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Huellas N.03, Marzo 2019

BREVES

Cartas

La marejada y el bien de todos
«Estamos trabajando a destajo desde aquella noche pero hay muchísimo que hacer todavía. Esto ha dado pie a nuevas relaciones entre nosotros, en la ciudad y con otros municipios de los alrededores». Acababa así el relato de Alessandra, concejala en Rapallo, y se refería a la noche del pasado 29 de octubre, cuando una marejada nunca vista antes se abatió sobre nuestra ciudad, haciendo añicos en pocas horas el puerto y dejando a la deriva decenas de barcos y yates. ¿Qué es lo que mantiene en pie a las personas que desde hace meses se entregan en cuerpo y alma prácticamente las 24 horas al bien común? ¿Qué les mueve a restablecer la normalidad y recuperar esa belleza que muchos admiran en estos lugares y que permite vivir a muchas familias? ¿Qué han experimentado entre ellos y en la ciudad? Si miramos lo que está pasando, podemos comprender qué tienen que ver con la política, que suele ser ocasión de enfrentamiento o de provecho mediático, palabras como concordia, unidad, amistad. Decidimos proponer un encuentro público en el que plantear estas preguntas a algunos de los que se están prodigando en las operaciones de rehabilitación, para poder escuchar sus experiencias. Acudieron al encuentro el alcalde, algunos concejales del gobierno y también de la oposición. Todos hablaron en primera persona, cada cual con su sensibilidad. Destacaron la novedad que ha surgido a raíz de este infortunio: relaciones que se han reanudado, solidaridad de muchos desde el primer día después de la marejada, una ciudad entera que no se ha parado a lamerse las heridas sino que se ha puesto manos a la obra con solicitud, el no haber tenido ningún muerto ni herido en medio de la catástrofe. Y, por encima de todo, la conciencia del milagro de haber podido salvar a 22 marinos que se quedaron durante horas presos en el mar. Por último, los proyectos, lo que queda por hacer, las esperanzas, la unidad compartida entre quien gobierna la ciudad y quien no, para levantar la cabeza juntos, la solidaridad entre los comercios (alguien dijo que parecía algo increíble). Y la sorpresa y el agradecimiento por la peregrinación que la ciudad realizó al santuario de la Virgen de Montealegre, patrona de Rapallo, para dar gracias por la vida y por la fe que vivimos bajo su amparo.
Alessandro, Daniela y los amigos del Centro Cultural Newman, Rapallo (Génova)

Aunque la semilla es más pequeña, ¡no por eso es menos verdadera!
La asamblea de los responsables del Grial (experiencia cristiana de chavales de 11 a 14 años) del pasado 3 de febrero comenzó con la lectura de un WhatsApp escrito por una niña de 11 años. ¿Qué es el Grial? No lo sabes, ¿verdad? Yo tampoco. No tienes por qué avergonzarte de ello. ¡Míranos! No tenemos todos la misma edad, no venimos todos del mismo sitio, pero todos estamos buscando lo mismo: la felicidad. Y todos los que están con nosotros la encuentran con las personas que participan en el grupo, chavales y adultos. La felicidad es la amistad que nos une a pesar de la lejanía. Allí se encuentra la verdadera amistad, allí te encuentras a ti mismo. El Grial nos convierte en caballeros, personas que asumen su responsabilidad y se diferencian de los demás. El Grial es nuestra unidad, nuestra grandeza. Si me preguntas por qué pertenezco al grupo del Grial te diré: «porque no puedo no hacerlo». Es tan difícil explicar con palabras a los que no lo conocen qué es el grupo del Grial. Y más difícil aún explicarlo al que no te pregunta «¿por qué?». ¿Por qué ir a las reuniones o partir juntos de vacaciones aunque nieva o llueva a cántaros?, ¿por qué ir a caminar a la montaña cuando podrías quedarte cómodamente tumbado en la playa o en el hotel?, ¿por qué elegir a esa gente curiosa que canta por las calles cuando el mundo está hecho de personas...? El Grial no se explica, nunca nos lo han explicado, no nos dan charlas sobre lo que es y cómo funciona: el Grial se vive, se experimenta en la propia piel y entonces casi sobran las palabras.

