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Huellas N.11, Diciembre 2018

PRIMER PLANO

Saber mirar para poder ver

Fernando de Haro

El testimonio como el único camino para salir de la confusión. El sentido de la realidad que se descubre desde una posición que es la de aceptar al otro. Un cambio de paradigma en lo que es la libertad. Joseba Arregi cuenta el impacto que ha supuesto para él la lectura del último libro de Mikel Azurmendi.

Joseba Arregi está fascinado por El Abrazo, el último libro de Mikel Azurmendi en el que el sociólogo estudia la "tribu" de Comunión y Liberación. Arregi fue consejero del Gobierno Vasco, transformó con su política cultural Bilbao, y cuando se sintió incómodo con el nacionalismo, abandonó la política. Es sociólogo y teólogo, analista de referencia en la prensa española. Amigo de Azurmendi, ha compartido con él su dolor por un País Vasco martirizado por el terrorismo.

¿Es pertinente la caridad en este mundo?
Creo que sí, aunque parece que tiene una significación negativa. El término caridad y caritativo ha sido sustituido, incluso en las iglesias, por el término solidaridad, que parece un término fuerte para indicar esto. Pero creo que se puede y debe recuperar el término caridad. Solidarios, en un Estado de derecho y bienestar como son las democracias actuales, somos todos; en el momento de pagar los impuestos estamos haciendo un ejercicio de solidaridad, no voluntario, por eso se llaman impuestos, pero que permite la redistribución de lo que aportan los ciudadanos, de los que más tienen a los que menos tienen. Ese es un ejercicio de solidaridad en el que los ciudadanos estamos integrados, queramos o no. Pero eso no establece en el fondo ninguna relación personal. La caridad es algo que va más allá de la solidaridad, no niega la solidaridad sino que va más allá, en el sentido de que se hace para personas concretas, con personas concretas. Es el núcleo de lo que se dice en los Evangelios, la parábola del buen samaritano, y lo que reclama Jesús en todos los momentos, es decir, siempre amor al prójimo. El prójimo es el de al lado, el que la vida nos pone al lado, por elección propia o porque somos de la misma familia, porque trabajamos juntos, porque es vecino, porque es la persona con la que nos topamos todos los días y nos paramos a charlar un rato... Es una relación humana entre dos personas, o varias, sin la que la solidaridad terminaría perdiendo todo aspecto relacional, todo aspecto de humanidad. La solidaridad es abstracta. Yo no sé a quién estoy ayudando cuando pago mis impuestos. Sé que estoy ayudando a otros, pero no sé quiénes son, no establezco una relación personal con ellos. La caridad es lo que establece esa relación humana con las personas, que va más allá de la solidaridad. Siempre el punto de partida es la confianza en Jesús, cuando dice que si se confía en Él todo lo demás importa poco. En ese sentido, la caridad es ese más, ese entregarse más al otro, que tiene ojos, que tiene cara, que nos mira.

Decía en la presentación de El Abrazo de Azurmendi que el libro le había sacado de quicio.
Me ha sacado de quicio porque me ha interpelado en el mejor sentido de la palabra. Me ha obligado a pensar si lo que tengo asumido como la verdad de mi vida -una posición que se ha compuesto después de muchas crisis, muchas historias y muchos años- puede seguir como antes. Ha sido así porque el libro de Mikel no está escrito desde una hipótesis teórica ni desde una intelectualidad analítica, sino que simplemente transmite la experiencia de vida de personas que han intentado hacer verdad lo que han descubierto en un encuentro que, para ellos, es el encuentro con Jesús, con Dios.
Son personas que tratan de vivir una verdad que apela a todos aquellos que entran en contacto con esa verdad. Apela porque eres colocado delante de un espejo y eres obligado a preguntarte: ¿y yo cómo podría cambiar para estar a la altura de esta verdad que me transmiten?

