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Huellas N.06, Junio 2019

BREVES

Cartas

a cargo de Carmen Giussani

Ocho años esperando ese detalle
Después de los Ejercicios de la Fraternidad, Renato escribe esta carta a sus amigos.
Queridos amigos, Rita y yo estamos realmente agradecidos al buen Dios por estos días de especial Gracia. Han pasado ocho largos años desde la última vez que participé personalmente en los Ejercicios. Ocho años en los que mi corazón nunca se ha ido de vacaciones, pero mi persona no ha estado presente en esos pabellones. Han sido ocho años en que, a veces equivocadamente, he esperado y rezado pacientemente para que sucediera algo. Años en que, mientras mi vida iba siendo amorosa y dramáticamente reconstruida, he pedido incesantemente que Él realizase su Gracia en mí y en los que tengo a mi lado. Sin que se diera por mi parte la más mínima pretensión o intento de forzar nada. Hoy es especialmente evidente el milagro del que he sido objeto. Carrón decía que el amigo no es el que nos consuela, amigo es el que vuelve a ponernos en la posición adecuada para reconocer la verdad. Fe, fidelidad, reconocimiento y cambio son tal vez las palabras clave de estos Ejercicios. Palabras que llevan en sí mismas todo el peso de una compañía humana que se me ha hecho presente, nuevamente presente, a partir de una sencilla pregunta que Rita me planteó el verano de 2015: «¿Por qué no vamos al mar con tus amigos?
No los conozco, pero veo que los echas de menos y los necesitas». Así fue como “volví" con mis amigos y lo primero que hicisteis, a través de Ivana, fue invitarme, mejor dicho invitarnos, al cumpleaños de Giangi en la motonave. Es increíble cómo el Todo puede pasar por un detalle aparentemente insignificante. Desde ese momento, sobre todo gracias a la Escuela de comunidad, pero también en multitud de ocasiones que se han multiplicado, cada mirada, cada pregunta, cada sonrisa siempre ha sido el gesto de una “recuperación" del verdadero significado de mí mismo. Y de mi historia. Este nuevo inicio, esta Gracia recuperada, esta incansable fidelidad del buen Dios que se me manifiesta a través de vuestros rostros, ha sido el reconocimiento evidente de cuál es “mi consistencia". Por eso, por la extrema necesidad que tengo de vuestra compañía, por la ternura con que todos vosotros, cada uno a su forma y con su acento, habéis acogido y re-centrado mi ser, os pido poder formar parte de vuestra Fraternidad. Me tiemblan las manos al escribir, se me aclaran los ojos pensando en la compasión que el buen Dios ha tenido conmigo y con mi mujer.
Renato

