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Huellas N.03, Marzo 2019

PRIMER PLANO

Si no estás en primera línea

Alessandra Stoppa

Ezio Delfino es director de un liceo científico estatal en la provincia de Cuneo. El curso pasado, en la última reunión de instituto, se dirigió a los profesores, los chavales y los padres, con estas palabras: «Al final de este curso quería realmente daros las gracias a todos. Me habéis ayudado mucho. ¿Y sabéis lo mejor que ha pasado este año aquí en la escuela?». Hubo un instante de silencio. «Lo mejor que ha pasado es que he crecido yo».
No tuvo que explicarlo, lo entendieron todos. Al contarlo, todavía se le corta la voz. Para él el bien común tiene esta fisonomía: «Coincide con el crecimiento de la persona. No hay buena política, ni construcción de un bien social, si falta el crecimiento de mi persona y de los demás».
De la quinta de 1958, nació en Cuneo, y de la geografía de su Piamonte ha tomado un toque reservado del carácter: «Creces en una zona “cerrada" y esto te influye, tiendes a ocuparte de lo tuyo, te aferras a lo que te da seguridad». Piensa en una foto suya de niño, sentado en un muro bajito de la casa de sus abuelos, aferrado a la barandilla. «Tengo pinta de alguien que quiere estar apegado a lo que tiene, no de uno que quiere dar el salto. Pues eso, si fuera por mí, me quedaría con lo “mío" y ya está».
En cambio, se ha pasado la vida “saliendo" de sí mismo e implicándose con los demás. Nunca lo hizo por una idea. «Lo que iba sucediendo es lo que me llamaba a salir afuera. He procurado secundar estas llamadas». Empezó con veinte años como suplente de música en la enseñanza obligatoria, empujado por su padre, mientras se diplomaba en el conservatorio («no te quedes allí simplemente estudiando, ¡empieza a trabajar en algo!»); al cabo de tres años, le propusieron asumir la tarea de subdirector del centro y aceptó; luego, cuando su jefe le dijo: «Delfino, tú debes ser director», no durmió durante una semana. Incluso ahora se pasa, a veces, la noche en blanco. Tras 21 años como director. «Muchas veces todavía no sé qué hacer...». En realidad, vive con mucho respeto y temblor su tarea.
La experiencia cristiana ha posibilitado todo su compromiso en estos años y lo ha convertido en una aventura: «Tuve la intuición de que el ideal que había entrado en mi vida era un factor que me vincularía a la verdad de mí mismo. Siguiéndolo, me realizaría como persona». Hace diez años, conoció DISAL, la asociación nacional italiana de directores de centros escolares, tanto estatales como de iniciativa social. Se implicó en la asociación porque quería hacer bien su oficio. «Se trata de una compañía profesional que pretende ofrecer una ayuda para afrontar un riesgo que afecta a nuestro trabajo, o más bien a cualquier trabajo: el individualismo. Puede que incluso todos te busquen porque eres el jefe y decides, pero si te concibes solo te haces daño a ti mismo y a los demás».

