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Huellas N.07, Julio/Agosto 2019

PRIMER PLANO

Nacer de lo que sucede.

Luca Fiore

«La identidad no está ligada a algo que nace y termina en nosotros».
El constitucionalista Andrea Simoncini se mide con el tema de la próxima edición del Meeting de Rímini, que cumple 40 años. Y vuelve a proponer el encuentro como método para afrontar los nudos actuales.

Para la edición de sus cuarenta años, el Meeting de Rímini ha elegido un título tomado de una poesía de Karol Wojtyla: “Nació tu nombre de aquello a lo que mirabas". Para describir la identidad de un cristiano, el Papa santo utiliza la imagen de la Verónica, que según la tradición enjugó el rostro de Cristo de camino hacia el Calvario. ¿Qué significado puede tener proponer un verso así a empresarios, artistas, líderes religiosos y políticos, cuando el mundo parece ir por otro lado? Se lo preguntamos a Andrea Simoncini, profesor de Derecho Constitucional y miembro de la redacción cultural del Meeting.

¿Qué tipo de provocación supone este título en el contexto actual?
El tema del debate actual es la identidad. Se trata de preguntarse: “¿Quiénes somos nosotros?". Lo he comprobado estos meses, yendo a hablar con alumnos de los últimos cursos de enseñanza superior de cara a las elecciones europeas. Muchos repetían: primero los italianos. Y yo decía: «De acuerdo, ¿pero qué quiere decir ser “italianos"?». Mientras nos parece evidente decir «primero los italianos», cuando nos piden explicar qué significa ser italianos, entramos en crisis.

¿Qué surgía en su diálogo con los estudiantes?
Nuestra identidad tiene que ver con un cierto modo de sentir la belleza, la poesía, la creatividad...Tiene que ver con una historia. La identidad no está ligada a algo que nace y termina en nosotros. Hay que llegar a ese nivel para entender el título del Meeting: la identidad nace siempre y ante todo de una relación. E implica siempre una mirada, una cierta mirada hacia el mundo. Esto es lo que de más rabiosa actualidad podemos decir hoy, porque la pregunta “¿quiénes somos nosotros?" se la hacen todos.

Pero no todos responden igual.
Es cierto. Cada vez es más frecuente pensar que el camino para conservar la propia identidad es evitar el trauma de la diversidad. Pero esta es una estrategia perdedora porque es como pensar que un niño puede madurar si lo encerramos en una habitación. En cambio, una identidad crece y se alimenta dialogando con la diversidad y dejándose interrogar por ella. ¿Por qué este es diferente a mí? Y el otro también, al encontrarse conmigo, se preguntará lo mismo. Puede ser que el otro sea tan distinto a mí porque todavía no ha visto lo que yo he visto. Por eso es importante mostrárselo.

¿Y viceversa?
Sí, y viceversa. Además, esto es propio de nuestra misma raíz católica. “Nació tu nombre de aquello a lo que mirabas" significa que, partiendo de lo que miro, yo tengo una identidad tan clara que no me da miedo identificarme con quien es distinto de mí. Tengo un principio de acción tan positivo que quiero descubrir quién es el otro y encontrarme con él. Es la historia misma del cristianismo. Lo que yo soy nace fijándome en algo que está sucediendo ante mí. Esto vale para el encuentro con Jesús, que genera mi identidad, y continúa, como método, en el encuentro con todos.

Este año habrá una importante presencia de invitados musulmanes. ¿Vale también para ellos?
Claro, con ellos también. Estará Muhammad Bin Abdul Karim Al-Issa, secretario general de la Liga Musulmana mundial, que ha querido volver después del encuentro del año pasado. Para nosotros, el método es el indicado por el papa Francisco, que concibe el diálogo como un encuentro entre personas religiosas, no entre religiones entendidas en abstracto. Este es un camino que realmente permite ensanchar la razón, es decir, ver más y mejor quién es el otro. Hasta tal punto que sucede también en la otra parte: ellos quedan muy impactados por la realidad que somos. Para mí, por ejemplo, en esta relación con el islam, es fundamental la amistad, desde hace ya más de veinte años, con el profesor Wael Farouq. Me resulta imposible pensar en el diálogo con el mundo musulmán prescindiendo de la relación con él. Lo mismo puedo decir de la periodista y escritora musulmana Asmae Dachan, fui caminando a su lado en la última peregrinación a pie de Macerata a Loreto. Wael y Asmae son la demostración viva de que el diálogo entre personas es posible. Con las etiquetas no lo sé. Con el islam político o fundamentalista seguro que no.

