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Huellas N.06, Junio 2019

RUTAS

Sudán del Sur. El barco de los gestos imposibles

Michele Farina

El Papa besa los pies a los líderes políticos y borra distancias insalvables. Un conflicto que se ha convertido en una catástrofe, con 400.000 muertos, dos millones de refugiados y la carestía. ¿Qué está pasando en el país más joven del mundo? Voces de un pueblo extraordinario que sigue esperando

Las imágenes del Papa que besa los pies a los grandes rivales han impresionado a todo el mundo aquí en Yuba», cuenta Giorgia Guelfi al teléfono desde la capital de Sudán del Sur. Ha pasado más de un mes y el mundo corre rápido, pero allí todavía se habla de eso. «Muchos han pensado que ese gesto increíble pudiera sacudir a los responsables del proceso de paz. La gente espera que sea así, aunque le cuesta creerlo». Es la tercera vez en pocos años que los contendientes intentan dejar las armas para ponerse de acuerdo. Alguien bromea, quizá por superstición. «Escuché a personas que decían: “Esperemos que el efecto del beso del Papa suba desde los zapatos hasta el corazón de esa gente"». Y otro contestaba: «Bueno, son todos tan altos que tienen el corazón demasiado lejos de la tierra...».
Más allá de la ironía, hay algo muy poderoso en esta imagen anónima que nos llega desde los caminos polvorientos de Sudán del Sur, desde los campos resecos donde en estos días la gente mira desesperadamente al cielo, esperando la deseada estación de las lluvias. Millones de personas desnutridas, en zonas donde los fusiles de los combatientes han permitido la siembra, confían su vida a unos puñados de judías y sorgo. En el mundo (no solo en estas pobres riberas del Nilo) existen verdaderamente personas que tienen el corazón demasiado lejos de la tierra.
Echándose a los pies de los líderes reacios al diálogo, sobre el pavimento de Santa Marta, el papa Francisco ha mostrado que se pueden borrar distancias que parecen insalvables. Y en Sudán del Sur, por primera vez al cabo de mucho tiempo, hay un hilo más resistente que mantiene unidas las esperanzas, dice Guelfi, veterana de CUAMM-Médicos con África. Es cierto, «todo sigue siendo muy frágil aquí y todo puede cambiar en un segundo», añade esta mujer de 35 años, de Padua, que se ocupa de la logística y vive en Yuba desde 2016. Mientras la gente sigue pasando hambre y empeora la emergencia humanitaria -si eso es posible-, algo se mueve entre los antiguos amigos/enemigos de la política. Luca Scarpa, desde 2014 responsable de AVSI en un país en su mayoría cristiano, cuenta que el gesto del Papa ha influido en los acuerdos entre el presidente Salva Kiir y su gran rival Rieck Machar. Citando el encuentro de abril en el Vaticano, el 12 de mayo los dos adversarios decidieron «como hermanos» posponer seis meses la creación del nuevo gobierno de unidad nacional, previsto (sobre el papel) por el acuerdo de paz firmado en septiembre de 2018. Un retraso que pocos observadores han juzgado como un paso atrás. Más bien como una prueba de realismo, a la espera de las necesarias confirmaciones.
El nudo central sigue siendo la reunificación de las fuerzas gubernamentales y las milicias rebeldes en un verdadero ejército nacional. «Imposible hacerlo cuando empieza la estación de las lluvias. Lo posponemos un año», fue la posición inicial del presidente Salva Kiir. Luego el jefe de la etnia Dinka con el sombrero de cowboy (en el Parlamento dijo haber temblado cuando el Papa se inclinó a sus pies) se lo pensó mejor. La cita fue aplazada razonablemente al mes de noviembre.
De momento, la tregua aguanta (aunque no en todo el país). Pero es importante que el ex vicepresidente Machar, el gran rival de Kiir en la lucha por el poder (de etnia Nuer), vuelva a Yuba. El jefe de la misión de la ONU en Sudán del Sur se ha hecho garante de su seguridad en la capital. Podría dar un primer paso volviendo de su refugio en Jartum, aunque solo durante dos o tres días a la semana -esta es la propuesta-, para dar a entender que se toma el diálogo en serio. Por dos veces en los últimos años, el líder rebelde, licenciado en Filosofía en Inglaterra, ha tenido que huir a causa del conflicto estallado en la capital. Kiir lo acusó de haber intentado un golpe de Estado en 2013. Para él, en cambio, fue una maniobra del grupo del presidente para intentar neutralizarlo e impedir que se presentara a las elecciones.