Así lo ha comentado Julián Carrón:
Aunque la semilla es más pequeña, ¡no por eso es menos verdadera! Que una persona tan joven tenga esta conciencia indica que la propuesta está presente. Para tener esta conciencia, ella debe haberse topado con una presencia tan real que le permite este tipo de experiencia. Lo cual dice mucho más que cualquier otro tipo de medida a la que estamos acostumbrados. Para tener una conciencia así hace falta que el Verbo se haya encarnado y habite entre nosotros. Puede que le pase a uno o a quinientos, no es un problema de números. El hecho de ser quinientos, de por sí, no hace que Cristo esté más presente. Se hace presente solo en quien tiene una conciencia como la de esta niña.

En el coche con el médico
Querido Julián, trabajo como enfermero en una cárcel. Mi trabajo es lo mejor de todo y me encanta. Si algo tengo claro en este momento es que me urge que mi vida, mis días y mi empeño tengan un sentido. Deseo construir y lo procuro cada día, en cualquier ocasión. Por ejemplo, en el simple diálogo en el coche con un médico de unos sesenta años que trabaja conmigo en la cárcel. Este presumía de todos sus éxitos, me hablaba de coches de lujo y del préstamo que le han concedido para que pueda comprarse un ático en el centro. Pero cuando empezó a hablar de sus mujeres y de que traiciona a su esposa, por gracia se me concedió preguntarle sencillamente: «Doctor, ¿pero tú eres feliz? Porque a mí me va todo bien, ¡pero siento la urgencia de que mi vida sirva, de que construya!». La conversación cambió totalmente. El médico se quitó su coraza de superhombre, empezó a sincerarse, a decir que había fracasado, arruinado su familia, que era incapaz de querer a su mujer y a su hija, que había defraudado a sus padres. En fin, algo que no suele pasar entre un enfermero de veinticuatro años y un médico de sesenta, mientras conducía mi Fiat Panda. Me sorprendió que, simplemente arriesgando al decir lo que me urgía, se liberaran una reacción y un dolor tan sinceros. El discurso dio un giro cuando le dije que también nuestros pacientes en la cárcel, a pesar de todo lo que han hecho y hacen, tienen nuestro mismo deseo de volver a empezar y de ser felices. Le dije que solo podemos volver a empezar si recibimos un bien, si alguien desde fuera nos dirige una mirada fuera de lo común. «Verdaderamente tienes un gran corazón, eres distinto de los demás», seguía repitiéndome con los ojos empañados. No añadimos nada más y nos quedamos callados durante el resto del viaje. Es cierto lo que vimos en la última Escuela de comunidad. A mi vida no se le pide simplemente que trabaje, sino que sea santa, es decir, que yo viva la relación con Aquel que puede saciar este deseo de infinito que alberga mi corazón.
Carta firmada

