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Huellas N.07, Julio/Agosto 2019

PRIMER PLANO

El coraje de la alteridad.

Davide Perillo

Un modo de vivir juntos que no tiene nada de buenismo, sino que es una «necesidad». La Declaración de Abu Dhabi, la caridad, la respuesta a las persecuciones...
Miguel Ayuso Guixot, presidente del Pontificio Consejo para el Diálogo Interreligioso, señala el camino para ser «protagonistas de una aventura que tiene el sabor de lo eterno»


Es como la leva de Arquímedes, ¿se acuerda? “Denme un punto de apoyo y moveré el mundo". Pues bien, eso es el diálogo. Puede mover el mundo, orientarlo en otra dirección».
Lo dice con una sonrisa en los labios monseñor Miguel Ángel Ayuso Guixot. Nacido en Sevilla, 67 años recién cumplidos, misionero comboniano del Corazón de Jesús, ha sido profesor de islamología y tiene a su cargo una rica experiencia de misión (Egipto y Sudán) antes de volver a Roma para dirigir el Pisai (Pontificio Instituto de Estudios Árabes e Islámicos). Ahí ha sido el brazo derecho del cardenal Jean-Luis Tauran, inolvidable protagonista de un diálogo entre hombres de fe, antes que entre religiones, capaz de dar frutos imprevisibles en tiempos muy difíciles. El último, el memorable viaje a Arabia Saudí en el mes de abril del año pasado, tres meses antes de su muerte.
Ayuso recoge su testigo. Desde el pasado 25 de mayo está al frente del Pontificio Consejo para el Diálogo Interreligioso y está en primera línea en la promoción de la libertad religiosa. Es un hombre decisivo para el papa Francisco. Lo demuestran ciertos gestos recientes que han permitido avanzar sobre todo en la relación con el islam: desde el viaje a El Cairo en 2017 a la Declaración de Abu Dhabi, el documento sobre la fraternidad humana firmado el pasado mes de febrero por el papa Francisco y el gran imán de Al Azhar, la máxima autoridad sunita.
No todos lo han apreciado, incluso en el mundo católico. Sin embargo el diálogo entre las partes no es simplemente útil, resulta indispensable. Así lo dice monseñor Ayuso: «Vivimos en un contexto de pluralismo y globalización, no podemos actuar por nuestra cuenta prescindiendo de los demás. Levantar barreras culturales, religiosas o identitarias no lleva a ningún lado. Además, vivir en un mundo tan complejo no es un obstáculo. Al contrario, puede enriquecernos mucho, con la condición de estar bien enraizados en nuestra identidad como cristianos».

Hace un mes, en su mensaje de saludo a los musulmanes con ocasión del final del Ramadán, dijo que «la ternura es una clave para vencer el miedo». ¿Qué quería decir?
“Ternura" es una palabra clave hoy. Estamos en un momento en que ciertos fenómenos como la difusión de los medios digitales permiten más fácilmente la difusión de visiones populistas de la realidad. En fácil dividir y encontrarse ene-migos unos de otros. En cambio, la convivencia entre los que son distintos ofrece de por sí grandes dones, determinadas posibilidades. Sobre esto hay que trabajar para superar los miedos que nacen de ver en el otro a un enemigo. El Papa lo repite continuamente: lanzar puentes de comunicación requiere una abundante dosis de gratuidad. Solo esto genera la capacidad de ternura, no un genérico buenismo.

¿Qué es esta gratuidad?
Es darse cuenta de que el diálogo no es un do ut des, una negociación. Considerarlo así es entrar en un callejón sin salida. «Vosotros venís aquí y sois libres, mientras que en vuestros países no somos libres...». El problema de la reciprocidad le atañe a la política y a los gobiernos, no al diálogo interreligioso. Creemos de verdad que tenemos y podemos acercarnos a los demás, y por ello les damos crédito. Es en el fondo lo que hizo nuestro Señor, se acercó a nosotros tanto que se hizo hombre. El diálogo no es una filosofía de moda, forma parte de nuestra experiencia, nace de nuestra misma fe, cuando la vivimos. Y resulta indispensable en el mundo actual.

