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Huellas N.02, Febrero 2019

PRIMER PLANO

Vamos a ver

Paolo Perego

Las pateras que se ven por la tele y muchos discursos, entre la ignorancia y los prejuicios. «Pero, ¿quién es esta gente de la que hablamos?», pregunta el profesor. Y propone a los chicos partir...Dos clases de un instituto de formación profesional del norte de Italia viajan a Sicilia para encontrarse con los migrantes. He aquí lo que pasó

Desde Mondoví a Sicilia, entre las estructuras que hospedan a más de dos mil migrantes recogidos en las aguas del Mediterráneo o desembarcados de cualquier manera en las costas del sur de Italia. En total, veintisiete chicos, las clases de Segundo de Peluquería y Primero de Hostelería de un Instituto de formación profesional de la provincia de Cuneo. Con sus mochilas a cuestas, se han desplazado a lo largo de 1400 kilómetros para ver con sus propios ojos y comprender mejor el drama de los migrantes que llegan a Europa en las pateras. «Una experiencia muy fuerte. Este viaje ha cambiado nuestra vida para siempre». ¿Una afirmación quizás previsible? A no ser que el primero en decirlo sea Matías, el único que no fue a Sicilia porque en esos días tenía un partido con su equipo de balonmano.
¿Qué le ha pasado a sus compañeros para que le alcance a él también de esta manera? ¿Qué han visto? ¿Y qué han visto los miembros del jurado que valoran un concurso ligado a las actividades escolares, cuando en enero han premiado al profesor Giulio Tiraboschi, promotor y organizador del viaje para sus chavales? «No podía imaginarlo. Veía las pateras en la televisión, pero cuando te encuentras delante de esos naufragios y piensas que en ellos viajaban decenas de chavales que acabas de conocer.», dice Giovanni, 17 años, aspirante a cocinero. Está sentado al fondo, en una esquina de un aula del "IFP Cebano Monregalese" de Mondoví. Nada de fogones. Hoy toca estudiar. Desde las ventanas de la clase se divisan los Alpes de la zona de Cuneo iluminadas por un sol radiante.
Un rincón del Piamonte donde hace unos veinte años empezó esta pequeña realidad, una sociedad vinculada con el territorio que reúne a ayuntamientos, servicios sociales y empresas locales, donde se trabaja en la formación profesional. «Tenemos cursos para mecánicos y electricistas, hostelería y peluquería, que ofrecen una alternativa a los jóvenes que no quieren estudiar ciencias o humanidades para después ir a la universidad», explica el profesor Tiraboschi (1966), responsable del instituto de Mondoví. El instituto tiene otras tres sedes, en Ceva, Fossano y Cairo Montenotte. No lo frecuentan solo jóvenes: hay cursos también para adultos que se han quedado en el paro y que quieren reciclarse profesionalmente. «Solo en Mondoví, hablamos de 150 chavales, entre los 14 y los 24 años, y de un centenar de adultos», precisa Tiraboschi que, aunque es el director, nunca ha renunciado a dar clase a los estudiantes. «Imparto una asignatura un tanto rara. "Orientación y acogida"», unas horas con los chicos para aprender a convivir, a valorar la diversidad, a estudiar ayudándose unos a otros. «La primera formación se refiere a la persona. No basta con enseñar ciertas técnicas», añade Tiraboschi. Cada estudiante es fruto de su historia, su temperamento, sus dificultades y el mundo en el que vive. «Puedes encontrarte a un chaval que ya no espera nada de la escuela, que no quiere estudiar porque se siente fracasado, considerado un inútil, pero cuando empieza a utilizar una fresadora o un torno, empieza a revivir», y se apasiona por la materia.