Subraya también que es otra forma de ver la realidad.
Hoy no hay una lengua que tenga su propia lógica para ver las cosas. La lengua más utilizada, que incluye todas las demás, es el lenguaje tecnocientífico. Sin darnos cuenta, este lenguaje marca nuestra forma de ver la realidad, de ver la sociedad y la vida. Estamos continuamente sometidos a los expertos, a lo que dice y promete la ciencia. Estas son las orejeras o las lentes con las que vemos la realidad, pero como dice Mikel, esa visión es muy reduccionista, muy cuantificadora, muy materialista en el peor sentido del término. Esa visión evita ver una realidad que puede tener muchas más dimensiones. Mikel dice que el sentido de la realidad se descubre precisamente desde una posición que es la de aceptar al otro. Ese camino me obliga a ver las cosas desde un punto de vista distinto al mío, desde la mirada del otro. Mikel planteaba que la gran pregunta a la que no responden las humanidades es la pregunta sobre qué es el hombre. El hombre es siempre el otro. Eso cambia la visión de la realidad.

De la experiencia de CL le ha sorprendido que no sea una defensa de la verdad con argumentos teóricos sino a través del testimonio de personas y gestos que hacen presente la mirada de Cristo.
Es la verdad de la vida y no la verdad del libro. Eso es lo que creo que a Mikel le ha llamado la atención, y a través de Mikel a mí. Es una apología de la verdad que no dice: «Habría que hacer esto, habría que entender las cosas así», sino «Yo vivo así», «Yo doy testimonio acogiendo a niños en mi familia, aun teniendo unos cuantos propios», «Yo vivo y testimonio la verdad yendo a la Cañada Real (barrio de Madrid con alto consumo de drogas, ndr.), estando allí, viendo la estatura humana de las personas que viven en la marginaldad», «Yo doy testimonio de la verdad viviendo como educador, acompañando a nuevas generaciones a crecer, a ver al otro y vivir desde su mirada, desde la verdad del otro». No es una demostración lógica ni argumental, ni es una verdad analítica, sino una verdad vivida. Eso le da una tremenda fuerza a esa verdad.

¿Por qué la lectura del libro le evoca la cuestión de la libertad?
Mikel cita varias veces la libertad, y me maravilla. Al principio me extrañó, pero luego me di cuenta de que es uno de los elementos fundamentales del libro, porque es un modo de entender la libertad que supone una enmienda a la totalidad de la cultura moderna. La cultura moderna entiende la libertad como autonomía, como la ruptura de relaciones. Mikel habla de la libertad que nace precisamente de una dependencia. ¿Qué dependencia? Aceptar el testimonio, aceptar el testimonio de Jesús que se vacía por los hombres. Esta libertad solo se puede conseguir en esa dependencia, que es la confianza en Aquel que llama a unas personas concretas mediante un encuentro, al que esas personas se abren. La confianza en la fuerza que viene de ese encuentro, la dependencia de él para poder ser libres para abrirse y aceptar a los demás.

La libertad nos lleva a la razonabilidad de la fe. Mikel parte de los hechos, da crédito a unos testigos que dicen que el origen de lo que les sucede es divino, y se pregunta: ¿por qué no va a ser la hipótesis de lo divino más racional que la efervescencia colectiva de la que hablaba Durkheim para explicar lo religioso? ¿Le parece un camino adecuado para llegar a la fe?
Puede ser. Los caminos que conducen a la fe, como los que conducen a Roma, pueden ser muchos. Puede haber experiencias distintas. Lo que sí creo que es muy importante, y Mikel lo demuestra en este libro, es que todos los caminos son buenos si van acompañados o se basan en testimonios vitales.