Toda una vida en dos palabras
Hemos pasado un día en Tijuana, la primera ciudad a la que se llega nada más pasar la frontera con México, para preparar una cena a casi doscientas personas, algunas de ellas con niños pequeños, que han sido expulsadas de California o que no han logrado cruzar la frontera para entrar en Estados Unidos y no tienen familia en Tijuana. Nuestra base era la Casa del Migrante, gestionada por la Congregación Scalabriniana. Esperaba encontrarme personas sin esperanza, abatidas y desconsoladas. En cambio, me sorprendió mucho encontrarme con hombres y mujeres que me han testimoniado un enorme coraje y el deseo de vivir la vida con plenitud, abrazando totalmente su dramática realidad. ¿Pero cómo es posible? ¿Qué sostiene a esta gente, que vive privada de todo y de todos? Después de estar con algunos de ellos y escuchar su historia, me parecía evidente que la diferencia está en ser amados. Antes de empezar a cenar, Daniela, una trabajadora social de la Casa del Migrante, preguntó quién quería bendecir la mesa, y se alzaron dos manos. Daniela llamó a uno de ellos y empezó la oración. Todos estaban en silencio, pero no un silencio formal, incluidos nosotros, los voluntarios, que habíamos llegado unas horas antes para preparar la cena. Un silencio lleno de gratitud e, increíblemente, también de paz. Una gratitud que hunde sus raíces en las palabras pronunciadas por el papa Francisco en Pascua. «El Señor nos llama a alzarnos, a levantarnos de nuevo con su Palabra, a mirar hacia arriba y a creer que estamos hechos para el Cielo, no para la tierra; para las alturas de la vida, no para las bajezas de la muerte: ¿por qué buscáis entre los muertos al que vive?». Al terminar la oración, mientras cruzaba la sala en dirección a la cocina, Xavier, un chico de unos veinte años, me agarró del brazo y me miró con los ojos bañados en lágrimas, diciendo: «Gracias amigo». Toda una vida en estas dos palabras: ¡gracias amigo! Otro vino a la cocina y me dijo: «Hoy me han tratado como un emperador romano. Gracias».
Y otro más, que le habían expulsado la semana anterior cuando iba a trabajar al oeste de Los Ángeles, que llegó a Estados Unidos cuando tenía dos años y medio con sus abuelos, hace casi cuarenta años, y ahora está ansioso por dar comienzo al “próximo capítulo" de su vida en México, aunque tendrá que “desempolvar"’ su español. Ya tiene un trabajo, que es uno de los servicios que ofrece la Casa del Migrante, y está impaciente por descubrir lo que la vida le tiene reservado ahora que ha regresado a México. Nos quedamos totalmente descolocados por la apertura de su corazón, y nos hizo preguntarnos qué es lo que le permite estar así. Es la amistad de Cristo, presente ahora, con nosotros, lo que puede sostener cada día el reclamo a la vida tal como esta se presenta. Yo pensaba que iba a Tijuana a ayudar a los pobres cocinando. En cambio, ellos me han invitado a hacerme pobre, gracias a una apertura de corazón y una pobreza de espíritu tan fascinantes que «tendiendo recíprocamente las manos unos a otros, se realiza el encuentro salvífico que sostiene la fe, vuelve operosa la caridad y permite que la esperanza prosiga segura en su camino hacia el Señor que llega», como ha dicho el papa Francisco.
Guido, Los Ángeles (EEUU)

Cenando con un vecino
Aquella noche estábamos cenando en casa de mis suegros con una querida amiga nuestra que nos quería presentar a su novio, Filippo. Inesperadamente, vimos que un vecino nuestro, que se quedó viudo hace un año, también estaba invitado. Hablamos un poco de todo, hasta que las cosas se fueron poniendo más serias y nuestro vecino comenzó a contar que desde que se quedó viudo ha empezado a hacer donaciones y a implicarse en gestos de caritativa. Al mismo tiempo, decía que le invade el malestar porque este mundo va cada vez peor, que ya no hay esperanza, etcétera. De pronto sale mi suegro de la cocina y dice: «Oye, tengo que decirte una cosa. No tengo la más mínima intención de convencer a nadie de nada, pero quiero que sepas que él es de Comunión y Liberación. Yo tengo un punto de vista totalmente opuesto, pero hay que decir que la manera en que Enrico y Bárbara están con sus amigos es algo realmente precioso. Fíjate, en su boda había 260 invitados, la mayoría jóvenes, fue muy bonito». En un momento dado, nuestro vecino nos interpeló: «¡Decidme vosotros qué podemos hacer para cambiar este mundo!». Descolocados por la pregunta, Filippo y yo nos quedamos en silencio. Él siguió hablando hasta que de pronto se levantó diciendo: «Está bien, he hablado demasiado, salgo a fumar, pero una cosa os digo: la única manera de que este mundo pueda cambiar es que suceda un hecho excepcional, sobrehumano». Después de la cena nos pusimos a ver el video de nuestra boda y el vecino comentó: «¡Salta a la vista que vosotros tenéis otra cara, distinta!». Al terminar, volvía lleno de gratitud. Una vez más pude darme cuenta, de manera inesperada e imprevista, de que “el hecho excepcional, sobrehumano" del que hablaba nuestro vecino ha sucedido realmente en mi vida, y la ha cambiado, hasta el punto de que otros lo ven.
Enrico