¿Cómo puedes ser tan feliz aquí?
Después de que mi exprofesor y buen amigo Luis nos contase su experiencia de haber estado con algunos amigos en la hospedería de un monasterio de hermanas clarisas en el norte de Navarra, en el pueblo de Arizkun, y de la relación que había nacido con las monjas, nos propuso a algunos amigos y a mí, al grupo de amigos “burlaos" del pueblo, ir con él un fin de semana.
Me gustó mucho lo que nos contó. Pusimos fecha y decidimos ir el fin de semana del 1 al 3 de febrero. Cuando faltaba una semana para ir, la verdad es que me daba pereza, pero a la vez tenía ganas: después de estar toda la semana trabajando y de despertarme muy temprano, me daba pereza el solo hecho de pensar en irme un fin de semana sabiendo que me despertaría también muy temprano y que no podría descansar mucho, pero igualmente fui porque me fío de mi amigo. Y, así, llega el día. La verdad es que fui con ganas. Estuvimos Luis, Oriol, Nacho, Xavi, Xénia y yo. Después de 4 o 5 horas de coche, llegamos al monasterio a las 20:00 y nos recibió Nieves, la hermana superiora. Entramos y nos quedamos un rato con ella en una sala y nos presentamos. También hablamos acerca de qué haríamos esos días. Durante ese rato con ella, vi una cara de felicidad impactante, la de Nieves. Y eso me llevó a preguntarle cómo puede ser tan feliz ella y las otras hermanas viviendo "encerradas". Le digo que me gustaría que nos contara en algún momento más sobre esto y sobre su historia, sobre por qué vive felizmente en Arizkun. Al día siguiente, después de los Laudes y la Misa, quedamos con Nieves y nos quedamos un rato con ella. Le contamos cada uno algo de nuestra historia y por qué decidimos ir hasta allí; y ella nos cuenta la suya. Yo le pregunté qué hacen ahí dentro. ¿Cómo se puede vivir en la clausura? ¿Cómo puede ser tan feliz estando “encerrada" entre cuatro paredes? ¿Por qué sigue viviendo en ese sitio? ¿Qué la ha llevado a entrar en un monasterio? Y muchas más preguntas. Su respuesta, resumidamente, fue que ella así es feliz, que es su vocación, a lo que la ha llamado el Señor, y ha ido y está descubriendo poco a poco cómo su Esposo la sorprende constantemente. Y su rostro y sonrisa dicen lo mismo.
Al acabar fui a rezar delante del Santísimo. Sobre todo, por dos cosas: para pedir perdón y por mi vocación. Llevo unos meses preguntándome seriamente sobre mi vocación, abierto a lo que me se me ponga delante. Sé que lo que Él me ponga delante será lo que más feliz me hará, y estos días en Arizkun han hecho que cada vez tenga más claro que es cierto. El último día, tuvimos la suerte de poder encontrarnos con gran parte de las hermanas del monasterio y les contamos qué nos llevábamos de esos días en su casa. Lo que yo me llevo es una gran envidia y un deseo aún más grande de encontrar mi vocación. También una de las cosas con las que vuelvo a casa es con la necesidad de superar los prejuicios que tengo en la mente y el corazón, y me ha ayudado a darme cuenta de ello el hecho de que, específicamente, yo tenía un montón de prejuicios sobre las monjas. No eran malos, pero ahora he descubierto cómo son realmente, cómo viven y por qué viven en comunidad. Me he sentido tan acogido y querido que, sin conocerlas de nada hasta ese fin de semana, me llevo un gran recuerdo y unas ganas de volver enormes. Y, por último, lo que me llevo es un deseo de vivir más el tiempo presente. En el trabajo estoy continuamente esperando que llegue la hora del descanso, la hora de acabar mi horario y el viernes, y me da rabia porque me gustaría vivir mi día a día con la misma intensidad que este fin de semana.
Sergi, Sampedor (Barcelona)

Un punto de tristeza
En el último periodo de mi vida he tenido dificultades en el trabajo. Ahora, aunque en el trabajo parece que se ha producido un cambio y las cosas van mejorando, acabo la jornada y me marcho a casa con un punto de tristeza. Pero también es verdad que me he dado cuenta estos días de algo que es diferente con respecto a hace unos meses. Estas semanas veo que todo lo que me deja con un punto de tristeza intento justificarlo de algún modo; me digo a mí misma: «Estoy triste porque no he podido quedar con este o aquel amigo, o por esto o aquello que ha pasado». Estas justificaciones me generan un dolor; es como si hubiera algo que no va, algo que no funciona, algo que no está en su sitio...
A veces pienso que el problema viene de fuera, como si hubiera sido un agente externo el que lo hubiese provocado. El otro día hablé y tomé un café con una amiga, yle conté mis dificultades; le expuse mis fatigas con la manera de trabajar en mi oficina. Le conté que el trabajo me deja triste porque echo de menos algo, a veces pienso que puede depender de cómo estoy yo delante de mis quehaceres, también cuando me toca dirigir a mis compañeros de equipo en la oficina. Poco después de esa charla, hubo un punto de inflexión, un cambio. Justo esa jornada de trabajo fue muy satisfactoria. Se veía una tensión en el equipo y el trabajo volvió a apasionarme; sin embargo, al acabar la jornada laboral, salí y volvió a aparecer la desazón, un punto de tristeza. Me chocó, porque por primera vez en estas semanas caí en la cuenta de que es algo que intento justificar o tapar de algún modo, y que sin embargo se despierta en todo, vaya bien o vaya mal, en la belleza y en lo que duele. Esto me choca y me hace estar necesitada de descubrir por qué me ocurre esto y por qué me marcho triste a casa. Me doy cuenta de que esto lo estoy viviendo un poco sola y que no avanzo. Me gustaría hacer un camino para entender, porque entonces, ¿de qué está hecha esta falta, esta ausencia? Es más, ¿de quién es esta falta?
Carta firmada

