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Huellas N.02, Febrero 2019

PRIMER PLANO

Emiratos Árabes. Una Iglesia de migrantes

Luca Fiore

Algunos piden el Bautismo porque les llama la atención cómo vive un amigo, o unos compañeros del duty free en el aeropuerto, o los fieles de la parroquia más grande del mundo... Voces e historias de los católicos que viven en Abu Dhabi, meta del primer viaje de un Papa a la Península árabe.
Una presencia que supone un desafío en primer lugar para los cristianos


Paul Hinder, vicario apostólico de Arabia del Sur, lo repite a menudo: «Quien llega de Europa dice que si no lo ves con tus propios ojos no te lo crees». Se refiere al número de católicos que abarrotan las iglesias en los Emiratos Árabes, pero sobre todo a la vitalidad de su fe. Por dar una idea, en la Vigilia pascual, la plaza delante de la iglesia de Saint Joseph en Abu Dhabi se abarrota con 30.000 católicos. En Dubái se encuentra la parroquia más grande del mundo por número de fieles, en la que 300 catequistas dan catequesis a 7.600 niños. Vienen de India, Filipinas, Paquistán y los países árabes, pero también de Europa y África. Las nacionalidades que confluyen allí son 160. La suya, dice monseñor Hinder, es a todos los efectos «una iglesia de migrantes». El Estado se rige por la ley islámica y a los cristianos solo se les concede libertad de culto dentro de los espacios asignados a la Iglesia. La libertad religiosa en cuanto tal sigue siendo un espejismo. Sin embargo, nadie pensaría que aquí, en el país de los jeques, se pueda encontrar la fe, vivirla y, en muchos casos, profundizar en ella. En cambio, es así.
La histórica visita a Abu Dhabi del papa Francisco, primer obispo de Roma que viaja a la Península árabe, es un faro que proyecta luz sobre las relaciones entre cristianos y musulmanes. Su visita nos recuerda también que la presencia de la Iglesia en un lugar como este es en primer lugar un desafío para los cristianos, porque demuestra que la fe se puede vivir en cualquier situación, incluso en los lugares más impensables.
Catherine ha visto de todo aquí en Abu Dhabi. Es responsable de la Oficina de catequesis del Vicariato (2.000 voluntarios en 17 parroquias, repartidas entre los Emiratos Árabes, Omán y Yemen) y lleva veinte años ocupándose de cursos de iniciación a la fe para adultos. Nadie como ella conoce las dimensiones del fenómeno de las conversiones de no musulmanes (a los musulmanes les está prohibido convertirse). «Tan solo este año en Saint Mary de Dubái hubo 76 bautizos de adultos. Aquí en St. Joseph tuvimos 12», explica. «La mayoría lo hace para poder casarse con un católico, pero los hay también tocados más profundamente por la vida de un amigo o de un compañero. También pasa que algunos empiezan a sentir curiosidad al ver al Papa en la televisión...Y, sobre todo, el testimonio. Jesús se comunica así». Cuenta de una pareja de Sri Lanka que pidió hacerse cristiana porque «envidiaba la paz interior de un amigo». Hace unos años pidió el Bautismo una chica china que trabaja en el duty free del aeropuerto de Abu Dhabi.

