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Huellas N.05, Mayo 2019

PRIMER PLANO

«Despertar a los que duermen»

Greg Erlandson

Uno de los episodios destacados de mi carrera periodística fue la oportunidad de entrevistar a don Giussani para el National Catholic Register en 1984. Habló de la historia de CL, de su posición en la Iglesia y en el mundo, de sus características respecto a otros movimientos, y de cómo podía ser recibido su mensaje en Estados Unidos. Un punto interesante, a la luz del debate actual, fue que en un momento dado nos puso en guardia respecto al hecho de que allí donde hay organizaciones católicas o instituciones carentes de vitalidad, «existe el riesgo del clericalismo, y hoy ese es el mayor peligro». Habló también del espíritu “turbulento" de CL, definiéndolo como una mortificación necesaria para la Iglesia. «¡Debemos despertar a los que duermen!», me dijo. Ya se hable de la necesidad de una educación cristiana o del papel de los laicos en la Iglesia, o de la tarea de la Iglesia en el mundo, el mandato misionero de los cristianos se podría resumir así: «Despertar a los que duermen».

La pobreza a nivel religioso que encontró en 1954 entre los jóvenes aparentemente católicos del liceo Berchet suscitó en él el deseo de despertar la fe en aquellos estudiantes. La situación cultural italiana en aquella época era muy distinta de la de Estados Unidos. Aquí los católicos todavía se estaban preguntando si uno de ellos podría alguna vez ser elegido presidente. En Italia la fe ya se estaba encaminando, inconscientemente, hacia las fauces de la modernidad. Giussani se dio cuenta anticipándose a lo que algunos laicos católicos en Estados Unidos, como Sherry Weddell, llegarían a ver unas décadas más tarde: que Dios no tiene nietos. Es decir, la fe no es algo hereditario. El poder de la cultura mundana y las ideologías contrarias son tales que la expresión “católico de nacimiento" ha perdido significado. En cierto sentido, todos nosotros somos hoy o sonámbulos o adultos que asumen su responsabilidad.
El capítulo de la biografía que me ha parecido más apasionante es el del 68, que considero en cierto sentido revolucionario, porque en él resuenan acontecimientos actuales. La idea de guiar a los jóvenes católicos a redes-cubrir la fe mediante la recuperación de su tradición cultural carecía de toda influencia en un momento en que la historia misma era rechazada en nombre de la promesa de un “hombre nuevo". Dios había muerto, y con él también la historia. «Tradición y teoría, tradición y discurso no pueden mover ya al hombre de hoy», decía Giussani: «¿Cómo empezó el cristianismo? Fue un acontecimiento». Es decir, una presencia, un encuentro. La dimensión dramática de aquel momento reside para él en el hecho de que le recondujo al encuentro con Cristo como punto de partida. La situación actual se presenta similar, podemos seguir viviendo en esa “radiactiva vida a medias" del 68. Lo que resulta especialmente cierto en la crisis que estamos viviendo ahora es que no solo hemos perdido la fe en las instituciones más autorizadas, como el gobierno y las universidades, sino también en la Iglesia. En el reciente clamor por el drama de los abusos sexuales, llama la atención el hecho de que, tanto a la izquierda como a la derecha, emerge el mismo tipo de anti-institucionalismo. El Cuerpo de Cristo se ha dividido en facciones enfrentadas, a imitación de las identidades políticas en la escena pública.
Esta fragmentación deja a la Iglesia sensible ante las lisonjas del congregacionalismo. Nos encerramos en nuestra parroquia, en nuestro movimiento, en la Escuela de comunidad, en el grupo de oración, y hacemos de ellos nuestro refugio, eso que Giussani define como nuestra «intimidad religiosa». Este congregacionalismo ideológico es una gran tentación, hija de la desilusión y del individualismo protestante americano.

Si el Espíritu Santo está usando el momento presente para abrir la Iglesia, a los laicos se nos pedirá, como dice Giussani, «que nuestra fe madure». Se nos pedirá «despertar a los que duermen», incluso al que duerme dentro de cada uno de nosotros, y exigirá la formación plena y fiel de laicos católicos adultos.
Esta formación ha sido el punto débil de la Iglesia a nivel institucional. En movimientos como CL es distinto. Porque su fuerza no nace de programas, textos o de una pedagogía, sino de una presencia. El propio Giussani habla de esta fuerza: «la figura de la acción cristiana en el mundo es el testimonio». Creo que esta es la manera en que se deben formar cristianos adultos en la Iglesia - gracias a hombres y mujeres adultos que hacen la vida cristiana deseable en virtud de lo que ellos mismos han encontrado. Como las matrioskas rusas, los tres desafíos que se nos presentan en este momento están interconectados: la estrategia para educar a un pueblo cristiano es llevar a los laicos a asumir un papel más importante en esta “nueva etapa eclesial", es necesario para que la Iglesia pueda dialogar con este mundo infeliz y eternamente inquieto.