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Huellas N.04, Abril 2019

RUTAS

Pascua 2019. Como tú y como yo

Giuseppe Frangi

Las miradas y las manos de los apóstoles que se tienden hacia Jesús, y las palabras de don Giussani. En una pequeña iglesia de la comunidad montañosa del Cadore, en Salagona (Veneto), el fresco elegido para el cartel de Pascua



Una pequeña iglesia en medio de los prados verdes del Cadore, que resplandece desde lejos con sus muros blanquísimos. Tiene una planta regular, cuadrada, pero apunta decidida hacia lo alto con un ímpetu propio del gótico. Es la iglesia de Santa Margarita, en Salagona, una aldea del municipio de Laggio di Cadore. Se quedó aislada cuando, en 1750, un feroz incendio destruyó Salagona. Santa Margarita se salvó, a pesar de que su estructura es en gran medida de madera. No se sabe mucho de los orígenes de esta iglesia, que se remontaría a mediados de siglo XIII, cuando ese territorio pertenecía a los Camino, señores de Treviso. De ellos se acuerda también Dante en su Comedia, porque le habían hospedado durante su exilio («el buen Gerardo» del canto XVI del Purgatorio, se refiere a Gerardo del Camino).
El vínculo con Treviso aparece nada más franquear el umbral de la iglesia: la superficie pintada al fresco presenta en la parte baja un motivo decorativo, casi una alfombra pintada con formas de escamas lobadas frecuentes en las decoraciones murales del Duecento en las casas de la ciudad de Treviso.
El ciclo de frescos es la verdadera sorpresa que recibe al visitante, con esa teoría de los colores que tapiza todas las paredes y que culmina en la parte alta con una sucesión de escenas que incluyen una Natividad, una Deesis con dos imágenes a los lados del martirio de Santa Margarita, una Virgen con el Niño y, en la pared derecha al entrar, la escena de la Missio apostolorum. Distintas manos han trabajado sobre estas paredes, probablemente en los primeros decenios del Trecento. Manos con influjos bizantinos, tan presentes en ese período en la pintura veneciana.
Entre los maestros, el que se encargó de pintar la escena de la Missio apostolorum es ciertamente el más evolucionado, como demuestra la sabiduría con que dispone las figuras en el espacio, sin quedarse atado a estereotipos tomados de la tradición. La escena se refiere a lo que Mateo cuenta al final de su Evangelio. Dice Jesús: «Id y haced discípulos de todos los pueblos, bautizándolos en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo». Cristo, en el centro, alarga los brazos hacia sus discípulos que, con los ojos como platos, literalmente, penden de los labios del Señor. En particular, el que aparece en primer plano, estando más abajo, debe arquearse, levantando instintivamente la cabeza, dando lugar a una postura que se nos graba en los ojos y el corazón; el rostro hacia arriba, las manos tendidas y abiertas a modo de "cuenco", parece -al pie de la letra- beber de la presencia de Jesús. El artista hace hincapié en dos aspectos, las miradas y las manos. Las miradas convergen todas en la figura de Jesús, pero hay algo en ese mirar de los apóstoles que recuerda la mirada limpia de los niños. Se respira el aire de una atracción que cautiva por completo a la persona, anunciando un destino bueno para cada uno. Luego están las manos, que dialogan con una complementariedad de los gestos que el artista evidencia claramente. Si las de los apóstoles están con la palma vuelta hacia arriba pidiendo, las de Jesús, en cambio, se alargan hacia ellos con un gesto protector. Manos tendidas que encuentran unas manos que las acogen y que, a la vez, son manos que impulsan a ir, manos que envían. Por ello, para entrar en el corazón de esta imagen es necesario leer las palabras de don Giussani: «La gente que le seguía, los discípulos que iban tras Él, eran unos pobrecillos como tú y como yo, pero toda la novedad de su esperanza, la certeza absolutamente nueva que tenían, la realidad nueva que eran nacía de esa Presencia» (tomado de Qui e ora. 1984-1985, BUR, p. 68). La Missio apostolorum es la génesis de esa realidad nueva que llega a los confines del mundo custodiando en su propio rostro el reflejo del rostro que los ha mirado. Ir por el mundo no significa dispersarse, sino seguir estando en la palma de Sus manos. Con sencillez y maestría, el anónimo artista de Santa Margarita nos transmite todo esto: «La realidad nueva que eran ellos era [a la vez] esa Presencia».