Y así el país más joven del planeta, nacido en 2011 de las cenizas de medio siglo de conflictos en una zona de África marcada por el colonialismo, después de lograr su independencia de Sudán, a la temprana edad de dos años vuelve a estar en guerra. Desde la capital, el conflicto se ha extendido, agravando las distancias entre las etnias de los líderes rivales, en una cadena de violencia y matanzas. El balance es catastrófico: 400.000 muertos, dos millones de refugiados que viven todavía acampados (sobre todo en Uganda), millones de personas desplazadas y el riesgo de carestía. Un sondeo encargado por Naciones Unidas, y recientemente presentado en Yuba, muestra las heridas y las esperanzas, ambas todavía abiertas, de un pueblo extraordinario. El 79% de los entrevistados ha sufrido la pérdida de al menos un ser querido durante los últimos seis años. Pero el 90% expresa su confianza en el hecho de que la verdadera paz, una paz duradera, pueda llegar antes de finales de 2019. Detrás de este optimismo, se mueven los actores de la diplomacia, algunos a nivel regional (Uganda, Etiopía, Kenia) y otros internacionales, que trabajan por la solución del conflicto.
En este contexto, las decisiones del Vaticano han jugado un rol importante. Los encuentros de Roma, dicen los observadores en Yuba, han servido para devolver autoridad al presidente Kiir, rodeado por un entorno del que se fía, pero que lo ha aislado. Si el Papa lo ha recibido (y besado como ningún otro líder mundial) junto a su principal rival, el resultado obtenido es el de haber puesto en el mismo barco a los dos contendientes, con un gesto epocal que ha dado la vuelta al mundo.
A finales de marzo, Francisco había nombrado al arzobispo Matheus María van Megen como Nuncio apostólico del país. Antes de final de año, o como mucho a comienzos del próximo, podrían ser nombrados los nuevos obispos (siete de ocho llevan tiempo jubilados). En los años pasados, esta falta de guías fuertes y reconocidos a nivel local no ha jugado a favor de la Iglesia. Bergoglio ha puesto a Yuba entre sus prioridades. En su próximo viaje africano en el mes de septiembre (Mozambique, Madagascar y Mauricio) le gustaría hacer una escala en Sudán del Sur. Lo ha dicho en estos días el mismo Pontífice a un grupo de religiosas que le pedían que fuera. «Si las condiciones lo permiten», contestó Francisco, que en estos años ha acostumbrado a su gendarmería a fuertes aceleraciones cardíacas repentinas. Como cuando decidió aterrizar en Bangui, en la República Centroafricana, para abrir el Jubileo de la Misericordia, a pesar de las tensiones. «Solo le tengo miedo a los mosquitos», dijo el Papa.

En este momento, mosquitos aparte, el nubarrón quizá más oscuro que se cierne en el horizonte es el del general Thomas Cirilo (que abandonó el ejército en 2017) y su Frente de Salvación Nacional, cuyas milicias antigubernamentales obran en las regiones de Ecuatoria Oriental y Occidental, en la frontera con Uganda y el Congo. Es una zona importante del país, donde reside una parte significativa de la población. Cirilo no acepta el diálogo con el grupo que hace referencia a Kiir. Y se negó a ir a Roma para el encuentro con el Papa. Los americanos parecen apoyarle de alguna manera (recientemente lo han invitado a viajar a Estados Unidos). Será preciso trabajar para que él también se suba «al barco de los gestos imposibles». Mientras tanto, la situación de la población es muy crítica. Los benefactores internacionales, dice Guelfi -que trabaja con CUAMM en el sector sanitario, con atención especial a las madres y a los niños (70 operadores internacionales y 1.300 locales asisten a miles de partos)-, han reducido drásticamente la financiación. De este modo pretenden presionar al país para que tome realmente la vía de la paz. Quien para ello paga un precio muy alto es la población. El impacto de esta tendencia se nota mucho en las aldeas. Comparte estas preocupaciones Scarpa, 35 años, sardo del pueblo de Macomer. AVSI trabaja en el sector de la educación y de la seguridad alimenticia (115 personas responsables de proyectos, entre ellas ocho expatriados). Ayuda y sostiene a 65 escuelas, con 100 toneladas de alimentos cada mes: sorgo, maíz, aceite, sal, azúcar y judías. Hace un año el 50% de la población podía todavía contar con un mínimo de alimentos, ahora el porcentaje ha bajado al 25%. Muchos agricultores comen una vez al día, si va bien, y no tienen fuerzas para cultivar, siempre que este año llegue la tan esperada lluvia.
Entre la tierra y el corazón está el estómago, que en Sudán del Sur se contenta con poco. Pero no puede haber paz sin ni siquiera un plato de sorgo.