Al cabo de unos meses de convivencia con un grupo de compañeros filipinos, les preguntó: «¿Qué es lo que os hace ser tan distintos?».
Alguna vez hacen falta años de convivencia. Como le pasó a Naresh, hinduista, de la casta más alta, la de los brahmanes. Empleado en una empresa de Tourism and Hotel Management con sede en Abu Dhabi. «Me casé con Mary en la parroquia de St. Joseph hace 20 años. Empecé acompañándola a misa todas las semanas. Participaba con ella en las actividades de la parroquia. Seguía siendo hinduista, aunque me interrogaba acerca de por qué debía haber tantos dioses». Pasaron 16 años y, por motivos de trabajo, Naresh tuvo que trasladarse a Canadá, dejando a su familia en los Emiratos: «Incluso lejos, a miles de kilómetros de mi mujer, no dejé de ir a misa». De regreso a Abu Dhabi, empezó los cursos de catequesis para adultos. «Estaba rodeado de personas especiales. En particular, me tocó profundamente un pasaje del Evangelio, el del hijo pródigo». Desde septiembre, también Naresh forma parte del equipo de catequistas de la St. Joseph.
En Filipinas hay un dicho: «El Golfo árabe es la muerte del matrimonio». Quien viene aquí por trabajo muchas veces debe dejar la familia al otro lado del océano. Los obreros se alojan en campos de trabajo, mientras las mujeres que trabajan de asistentas duermen en pocos metros cuadrados en la parte trasera de las casas de los dueños. Las garantías para los trabajadores extranjeros son casi nulas. Los ritmos de trabajo no dan tregua. Es muy difícil aguantar todo esto solos. Alcohol y prostitución son los atajos más comunes. Algunos llegan a formar una nueva familia. La Iglesia lo sabe y hace todo lo posible para sostener a las personas en la comunidad cristiana. Por ejemplo, existe un movimiento que se llama Couples for Christ, nacido adrede para acompañar a los migrantes.
Si es cierto que la situación de los extranjeros (el 80% de los residentes), por lo tanto también de los católicos, es la de ser tolerados como huéspedes con derechos limitados, también es cierto que, históricamente, los Emiratos Árabes son uno de los países de esta región más abiertos a la presencia de la Iglesia. Basta pensar que los terrenos donde surgen las ocho parroquias han sido donados por los soberanos de los respectivos emiratos. En los últimos diez años las relaciones han mejorado visiblemente, de modo que ha sido posible construir dos nuevas iglesias, una en Abu Dhabi y otra a Dubái. La última señal esperanzadora, en 2017, con vistas a la visita de Francisco, ha sido la de dedicar la mezquita que linda con la parroquia de St. Joseph en Abu Dhabi a Maryam Umm ‘Isa, "María, madre de Jesús".

Como cuenta Hinder, la presencia de los cristianos es discreta, la Iglesia conoce los límites que se le conceden y, respetándolos, trata de ser lo que es. Y una de las manifestaciones clásicas de lo que es la Iglesia es la de crear escuelas. Hoy en los Emiratos hay 9 escuelas católicas, que frecuentan no solo los emigrados cristianos, sino también no católicos, musulmanes e incluso algunos oriundos de los Emiratos. Entre el profesorado hay también algunos musulmanes. Así la escuela con su trama de relaciones se convierte en un punto de encuentro: allí la dimensión del diálogo se traduce a la fuerza en gestos y palabras de la vida real.
En Abu Dhabi existe también una sede de la New York University. Aquí trabaja Laura, milanesa, investigadora del Departamento de Física que se ocupa de "materia oscura" y "físicas de los neutrinos". Llegó desde Londres con su marido y dos hijos pequeños: «Al comienzo no fue fácil, pero ahora, poco a poco, nos estamos acostumbrando». La NYU es un caso particular, cuenta incluso con un capellán católico, el padre John. «Vamos a misa aquí, en la universidad, donde se reúnen fieles de todo el mundo. En la parroquia es más complicado: tardamos casi una hora de coche para llegar, no hay aparcamiento, siempre está a tope. De verdad, todas las veces debes preguntarte por qué merece la pena ir». Las preguntas son muchas, sobre todo sobre la educación de los hijos: «Me gustaría que hubiera un momento para los niños, mientras nosotros hacemos la Escuela de comunidad con algunas familias.».