¿Porqué?
Nadie niega hoy que exista una humanidad herida. ¿Qué hacer para curarla? Es imposible no preguntárselo si uno vive una experiencia de fe. Los cristianos, así como los demás hombres religiosos, tenemos en nuestro interior los instrumentos que nos pueden convertir en bálsamo para estas heridas. Es como cuando nos hacemos cargo de nuestros seres queridos. Frente a determinadas situaciones o enfermedades, no tenemos fáciles soluciones, no existe la píldora que acabe con el sufrimiento en un momento. Pero podemos ofrecerles el bálsamo del amor, el óleo de nuestra ternura. Esa cercanía es como la caricia de Dios. Lo mismo sucede entre los pueblos. A lo mejor no podemos solucionar en seguida un problema como nos gustaría, pero acercándonos unos a otros podemos crear esa sintonía que nos permite hallar otras posibilidades. Si no lo hacemos, nos recuerda el Papa, corremos el riesgo de caer en el hoyo oscuro de la intolerancia.

La cercanía alentada por Francisco es algo más que la tolerancia, es una estima. ¿Qué significa esto exactamente? ¿Qué nos permite dar ese paso?
Hay que partir siempre de esa plataforma común que es nuestra humanidad. Fundamentalmente, todo hombre desea lo mismo, en cualquier latitud y en cualquier tiempo busca el bien, necesita de los demás. Si partimos de esto podemos acercarnos. Y lo mejor es que en este acercamiento encuentro la posibilidad de redescubrir lo que soy, reforzar mi identidad y enriquecerme. Este descubrimiento me lleva más allá del decir «no se puede hacer otra cosa, debemos soportarnos». Cuando conozco de verdad al otro, puedo pasar de la mera tolerancia a la estima por lo que es y lo que hace. Esto nos permite trabajar no cada uno por separado, sino unos al lado de otros, cada cual con su identidad propia con el fin de mejorar nuestra humanidad. Por otra parte, ¿qué alternativa queda? ¿La guerra?

«Estamos condenados al diálogo», decía el cardenal Tauran. ¿Qué aprendió de él en siete años de trabajo común?
He aprendido muchísimo, para mí ha sido una escuela impagable. Si tuviera que resumir, lo diría así: simplificar las cuestiones difíciles, no complicar las fáciles. Y además, no cerrar nunca una puerta, porque una vez cerrada será mucho más difícil volver a abrirla. Hay que dejar siempre un resquicio abierto.

A veces estos resquicios se abren de forma imprevista. Ese viaje a la Arabia Saudí del wahabismo hubiera sido imposible hace unos años.
También en ese mundo se están dando cambios importantes. A lo mejor, pequeños, contradictorios, con muchas dificultades, pero se dan. Hay que darles crédito para que puedan crecer. Por ello, cualquier gesto, incluso el más pequeño, es utilísimo. Son muchos los musulmanes que están apreciando las señales que les vamos dando, porque así se sienten sostenidos. Luego está claro que sigue habiendo multitud de problemas. De todas formas, condenar sin más no sirve, es como lanzar una piedra y esconder la mano. En cambio, debemos tender una mano.

Lo cual no significa ser ingenuos...
En absoluto. Pero debemos discernir las dimensiones en las que nos movemos. Desde el punto de vista del diálogo interreligioso, nos preocupamos de promover este tipo de relaciones. No entramos en las cuestiones donde es justo que entre la política. No somos unos ingenuos, sabemos que los problemas existen y existen las dificultades. Pero, si solo tuviera en cuenta los problemas, me costaría incluso hablar conmigo mismo, todos estamos llenos de límites. Por el contrario, aun reconociendo mis límites, si camino siguiendo las indicaciones del Papa tendré esa solidez que me permite estar abierto y disponible. Podré ver toda la diversidad y, a la vez, estar con todos. Nunca me faltará la ocasión de testimoniar mi fe no tanto con las palabras sino con la vida.

¿Qué es lo que puede favorecer este reconocimiento recíproco?
Es importante crear ámbitos en los que intelectuales y líderes religiosos o políticos puedan conversar, intercambiar ideas y experiencias, con el fin de propiciar sociedades más cohesionadas. No sirve un pluralismo ficticio o decir que todas las religiones o los sistemas sociales son iguales, como si fuera una gran menestra de hortalizas distintas. Lo que sirve es reconocer que en el mundo existen distintas tradiciones con las que puedo trabajar. Me pongo con ellos y a partir de la diversidad se va construyendo algo en común.

