto, son lo mismo: un modo en que Cristo me sale al paso y yo quiero responderle. Lo que puede parecer irreconciliable -por un lado, echar cuentas económicas para ver si puedes permitirte una semana de vacaciones, sacrificar media jornada de playa, la peluquería y la esteticien, para poder prestarle dinero a una persona que conoces solo desde hace dos meses- tiene en realidad el mismo origen y el mismo alcance: estar delante de Aquel que me da la realidad, para poder experimentar una correspondencia con ella.
Marta, Perugia

Palabras y hechos
Hace dos días Cristina, mi mujer, estuvo en el funeral de una amiga de su familia, que siempre había sido muy activa, acogedora, de modo que todo el mundo sentía un verdadero aprecio por ella. Además tenía una extensa familia. Cristina venía conmovida por la homilía del sacerdote, sobrino de dicha mujer. Este contaba que días antes ella le había dicho que tenía mucho miedo a morir. Él le dio la unción de enfermos y, al día siguiente, ella reunió a toda su familia y les dijo: «Este es el día más feliz de mi vida». Unos se decían: «Debe ser que delira por la medicación»; otros se miraban conmovidos. Al leer un pasaje de los Ejercicios lo hemos entendido mejor, porque esa mujer, sin saberlo, nos lo ha hecho entender. «Es la pregunta que asalta a los historiadores y a cualquiera que se acerque a los relatos evangélicos. Al leer los textos, que no han ocultado el desconcierto de los apóstoles, nos hallamos ante esta paradoja: todos los Suyos le abandonaron y huyeron, pero después de algunos días los encontramos reunidos, entusiasmados, disponibles a todo. Los historiadores no consiguen explicar esto. ¡Y sin embargo este cambio debe tener una explicación! Recurren a la misma palabra que hemos usado estos días: ha sucedido “algo" que ha hecho que personas desorientadas, desilusionadas, que habían vuelto a casa escépticas porque la promesa no se había cumplido, estén de nuevo unidas, entusiasmadas, disponibles a cualquier cosa, con una energía desbordante».
Cristina y Lolo, Osuna

Todos esos signos para no olvidar
Cuando me doy cuenta de la mirada que Cristo tiene sobre mí, siempre maravillosamente benigna, me conmuevo. En estos dos últimos meses, mientras Christian estaba ingresado por el agravamiento de su enfermedad, me veía incapaz de soportar lo que estaba pasando (la incertidumbre, el cansancio, la dificultad para identificar la gravedad de su dolencia, los amigos que te apoyan pero no pueden sustituirte.). Debo ser sincera, el embate del tiempo y de la gravedad de la situación humanamente poco soportable, lo aguanto gracias a los múltiples signos que el Señor me envía para que no me olvide de Él: la oración, los textos que se nos indican para caminar, las personas que me rodean y que tienen una gran fe (Olga, Stefania, Elena, el padre Martín, las hermanas de Noktersegg). Con la misma circunstancia de salud de Christian, el misterio de Dios entra en nuestra vida. Pongo algunos ejemplos.
En un momento de desánimo, me llega un WhatsApp de mis amigos españoles, que apenas conozco y que me preguntan por Christian. Ilaria, que no me escribe a menudo, pero que me envía un mensaje justo después de una conversación telefónica difícil con un psicoterapeuta. Y mil detalles más. Es el Señor que me dice: «Mira, no estás sola, Yo estoy contigo». Nada me quita el dolor y el deseo de poder vivir un poco más tranquila, pero sería necia si quisiera vivir por algo menos de lo que experimento ahora. Me brota del corazón el agradecimiento a Dios por darme la vida de nuevo, cada día, y por darme todos estos signos para que no me olvide de Él y pueda comprobar su fidelidad a la Alianza que ha establecido conmigo.
Eleonora, San Gallo (Suiza)