IMPRIME [-] CERRAR [x]

Huellas N.11, Diciembre 2018

BREVES

La Historia

«Creo que eres la última...»

A la tercera blasfemia que intercalan en la conversación, Nadia pone cara de desaprobación. Simone y Rocco se dan cuenta. «¿Qué pasa? ¿Te molesta?».
Están en la pausa del café, en el bar de la sede milanesa de un una gran empresa. Nadia tiene 24 años, una licenciatura en Filosofía y un contrato de duración determinada como asistente en el departamento de eventos. Simone es un chef de treinta y cinco años en el restaurante, Rocco, recién licenciado también, trabaja en el mismo departamento que ella. Para los dos chicos intercalar ese tipo de comentarios es normal. Para Nadia no. «En realidad sí, me molesta», dice ella. «¿Por qué? ¿Eres cristiana?», pregunta Rocco. «Sí». «¿Cristiana católica?», insiste. «Sí». Rocco no sale de su asombro: «¿Y vas a misa todos los domingos?». Nadia, con candor: «Sí, voy a misa». Siguen cinco segundos de un silencio incómodo. Luego, con una extraña nota melancólica, Simone añade: «Creo que eres la última.». En seguida cambian de tema, también porque acaba el tiempo de la pausa y hay que volver al trabajo.
Corre la voz por los despachos. Nadia se convierte en "la que va a misa los domingos". Algunos hacen bromas. Unos días después, llega de nuevo el momento de la pausa. Esta vez están solo Nadia y Simone fumando un cigarrillo en la acera de la calle. Él empieza a hablar de su compañera y de su hija, que el próximo año irá al cole: «Llevamos diez años juntos, pero no me decido a casarme con ella». Nadia dice: «Bueno, diez años no son pocos. Y tenéis una hija. ¿Qué más necesitas para decidirte?». Y él: «Lo que de verdad me da miedo es que si me caso con ella eso será "para siempre", pero "para siempre" es demasiado». Respuesta: «¿Pero tú no deseas pasar con ella toda tu vida?». Simone: «No importa el deseo, porque el "para siempre" es imposible». Nadia, mientras apaga el cigarro, piensa: «¿Por qué habla conmigo de estas cosas?».
Al cabo de unas semanas, otra pausa. Ahora es el turno de Rocco. Después de aquel diálogo, él había puesto una distancia. Demasiado distintas sus vidas, casi opuestas. Son cosas que se perciben enseguida, sin necesidad de hablar: basta el tono de la voz, las prisas, una mirada que se desvía. Luego, con el tiempo, las cosas cambian y la relación vuelve a ser más fácil. Están allí, solos. Rocco, de repente, sale con esta frase: «De todas formas me encantaría que me quisieras como quieres a tu novio...». Nadia se pone nerviosa: «¿Qué sabes tú?». «Veo cómo tratas a la gente aquí, en el trabajo, imagino cómo tratarás al hombre que amas».
Nadia calla. No sabe muy bien qué pensar. Se queda un momento bloqueada, antes de salir al paso con un «ok, volvamos dentro». En los días siguientes, esa frase de Rocco vuelve a su cabeza una y otra vez. Repasa los meses pasados en esos pasillos y en esos despachos. Las palabras y los gestos cotidianos. Cosas normales, ni se había dado cuenta. Ahora en cambio se le impone una pregunta: «¿Cómo trato yo a la gente aquí?».