¿Por qué me caso?
Tras algunos años de noviazgo, hemos decidido casarnos.
La decisión de dar este paso nació, especialmente, después de un año de Erasmus en Barcelona. Aunque antes todo nos fuera bien y siguiéramos la vida del movimiento, nos dimos cuenta de que habíamos caído en un formalismo que nos estaba llevando a vivir el día a día con aridez y que, a menudo, nos alejaba de la Iglesia. La verdad de las relaciones de amistad nacidas en España, en cambio, hizo nacer en ambos el deseo de vivir con la misma intensidad nuestra relación, para que se convirtiera en una promesa para toda la vida en el matrimonio. Todo lo que vislumbramos en ese periodo se está convirtiendo, cada vez más, en algo concreto y claro. En una charla del cursillo prematrimonial, una consultora de parejas vino para explicarnos de dónde nace la química entre un hombre y una mujer desde un punto de vista psicológico y científico. Nuestra reacción durante su explicación fue que, cada dos por tres, nos mirábamos y decíamos en voz baja: «A nosotros esto no nos pasa, no tenemos esa química». Nos dimos cuenta de que nuestra relación no se puede reducir a un hecho “científico" y de cómo lo que nos ha hecho crecer como pareja en estos años ha sido, precisamente, el constante darnos cuenta de que el otro, con todas sus diferencias y sus límites, se ha convertido en un reclamo continuo a mirar a Aquel que verdaderamente cumple nuestra felicidad. Percatarnos de esto ha dejado espacio a la conciencia de que nuestra relación es fruto de Otro. También en la cotidianidad del trabajo y del estudio, aun con toda la fatiga y las incertidumbres, se ha convertido y se está convirtiendo cada vez más en una ocasión para descubrir nuestros deseos, haciendo emerger una gran curiosidad por nuestro destino. Lo que nos impresiona, en el fondo, es ver cómo la Iglesia nos está ayudando a caer en la cuenta del paso que queremos dar juntos en la vida, así como está acompañando a nuestros amigos seminaristas. Nuestro "seminario" es también una ocasión de continuo crecimiento, que no deja espacio a sentimentalismos o ideas teóricas. La última vez que estuvimos en Barcelona nuestros amigos organizaron una cena para vernos. Y, en dicha cena, lo que más nos llamó la atención es ver el cuidado con el que todos nos esperaban y atendían, y que sus preguntas sobre nuestra relación de noviazgo nos obligaron a no mentir sino que exigían que fuéramos al fondo y a concretar cada cosa que les explicábamos. Este terremoto de amistades que no dejan nunca de sorprendernos y de hacernos conocer nuevos amigos, aunque haya mil caídas cada día, nos muestra cómo no vence el escepticismo o nuestra medida, sino el deseo de no perder esta intensidad de vida en los rostros de los amigos que, ya sea cerca o lejos, nos acompañan.
Ilaria y Daniele

Agradecimiento
A todos vosotros, amigos conocidos y desconocidos, que de distintos modos y desde todo el mundo habéis querido estar cerca de mí con vuestro afecto y vuestra oración con motivo del fallecimiento de mi madre, os doy las gracias por haberme permitido experimentar el abrazo carnal de Cristo, que me hace estar contento aun dentro del dolor por la separación. «Muerte, ¿dónde está tu victoria?».
Y gracias por el espectáculo que me habéis ofrecido de una unidad que solo Cristo puede generar entre los que ceden a Su preferencia única.

Vuestro,
Julián Carrón