Desde 2013, es presidente de DISAL, gira por toda la bota para conocer a multitud de directores y centros escolares, lleva a las comisiones parlamentarias las propuestas de la asociación, promueve iniciativas de formación. Aceptó esta responsabilidad porque veía que, al compartir juntos esta tarea específica, crece el bien de la iniciativa de cada uno: «Concebirse “en red" multiplica el diálogo, la implicación, la creatividad. Acrecienta el bien». Mueve la realidad. «Surgen encuentros con gente que nunca hubieras conocido; descubres a los que trabajan mejor que tú y entonces los sostienes y ayudas para que su obra se conozca, los pones en relación con las instituciones... Juntos se aprende a usar los instrumentos del trabajo según una idea del hombre que no se reduce a la aplicación automática de las normas». Pero todo esto no se da «si no te llevas para ti una experiencia más profúnda y consciente de ti mismo. Cuando tomas conciencia de tu persona, tu modo de actuar se convierte en algo útil para todos. Regenera las comunidades escolares, o al menos ofrece una posibilidad de regenerarlas...».
En 2005 el alcalde de Cuneo unifica las cuatro escuelas medias (de 11 a 14 años, ndt.) y le pide que asuma la dirección del centro unificado. Mil ochocientos chavales. El bedel le llama «mi general», porque es como disponer de tres batallones de 600 alpinos. «Con ese saludo me ayudaba a caer en la cuenta de que era una obra nueva, que me pedía algo distinto de lo que ya sabía». Con la fusión, los profesores son 150 y muchos los problemas diarios, el impacto con actitudes ideológicas y sindicalizadas. «Acudía al claustro de profesores con todas las normativas, porque era como entrar en un campo de batalla. Sin embargo, esos eran los momentos que más me provocaban a trabajar y a crecer». Cuando dejó este cargo, después de cuatro años, una profesora fue a verle: «Siento mucho que se vaya. Sobre todo por el claustro de profesores. He visto que usted siempre estaba pendiente de otra cosa». «En ese momento, cedí», dice él. «Lo que genera algo nuevo, algo positivo y dinámico, es el sujeto que educa: la persona no se reduce a la “eficiencia", sino que crece y se afirma escuchando y siguiendo la realidad con todas sus provocaciones».
Hablar de política en la escuela podría remitir simplemente a un vaivén de reformas generalistas y a veces contradictorias, con innovaciones a veces puntuales pero de las que no se captan las razones («una hora de geografía en los institutos profesionales. ¿Pero por qué?»). A veces se aprueban decretos pero faltan los reglamentos, hay normas pero falta el dinero para llevarlas a cabo. «Desde el punto de vista político-administrativo, este es un momento fluido, con un retorno a nuevos centralismos. No existe una idea de escuela, no se sabe cómo hacerla ni cómo sostenerla. Una gran paradoja para un Estado moderno». Por ejemplo, se ha reformado el examen de selectividad, pero las informaciones al respecto son muy vagas y hay cierto desconcierto, también en el liceo del que es actualmente director, el “Giovenale Ancina" de Fossano, que desde hace unos años el Observatorio educativo de la Fundación Agnelli reconoce como uno de los mejores liceos italianos. «Mis profesores son serios y si se quejan por una norma tienen sus buenas razones». Él desde octubre se puso a estudiar el nuevo examen porque «es un dato de la realidad, yo soy director del centro y no un político anti-sistema». Empecé un estudio con otros directores para plantear el nuevo examen, el sistema de evaluación, las pruebas de examen, imaginando modelos «que pongan en valor tanto a los estudiantes como a los profesores». Luego propuso a sus profesores del liceo unas reuniones para profundizar juntos esta propuesta, donde las críticas se formularan en preguntas y pistas para entrar en materia. «Fue estupendo, elaboramos unos materiales y los llevamos al Ministerio, con las propuestas que habíamos aquilatado entre todos. No puedes vivir la escuela mirando desde la barandilla».

No se siente frustrado por la política en sentido estricto. Cree en la educación, no en el dogma, pero en la educación real, concreta. «Merece ser valorada y sostenida porque sigue siendo un baluarte de civilización: la escuela es un “lugar", en el sentido más profundo del término, donde un chaval puede descubrir quién es y qué busca». Y donde el problema no son los estudiantes, sino que «se puedan encontrar con adultos significativos, que amen la propia vida, el sentido de su trabajo, que tengan una experiencia del bien o estén dispuestos a buscarla y ponerla en juego en la enseñanza».
Su “política" consiste en que en la es-cuela toda decisión se tome teniendo en cuenta al alumno en concreto, con nombre y apellido, y que se dé espacio a «lo que ya está sucediendo, dejándose tocar e interpelar». Como el chaval al que le cuesta venir a clase y pide espacios para hacer teatro con sus compañeros de clase, o el padre que protesta y «entra en tu horizonte con su preocupación, hasta formar parte de ti», aunque todavía no sepas dónde te llevará esto. «Cuando dices “yo”, en el mismo instante, te vienen a la cabeza unos rostros, una frase que has leído, tu madre, un hecho que has presenciado, un correo, tu hijo, un compañero de trabajo... Lo que te genera desde la raíz es un “nosotros”. Si no eres consciente de esto, vas hacia el otro con presunción, lo invades y lo sofocas, incluso sin quererlo».
Antes, no le gustaba el domingo por la noche, porque le preocupaba lo que pasaría a partir del lunes en el instituto. Ahora le pasa lo contrario. Ha descubierto qué necesidad tiene del otro. «Porque el otro es necesario, en cualquier caso, para que tenga experiencia de lo que soy, para que pueda cambiar, conocer y vivir mejor y más a fondo... Hasta saltar desde la barandilla»