Mario, llegado desde China
Querido Julián, ha venido un matrimonio a visitar a mi familia con su hijo recién adoptado. Este último, Mario, viene de China y tiene cinco años, pero es como si tuviera uno si pensamos en las experiencias que ha vivido.
De hecho, sus padres contaban cómo, por ejemplo, tenía miedo a estar al aire libre, porque está acostumbrado a estar siempre encerrado en el orfanato, o que nunca se había visto a sí mismo en un espejo. Ahora está aprendiendo con sus padres a dar sus primeros pasos, con la seguridad propia de su edad. En muchos pequeños detalles, su sencillez y asombro por todo me conmovieron profundamente. Cuando lo tuve delante, le pregunté: «¿Cómo te llamas?». Nada, no hubo respuesta. De lejos la mamá me sugería: «¡Hazlo así!». Y me hizo el gesto de abrir los brazos. Seguí su consejo y, nada más abrir los brazos, Mario se lanzó sobre mí, apretándome con fuerza y sonriendo alegremente. Cuando los invitados ya se habían ido, pregunté a mi padre: «¿Pero de dónde han sacado a Mario?». «Les han llamado desde China y han ido a buscarlo». Al oír esta respuesta, sentí un vuelco en el corazón. Porque la experiencia de Mario es igual que la mía. Todos los días hay alguien que viene aposta a por mí. ¿Para qué? Para quererme, para amarme, para abrazarme con todos mis límites, todas mis bajezas, mis mezquindades y mi cinismo. Hay alguien que todos los días viene a buscarme, hasta “mi China", y me abraza, me quiere, y esto me permite mirarme a mí mismo sin escandalizarme por mi mal, quererme a pesar de mi infidelidad y mi ceguera. «Con amor eterno te amé, tuve piedad de tu nada». Igual que los padres de Mario fueron hasta el fin del mundo a por él, sin ninguna pretensión por su parte, más que amarlo, todos los días Cristo entra en mi jornada para salvarme con su amor, teniendo piedad de mi nada.
Giovanni, Milán

¿Es cierto o no?
Me impactó mucho el editorial del mes de marzo: «¿Nos creemos de verdad que “el otro es un bien para mí"? ¿Es cierto eso o no?». Había empezado a percibir que mi vecino en la plaza comercial, donde también tengo mi negocio, se había puesto a competir conmigo. Empezó a ofertar los mismos tipos de productos y a apropiarse de espacios que claramente no me favorecen. La chica que trabaja conmigo me sugería que me enfrentara abiertamente para ponerle límites. En un primer momento, me molestó la iniciativa del vecino, pero sabía que enfrentarme con él no era la solución. Así que me puse en oración para pedir por mí y también por él. Esta actitud me dio mucha paz y la sabiduría para tomar una postura al respecto. Decidí centrarme a tope en mi negocio, ya que era lo que verdaderamente estaba en mis manos. Lo demás lo dejé en manos de Dios. Pude verificar que, cuando nos abandonamos a su voluntad, Él nos responde y pone las cosas en su sitio. Gracias a la forma de actuar de mi vecino, pude dedicarme con más creatividad a mi negocio y comprendí que se trataba de la provocación que necesitaba para ponerme manos a la obra. La situación del país, la crisis económica, la inseguridad, las circunstancias que determinan mi vida y que no podemos solucionar directamente, son una provocación que nos pone a prueba y ante todo esto lo que me rescata es la apertura al Misterio, tener la certeza que Él lo permite para un bien mayor para mí.
María Teresa, Villahermosa (México)

