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Huellas N.03, Marzo 2019

LECTURAS

He apostado por la libertad. Angelo Scola y Luigi Geninazzi

Javier Prades

Encontré la Autobiografía del cardenal Scola sobre la mesa de mi despacho. Un querido amigo me la acababa de regalar. Bajé a comer y después me senté a hojearla, con la intención de leer un rato para luego seguir con el trabajo pendiente. No pude levantarme del sillón hasta que terminé el libro. Serían las once de la noche. Cuando un libro me atrapa busco enseguida la impresión que me deja al acabarlo. Esta vez -como dice Jiménez Lozano— era una combinación de "aromas" inconfundibles, originales y familiares.
Comencemos por lo más obvio. El aroma de la libertad impregna el libro por los cuatro costados. Jean Nabert aclara que comprendemos lo que es la libertad cuando vemos ante nosotros hombres libres. En ellos reconocemos lo que somos, lo que estamos llamados a ser. Leyendo a Scola se aprende la libertad no solo porque nos la explica (algo a lo que por otro lado está siempre dispuesto...) sino principalmente porque sus gestos la ponen ante nuestros ojos de tal modo que se hace deseable para cada uno. Una libertad cumplida, como la que Jesús nos ha ofrecido, ya que "si el Hijo os hace libres, seréis realmente libres" (Jn 8, 36). Una libertad que se atestigua mediante su experiencia de ser hijo, para poder ser padre de muchos. Uno de los rasgos más atractivos de la Autobiografía es precisamente el relato de su amistad con hombres de la talla de Giussani, de Von Balthasar y De Lubac, de Juan Pablo II y Benedicto XVI. Es libre quien sabe a quién pertenece, de quién es hijo. Una libertad filial que encuentra su culmen -a mi juicio— cuando explica cómo vive el seguimiento de Francisco. Será de ayuda para todos seguir al Papa teniéndolo en el rabillo del ojo. Llegamos así al aroma de la grandeza de ánimo. La sucesión de personajes que desfilan por las páginas del libro convierte a Scola en un testigo privilegiado de los últimos decenios de la Iglesia italiana, europea y universal. Por círculos concéntricos se va desplegando la estatura de un gran protagonista de la vida cultural y eclesial contemporánea. Es muy atrayente la trama de sus relaciones, de las iniciativas que ha tomado en las distintas fases de su vida, con sus correspondientes dificultades -que no han sido pocas- , de sus publicaciones teológicas o de su atención pastoral inagotable para con el pueblo de Dios, para con la gente.
Un tercer aroma deja el rastro de la unidad de vida, de la unidad de pensamiento y acción. Quien ha podido leer las obras de Scola se ha encontrado más de una vez con su preocupación por mostrar el carácter "indeducible" de la libertad, el carácter de la verdad como "acontecimiento", la estructura de la "experiencia elemental" del hombre, la "singularidad" de Cristo, y otros temas decisivos para comprender la vida humana y la revelación cristiana. Al leer ahora la Autobiografía será posible situar cada una de esas reflexiones en su contexto vivo, en el marco existencial de sus decisiones y sus actividades. No será difícil encajar las piezas en una visión unitaria, más allá de contraposiciones o simplificaciones al uso.
Para terminar, el aroma de la gratitud. Por un lado, la que él testimonia hacia aquellos encuentros que le han desvelado el valor de la vida, de la fe cristiana, de la vocación y misión eclesial al servicio de los hombres. Solo ese afecto le permite abrir el corazón y ofrecer detalles personales, poco o nada conocidos hasta ahora. Por otro lado, la gratitud del lector, que cierra el libro y aspira hondo, con una sonrisa esbozada en los ojos.