«¡Cuántos chavales hay que no esperan nada "de sí mismos" o "para sí mismos"! Y tú le ofreces simplemente ciertos instrumentos para caminar y una compañía», continúa el profesor. El viaje a Sicilia nació así, y pudo realizarse gracias a la colaboración con la Caja de Ahorros de Cuneo. «“¿Estás loco? ¿Llevarles a Sicilia una semana?". Algunos me miraron extrañados cuando propuse el proyecto "Sin fronteras, sin miedos"». La cuestión de los migrantes está al orden del día: «Los chicos conviven con muchos coetáneos extranjeros. En un curso para adultos con 15 personas, se cuentan 8 nacionalidades distintas, por poner un ejemplo. El tema había salido en clase, en medio de prejuicios y de mucha ignorancia. Al comienzo del curso pasado, lancé la propuesta a dos clases: "¿Pero quién es esta gente? Vamos a ver de qué estamos hablando"».
El viaje se realizó en mayo de 2018. Hubo un prolongado trabajo de preparación. «El primer paso fue invitar aquí a tres jóvenes de Bangladesh que residen en nuestras tierras. Los peluqueros les cortaron el pelo, quedándose atónitos cuando ellos les contaron que era la primera vez que se lo cortaban. La clase de hostelería preparó la comida y la sirvió, implicando a estos chavales en la preparación». Fue el comienzo de un descubrimiento que se fue llenando de preguntas, diálogos, lecturas sobre el tema y debates. Hasta llegar al momento de la salida.

«Casi ninguno de mis alumnos había viajado hasta entonces», cuenta el profesor. Son chavales de provincia, algunos con condiciones familiares y económicas difíciles. La primera etapa fue Pozzallo para el encuentro con las autoridades portuarias y con una comunidad para menores de edad. Al día siguiente, visita al Centro de Acogida Cara de Mineo. Un día con los migrantes hospedados en el centro siciliano. Ciertamente, no es un paraíso. Lo demuestran las crónicas, entre problemas de mala gestión, ambiente malsano y criminalidad. «Pero, para los chavales, ha supuesto ver de primera mano a personas, con sus problemas, con una humanidad herida; se han reconocido en ellos», comenta Tiraboschi mientras entra en una clase. ¿Qué ha cambiado? Basta preguntárselo a ellos. «Fue sorprendente mirar a la cara a esas personas. Ese lugar se parecía a una jaula, pero ellos estaban serenos», cuenta Madalina, de Rumania. «Con todo lo que han sufrido.». «Ahora nos miramos de manera distinta entre nosotros», dice otro. Han pasado meses, pero hablan de ello como si hubiera sido ayer, te enseñan los selfies, te cuentan del intercambio de números de móvil y, sobre todo, de las historias que han conocido, algunas incluso con muertes en el desierto y torturas. Desde el último banco, dice Federico: «Yo era racista. Lees y oyes muchas cosas sobre esta gente. Mis familiares también hablan de experiencias negativas, pero ahora he conocido a esos jóvenes, hemos hablado, jugado al fútbol juntos, en fin, ahora es completamente distinto».
Alguien habla de la política, de lo que piensa la gente: «Pero nosotros los hemos visto, son como nosotros», dice Giuseppe. Valentina ha discutido con sus padres: «"¿No ves las noticias? Cada día hay algún suceso con los inmigrantes", me decían. Es cierto, a mí también me ha pasado que alguno de ellos me molestara en el autobús.». Los problemas no se resuelven de un plumazo. «Pero ya no puedo pensar en ellos sin pensar en lo que han vivido, en lo dura que es su vida. Así que ahora quito mi mochila del asiento para que se sienten en el autobús». «Un libro no se juzga solo por la portada», apostilla Eugene, él también rumano. «Ha sido necesario ir a verles, mirarles a la cara para empezar a descubrir todo esto».

«Ya no son como antes. El viaje les ha dado una perspectiva distinta y no solo sobre el tema de los migrantes», dice Tiraboschi mientras despliega la gran sábana en la que los chavales y los migrantes han estampado sus manos en Mineo: «En el encuentro con el otro descubres que es tu hermano». Naturalmente, esto no lo resuelve todo, pero abre la mente y ofrece un camino.
«Eugene era uno de los que salió para el viaje con intención de montar bulla, en cambio la última noche vino a darme las gracias. ¿Comprendes? Me daba las gracias por un viaje de esas características. Son chicos con dificultades para estudiar, que muchos consideran de segunda división». En cambio, así se hacen hombres: «Es el objetivo de la escuela. Crecen como personas, maduran, descubren "su propia belleza" en el encuentro con el otro, cuando son acompañados a salir al encuentro de la realidad tal y como es». El profesor Tiraboschi lo escribió al final a los chavales, a sus familias y a los colegas, citando a un cantante, Marco Mengoni: «Yo soy uno cualquiera, uno de tantos, igual que tú. Pero qué esplendor el tuyo, en tu fragilidad...».