Fidelidad a la caritativa
Me doy cuenta de que la forma en que actualmente estoy ante la realidad es muy diferente a la que estaba acostumbrado. Esto se hace particularmente evidente ante temas que tienden a polarizar las posiciones, como el aborto. Me he sorprendido con el deseo de un diálogo verdadero sin partir con un juicio dado de antemano ni juzgar a las personas, sino de una apertura hacia el otro. También la relación con mis compañeros de trabajo se ha vuelto mucho más cordial, precisamente por esta mirada que me permite abrazarlos sin reducirlos a sus defectos y comportamientos. Esto solo puede ser fruto de una educación. Antes me hubiera salido etiquetarlos como ignorantes o groseros o, por el contrario, ser condescendiente y omiso con ellos.
Me doy cuenta de cómo incide la caritativa en mi educación. Aunque yo sea relativamente generoso con mis amistades y seres queridos, me cuesta muchísimo serlo con personas que no conozco y por eso no cabe en mi cabeza cómo llevo, con la compañía de amigos de CL, más de cinco años yendo a la caritativa a la casa de los migrantes. Este hecho reta a toda mi lógica: ¿qué es lo que me ha mantenido fiel a este gesto que para mí es un desafío continuo? Habrá quien esté más dispuesto para ayudar a los demás, pero a mí me resulta impensable atribuir esta fidelidad a mis propias fuerzas o ideas. Creo que lo que me ha mantenido fiel es la experiencia de que en ello hay un bien para mí y por eso la caritativa resiste al paso del tiempo.
José Antonio, Monterrey (México)

¿Quién soy yo?
A causa del cambio de gobierno, despidieron a mucha gente en mi trabajo y me insinuaron que yo, desempeñando un puesto de confianza, tenía que ceder el lugar. Como tenía una plaza de base, aproveché para volver a ella. Llevaba más de 24 años trabajando para el gobierno del Estado y el cambio fue un golpe para mí. Mis compañeros me sugieren que, siendo yo la que más tiempo llevaba ahí y la que conoce toda la operatividad, ante semejante injusticia debía deslindarme de toda responsabilidad y limitarme a hacer lo mínimo. Pero me doy cuenta de que este modo de pensar no me corresponde, porque el trabajo al final no lo hago por el jefe de turno, pues tengo otra concepción del mismo. Además, ahora los jefes me piden llevar a cabo varias funciones que no son de mi competencia, pero intento hacerlo con gusto y disponibilidad. Y no es algo normal en la oficina. No ha sido tan fácil y me descubro en un camino de conversión: yo “tenía un lugar" y cuando los ejecutivos hicieron una reunión y no me llamaron, me puse a llorar. Pero esto me hizo preguntarme: ¿Quién soy yo? ¿Soy la que era jefa y ya no lo es? No, yo soy más que esto y también en esta situación puedo seguir construyendo un mundo más humano.
Felicitas, Oaxaca (México)

Lo que creía imposible
Me asombra cómo florecen relaciones con compañeros de trabajo que ahora puedo llamar amigos. Cuando llegó Amparo, mi actual jefa directa, pasé por momentos difíciles porque a menudo me humillaba, a veces, me censuraba y hablaba muy mal de los empleados. De sus precedentes experiencias laborales había adquirido poco cuidado en las relaciones y poco respeto a los subordinados. Este maltrato hizo que me aislara, que la evitara, hasta llegar a tener miedo a expresar mi opinión, aunque me la pidiera. Yo me sentía muy triste, no me sentía libre, tanto que empecé a buscar otro trabajo. Busqué durante meses, pero no pude cambiarme. Me quedaba una posibilidad: entender que todo lo ocurrido no había sucedido por pura casualidad y pedir al Señor que me mostrara cómo ese lugar podía ser un bien para mí. Me sentía enojada y con recelo contra quien me trataba mal.
Sin embargo, ayudada por algunos amigos, comencé a arriesgarme en la relación, a ser yo misma, libre, esperando que realmente el Misterio interviniera y el milagro sucediera. Ella, a suvez, comenzó a confiar en mí, a abrirse conmigo, a contarme sus problemas. Y yo no había hecho nada para provocar esta confianza. Recientemente, después de un pleito, se acercó a mí para pedir ayuda. Me pregunté: ¿Qué vio en mí, ella que me había tratado tan mal? Comprendí que ahora puedo estar delante de ella con una mirada de ternura y conmoverme sinceramente al verla llorar, porque a mi vez yo me siento acompañada en mis dificultades y soy mirada con ternura. El Señor ha dado sentido a mi vida y me ha dado una compañía. Él hace que mis relaciones sean verdaderas con todos, con mi familia, mi novio, los amigos y los compañeros de trabajo.
Jimena, Monterrey (México)