Samuel y Cristina también trabajan en la NYU y participan en la EdC en Abu Dhabi. Llegaron hace año y medio. «Aterrizamos aquí con la certeza de que el Señor nos llamaba. Estábamos tranquilos sabiendo que lo que pasaría siempre sería un bien para nosotros», explica Samuel. «Y cuando algo se tuerce, retomamos la certeza del comienzo». El ambiente de trabajo es una mezcla:
musulmanes, hindúes, europeos secularizados. «Estás rodeado por personas que te obligan a retomar las razones por las que eres cristiano. Cuanto más conoces a la gente, más compruebas que tienes en común con todos la pregunta acerca del sentido de la vida».
Alexine creció en Escocia, en una familia protestante. Cuando llegó a Dubái en 2009, por motivos de trabajo, era agnóstica. Al cabo de un año, conoce al que se convertiría en su marido: Naveen, de padre hindú y madre alemana, católicos. «Jamás había visto una familia con una fe así. Al comienzo me extrañaba: hablaban libremente de su fe, eran muy abiertos. El hecho de que yo no creyera no le suponía ningún problema». Primero como novia, luego como esposa, empezó a frecuentar la parroquia de Saint Mary en Dubái. «Era un modo de estar con Naveen. Nunca pensé que me convertiría». Luego la vida toma un rumbo inesperado: «En 2016 perdí el trabajo. Mi marido también tuvo problemas en el ámbito profesional. Además, no conseguía quedarme embarazada. En pocos meses tuve que entrar y salir de los hospitales para someterme a unas intervenciones quirúrgicas. Empecé a pensar que la vida era una maldición». Pero un domingo de agosto de 2017, escuchando la homilía del párroco de Saint Mary, algo pasó en Alexine: «Por primera vez me sentí interpelada personalmente. No recuerdo las palabras exactas, pero hablaba de tomar decisiones en momentos difíciles». Al acabar la misa, en las pantallas aparece la información para apuntarse a las catequesis para adultos: «En ese momento decidí que me apuntaba porque quería hacerme católica. Caí en la cuenta de que en todos esos meses difíciles la Iglesia había sido para mí un remanso de paz, un lugar donde podía acudir porque había Alguien que sabía escucharme». Ahora, desde hace unos meses, trabaja como voluntaria dos o tres días a la semana en los despachos parroquiales: «Durante años vine aquí sin darme cuenta de cuánto trabajo hay detrás de la vida de la comunidad. Mi camino no hubiera sido posible sin la aportación de personas que han dado su tiempo gratuitamente. Quiero devolver algo del bien que he recibido».
También Silvia, desde hace unos meses, ha empezado a dar catequesis en la parroquia de Saint Francis en Dubái. «Mi marido y yo llegamos en 2011», explica. «No creía que la fe pudiera vivirse de tantos modo distintos al mío. Esto conlleva cierta fatiga, pero lo que queda al cabo de los años es un agradecimiento profundo por esta comunidad que me permite hacer mi camino de fe». En Dubái son pocas las cosas que se pueden dar por supuesto. «Llevaba ocho años buscando la forma de hacer una acción caritativa, pero fuera de los muros de la parroquia no es posible hacer ninguna iniciativa ligada a la fe. Así que opté por dar catequesis». Le piden a Silvia que participe en un curso de formación de un fin de semana que imparten dos hindúes. El estilo es totalmente distinto a lo que ella está acostumbrada, pero le ganó. «Descubrí cosas de la Biblia que desconocía y tuve deseos de conocer más. Fue una ocasión de conversión. A pesar de un acercamiento a la fe que me resulta tan lejano, hacía mucho que no sentía una correspondencia tan fuerte».

En torno a Silvia y Roberto, su marido, se reúne la pequeña Escuela de comunidad de Dubái. «Si pienso en los amigos que han pasado por aquí en estos años, veo que todos han vuelto a sus países habiendo dado un paso en la fe. Por ejemplo, Giancarlo, que vino a buscarnos porque había conocido a algunos compañeros de CL en la universidad. Y en Dubái se dio su verdadero encuentro con Cristo. Cuando se trasladó a EEUU por trabajo, en seguida buscó la comunidad de CL local». Silvia sabe por experiencia que las circunstancias adversas obligan a ir a lo esencial. «No tienes aquí a tu familia, no hablas tu idioma, no están tus amigos. No puedes elegir el grupo donde hacer la Escuela de comunidad, porque solo somos siete u ocho personas. Entonces entiendes que, o lo asumes tú en primera persona, o nadie lo hará por ti. Te ves provocado en tu libertad. Cuando mis amigos en Italia se quejan, sonrío. No cuenta el número o el lugar, cuenta cómo respondes ante la vida. Y la vida es tuya».