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Huellas N.1, Enero 2008

CL

Cartas desde la frontera

Massimo Camisasca

ITALIA
Las fronteras de nuestro país

El movimiento nació en Italia y hoy, cincuenta años después, está profundamente arraigado en este país. También nuestra Fraternidad Sacerdotal nació en Italia. Por ello, al principio quisimos que los que iban a ingresar en ella se formaran en Roma y tuvieran su primer destino en el país de la bota. Más tarde, cuando en 1989 los primeros partieron hacia Brasil y en 1991 hacia Liberia, mis colaboradores y yo nos planteamos: ¿Qué hacemos con Italia? ¿Nuestros lugares de misión van a ser sólo los continentes lejanos o también Europa? Yo estaba, y estoy, plenamente convencido de que las razones de la misión de la Iglesia son igualmente válidas para el mundo entero. Esto no significa que importen menos las razones de la misión ad gentes, es decir, en esos pueblos que todavía no conocen a Cristo; sino precisamente porque esos pueblos ahora viven entre nosotros: en Praga, París o Viena, hay personas que nunca han oído hablar de Jesucristo y que, puede que entrando en un museo, viendo un lienzo que representa la Natividad, pregunten quién es ese niño o esa mujer, ese hombre qué está haciendo. No son anécdotas, son hechos que han sucedido, que nuestros misioneros pueden contar. Entonces, decidimos quedarnos en Europa y también en Italia.
En Roma se nos han confiado dos parroquias: una es una iglesia antiquísima, una basílica de los primeros siglos del cristianismo que está en el corazón de la Roma posconstantiniana. Al lado de esta Iglesia nació el centro juvenil de don Sergio que, desde hace algunos años, guía y anima: El lugar más significativo del centro de Roma para la educación de los niños y de los jóvenes.
La otra parroquia que tenemos en Roma es más reciente. El 16 de diciembre el Papa bendijo esta construcción. La Magliana es la única parroquia que ha tenido la visita de dos papas en un período tan corto de tiempo. Está a las afueras de Roma: hay nuevas urbanizaciones, pero hay también chabolas de gitanos a orillas del río. También ésta es una frontera interesante de la Fraternidad.
Luego tenemos la casa de la Fraternidad en Bolonia. La acabamos de abrir, pero para nosotros es un punto de gran interés tanto por la presencia en la escuela en la que estamos, como por la realidad tan significativa del movimiento a la que se nos manda a servir y, al mismo tiempo, a aprender de ella.
En 1991 nació nuestra presencia en Maremma. Primero en Punta Ala y después en Castiglione della Pescaia. Don Dario es hoy párroco en la Isla del Lirio. Aquí se entremezclan un cuidado por el mundo del verano, de las vacaciones, y por el mundo de los jóvenes, a los que don Antonio y su obra educativa se dirigen desde hace quince años.
Desde hace años estamos también en Frosinone. Es el fruto de un trabajo antiguo. Nuestros seminaristas, desde hace muchos años, van a hacer caritativa a algunos pueblos de Ciocaria. Hemos querido estar allí para ayudar a la realidad del movimiento al sur del Lacio. Muy importante para este fin es también la presencia de don Fiorenzo, que está en misión en Torrice, allí cerca.
En Italia hay también otras presencias diseminadas: Está don Umberto Fantoni en Chieti; don Stefano Alberto, don Dino Goretti, don Marco Mangioni y don Mario Garavaglia, en Milán; don Antonio Baracchini en Chiavari. Y luego, en la parroquia de Triestre, que nos fue confiada hace muchos años, guiada por don Beniamino Bosello, a quien se unió hace unos diez años don Federico Moscon.
Permanecer en Italia significa por un lado llegar de manera correcta y continua a la enseñanza y a la obra educativa del movimiento; por otro, contribuir, en la medida de lo posible, con nuestros dones y con nuestras fuerzas, a su crecimiento y su desarrollo. Se puede decir que toda la Iglesia mira a Italia. No es casualidad. No es sólo la sede del papa, es también el lugar donde el cristianismo ha sabido echar raíces, ha sabido crear una serie enorme de testimonios artísticos y literarios sin parangón en el mundo, una estela de historia que siempre ha renovado la historia del mundo. Por eso quedarse en Italia significa también vivir en profundidad la vida de la Iglesia, su historia y ser, a su vez, renovados.