El islam suele poner grandes dificultades cuando hablamos de libertad religiosa.
Es un problema dramático. Los Estados que utilizan la religión (el islam, pero también el hinduismo o el budismo) para negar la libertad religiosa en realidad no están tomando en consideración el auténtico fenómeno religioso, que por naturaleza es libre. A lo que apelan es a una ideología religiosa, que es algo muy distinto. El problema es que muchas veces los occidentales tampoco tienen las ideas claras sobre qué es realmente la libertad religiosa.

¿Por qué?
Muchas veces la reducimos a libertad de las religiones, cuando es la posibilidad para cada hombre de expresar su propio sentido religioso. Sobre esto, para mí siempre ha sido luminosa la figura de Luigi Sturzo, que fue de los primerísimos católicos que aceptaron el desafío de la democracia. La objeción entre los cristianos de entonces era: “¿Qué sucede si la mayoría de los votantes elige una solución equivocada?". Que es en parte el mismo dilema que afronta la Dignitatis humanae, ¿para qué afirmar la libertad religiosa si se puede usar para seguir una religión equivocada?

Se temía al relativismo y a al indiferentismo religioso.
Sturzo afirma que si se garantizan las condiciones necesarias para la libertad, por tanto, si cada uno puede expresarse, seguro que, sometiendo nuestras propuestas cristianas a la valoración pública, cualquiera podrá reconocer y compartir que lo que decimos es más razonable. El fundador del Partido Popular italiano no temía someterse al libre juicio de todos porque estaba seguro de la persuasión de su postura. No hace falta necesariamente un rey católico que promulgue leyes católicas. El único verdadero requisito para hacer funcionar la democracia, dice Sturzo, es la libertad religiosa. Es decir, dar a cada uno la posibilidad de poder expresar, razonable y libremente, su deseo de realización individual y social, su capacidad para emprender y crear. Desde los tiempos de los encuentros entre san Ambrosio y el emperador Teodosio, la libertad religiosa es un dique fundamental para el poder público. Desde que se garantizara a todos el derecho a expresar su propia postura religiosa, ningún Estado podría llegar a ser totalitario porque un Estado pasa de ser autoritario a “totalitario" cuando pretende imponer una ideología que afecta a la vida entera, de la cuna a la tumba.

La libertad religiosa es un derecho de la persona, pero sus consecuencias se dan a nivel social.
En la Constitución italiana -a diferencia de la americana, por ejemplo- tenemos dos artículos distintos: el 19, que habla de la libertad religiosa, y el 21, que tutela la libertad de expresión del pensamiento. Esto se debe a que la primera no es solo la posibilidad de manifestar un pensamiento religioso (¡bastaría el artículo 21!); es una libertad para actuar. Indica la garantía de poder vivir la vida expresando y comunicando la propia dimensión religiosa. En este sentido, es también una libertad colectiva. Por eso, la primera implicación de la libertad religiosa es la libertad de educación. Y eso también lo decía Sturzo.

Pero las democracias liberales parecen reducir cada vez más los espacios de libertad.
El pecado original del liberalismo es concebir la libertad solo como autodeterminación, mientras que la dimensión religiosa del hombre se nutre de la conciencia de no bastarse a sí mismo. Es la ideología burguesa del XIX, que dice: “Mi consistencia está en lo que tengo". El código civil de Napoleón es su carnet de identidad. El yo ya no está en relación con lo trascendente, ha quedado reducido al individuo propietario. Mientras que el hombre es por naturaleza una relación. De hecho, la gran demostración de la religiosidad humana es la existencia de la sociedad: la familia, la parroquia, la empresa, el sindicato. Todas las formaciones sociales que nacen de esa inclinación natural del hombre a reunirse, a juntarse para alcanzar lo que necesita.

Pero sigue siendo difícil asociar la idea de religión a la de libertad, ¿por qué?
Voy a decir algo que puede sonar paradójico. El ataque más profundo a la libertad religiosa no viene hoy de los Estados que la niegan. Ese es un efecto terrible y doloroso, pero no es la causa. La causa es haber puesto la religión en contra de la libertad. Para nosotros, cristianos, la relación con Dios promueve la energía creativa del hombre, no la ahoga. Desde la investigación científica a la expresión artística, desde tener hijos hasta crear empresa. Cuando la religión se reduce a un instrumento de orden político y social, se convierte en un puntal para el poder de turno. Un gran anestésico. Entonces tendría razón Marx cuando decía que la religión es el opio de los pueblos, pero en el Meeting de este año, en cambio, volveremos a ver por qué se equivocaba.