En el Meeting de Rímini este año participarán representantes destacados de la Liga Musulmana y de Al Azhar, mientras se está hablando de una posible exposición sobre la caridad en el islam. ¿Cuál es su valoración de intentos como este?
Iniciativas similares son gestos de amistad muy importantes. Nos recuerdan que el diálogo es siempre gratuito y que hospedar al otro es la mejor manera de conocerlo. El mismo hecho de acercarme al otro abre perspectivas, vías que recorrer. Es «el coraje de la alteridad» al que nos reclama el Papa. Va unido siempre a la «sinceridad de intenciones», esto es esencial. Es importante no perder nunca de vista la gratuidad para que la relación sea verdaderamente humana. Si además se vive mediante la referencia a ciertos puntos firmes de nuestra tradición, mucho mejor. Por ejemplo, la compasión, la piedad, la oración, el ayuno... son puntos de contacto. Y, sobre todo, la caridad que para nosotros debe estar siempre en el centro. Es el corazón de todo, ofrecer gratuitamente lo que somos a los demás. Es nuestro ser lo que podemos ofrecer a los demás. Si nosotros somos, damos, vivimos y convivimos. Esto es el evangelio, ¿o no?

¿Cuenta mucho el «hacer» juntos?
Es muy importante. Basta con mirar lo que está pasando con Francisco y los otros jefes religiosos, el imán de Al Azhar, pero no solo. Cuando los líderes se reúnen, atraen también a la gente. No es solo una relación personal, es un gesto educativo, de crecimiento, debido al vínculo que se establece entre los miembros de nuestras comunidades. Además el diálogo, como recordaba siempre el cardenal Tauran, no es entre las religiones, es entre los hombres de fe que se encuentran. Permanecen las diferencias, y a menudo son irreconciliables, bien lo sabemos, pero no se convierten en un muro. No nos impiden, como nos dijo el Papa en el cincuenta aniversario de nuestro Dicasterio, «acompañarnos en la vida de cada ser humano en el camino hacia la Verdad».

¿Qué pasa cuando el otro no acepta esta actitud y trata de prevaricar?
Si uno se convierte en enemigo mío, lo amaré. Así lo hizo Cristo, dio su vida por él. Y esto no se hace por ingenuidad ni mucho menos. Nosotros, lo cristianos, debemos defender la libertad para todos, siempre y en cualquier lugar. La libertad de conciencia es clave.

Pero los cristianos siguen siendo perseguidos en muchos países del mundo...
Es cierto, y el grito de quienes sufren debe ser escuchado totalmente. Pero, ¿qué le ofrezco luego como respuesta?
¿Cómo podemos ayudarles? El discernimiento y el diálogo son necesarios para buscar soluciones. En este caso también, la gratuidad marca una diferencia decisiva. Porque solo creando una base de respeto y amistad sincera, como hace el Papa, se puede luego decir al otro: «Oye, pero aquí...». Solo así se puede trabajar para que cambie una cierta actitud. O mejor dicho, para que se trasforme.

¿Cuál es la diferencia?
Cambiar algo significa que no iba bien y hay que desecharlo. «Esto no me sirve, tomo otra cosa». Pienso en cambio que de cualquier experiencia debemos sacar algo positivo, porque lo hay. Quizás de momento la circunstancia nos impida verlo, o dejarlo aflorar, entonces uno sigue buscando. Pero es siempre cuestión de transformar, de construir. «Puse mal ese ladrillo, pues lo vuelvo a poner bien. No tiro el muro entero para empezar de nuevo». No podemos desechar lo humano para rehacerlo distinto. Lo humano es así, con sus bondades, defectos y problemas. ¿Cómo podemos transformarlo? Esta es nuestra visión. Si nos abrimos con confianza, generosidad y fe encontraremos el rostro de Dios en nuestros hermanos, más allá de sus pertenencias. Y nos veremos como protagonistas de una aventura que tiene el sabor de lo eterno, porque son los verdaderos valores de la vida los que superan el tiempo y las resistencias.

¿Qué importancia tiene la Declaración de Abu Dhabi?
Es un evento histórico. A lo largo del tiempo se han dado varias declaraciones sobre este tema, hechas de distintas maneras. Pero esta, que el mismo Papa ha querido firmar, supone un compromiso. Francisco identifica en «fraternidad, paz y convivencia» los pilares para el futuro de la humanidad. De toda la humanidad. Porque es importante caer en la cuenta que no se trata de una declaración islamo-cristiana. Ciertamente se ha dado en este contexto preciso, pero contiene un mensaje universal. Si alguien dijera «tenemos que hacer algo para sanear la humanidad, ¿de dónde partimos siendo tan distintos?», le contestaría: de la Declaración de Abu Dhabi. Es como un bálsamo. Y que nos llegue del Papa y de Al Azhar le otorga una gran autoridad. La figura de Francisco es fundamental, allí donde voy me preguntan por él. El otro día estaba en Singapur para un congreso y todos me hablaban del Papa.

Quizás porque usa un método que todos entienden, la amistad.
Claro. «Conciencia de la propia identidad, la sinceridad de intenciones y el coraje de la alteridad». Esto es lo que permite el diálogo.