Me parece que no es solo un testimonio ético.
No es solo ético, sino que contiene otro elemento, la libertad como dependencia. Tiene el elemento del "yo vivo así" -primer elemento-, pero la fuerza para poder vivir así no proviene de mí mismo -segundo elemento-, proviene de Alguien que me sustenta, Alguien que me ha llamado, en el fondo Alguien que me da la libertad y la hace posible. Ese es el razonamiento que no es consecuencia de una racionalidad tecnocientífica o de una racionalidad analítica, sino que surge de una verdad de vida y una racionalidad abierta. Es una racionalidad que la racionalidad tecnocientífica, lógica, de la Ilustración, no alcanza. Cuando murió Stephen Hawking hubo unas frases que me llamaron mucho la atención. En algún momento los periodistas citaban la frase de Hawking: «Para hacer ciencia no necesito a Dios». Bien, me parece una frase profundamente cientificista. Pero también citaban otra que decía: «Para la razón humana Dios no existe». Esa afirmación va totalmente en contra de la ciencia, porque la ciencia no puede dictaminar sobre el todo de la realidad, sobrepasa los límites dentro de los cuales la razón puede ocuparse de la ciencia. Niega que pueda existir otro tipo de racionalidad vital, no sentimental sino vital, de testimonio de vida, que abre a más dimensiones de la realidad. Esas dimensiones solamente se pueden ver -saber mirar para poder ver- a través de lo que proviene del encuentro con Jesús y del encuentro con Dios.

¿Por qué asegura que en esta época los hombres están desamparados?
Lo tomo de un libro breve del holandés Rob Riemen que se titula Para combatir esta era (2017). ¿Por qué hay que combatir esta era? Porque lo que caracteriza a esta era, el racionalismo tecnocientífico, está en la raíz de todos los problemas. Los hombres están desamparados, no tienen orientación, no tienen acogida, no tienen norte, no tienen idea de cuál es el valor de la realidad. El problema de Europa es haber perdido el alma. No hay ninguna oferta de referencia ni un esquema de valores, nada básico en lo que creer, en lo que apoyarse para intentar conquistar un futuro.

¿En qué medida esta experiencia de la que hablamos supone una esperanza para ese mundo de hombres tan desamparados?
Es el único camino para salir de la confusión, del desamparo, de la falta de acogida que sienten los hombres, y de esa huida continua en que vivimos. Huimos de la realidad, huimos del presente, buscando lo novedoso en una especie de carrera a toda velocidad a ver si con lo nuevo de lo nuevo acaece algo que nos dé una cierta estabilidad, y eso nos lleva a otra forma de ver el tiempo y las cosas, de vivir el tiempo, las cosas y la realidad. El sentido viene siempre de ver al otro y sus necesidades. Salir de uno mismo para verse desde fuera, pero no desde fuera con esa conciencia refleja que nos ha enseñado el idealismo trascendental, sino desde los ojos concretos de las personas con las que nos encontramos, desde lo que se llama simplemente el prójimo.

Este ir hacia el otro es precisamente lo que niega la violencia. Usted pertenece a una generación que ha vivido muy de cerca la violencia de ETA. ¿Cómo le ha marcado esto a usted y a su generación?
Tremendamente. ETA existe antes del 68, que es cuando empieza sistemáticamente a ejercer la violencia, marca durante todo el tiempo en que sigue existiendo hasta que se ve obligada a renunciar a sus acciones violentas y sigue marcando a la sociedad vasca después del cese de las acciones terroristas. La violencia es la negación del otro, utilizándolo como medio, rebajándolo en su dignidad humana a ser simple instrumento para alcanzar una meta política y le niega al otro la libertad de conciencia, de poder ser de forma distinta, de pensar de forma distinta.

En este momento parecen desdibujarse los fundamentos de la democracia, tanto europea como española, que se basan en un pacto de reconciliación. ¿Qué ha pasado?
Han pasado muchas cosas y es muy difícil resumirlas. Últimamente ronda por mi mente una razón que probablemente suene muy mal. El pacto tenía un valor moral, era un pacto espiritual, de reconocimiento mutuo. Vino acompañado de otro valor de reconciliación, que es la reconciliación social a través del Estado del Bienestar. El pacto que lleva al Estado del Bienestar en cierta forma nos ha adormilado y nos ha sedado, nos ha hecho olvidar el otro pacto, que es el pacto fundacional de Europa en la paz, en la libertad, no solo en 1918 sino sobre todo en 1945.

La sociedad opulenta contra la democracia.
Ha habido una especie de pugna por dos tipos de reconciliación: la reconciliación que representa el Estado del Bienestar y la reconciliación que representa la Europa de la paz, la libertad y el reconocimiento del diferente con el humanismo que todo eso exige. Y, por supuesto, está el olvido de Dios.